No solemos preguntarnos si un violinista tiene que tocar a diario el violín o si un nadador olímpico tiene que nadar todos los días. Supongo que, una vez más, juzgamos la escritura con lupas y filtros distintos.

Detrás de una pregunta que parece tan inocente hay una respuesta cargada, como arma que lleva un diablo sevillano.

Es que la pregunta esta (cargada, recargada, recargadísima como un retablo manierista o un poema quinceañero) nos lleva a otras dos preguntas:

  1. ¿Qué englobamos dentro de la palabra escribir? ¿Simplemente soltar palabras, reescribir, corregir, revisar, planificar…? Si un día escribo y al día siguiente corrijo lo escrito, ¿he escrito un día o dos días?
  2. ¿Qué más da cuándo escribes y con qué periodicidad? ¿Acaso no es lo mismo escribir en un día 7000 palabras, y luego no escribir en una semana, que escribir  1000 palabras cada día durante una semana?

Os aseguro que no hay una respuesta clara y universal a estas preguntas, pero como este es mi blog y me lo fo… traji… for… tir… le hago el amor tiernamente como quiero, hoy he venido a dar mi opinión. Lo cual no quita, claro, que esa opinión esté basada en una larga experiencia personal y en un estudio muy cotilla de los métodos y sistemas de otros escritores, además de un interés exacerbado (y posiblemente enfermizo) por todo tipo de escritos sobre ciencia del comportamiento.

También hay que tener en consideración que cada persona es un mundo y tendrá su propia experiencia y opinión y en realidad no es necesario que me tire usted esa piedra, caballero, que duele.

Así que, si bien no tengo la verdad universal, puede que tenga un poquito más de vista que alguien que acaba de empezar a escribir, o que el charcutero de la esquina, por mucho que te mire con amabilidad y siempre te sirva los cachos buenos del jamón, sí, esos oscuritos a cuchillo que gritan tu nombre en varios idiomas.

escribir todos los díasEse hueso, ese mismo, que veo que te sobra. Que lo tienes ya casi terminado, shiquilla. Es pa mi perro, te lo juro.

Al grano, Gabriella, ¿debo escribir todos los días o no?

Yo creo, muy personal y humildemente, que sí es necesario escribir a diario. Por lo menos, si quieres escribir mejor, dedicarte a la escritura con cierta entrega (no como puro disfrute, afición, hobby o para ligar más). Ya sé que he hablado antes de todo esto, pero es algo a lo que nunca he dejado de darle vueltas. Espero poder expresar bien y de manera coherente cómo he llegado a esta conclusión.

Como ya sabéis, hace unos años me planteé tomarme esto de la escritura muy en serio, como las fotos esas de solapa de autores donde no miran a cámara y parecen muy ocupados con la planificación mental de su novela. Leía un montón sobre hábitos y sobre cómo ayudaban a modificar nuestro comportamiento para poder conseguir una serie de objetivos. En concreto, había una serie de objetivos que yo era incapaz de conseguir mediante mera fuerza de voluntad. Uno de ellos era profesionalizarme como escritora; ya sabéis: publicar, que me leyeran y recibir algún dinero por ello, etc. Yo tenía problemas de disciplina, productividad y una pequeña dosis de inseguridad. Quien dice pequeña dice mediana, y quien dice mediana dice grande, y quien dice grande dice tamaño tractor-que-en-realidad-es-un-planeta.

Me propuse escribir un mínimo de 200 palabras de ficción a diario. Y lo hice, durante más de tres años.

escribir todos los díasEn ese tiempo de obsesión y entrega, perdí a todos mis amigos, a varias parejas y un montón de calcetines. Y empecé a alucinar con suricatas. Pero eso nunca te lo dicen en el folleto.

Luego se me formó un embudo terrible de borradores, de ficción sin corregir, y fui consciente de que ya no podía mantener ese hábito, que necesitaba dedicar ese tiempo también a reescritura, revisión y corrección. Para entonces, ya daba un poco igual: yo ya era escritora, mi trabajo diario era trabajar con mis textos, ya fuera con escritura pura y dura o con otras actividades relacionadas.

Hasta ahí, todo bien. Hasta el día en que, después de un par de semanas de solo corregir, planificar y hacer otras cosas, me di cuenta de que había perdido soltura. Que mi escritura estaba en retroceso. Todos los días escribía algo en algún sitio, pero no es lo mismo escribir en un blog que escribir ficción, si bien estas dos prácticas se complementan y ayudan.

Pensé en algo que ya había leído por ahí, pero que no terminaba de creerme: la escritura es una práctica, y como tal, necesita ejercicio constante. Vuelvo a lo del nadador y a lo del violinista: no terminas de perder todo lo aprendido, claro, pero tus habilidades se oxidan, necesitan de repetición y progreso continuo. Y la habilidad creativa de escribir es única: no usas las mismas partes de tu cerebro que para corregir o planificar. Lo único que, en mi opinión, se asemeja, es la reescritura, donde las modificaciones que realizamos sobre el texto son lo bastante grandes como para llegar a ser, a su manera, nuevas escrituras. Isaac Belmar amplía bastante este tema aquí.

Resume, por favor

Todo esto se reduce, a su vez, a estas dos cuestiones importantes:

  1. La escritura diaria es la mejor manera de crear el hábito de escribir, si llevas poco escribiendo o te falta constancia.
  2. A la vez, la escritura diaria es la mejor manera de ejercitar nuestra habilidad. No: no es lo mismo 7000 palabras de maratón que 1000 palabras diarias. La maratón es interesante porque te lleva a sitios que una media hora diaria no te va a llevar, y siempre la recomiendo. Pero esas palabras extra no deben sustituir al trabajo periódico.

Ya que nos hemos quitado toda esta parte de encima, tal vez vuestra pregunta sea: ¿es la escritura diaria para mí? Yo diría que sí, que es para ti y para todo el mundo (incluso para los no escritores: tener un diario o un log tiene también una función terapéutica y creativa fuera del ámbito del autor). Y que si quieres escribir en serio, es la mejor manera de empezar. Intenta, por lo menos, hacerlo unos meses, y luego ya decides. Te aseguro que merece muchísimo la pena.

No obstante, todos sabemos que no es tan fácil. Que no es cuestión de agitar la varita mágica y automáticamente conseguir hacer algo todos los días sin esfuerzo alguno. Aunque si agitas tu varita mágica a diario es posible que

No, no es fácil. Pero sí que hay maneras de hacerlo muchísimo más sencillo. Y aquí estoy yo para intentar contestar a todas vuestras dudas y preguntas existenciales.

escribir todos los díasNo a todas. Sigo sin saber a qué huelen las bufandas. O cómo consigue la gente ese pelo Hollywood bonico que es medio liso medio atirabuzonado, cuando el 90% de los peluqueros que conozco no es capaz de hacerme un corte que no parezca un bol de cereales.

Cómo conseguir eso de escribir todos los días

Parece una tontería eso de sentarse a crear cada 24 horas, pero cualquiera que lo haya intentado sabe que no es así. Los niños, el curro, la dieta, el cartero, la inundación en el garaje, los perros, ese trato con Satán del que Telefónica se niega a liberarte… Todo se confabula en tu contra.

Mi herramienta favorita, como ya he dicho antes, es el hábito.

escribir todos los díasEste no.

Hay miles (decenas de miles, ¡millones!) de artículos sobre implementación de hábitos, y muchos están llenos de conocimiento superficial. Sale hasta en los anuncios de la tele: haz algo todos los días, durante 21 días. Ese es un buen comienzo, pero, como todas las cosas realmente interesantes, no es tan sencillo.

Para empezar, 21 días no es suficiente para implementar la mayoría de los hábitos (máxime si se trata de un hábito con el que no has lidiado antes). Esta idea proviene de un concepto del cirujano Maxwell Maltz, que analizaba el tiempo en que personas que habían experimentado determinadas intervenciones quirúrgicas tardaban en aprender a desenvolverse con su nuevo aspecto, falta de extremidad, etc.

Estudios mucho más recientes apuntan a que el tiempo que se tarda en adquirir un hábito (para que este se vuelva automático) depende del hábito en sí, de la persona, y de mil factores más, como el detonante y la recompensa. De todo eso hablaremos ahora, pero basta decir, para empezar, que la media de tiempo de implementación de un hábito podría rondar los 66 días. ¡Más de dos meses!

Así que ahora he vuelto a implementar mi hábito de escritura diaria, pero lo he hecho de manera diferente. Por ejemplo, ya no mido por palabras (que son más difíciles de calcular con la reescritura), sino por tiempo. Y la medida de tiempo es progresiva.

De eso precisamente ha ido el reto de escritura que he estado compartiendo con los suscriptores a mi lista de correo.

Os explico en qué consiste (y si ya estás suscrito a mi lista de correo, todo esto ya te lo sabes y te lo puedes saltar):

Cómo implementar el hábito de la escritura

(versión actualizada, mejorada y con purpurina)

Es muy largo narrar por aquí todo el sistema recomendado y eficiente de implementación de hábitos. El comportamiento humano es un mundo casi infinito de complejidad apabullante, así que voy a limitarme, por ahora, a una serie de puntos básicos para integrar el hábito de la escritura a nuestra vida cotidiana.

¿Quieres escribir todos los días? Apúntate esto:

-El hábito debe ser único. Cada hábito diferente tiene sus métodos y maniobras. No es lo mismo un hábito simple como escribir a diario que la implementación de un hábito con múltiples factores, detonantes y efectos muy específicos en el cerebro, como es dejar de fumar.

escribir a diarioLos hábitos más complejos son difíciles de implementar. Modificar las adicciones, por ejemplo, requiere de un proceso de sustitución. Aquí vemos un caso clásico, de manual: una adicción al chocolate transmutada en adicción al Jenga.

Lo importante es que si decides implementar el hábito de la escritura, convendría esperar por lo menos seis semanas antes de intentar ponerte a implementar otro hábito más. Recuerda: la multitarea no es tu amiga.

El hábito debe empezar siendo ridículamente fácil. Yo empecé con cinco minutos de escritura y fui añadiendo cinco minutos más cada semana. En caso de fallar un día, hay que volver a la cantidad de tiempo de la semana anterior (por ejemplo, si una semana te toca escribir quince minutos y fallas un día, deberás pasar otra semana escribiendo solo diez minutos).

El hábito deberá realizarse a diario (findes y festivos incluidos), siempre a la misma hora. O, por lo menos, en el mismo punto de tu rutina. Por ejemplo: si decides que escribirás justo después de almorzar, lo importante no es que escribas a las dos de la tarde, sino justo después de almorzar (a la hora que sea), porque este es tu detonante. Lo que nos lleva al siguiente punto:

El hábito debe disponer de un detonante (cue) y de una recompensa (reward). Esta es la parte más complicada, porque puede ser difícil encontrar el detonante: ese momento idóneo del día, el momento que te impulsa a realizar el hábito (recomiendo cualquier cosa que ya esté bien metida en tu rutina) y la recompensa por su realización. Incluso puede que al cabo de unos días te des cuenta de que tu detonante no funciona y que necesitas cambiarlo. Hazlo: un buen detonante es la mitad de la batalla ganada. Podéis encontrar información más avanzada sobre factores relevantes y cómo identificarlos en este artículo fabuloso de Charles Duhigg.

Para explicar todo esto mejor, ofrezco algunos ejemplos. Vamos a empezar con cosas simples. Cuando seáis supermaestros de los hábitos podréis utilizar detonantes complejos y recompensas adaptadas y todo eso, pero por ahora vamos a lo básico. Piensa en algo que hagas TODOS LOS DÍAS (findes incluidos). Por ejemplo, despertarte. Tu detonante podría ser el momento en que sales de la cama. Tu recompensa podría ser el primer café o té de la mañana. Así de sencillo: te despiertas, escribes cinco minutos y luego (o mientras) te tomas tu café.

Otra opción como detonante, que la mayoría de la gente hace a diario a una hora fija, es cepillarse los dientes. Desayunas, te cepillas los dientes, escribes y luego te permites diez minutos de Facebook (si eres capaz de pasarte solo diez minutos en Facebook, claro).

No es recomendable, como es lógico, utilizar recompensas que a su vez sean hábitos de los que más adelante te quieres deshacer. Si quieres perder peso, no te recompenses con una galleta; si quieres beber menos, no te recompenses con alcohol; si quieres pasar menos tiempo en redes sociales, no te recompenses con Twitter. Si quieres escribir, no te recompenses con algo que impida tu progreso en otros ámbitos de tu vida.

Lo importante es analizar tus rutinas y ver qué detonantes te sirven y qué recompensas te estimulan. Cada persona funciona de forma diferente: para algunas personas la simple satisfacción de haber escrito es suficiente, otros necesitarán otro tipo de refuerzo. No tengas miedo de probar diferentes opciones hasta dar con algo que funcione.

Probablemente esta sea la parte más importante de la creación del hábito, ya que nos permite «reconfigurar» nuestras asociaciones mentales, hasta que el hábito no sea solo automático, sino que el cerebro lo busque como si fuera una adicción.

Apunto también que en vez de una recompensa puede utilizarse un refuerzo negativo (un castigo) si no se realiza dicho hábito. Cada persona responde a estímulos diferentes de manera distinta: yo funciono mejor con refuerzo positivo.

Uno debe rendir cuentas de su progreso con el hábito. Con frecuencia leo a gente que se queja de esos escritores que todos los días comparten cuántas palabras han escrito. Sí, para los demás puede parecer insustancial y pesado, pero no se dan cuenta de que forma parte de un refuerzo inconsciente. Si compartimos nuestro progreso con otros, estamos adquiriendo una obligación (tenemos que seguir, para no quedar mal) y a la vez estamos obteniendo más refuerzo positivo (si esas personas nos dan likes, enhorabuenas o lo que sea).

Vas a fallar y no pasa nada

Fallar un día en todo este proceso no es importante, pero procura no fallar dos seguidos. Es difícil regresar, difícil empezar de nuevo. Pero incluso si te caes por completo, no tengas miedo de analizar por qué e intentarlo otra vez. Es un símil excelente para lo que es, en general, el proceso de la escritura.

Hay una escena de La La Land que me irrita, lo reconozco. Bueno, la película entera me irrita, pero eso ya es cosa mía. A lo mejor a vosotros os gusta mucho. Por lo visto le han dado óscars y además tiene un editor musical muy majo.

La prota de La La Land se lía la manta a la cabeza y monta su propio espectáculo, ¡persigue su sueño! Pero la cosa no sale como esperaba y, descorazonada, decide rendirse. Otro día hablamos de cómo esa creación indie le sirve para que la gran industria tradicional se fije en ella, no para revolucionar a la industria, pero eh, lo dicho, otro día. Tranquilos, no os estoy colando ningún gran spoiler.

Pobrecica. Invierte toda su ilusión y pasión en crear algo que fracasa.

Me daría hasta pena si no fuera porque cada vez que sacas un cuento, un libro, un guion, sabes que te la estás jugando. Que hay un 99,9% de posibilidades de que la cosa no salga como esperabas. Qué fácil ver en una película momentos puntuales de angustia, riesgo y decepción, cuando en la vida real eso llena la gran mayoría de todo. Y al final solo te toca repetir el estreno, reiniciar la obra, volver a probar, porque es parte del proceso y del aprendizaje.

Escribes, publicas y sigues escribiendo. Fracasas y te vuelves a levantar, porque, entre otras mil razones, todavía no eres lo bastante bueno. Escribes, publicas y sigues escribiendo.

Y a veces te preguntan que si hace falta escribir todos los días.


¡EXTRA! Puedes elegir cómo sigue este artículo. ¡Así es, puedes elegir tu próxima aventura!

  1. Si a ti lo que realmente te preocupa no es la escritura, sino la corrección, ve a la página 42, que te dará la respuesta para todo.
  2. Si tienes un retoño de más de 10 años (o tú tienes alma de retoño de más de 10 años) al que le gusten los chistes malos, los dragones y las cucarachas gigantes, ve a la página 33.
  3. Si con el blog no tienes bastante y quieres más (como, por ejemplo, artículos que en esta web no salen), ve a la página 7.
  4. Hagas lo que hagas, jamás vayas a la página 100.

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