No, no estamos picando en una mina en Marte bajo el látigo implacable de un supervisor apestoso. No estamos ayudando a un granjero de Iowa a inseminar a todas sus vacas. No somos policías en un pueblo perdido de la mano de Zeus donde de repente el 99% de la población se ha despertado con un apetito insaciable de carne humana. No es tan terrible esta afición/oficio/como-quieras-llamarlo que es escribir.
Aun así, creo que pocas cosas hay tan duras para el ego, la confianza y la creencia en un futuro (cualquier futuro) que esta manía de juntar letras y esperar que tengan sentido y queden bonicas.
(Bueno, tal vez cualquier otra profesión artística. Y muchas cosas más. Pero es parte del oficio de escritor ponerse melodramático).
Da igual que hablemos de autores aficionados, escritores ocasionales. De cuentistas habituales, redactores profesionales o creadores de contenido pornográfico para hombres de 27,5 años, de más de 1,80 de altura, que vivan en la parte norte de Cáceres (¡nicho de mercado!). Yo diría que casi todos hemos pasado por ese momento. O por muchos de esos momentos. El momento del «casi». Del adiós, muy buenas. De asomarse a la ventana, ver si pasa alguien que nos cae mal y tirarle el ordenador que contiene nuestro último libro a la cabeza (¿no? ¿Solo yo? ¿En serio?).
El primer rechazo (y el decimosexto). El(los) libro(s) que no vende(n). Una crítica atroz. Cualquiera de esos instantes en que deseamos dejarlo todo. Esos instantes en los que lo de la mina marciana no suena tan mal (mmmm, látigo). En que estamos a punto de abandonar.
Y, sin embargo, por alguna razón extraña que todavía no entendemos, no lo hacimos. Seguimos adelante. Seguimos escribiendo.
No os voy a hablar de mis momentos de abandono; eso mejor me lo guardo para el día en que me quede en blanco y aporree la pantalla con la cabeza, sin saber qué más contaros. Voy a hablaros de los de quince escritores que han tenido la amabilidad de compartir conmigo sus experiencias. Vienen a contarnos ese instante terrible y también vienen a contarnos qué los hizo salir del agujero. A todos les pedí que me enviaran además una imagen que representara para ellos el optimismo, ese cambio desde el momento de desánimo y la actualidad.
Aquí os dejo con ellos. Pensé que todos seguirían patrones similares de desamparo, pero cada historia es única, diferente. Espero que os resulten tan fascinantes como a mí:
Juande Garduño
Juande aparece en esta foto con Matthew Fox, actor protagonista de la adaptación al cine de su novela Y pese a todo.
La verdad es que tu pregunta me ha hecho recordar que una vez sí que estuve a punto de dejarlo. Fue con poco menos de treinta años, antes del éxito de Y pese a todo. Estaba asqueado de que todas las editoriales me rechazaran manuscritos y pensaba que nunca publicaría, así que me dediqué durante un año y medio a leer, sin escribir ni una sola palabra. No me torturé demasiado, pero un día tenía mucho mono de escribir y me puse. Y así hasta hoy.
Álex Portero
Álex me manda una foto de su zona actual de trabajo, y me dice que la imagen fue tomada a mediodía, algo que antes, durante más de diez años, habría sido imposible:
Estuve muy cerca de abandonar hace un par de años, algo menos. Mi trabajo diario, por entonces seguía trabajando en la librería, hacía que tuviese que ponerme a escribir alrededor de las 11 de la noche, cada día. La propia frustración devenida por desempeñar una labor diaria que me tenía 12 horas fuera de casa, el cansancio, y la desconfianza, hacían que fuese incapaz de terminar la mayoría de las cosas que comenzaba, si lo conseguía, el resultado siempre me parecía mediocre, condicionado por la situación de cansancio. Por no hablar de la paradoja del librero: la falta de tiempo para leer, y si no lees, es una irresponsabilidad ponerse a escribir. Leía, siempre lo he hecho, pero menos de lo que debe hacerse si te dedicas a escribir libros.
La desconfianza en mi obra, unos resultados mediocres y mucho cansancio, estuvieron a punto de hacerme abandonar. No sólo la literatura, casi todo lo que me importaba.
En el presente, estoy en condiciones de dedicarme exclusivamente a la literatura, por un tiempo, veremos si todo lo expuesto antes era cierto y no una excusa. Dejarlo sigue siendo una opción si los resultados no cumplen mis expectativas.
Daniel Pérez Navarro
Daniel me manda una foto suya, reciente y feliz. Me explica qué ha cambiado para él:
Una difícil situación personal me llevó a romper con casi toda la actividad literaria: dejé de escribir artículos musicales, abandoné los foros de música y libros y las listas de correo y me di de baja de las pocas asociaciones a las que pertenecía. En 2011 publiqué 2 libros. Uno en AJEC cuando estaba claudicando, que no tuvo distribución, y otro en Viaje a Bizancio, en la que también fui de los últimos libros en salir y apenas se leyó. Me pregunté, ¿para qué ese esfuerzo? La salida de la crisis no fue el abandono. Volví a escribir con dos condiciones. La primera, que no me daría de codazos en el mundo editorial. Nada de más concursos. Ya tengo un buen trabajo, pasaría del modelo liberal de la economía aplicado a las letras, escribiría sólo si no había un objetivo a la vista y se lo ofrecería a quien mostrara interés. También reduciría el número de apariciones: no tenemos tantas cosas que contar y repetirse me parece una mala opción. La segunda, debía olvidarme de mí, los libros tenían que hablar de otros. El fruto de esa salida de la crisis fue 14 maneras de describir la lluvia, que cumplía los dos requisitos.
Jaume Vicent
Jaume, al que seguramente conoceréis por el blog Excentrya, me manda como imagen un manuscrito que anda ahora corrigiendo. Es el mismo manuscrito del periplo editorial que nos cuenta aquí:
Estuve a punte de dejarlo después de los enormes problemas que tuve con la editorial que debía haber publicado mi primera novela. Me sentía engañado, me sentía muy defraudado y me sentaron muy mal ciertos comentarios personales que me hizo uno de los directores de la editorial, fueron comentarios horribles; una rabieta por haber rescindido mi contrato, un contrato que ellos no estaban cumpliendo.
Me sentí solo, estafado y engañado. Sentí que todo el trabajo que había estado haciendo no valía la pena, que mi trabajo nunca sería lo bastante bueno, que yo no era lo bastante bueno para estar aquí, que nada de todo esto valía la pena, en ese momento, lo único que podía pensar era que en este mundillo sólo hay buitres y ratas.
Por suerte, me sobrepuse, en ese momento estaba trabajando con otras personas y ellas me dieron fuerzas y el empuje necesario para continuar, me ayudaron a confiar en lo que escribo. Desde ese momento dejo que mis historias hablen por mí. La mejor decisión que tomé fue seguir haciendo esto.
Juan Carlos Vicente
Juan Carlos me envía una foto del documento en que está trabajando ahora. Dice: «Creo que no hay nada que refleje mejor que uno escribe que la propia escritura». Y me cuenta esta experiencia:
Cuando publiqué el año pasado mi novela Opus, trabajaba como copywriter en régimen de autónomo. Puede parecer algo idílico, trabajar escribiendo, pero, en mi caso, no ha sido así.
La novela Opus está inspirada en mis experiencias trabajando para el Opus Dei (no soy del Opus, ni siquiera afín a la institución de la Iglesia). La mandé a alguna editorial, y recibí alguna carta de rechazo, por lo que decidí optar por la autopublicación en Amazon (Kindle y Createspace).
Al poco, recibí algunos correos poco amables (no amenazas, aclaro) de miembros del Opus y alguna llamada de gente relacionada con mi antiguo trabajo (querían saber qué había salido a la luz), varias llamadas con número oculto a horas intempestivas, y se me cayeron tres clientes que, tras investigar más tarde, descubrí estaban relacionados con la secta.
Entré en una crisis creativa, me agobié por el tema de las facturas, y mi trabajo de copy (teniendo en cuenta que no me entusiasmaba) se resintió en cuanto a productividad.
¿Realmente merecía la pena seguir escribiendo, tener un feedback casi exclusivo (y negativo) de gente relacionada con lo que se contaba en la novela, habiendo vendido apenas 200 libros? ¿No sería mejor escribir de forma privada, sin publicar nada, o esto en realidad es algo contra natura en alguien que lo que pretende es contar historias? ¿Tiene sentido el esfuerzo cuando la recompensa, a veces, es tan pequeña?
Fueron dos meses complicados, sin escribir. Pero “estar liberado” no me hizo más feliz, al contrario.
Es lo malo de la escritura, si te atrapa, ya no hay salida.
Enara López de la Peña
Enara me manda una foto actual suya, escribiendo. Me gusta su historia, porque estoy convencida de que no hay nada como leer un libro malo para dejar de lado las dudas y los miedos:
Yo soy periodista. Me licencié en el año 2010. Nací en San Sebastián, estudié en Pamplona, estaba de becaria en la Eitb (televisión pública vasca) y cuando acabé me vine a vivir a Jaén con mi pareja, con una beca para el periódico local. Todo parecía que iba a ir como la seda, pero en el último momento rechazaron mi propuesta y terminé trabajando en una tienda de ropa para niños. Algo era, había que sobrevivir, lo sé, y aun así al principio me resultó tremendamente duro. Más que nada porque yo ya tenía una novela en mente, una historia que había empezado a escribir con mucha ilusión. Sin embargo, con este golpe la dejé por completo. Me sentía infravalorada, desechada. Si no servía ni para trabajar de lo mío, escribiendo en un medio de comunicación, ¿quién leería cualquiera de mis textos? Más aún, textos de fantasía o paranormal. ¿A quién le iba a importar lo que podía contar? A nadie, por supuesto.
Estuve un año sin escribir. Ni siquiera lo hacía en las redes sociales, ¿acaso a alguien le interesaría mi vida? ¿Mis palabras? Iba a rendirme, hasta que ocurrió: leí Vampire Academy, de Richelle Mead. Fue una novela que me impactó porque me pareció terrible. Horrible. Mal redactada, mal narrada, mal argumentada, con personajes arquetípicos sin sabor ni atractivo. Y pensé: “Qué demonios, yo puedo escribir algo mejor”. Así que retorné al texto de Word, acabé mi novela Mak, amapola de sangre (en busca de editorial) y ya no pude parar. Hoy día sigo publicando semanalmente textos en mi blog.
Ana Nieto Morillo
Ana me envía una foto con la antología Conjuras, en la que participó hace poco con el relato Los caminos alternativos de la magia. Cualquiera lo diría, sabiendo que estuvo muy cerca de abandonar, y todo por una crítica muy destructiva. Nos cuenta aquí el momento en que casi abandonó:
Cuando terminé mi primera novela. Sí, sé que suena contradictorio. Un profesor insistió en leer aquel tocho y yo (ingenua) se lo presté con gusto. No esperaba alabanzas, sino una crítica dura, pero constructiva. Ansiaba que me leyeran para así conocer mis debilidades y fortalezas… porque algo habría hecho bien, ¿no?
Recibí algo distinto. Una crítica destructiva, la más hiriente de todas las que he ido acumulando en años posteriores… Según él no había nada que mereciese la pena. Trató de convencerme para dejarlo de inmediato, aseguró que estaba desperdiciando mi vida, que como mucho esas cosas se hacían en la vejez. Hizo cuanto estuvo en su mano para que yo creyera que no valía.
Que nunca valdría.
Volví a casa destrozada, escribir era lo que más me gustaba desde que podía recordar. Durante aquella tortuosa tarde me planteé si valdría la pena, pero algo en mi interior —quizá algo que navegaba en mi sangre—, me gritó que no podía hacer eso, pues estaría traicionándome a mí misma.
Ese día curioseando en Youtube me topé con una charla de Jordi Sierra i Fabra en un colegio de Medellín. Jordi les hablaba a los chicos de sus inicios, de cómo fue maltratado en un colegio franquista. Nadie creía en él. Hasta que se dio cuenta de que había alguien que sí lo hacía. ¿Adivináis de quién se trataba? En efecto, ÉL mismo.
Para mí aquello fue una suerte de epifanía.
Ese ha sido mi momento más oscuro, pero me hizo fuerte.
Ignacio J. Borraz
Creo que Ignacio da en el clavo al proponer un cambio de formato para reiniciarse, para volver a cogerle gusto a la escritura. Me envía una foto suya firmando una antología de varios autores en Sant Jordi, y me cuenta:
Debe de hacer ahora aproximadamente un año. Llevaba más de nueve meses trabajando en la idea de una antología de relatos propios y me di cuenta de que no estaba satisfecho con los que había escrito, idea que compartían mis compañeros y compañeras en la Escuela de Fantasía. De repente, esa realidad me cayó como un mazazo y estuve varias semanas planteándome si valía la pena seguir.
Al final, abandoné la idea de esa antología pero conseguí no abandonar la escritura. Me reinventé, probando con los microrrelatos y poco a poco aparecieron ideas más extensas y he regresado a la senda del relato en estos últimos meses sin abandonar los microrrelatos, formato al que he cogido bastante cariño.
Lola Robles
Lola me manda una foto suya reciente, cómo no, escribiendo. Su caso es diferente a los demás que hemos visto. ¿Qué ocurre cuando uno no puede escribir, no por desesperación, sino por algún impedimento físico?
El momento de mi vida en que pensé que no podría seguir escribiendo fue a partir de 2006, cuando empecé a tener problemas visuales severos. Desde niña era muy miope, porque me tocó la bola negra en la herencia genética, pero en 2006 mi degeneración macular avanzó mucho.
Desde entonces he tenido que adaptarme a mis limitaciones. Por fortuna conseguí afiliarme a la ONCE, y gracias a su magnífica biblioteca sonora puedo seguir leyendo. Escucho sus audiolibros y también otros que yo me hago con un programa casero. Gracias a la ONCE también he aprendido a manejar otro programa con el que puedo escribir en el ordenador sin mirar la pantalla, pues la luz me cansa mucho. Asimismo uso un IPhone, en el que hay una aplicación con la que se puede dictar y que lee mensajes y libros digitales.
Para escribir, generalmente redacto la primera versión en una mini grabadora de un texto, luego la escucho y la «paso a limpio» grabándola en otro aparatito. Una vez consigo una versión suficientemente válida la transcribo en el ordenador, y este tiene un programa que me lee los textos, para corregirlos.
En fin, escribo muy despacio, pero la literatura y la escritura son mis pasiones y mientras me sea posible no prescindiré de ellas.
Últimamente paso mucho tiempo sentada con los brazos cruzados y cara de pocas amigas esperando que algunos de mis más recientes artículos y manuscritos míos que andan rodando por ahí sean publicados.
Victor Selles
Victor, a quien seguramente conoceréis por el blog Moral de frontera, me envía una foto de su escritorio actual y me habla de escribir y de fumar:
El momento en el que casi dejé de escribir fue el mismo momento en el que dejé de fumar. Cuando abandoné el vicio, me entró el mayor bloqueo de escritor que he tenido nunca. Se supone que para poder vencer la tentación de volver a fumar, debes dejar de hacer todas las actividades que asociabas al tabaco. Y para mí, escribir y fumar eran la misma cosa. Así que tuve que dejar de escribir, y cuando quise volver, era como si se me hubiera olvidado.
Me pasé un año entero sin escribir nada.
Nunca podría haberme imaginado que el humo estaría tan relacionado con la inspiración y con la concentración.
Creo que de verdad estuve a punto de dejarlo del todo. Sin embargo, con bastante esfuerzo y disciplina conseguí superarlo, y ahora escribo con mucha más frecuencia que antes. Por eso sé que nunca volveré a fumar. Para mí, escribir es demasiado necesario.
C R Villanueva
Y aquí tenemos otra imagen de una mesa de trabajo, una imagen que representa el trabajo actual de esta autora y bloguera que casi lo dejó por una experiencia muy poco satisfactoria con una agencia:
Fue el momento en el que recibí la respuesta al informe de lectura. Debería haber sido un momento feliz, y lo fue, pero yo me había estado haciendo ilusiones de que a la agencia donde se lo había enviado me lo iba a publicar. En realidad lo único que hicieron fue cobrarme por leer la novela y enviarme un informe donde me decían que todo estaba bien y que el libro tenía un tema interesante. Yo me quedé con cara de: «¿Y qué más?». Fue todo un poco decepcionante, además se me juntó que comenzaba un nuevo trabajo en un nuevo lugar y las tentaciones de dejarlo fueron más fuertes. Estuve meses sin escribir casi nada, hasta que me di cuenta de que era eso a lo que quería dedicarme, a lo que iba a dedicar mis mayores esfuerzos.
Juan José Hidalgo Díaz
Fotos como las de Juan José me hacen especial ilusión porque me envía una imagen en el entorno de su trabajo «de día». Fotos así son un recuerdo de lo que significa escribir incluso cuando tienes una profesión primaria exigente. Me cuenta:
Sé que no es lo que buscas, pero es que nunca he tenido esa sensación. He tenido la sensación de que estaba «dormido», muchas veces, sobre todo estos últimos seis años (y en particular este año), por falta de tiempo.
Pero es parte de mi ADN el ser escritor, no puedo dejarlo, como no puedo dejar de respirar.
Aun si mi yo del futuro llegara para decirme que jamás escribiré nada que merezca la pena, aun así seguiría escribiendo.
No puedo evitarlo, me han dibujado así.
Desiree Bressend
Desiree, guionista y escritora transmedia, nos explica así su momento más bajo. La composición que me envía intenta también reflejar en imagen lo que significa sentirse así:
Antes dibujaba, en realidad llenaba un folio con detalles narrativos de lo que iba a contar. Escribía en privado y mostraba la imagen. No había texto, no había nada que juzgar. En el fondo no tenía nada que ver con lo que quería.
Atravesé un purgatorio, un bloqueo, el no tener textos era no tener rumbo. La gente se movía a mi alrededor por intereses, me sentía desconcertada y me liberé, me fui del mundo como un ermitaño sin rumbo. Era mi guerra y entendí que ya estaba muerta, así que a partir de ahí lo reconstruí todo.
La escritura me ayudó a hacerlo, no sólo la narrativa, también el guion, los videojuegos. La palabra es mi fuente de luz, una manera de comunicarme con un actor, con un lector, incluso con las personas que quiero a través de notas, de evocar sentimientos que de otra manera no podría expresar.
Nuria C. Botey
Nuria me envía una imagen del 2013, de la entrega del Premio Nocte 2013 por parte de Juan Ángel Laguna y a David Jasso (Presidente y Presidente Honorífico de la Asociación, respectivamente) por su antología Vosotros justificáis mi existencia. Nuria es madre trabajadora, lo que, inevitablemente, influye en gran medida en su vida creativa:
El momento en que casi dejé de escribir es fácil de identificar, porque coincide con los nacimientos y primeros años de crianza de mis hijos.
Siempre digo que un escritor podrá dejar de publicar, pero nunca de escribir, porque crear historias forma parte de su naturaleza como observador e intérprete de la realidad, y lo mantengo. Sin embargo, reconozco que la maternidad y todas las obligaciones que conlleva (sumadas a otras que no se interrumpen, como el trabajo asalariado con el que pago la hipoteca) me han mantenido alejada de la escritura durante larguísimos periodos. Como cualquier adicción, al principio lo echas de menos, pero poco a poco te acostumbras a no hacerlo. Hasta que un buen día surge esa historia que te exige que le dediques su tiempo y vuelves a robarle horas al sueño (aunque tampoco te sobraban), porque el vicio es así.
Gloria T. Dauden
A veces para escribir no es necesario sentarse a poner las palabras en el papel. A veces es más importante vivir ciertas experiencias, para saber contarlas luego, como nos dice Gloria:
Durante mi Erasmus en Irlanda no escribí ni una línea de ficción. Es verdad que redacté artículos para el periódico de la universidad, pero nada de relatos ni capítulos de novelas. Fue la única época «vacía» de mi vida desde que, siendo una niña, aprendí a poner por escrito lo que imaginaba.
¿Por qué no escribí en mi Erasmus? Muy fácil. Sabía que iban a ser solo cinco meses y que tenía que exprimirlos, cada día, cada hora. Decidí vivir, viajar, conocer Irlanda a fondo. Conocerme a mí.
Durante todo ese tiempo atesoré vivencias, anécdotas, imágenes, colores, emociones y paisajes. Y luego, a la vuelta, pasada una corta etapa de duelo, de trauma posErasmus, regresé a la escritura con más ganas que nunca.
Toda mi ficción hablaba de Irlanda en esos tiempos y sigue haciéndolo, aunque sea bajo unos disfraces u otros. Irlanda ya nunca me abandonará. Mi escritura estará siempre marcada por esos meses en los que no escribí ni una sola línea.
Javier Trescuadras
Para terminar, Javier me envía una foto de la presentación en la librería Gigamesh de Barcelona de su antología Fenómenos extraños (Kelonia Editorial). Aquí está su historia:
Una serie de desafortunadas desdichas, parafraseando la película, casi me hace abandonar la escritura hace un año. La primera fue una novela compleja, que aún permanece inacabada en un cajón, la que me llevó al dique seco de repente. Había escrito otra tiempo atrás (¡conocía el camino!), y buscaba editorial para ella desde hacía doce meses. También tenía una antología de relatos dando tumbos. Total: mil publicaciones colectivas y ninguna propia. Ah, y un cheque de derechos de autor por cincuenta euros, impuestos aparte, en cinco años.
Si algo puede pasar, pasará, decía Murphy; y pasó, me bajaron el sueldo y todo se volvió difícil en casa. Las facturas no entienden de inspiración, ni mis hijos tampoco: «Siempre estás escribiendo», me reprochaban. Sentí que caminaba por un precipicio. Ofuscado y perdido dejé de escribir por un tiempo (no sé cuánto), ni quiero acordarme. Solo recuerdo que todo seguía igual; por más que lo intentes, a veces nada cambia. Nada menos yo, que fui tremendamente infeliz mientras duró aquel casi.
«Sigue escribiendo —me dijo mi mujer un día—, los problemas no desaparecen, pero al menos tendrás otra cara».
Gracias a ella fue solo un casi.
¿Y tú? ¿Cuál fue el momento en que casi abandonaste?
Puedes contármelo aquí, en los comentarios.
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Llevaba trabajando en una novela bastantes meses con la intención de presentarla a un certamen literario. La temática, dentro del género que trataba, era bastante novedosa, y, por lo general, el libro encajaba bastante bien en el estilo de los ganadores anteriores. Estaba animada con ella. Pues bien, hace un par de semanas la editorial que convoca el concurso anunció la publicación de una novela de la misma temática. Aunque la trama sea distinta, sería muy ilusa si pensara que la misma editorial va a publicar dos novelas seguidas del mismo tema. Me pillé un enfado considerable.
Varias tarrinas de Häagen-Dazs después, me di cuenta de que si algo tan parecido había llegado a publicarse, yo no iba por tan mal camino. Esto ya me ha pasado varias veces, y, aunque al principio me cabree e incluso llore con un dramatismo inmenso, siempre me anima a seguir y a procurar ser más rápida para que nadie se me vuelva a adelantar.
Un artículo muy interesante, como siempre 🙂
Muy interesante lo que comentas, Natalia. A veces nos obsesionamos con ser originales, pero lo cierto es que cada persona le da una perspectiva única a cada tema. Eso de ser único y diferente era algo que me preocupaba mucho antes; ahora ya no tanto.
Si al final todas las historias han sido escritas! 🙂
Hace tiempo, mi padre escribió una novela y no le dio ninguna oportunidad sólo porque en la misma época salió una de tema parecido.
Pero la voz de cada uno, esa no se repite.
Muchos ánimos!
Me ha encantado ver esta entrada hoy, porque en estos momentos experimento casualmente este problema. Mi motivo es, sencillamente, que no he tenido tiempo para practicarlo durante más de un año. Creamos o no, la escritura es un músculo: cuando lo dejas, lleva algo de tiempo de mucho esfuerzo para recuperarse. Una persona que lleva veinte años sin hacer deporte, aunque antes fuera un gran deportista, no va a volver a serlo nada más retormarlo. Justamente lo contrario: puede que tenga que esforzarse de manera sobrehumana para recuperarlo.
Imaginemos el caso de un ciclista. Aunque lleve veinte años sin practicarlo, no se le ha olvidado montar en bicicleta. Tiene que volver a practicarlo mucho, pero puede. Con el escritor pasa lo mismo: no se olvida escribir, no se pierde la sensibilidad literaria, nada desaparece. Todo continúa dentro de nosotros, nadie puede quitar al escritor la capacidad de crear historias, ni tan siquiera el olvido. Solo que a veces la escritura se oxida y es necesario trabajarla para que vuelva a ser lo de antes. Igual que lo hicieron todos los que mencionas en este artículo.
Por ello, animo a todos aquellos que se encuentren como yo en un momento de parón literario. Las quince personas que nos cuentan sus historias, no las que ellos han creado, sino las que ellos han sufrido, nos demuestran que se puede hacer. Al principio costará, pero no hay noche tras la cual no haya un nuevo día. ¡Mucho ánimo!
Y a ti Gabriella, muchas gracias por compartir con nosotros estas entradas. Es un verdadero placer que inviertas tanto tiempo en un proyecto como este. Sin este blog ( y que conste que lo conocí hace poco tiempo) Internet solo sería un lugar para perder el tiempo y no escribir. Con él, es un lugar para ganar tiempo para escribir, porque el tiempo que inviertes leyéndote, lo usas para ser mejor escritor.
Un saludo y buena suerte a todos.
Y tanto. Yo llevaba un par de semanas sin escribir ficción (estaba con ensayo), y cuando me puse de nuevo con mi novela cada frase me costaba barbaridad y media. Y ni te cuento cómo sería si hubiese dejado de escribir por completo. De ahí que sea tan importante el hábito para los que escribimos 🙂
Todos los días tengo la tentación de tirar la toalla. Quizás pienso que lo que escribo no lo va a leer nadie. Pero no puedo dejar sin historias al mejor seguidor que tengo.
Yo mismo.
Escribir para uno mismo, eso es lo mejor. Luego ya nos ocuparemos de arreglarlo para que le guste a los demás 😉
Ya te lo he dicho, pero creo que me voy a reiterar en público: Me encanta tu blog y ha sido un placer poder aportar un granito.
El placer es todo mío, Desiree 😉
Me ha encantado esta entrada, Gabriella. Gracias a los 15 «casi abandonos» por no hacerlo y animarnos al resto con su experiencia.
Gracias a ti por leer y comentar.
Un artículo muy motivador, tanto para los que escriben, como para todos aquellos que dedican a perseguir sus sueños en general.
¡Esa es la idea! Y me encanta que cada caso sea tan distinto. Creo que hay para todos los gustos: todos podemos sentirnos identificados en alguno de ellos.
Al ver esta entrada, me acorde de aquella vez cuando comencé a escribir una historia de fantasía que había estado en mi cabeza mucho tiempo. Abrí el Word y me puse a escribir como un loco sin ningún tipo de bases narrativas. Un loco que nunca había leído un libro del género ni de otro y de pronto le dio por escribir. El día que llegué a las 55.000 palabras (de un sólo archivo), me di cuenta de que era un completo desastre pero eso no me detuvo y seguí hasta las 60 mil. Para mi desgracia aquella tostadora donde tenía el archivo de word, de pronto ya no quiso prender. Error en el disco duro. Y no, no había hecho ningún respaldo.
Me hundí horriblemente cuando el técnico me dijo que ya no se podía hacer nada para recuperar la información. En ese momento estuve a casi de abandonar la escritura de esa historia. ¿Qué fue lo que me hizo regresar a reescribirla? Un libro en la casa de un familiar llamado: La Sombra del Viento. Ese libro y los que le siguieron marcaron mi vida y hasta ahora, a casi ya cinco años desde que volví a la escritura con otros dedos, no la he dejado ni tampoco de aprender.
Tu blog lo descubrí hace poco y de verdad, muchas gracias por tan buenos consejos 🙂
Saludos desde México 😀
Uf, Gustavo, ¡tu historia sí que da miedo! Yo soy de guardar mil versiones de todos mis archivos de escritura, pero aun así es fácil perder algo. Con perder una sola sesión ya estoy volcando muebles.
Abandonar de todo nunca me lo planteé, pero frustraciones tuve para regalar.
La que me gustaría contaros:
Empecé mi «libro» (en aquel momento tenía comillas, varias, incluso) juntando ideas allá por 2001. El hecho de que aquél podría ser mi primer libro (sin comillas) fue una emoción brutal, ya que siempre había sido mujer de mini-relatos y mini-poemas.
Bosquejé personajes, fui perfilando la historia y me «inventé» seres y criaturas. Y luego fui a ver El Señor de los Anillos (echadme si queréis, pero no lo había leído aún por aquel entonces). Y los orcos eran clavaditos a mis kaihunn. Qué bajón, de verdad.
Pensé en cambiar todo, en buscar otra idea y otros personajes porque, ¿y si ya estaba todo escrito?
Luego descubrí que todo está, de hecho, escrito. Pero no está escrito por mí. Y escribir me hace feliz a mí. No necesito ser la mejor, ni la más especial, ni lo nunca visto. Quiero ser original, sí, pero que hubiese orcos en mi cabeza no significa que nada de lo que hago sea original y mío.
Fueron muchos años de cogerlo, dejarlo, corregir, cambiar hasta que me animé a ponerme en serio y terminarlo, pero no siempre es fácil o posible dedicarse a lo que uno quiere cuando hay másters que hacer, clases que dar, trabajos que buscar.
Pero una vez encontrado ese trabajo, que, encima, deja tiempo para escribir, sería una traición a todo lo que creo y quiero no hacerlo. Cuesta, sí. Agota, sí. Pero merece aún más la pena.
Y, qué leches, soy feliz y sé que nunca tiraré la toalla.
Muy fans, Gabriella XD.
¡Gracias por compartir tu experiencia, Sabela! Es duro eso de encontrarse con que todo lo que hemos hecho lo ha hecho ya alguien antes. Y creo que realmente poco podemos hacer que sea realmente original. Pero sí, es nuestra voz única la que cuenta. Y me gusta lo que dices de «escribir me hace feliz a mí». Ahí está la clave, sospecho 😉
Besos y gracias por leer y comentar.
Sé que me repito pero…
¡Muchas gracias por permitirme participar!
Ha sido muy terapéutico contar mi experiencia y leer la de los demás,
son completamente diferentes.
Y en todas prima la esperanza.
¡Abrazos!
Gracias a ti, Ana. Sí, por suerte son todas historias positivas. A muchos nos queda mucho por lidiar todavía, pero haber superado estos baches nos enseña que es posible, que podemos salir adelante 🙂
Hace unas semanas me agarró una depresión porque no lograba que ni mis seres cercanos leyeran la novela que había escrito y si no podía convencerlos a ellos ¿cómo esperaba convencer al mundo de que lo haga?
Después lo superé y me siento más fuerte como escritor y sé ahora mismo que es lo que quiero ser.
Aunque después de leer estas historias(la última me llegó más), no puedo evitar pensar que fui melodramatico
Bueno, para cada uno de nosotros nuestros problemas y obstáculos son grandes, imposibles. Personalmente, después de leer algunas de las historias me siento una privilegiada por tener la oportunidad de intentar, por lo menos, seguir adelante con todo esto de escribir. También está bien coger un poco de perspectiva. Pero la batalla de cada uno es suya, sea grande o pequeñita 🙂
uf, la verdad es que los comentarios de nuria y de javier me han deprimido. yo tengo esos dos problemas juntos: una niña recién nacida y una novela compleja, y ambos parece que tardaron mucho en volver y la novela compleja sigue en el cajón. la cosa es que yo sólo tengo eso: la novela. no soy escritor de mil escritos sino de una obra. escribo en general porque me gusta pero sin ambiciones, ni mucho menos, de publicación. simplemente, queria escribir una novela.
Ya que ofreces este espacio para contar las experiencias propias, voy a desahogarme.
Pasé por una crisis hace un año.
El trabajo, la casa, el marido, los niños: la vida me asfixiaba.
Colaboraba (aún lo hago) con una revista, coordinaba un foro de escritores, tenía dos novelas empezadas y un montón de cuentos esperando ser reescritos.
Colapsé bajo el estrés y la presión.
Era un círculo vicioso: me sentía asfixiada y necesitaba escribir, pero eso me quitaba tiempo y hacía que mis tareas se me amontonen y me asfixien aún más.
Restaba horas al sueño. Dormía tan poco que empecé a mostrar síntomas de Alzheimer y me asusté. El estrés me trajo problemas familiares.
Dejé el foro. Dejé las novelas y los cuentos. Me aferré a lo único a lo que no puedo renunciar: mis hijos.
Pero seguía asfixiada. Si no escribo no puedo respirar.
En febrero de este año volví a releer mis relatos y a corregirlos.
Pedí ayuda para abrir un blog. Voy subiendo mis cuentos de a poco, reeditados, porque no he vuelto a escribir uno nuevo este año. Publico alguna reseña o juego cada diez días más o menos, depende de los demás, ya no de mí.
Tampoco he seguido con mis novelas.
Estoy en el «casi», porque sigo sintiéndome obligada a abandonar mis novelas.
Se que no voy a dejar de escribir por completo, porque terminaría en un psiquiátrico, pero tampoco puedo retomarlas. Camino en el límite.
No nos podemos engañar: escribir e intentar que nos lean es una tarea ardua. Y si tenemos familia, empleo, etc., puede parecer, a veces, imposible. Creo que es importante establecer prioridades y analizar las tácticas y métodos que usamos, en busca de las más rentables en tiempo y esfuerzo.
Creo que todos los que escribimos en serio (o lo intentamos) caminamos en el límite. Suerte con tu precipicio, y cuidado.
¡Hola!
Las primeras tres o cuatro veces que pasé a través de twitter por este artículo resistí la tentación de incluir nada, sobre todo porque no quería autoengañarme y valorar mi participación (algún relato editado y por editar, muchas historias en proceso, muchas en cajones olvidados) como equivalente a la de alguien que ha conseguido lo increíble: estabilizarse en este inestabilísimo terreno de la producción literaria, ser publicado, leído y vuelta a empezar.
Luego lo pensé mejor y reconozco que encontré artificial que el título o no de «escritor» tenga que venir necesariamente concedido previa publicación de un libro. La RAE me sacó de dudas. Un escritor es una persona que escribe, así, en general. Y en general me vale.
Así que me he animado a comentar, a pesar de mis prejuicios contra mí mismo. En el fondo, lo reconozco, tenía muchas ganas de compartir mi experiencia.
Yo siempre estoy a punto de dejarlo. Mi despacho de escritura es un asiento (preferiblemente de ventana) del vagón delantero del tren que me lleva a diario al trabajo. Allí paso las ideas que anoto en una libreta al notebook lo más ordenadamente que soy capaz. Por otro lado, siempre he escrito, pero hasta los treinta y pocos no me di cuenta de que era algo más que una afición, era algo a lo que recurría a menudo, que más allá de los motivos por los que me ponía a escribir, el hecho es que siempre me ponía a escribir.
Así que a esa edad decidí hacer algo un poco más elaborado. En los últimos seis años he escrito varios borradores de libros más o menos completos, he terminado relatos más o menos largos. De los últimos he enviado unos cuantos y alguno me han publicado.
En algún momento entre entonces y ahora llegó el maldito picotazo del mosquito más cabrón que hay, la duda: bueno, ¿y qué voy a hacer con esto? ¿Adónde quiero llegar? ¿Cuál es el objetivo?
Ya tienes una edad, te dices. Vas poco a poco. Eso de hundirse en un agujero implica un trabajo continuo de desgaste. Con treinta y tantos… un trabajo indefinido. Y si quieres tener hijos. El tiempo… ¿qué vas a escribir si no hay tiempo?
Esa fue la peor de las crisis, porque mientras yo escribía me iba poco a poco minando el ánimo, quitando el valor a lo que hacía, señalándome a otros que lo conseguían con diez años menos, que publicaban, que tenían su momento de gloria. ¿Y yo qué, que no busco más que poder dedicar más tiempo a esto?
Lo superé del todo hace poco, frisando los treinta y ocho que ya calzo. Mi solución fue reconsiderar dónde estaba la meta, cuál era el objetivo. Yo escribo 2-3 horas diarias, es el tiempo de que dispongo. Tardo un mes en escribir un relato largo, uno o dos años en acabar un libro. ¿Por qué va a ser mi objetivo publicar cuando ya escribo 2-3 horas diarias? El mayor de los objetivos ya lo tengo. Ya escribo cada día. He aprendido muchísimo de cada parte del proceso, sobre todo de mí mismo.
Podría extenderme (más), pero prefiero resumir. El premio es seguir escribiendo. Si fuera publicar, casi todos lo habríamos dejado ya, o tendríamos que asumir que no lo haremos, pero no es verdad, no debe serlo. Lo principal, lo que importa, es escribir. ¿10, 20 minutos, 2, 3 horas al día? Es un premio. Sigamos esforzándonos para que quizá, un día, nuestro trabajo nos permita dedicarle más tiempo. Ojalá quizá logramos hacer de esta pasión nuestra jornada laboral, pero no lo dejemos porque apuntamos a una meta equivocada, en mi opinión.
Ánimo.
«Yo siempre estoy a punto de dejarlo».
Creo que esa podría la definición media de escritor, ahora que lo pienso 😉
» El premio es seguir escribiendo. Si fuera publicar, casi todos lo habríamos dejado ya, o tendríamos que asumir que no lo haremos, pero no es verdad, no debe serlo. Lo principal, lo que importa, es escribir. ¿10, 20 minutos, 2, 3 horas al día? Es un premio. Sigamos esforzándonos para que quizá, un día, nuestro trabajo nos permita dedicarle más tiempo. Ojalá quizá logramos hacer de esta pasión nuestra jornada laboral, pero no lo dejemos porque apuntamos a una meta equivocada, en mi opinión».
Excelente, no puedo estar más de acuerdo. Es importante tener metas para saber a dónde vamos y planificar maneras de llegar, pero lo importante es el camino, el proceso. Escribir porque queremos escribir.
Gracias por leer y comentar.
Llevo escribiendo unos 12 años, y ahora, con varios libros publicados, estoy en ese punto, pensando con demasiada frecuencia en dejarlo. Este artículo me ha hecho pensar que seguramente es una fase, y que algún día volverán las ganas de seguir empujando del carro. Ojalá sea así 😉 Gracias por los artículos, me gusta mucho el blog.
¡Hola, Nisa! Te entiendo perfectamente. Creo que lo importante en estos casos es preguntarnos para qué estamos escribiendo, porque muchas veces las ganas de dejarlo vienen de no ver los resultados que esperábamos. Ponerse a trabajar en dirección a esas metas concretas (investigando, leyendo, analizando lo que hacen aquellos que sí han llegado a esas metas…) nos impulsa y le da nueva vida a nuestra escritura.
Un beso grande.
Sigo desganado a la hora de escribir. Muchos vacíos, muchas falsedades que me han dejado en un estado de inseguridad. Ahora leo, anoto mis ideas y arreglo mis esquemas, sé que volveré a escribir con ganas, pero han sido ya demasiadas hostias. Estoy quemado.
Me equivoqué con muchas personas y me enemisté con otras por su culpa. Ahora ya da igual. Me he vuelto un vago y creo que nunca publicaré. Me cuesta horrores coger papel (o ordenador) y escribir algo.
Lo que si me siento identificado con uno de los escritores, pero no voy a decir quien porque todos tienen una razón y no me parece justo centrarme en uno.
Gracias
«sé que volveré a escribir con ganas, pero han sido ya demasiadas hostias. Estoy quemado».
Ay, Chabi, si supieras cuántas veces me he dicho eso mismo…
Después de empezar a escribir desde niña, lo dejé durante cinco años. Vivía fuera, no tenía ordenador, y aunque trataba de escribir a mano, cada vez costaba más encontrar tiempo y motivación para unos textos que jamás me había planteado publicar. Más tarde conocí a una amiga que quiso leer algo mío, y fue ella quien me animó a empezar. Desde entonces, he escrito varios libros y también publicado, y sé que no volveré a dejarlo.
Felicidades por el artículo, me ha encantado conocer mejor a estos autores 😉
Creo que nada hay como tener alguien junto a nosotros que es nuestro fan, incluso cuando nadie más lo es. Desde luego es una motivación insuperable 🙂
Besos y gracias a ti por comentar.
Ëste es el momento en que me estoy planteando no llegar a publicar. Me gusta escribir, me divierte y me anima. Detesto las redes sociales, buscar contactos, plantearme un marketing (no puedo pagar para que otros lo hagan). y todo lo que conlleva la publicación. Me fatiga. La cuestión es si escribo para alguien o sólo para mí misma. Ya veremos…
Es muy difícil poder con todo, estoy de acuerdo. Creo que se trata sobre todo de preguntarnos cuáles son nuestros objetivos y cuánto estamos dispuestos a hacer para alcanzarlos. Nada te impide seguir enviando manuscritos a editoriales, por ejemplo, para eso no hay que hacer mercadeo ninguno. Y ante la fatiga puede venir bien descansar un poco, luego a ponerse a analizar qué nos hace falta realmente para conseguir lo que queremos, y ver si podemos implementar un plan de acción.
Un abrazo y mucho ánimo.
Yo tiré la toalla hace muchos años y no he sido capaz de recogerla de nuevo. A veces no lo soporto y me pongo a escribir porque es lo único que me permite aguantar otro día más, pero voy rompiendo y tirando las páginas según las termino. Hace casi veinte años que no leo nada de lo que escribo.
Entiendo lo que dices, Eloísa, y respeto tu decisión. Pero no puedo resistirme a la tentación de pedirte que lo leas. Escribe lo que tú quieras, para ti misma, y léelo para disfrutarlo. No caigas en la horrible trampa de perfeccionismo que a mí me tuvo casi sin escribir durante años.
Tampoco está mal espiar a los que sabéis escribir. Es el placer del voyeur pero es casi igual de bueno que hacerlo uno mismo.
A mi nunca me ha pasado querer dejarlo.
Estar muy espeso durante días (o semanas); no disponer de tiempo de calidad y frustrarme por ello; o sentir inseguridades y demás, sí, a menudo.
Para los dos primeros contratiempos la única receta que funciona creo que es la constancia y, en mi caso, los madrugones, respectivamente. Para la inseguridad, tengo un antídoto infalible (al menos para mí): darle al play a la canción «Me amo», de Love of Lesbian, y ponerla a toda hostia. Cantarla junto a Santi Balmes a pleno pulmón, me devuelve toda la autoestima que necesito. Escribir algo decente después, ya es otra cosa…
Un abrazo a quienes sueñan con hacer soñar.