Oh, la procrastinación. «Vuelva usted mañana«. Enemiga de musas, premios, resultados. Triste nombre (bueno, triste no, como palabra me parece megabonica) para definir esa sensación de inevitable aplazamiento, ese bucle infinito de «ya lo haré luego».
A menudo la procrastinación se convierte en una entidad casi superior, en un ataque directo a nuestro poder de decisión, al igual que esa vocecilla de «eh, tienes que terminarte esa bolsa de patatas fritas, no vas a dejarlas ahí, ¿verdad?». Es una pérdida de control, una patada al lóbulo frontal del cerebro. Uno se rinde a su destino y su destino es no terminar nunca nada (ni dejarse sin vaciar una bolsa de patatas).
Lo gracioso es que esa especie de divinidad malévola ni siquiera existe. Claro que podemos dejar sin terminar la bolsa de patatas (¿y dejarlas ahí? ¡Qué desperdicio!). Claro que podemos hacer esa tarea ahora mismo (¡pero por qué, si mañana también puedo!).
El peligro suele partir de una distancia insalvable entre las decisiones que tomamos en caliente y las experiencias reales, en frío. Esta distancia empática produce un problema de cognición por el que no visualizamos, realmente, cómo será llevar a cabo las partes más difíciles o tediosas de un proceso. Es por esto por lo que tantas personas empiezan proyectos que luego nunca acaban: tienen una visión feliz y abstracta de su meta, pero no realizan una apreciación realista de lo que significará realizar todo el trabajo, día a día. Seguro que os suena: uno va por primera vez al gimnasio, todo es nuevo y entusiasta, se lía a hacer pesas como un loco, le salen las endorfinas por las orejas y piensa que eso podrá hacerlo todos los días, siempre, pase lo que pase (y ocho clases de zumba también). La realidad es que a la segunda semana, perdido el entusiasmo, se levanta un día cansado, mira el despertador y dice: «no, hoy no». Y al día siguiente, tampoco. Etc.
Por supuesto hay tareas horribles que simplemente no queremos hacer y que vamos retrasando, aunque sabemos que tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a ellas. Pero la realidad es que, por lo general, las tareas en las que tendemos a procrastinar son más bien las que surgen como resultado de lo explicado en el párrafo anterior: lo que en un principio parecía posible y hasta atractivo ahora se ha convertido en aburrido, difícil y en apariencia inútil. Además, dejar algo para mañana mitiga nuestra sensación de culpabilidad: al fin y al cabo no has dejado de hacer algo, no lo has abandonado, simplemente lo has movido a ese tiempo esperanzado y optimista que es el futuro. Por desgracia, tendemos a olvidar que mañana es simplemente hoy con otra fecha.
La procrastinación ha sido siempre uno de mis mayores vicios. Sí, yo era de las que estudiaba para el examen la última noche. Siempre he tenido buena memoria, así que así pude, poco a poco, ir superando los primeros baches académicos. Incluso en la universidad, nunca llegué a alcanzar la mentalidad de «proyecto» que muchas asignaturas exigían, de saber repartirse el tiempo. Vivía bastante estresada, como os podéis imaginar. También es cierto que había muchos otros factores que contribuían a esta actitud, pero con el paso de los años me di cuenta de que no podía seguir echándole la culpa a esos factores. Era hora de tomar acción. No mañana, no. Ahora.
Tardé, como buena procrastinadora. No fue hasta hace cinco años o así que me puse en serio a leer a todo tipo de autores y especialistas en este curioso problema que parece afectarnos a casi todos. Lo cierto es que hay mil trucos y consejos ahí fuera, pero yo me he propuesto traeros hoy lo mejor de lo mejor; o por lo menos lo que me ha funcionado a mí y lo que veo que ha funcionado a otros autores. Aquello que da resultados reales para aquellos que tenemos la disciplina de un boniato (aunque, no sé, lo de estarse quietos y naranjas por dentro se les da muy bien).
Para los que escribimos, estas consideraciones son fundamentales: estamos acostumbrados a trabajar con proyectos grandes, que no obtienen resultados inmediatos, con metas que de entrada parecen inalcanzables y que por sí solas no son nada motivadoras. Así que ahí va el primero (y tal vez el más importante):
1. Crea un hábito
¿Cuál es la mejor forma de engañar a esa voz en tu cabeza? Eliminándola por completo. Y la única forma de eliminarla es hacer que deje de existir, que no sea una opción.
Los hábitos funcionan muy bien para tareas en las que procrastinamos constantemente. Si te toca ir al dentista, difícil será crearte el hábito de ir al dentista (aunque gente hay pa tó). Pero si lo que te cuesta es ponerte a escribir, por ejemplo, vas a necesitar convertirlo en una costumbre, para que te sea tan natural como desayunar por la mañana, cepillarte los dientes antes de dormir o darle de comer al panda gigante a la hora del aperitivo.
¿Cómo se crea un hábito? Pongo como ejemplo el de escribir, que es de lo que siempre hablamos por aquí, pero podéis sustituirlo por cualquier otra cosa. En este blog he tratado bastante todo este tema, pero los fundamentos básicos son los siguientes:
- Debes empezar con un mínimo diminuto, tan ridículamente fácil que no haya excusa posible para no llevarlo a cabo. Yo empecé con 200 palabras, pero pueden ser incluso menos. 100, si quieres. 50. 10. Lo importante es sentarse a escribir, acostumbrar a tu cuerpo y mente a realizar esa acción. Y por esa memoria mecánica, es importante también…
- Realizar el hábito todos los días a la misma hora, en las mismas circunstancias. Es evidente que algunos días esto no será posible (tendrás que cambiar de entorno o puede surgir algo urgente que te haga cambiar de hora), pero intenta hacerlo así siempre que puedas, para que tu mente asocie ese ambiente y horario con el hábito de escribir.
- Solo trabajar en un hábito a la vez. En todos los casos que he visto (míos incluidos) en los que intentaban desarrollarse varios hábitos a la vez, esto ha resultado en fracaso. Recuerda: caliente-frío; tenemos que salvar esa distancia. Ahora crees que puedes hacer muchas cosas, dentro de dos semanas lo verás de otro modo.
- Intenta hacerlo durante, por lo menos, 30 días. Hay mucha discusión sobre cuánto se tarda en formar un hábito. Algunos dicen que 21 días, otros que 30, pero estudios más recientes apuntan a que puede ser incluso 90, según la actividad realizada. Yo descubrí que 30 fueron más que suficientes para que no pudiera ya perderme ni un día de escritura, pero otro tipo de acciones (como, por ejemplo, hacer ejercicio), necesitan de mucho más tiempo.
- ¡No rompas la cadena! Hay una anécdota muy conocida sobre el cómico estadounidense Jerry Seinfeld, que contó cuando le preguntaron cómo podía generar tantísimo material nuevo. Dijo que tenía el compromiso de escribir por lo menos un chiste nuevo al día, y para ello marcaba en el calendario cada día que lo conseguía. Al cabo de un tiempo, le daba tanta rabia romper esa cadena de días tachados que no tenía más remedio que seguir adelante. Yo no marco los días en el calendario, pero llevo escribiendo a diario desde diciembre de 2013. Romper ese récord me parece ahora inconcebible.
- Una vez has implementado bien el hábito, prueba a ampliar un poco tu mínimo y a sumarle otros hábitos asociados. Por ejemplo, si tienes la costumbre de escribir un mínimo de quince minutos diarios, puedes encadenarlo con otros quince minutos de corrección, de documentación o de lectura.
- Y si fallas, no desesperes. Estas cosas pasan. Lo importante es que nunca falles dos días seguidos. No te desanimes y al día siguiente sigue adelante como si aquello no hubiera ocurrido.
Hay una teoría de que la disciplina se agota conforme avanza el día. Es algo que se está debatiendo, pero conviene hacerle algo de caso. Aunque no seáis madrugadores, procurad llevar a cabo el hábito (sobre todo los primeros meses) a primera hora de la mañana, antes de que las exigencias del día os dejen agotados. Llegará el momento en que la costumbre sea tan fuerte que ni os plantearéis si hacer una tarea o no: no hay procrastinación posible cuando uno tiene un hábito bien implementado. Además, la sensación agradable de haber conseguido hacer ya lo más importante y difícil tan temprano os dará satisfacción y confianza en vosotros mismos para el resto del día.
2. Empieza
Sí, ya sé que parece que opto por la respuesta tradicional ante la procrastinación: simplemente hazlo. Pero no es eso, exactamente. Muchas veces nuestra resistencia a hacer algo no se limita a la pereza, sino a toda una serie de emociones negativas que se pelean en nuestra cabeza (como un club de la lucha de sentimientos muy encontrados y muy cachas) o a una gran falta de concentración. Puede mitigarse este bloqueo haciendo una especie de «trato» con uno mismo: vale, voy a ponerme, pero solo durante cinco minutos. Luego podré ir a beber cerveza, destripar zombis y asesinar a un tirano interespacial (lo de todos los viernes por la noche, vamos).
Lo curioso es que, una vez superado ese bloqueo, entramos pronto en un estado de concentración y esos cinco minutos suelen acabar en media hora. Lo importante, ante todo, es el enfoque. Una de las maneras más comunes de procrastinar (y ni siquiera nos damos cuenta de ello), es la distracción. Si estamos ante tareas que nos resultan difíciles o aburridas, es fácil darle a la pestañita de Facebook o mirar el móvil. De nuevo, haz ese trato: voy a hacer cinco minutos, pero voy a apagar el wifi y desactivar las notificaciones del teléfono. La buena noticia, además, es que cuanto más ignores tu instinto de procrastinación, cuantas más veces ejercites el músculo de empezar, más fácil te irá resultando y más difícil resultará que dejes tareas para luego. Una buena costumbre en este sentido es, si das con una tarea que puedes hacer en menos de dos minutos, simplemente hacerla, sobre la marcha. Nos ahorramos así gasto de energía mental en tomar decisiones (hacer, no hacer y cuándo) y entrenamos a nuestro cerebro para que reaccione de manera activa a este tipo de necesidades (siempre que sean tareas y necesidades, y no el impulso de abrir, otra vez, la pestañita de Facebook).
Es frecuente ver comentarios de gente del tipo: «no lo entiendo, llevo ocho horas trabajando sin parar y apenas he hecho nada». Con concentración absoluta (¡y una buena planificación!), podrían haber hecho el doble de trabajo en la mitad de tiempo. Como siempre, recomiendo para ello programas de bloqueo como Freedom (el enlace lleva al producto Mac; también está disponible para PC) o plugins gratuitos como Leechblock para Firefox o StayFocusd para Chrome. También es recomendable recurrir a tiempos cortos pero intensivos, como los 25 minutos del pomodoro. Lo cual me lleva al siguiente punto:
3. Divide la tarea en partes pequeñas
Muchos trabajan muy bien en esas secuencias pomodoro de 25 minutos (hay temporizadores para ello, como KeepFocused), con descansos de cinco minutos; otros prefieren secuencias más largas con descansos más largos. Todo depende de lo que suelas tardar en entrar en tu momento máximo de concentración (ese maravilloso flow): algunos escritores necesitan por lo menos 90 minutos para alcanzar un estado mental adecuado (y otros tardan toda la vida, jajaja. Perdón). Aunque es cierto que una sesión de trabajo larga puede producir resultados muy distintos a una sesión corta (cualquiera que haya hecho una sesión de varias horas de escritura sabe de lo que hablo), de nada sirve si no conseguimos sentarnos a escribir. Y la escritura es una tarea muy ingrata; como he dicho antes, es difícil medir los beneficios, objetivos y resultados cuando estás trabajando en una novela de 200000 palabras. Yo puedo largar 4000 palabras del tirón al hacer un artículo, temerosa de levantarme siquiera para no perder ideas y el hilo de pensamiento, y luego dedicar como mínimo una hora a editar, buscar imágenes y corregir, pero sé que tendré una recompensa casi inmediata: lo compartiré y recibirá, con suerte, algún tipo de interacción con mis lectores. Pero la idea de sentarme a escribir 4000 palabras a diario de mi novela me da ganas de tirarla por la ventana (no sé si empezáis a ver un patrón aquí conmigo: expreso mi frustración tirando cosas por la ventana. Por lo menos en mi imaginación. Sí, solo en mi imaginación. Risa maquiavélica).
Las tareas largas y abstractas son aquellas en las que más procrastinamos, porque no obtenemos una recompensa, no entendemos de forma inmediata su valor. Si ponemos en una balanza lo malo (pereza, miedo, aburrimiento, frustración) y lo bueno (posible publicación, satisfacción de terminar un proyecto grande), va a ganar lo malo. ¿Cómo lidiar entonces con ello?
Sencillo: no lo veas como una tarea grande y abstracta. Conviértela en un montón de tareas pequeñas y muy concretas. Crea una lista de objetivos para tu proyecto; un número de palabras que tienes que conseguir al día; cualquier objetivo para cada pequeña sesión. Así, la sensación de victoria, de haber conseguido algo, actuará como heroína de la mala para tu cerebro y este decidirá que eso de ponerse a escribir no estaba tan mal, después de todo, ni daba tanta pereza.
Puedes empezar con sesiones muy cortitas y luego ir ampliando. Experimenta. Puedes ser como Anthony Trollope, que escribió más de 40 libros a lo largo de su vida, usando sesiones de solo quince minutos. Trollope se proponía escribir 250 palabras en cada sesión de 15 minutos. Trabajaba con estos intervalos durante tres horas diarias, produciendo una cantidad ingente de palabras. Recordad que los primeros borradores no suelen producirse mirando al techo intentando componer la palabra perfecta: se producen escribiendo, escribiendo muchísimo.
4. Inevitabilidad del entorno
Otro de mis favoritos. Si realmente no tienes voluntad ninguna, haz que tu entorno haga todo el trabajo por ti. Haz que tus amigos (o una página web) te cobren cuando no cumplas con la tarea prometida. Que tus zapatillas estén junto a la cama para salir a correr. Que la comida que más engorda esté en la balda más alta de la despensa, en la parte más escondida de la nevera. Que alguien te pegue cuando te distraigas. Que todo lo que te rodee esté programado para obligarte a realizar la tarea que no te apetece. Es evidente que si tienes una familia grande con ocho niños y dos tigres albinos esto va a ser complicado (sobre todo por lo de andar protegiendo a los tigres del sol, que todos sabemos lo cansino que es eso), pero si tienes la suerte de tener algún control sobre tu entorno, aprovéchalo. Ten una habitación que solo usas para dormir, para que solo sentarte en la cama, aunque no quieras dormir, ya te dé sueño. Ten un ordenador para trabajar desconectado/a siempre de internet. Hay mil trucos y formas para que no tengas más remedio que hacer aquello que no te apetece en absoluto hacer.
(Más sobre la adecuación del entorno en mi artículo sobre cómo trabajar cuando no tienes fuerza de voluntad).
5. Entender por qué procrastinas
Después de todo lo dicho, es importante insistir en algo fundamental: todo esto no sirve de nada si estás trabajando en una tarea en la que realmente no quieres trabajar. Puedes obligarte y forzarte todo lo que quieras: esa tarea se irá postergando.
¿Por qué procrastinamos? Hay todo tipo de teorías. Miedo a no estar a la altura de la tarea. Frustración de tener que realizar tareas repetitivas cuya función no terminas de comprender. O la sospecha de que, en el fondo, esta tarea la has aceptado por complacer a alguien, no porque quisieras hacerla.
Entender qué emociones hay detrás de cada acto de procrastinación es media batalla, porque significa que pueden tomarse medidas. Aprender a decir que no, por ejemplo, es esencial. Si me dieran un euro por cada vez que he procrastinado porque consideraba que tenía que hacer algo por no quedar mal con alguien, no porque me apeteciera, podría compraros a todos un chalé en Miami. Bueno, igual un chalé no, pero sí un perrito caliente. En Torremolinos. Sabéis lo que quiero decir.
Y luego a veces simplemente tenemos esa visión idealizada de nosotros mismos cuando planificamos tareas, esa visión de que somos superpersonas hiperproductivas y que podremos con todo, que se viene abajo en cuanto toca realmente llevarlas a cabo. Merece la pena analizar hasta qué punto son necesarias dichas tareas, hasta qué punto se corresponden con nuestras prioridades y objetivos. Una cantidad asombrosa de tareas en las que procrastinamos pueden, sencillamente, eliminarse.
Y hablando de visiones acerca de nosotros mismos, llegamos a un punto que creo que es bastante original y que da bastante que pensar:
6. Aplicar la Ley de Manson
No hablo del asesino en serie ni del cantante andrógino, no. Hablo de Mark Manson, el bloguero, que en su artículo sobre procrastinación enuncia una ley que me parece de lo más ingeniosa:
The more something threatens your identity, the more you will avoid doing it.
Cuanto más amenace una tarea tu identidad, más evitarás hacerla.
¿Qué significa esto? Manson parte de la base de que el problema con la procrastinación es que la hemos entendido siempre al revés: nos convencemos de que tenemos que creernos más fuertes/disciplinados/inteligentes para tener la confianza que necesitamos para llevar a cabo esa tarea que tanto nos está haciendo dudar. Sin embargo, al realizar tareas poderosamente asociadas al concepto que tenemos de nosotros mismos (nuestra identidad), el miedo es inevitable. Precisamente porque somos fuertes, tememos comprobar si podemos levantar más peso, porque ¿y si no podemos? ¡Significaría que no somos fuertes!
Las amenazas a la identidad no son algo que podamos tomarnos a la ligera. Como bien sabréis, las veces que alguien nos ha dicho algo que nos hacía dudar de la percepción que teníamos sobre nosotros mismos son aquellas que más nos han perturbado. Por ejemplo, si sabes que no eres muy flexible y alguien te dice que no eres muy flexible, te encoges de hombros y vale, muy bien, dónde hay que apuntarse a yoga o a gimnasia rítmica o a un saloncito de striptease molón. Pero si toda la vida te han dicho que eres inteligente, has demostrado repetidas veces tu inteligencia de múltiples maneras y llega alguien y te dice que eres estúpido/a, eso podría crear un rato de auténtica crisis emocional.
Por tanto, son las tareas que nos desafían en nuestro sentido del ser, en nuestra propia existencia, las que más nos cuesta ponernos a hacer. Postergamos ir al médico no solo por miedo a un mal diagnóstico o una prueba dolorosa, sino porque nos hace enfrentarnos a la posibilidad de que no somos tan invulnerables como creemos. Postergamos hablar con alguien que nos cae mal, no solo porque puede ser una experiencia desagradable, sino porque esa persona nos hace sacar partes de nosotros que no nos gustan (ira, envidia, rencor) y a las que tememos enfrentarnos. Manson menciona aquí el budismo y el abandono del yo. No sé si llegaría yo hasta ese extremo, pero sí que recomendaría liberarnos un poco de nuestro asentado sentido de nosotros mismos, cuestionarnos lo que creemos que somos con frecuencia, salir de esa zona de comodidad de lo conocido. Tal vez por eso las tareas con las que más cuesta ponerse son las que luego ofrecen los mayores resultados.
Siempre me cuesta ponerme a escribir los artículos del blog. ¿Y si a nadie le gusta y no lo comparte nadie y no está al nivel de los anteriores? ¿Qué diría eso de mí, de la imagen que tengo de mí misma?
Pero aquí está, escrito para vosotros, con todo mi amor.
*Para más información sobre hábitos y métodos para acabar con la procrastinación, recomiendo tanto el artículo completo de Manson como este libro de S. J. Scott. Ninguno de los dos están en español (que yo sepa), pero en el caso de Scott, utiliza un lenguaje sencillo y muy fácil de entender, por si queréis atreveros con el inglés (además, apenas son 3 € si lo compráis en eBook).
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En cuanto pueda, voy a hacer un comentario interesantísimo.
Te contestaré cuando tenga un rato.
🙂
Ahora en serio: de entrada, este artículo me ha servido para espabilar otra vez. Ojalá un recordatorio así cada mes (que es lo que me duran los impulsos normalmente). Esta mañana he madrugado media hora de más y me he puesto a escribir antes de ir al trabajo. En media hora no da tiempo a mucho, pero ese par de párrafos ya está ahí y el cerebro se pone en modo «idea» para el resto del día.
¡Muchas gracias!
«Ojalá un recordatorio así cada mes (que es lo que me duran los impulsos normalmente)».
Pásate por aquí cada semana, que motivación vas a tener para rato 😉
Gracias a ti.
Día 41:
No ha pasado ni uno solo sin que cumpla ese «mínimo diminuto» de poner el culo en una silla y un bolígrafo en mis manos (en la derecha para escribir, en la izquierda por simetría). El objetivo era ridículamente asequible, diez minutos ya contaban como «check» en mi calendario. El objetivo era hacer el gesto.
Conclusiones:
1. El hábito está sólidamente formado. Ni siquiera cambiando de entorno y de vacaciones, visitando a mi familia o en la playa, se me ha ocurrido ninguna excusa para no cumplir con algo tan poco exigente como es hacer el gesto de escribir.
2. En estos 41 días, he escrito más cantidad de material que en los diez años de fuego lento que ya tiene la Gran Novela. El «mínimo diminuto» ha sido a menudo la chispa para sesiones de una o dos horas de escritura. No es mucho, pero multiplicado por 40 es todo un mundo.
3. Sigo siendo un maniático y no escribo una frase que me suene «chapucera», pero ya no me quedo mirando al techo buscando el nombre de un personaje, o la palabra perfecta. Subrayo para después y continúo. Y sí, esto es algo que amenaza mi identidad como mejor escritor de todos los tiempos, pero estoy aprendiendo que la prioridad es tener material para el borrador. Todo ese mirar al techo vendrá cuando la Gran Novela ya tenga cuerpo, y entonces será más fácil.
Y nada, que escribo esto para agradecerte por tu blog. Había leído muchas veces sobre el oficio, pero nunca con la claridad que tú transmites. ¡Gracias!
¡Me alegro de que te haya ido tan bien! Un día tengo que escribir más sobre lo de la identidad. Influye muchísimo en la formación de hábitos (y en dejar los malos hábitos, también).
Besos y gracias a ti por leer y comentar 🙂
Hola, Gabriella
En este preciso instante he decidido incluir un nuevo hábito en mi vida, que consiste en intensificar la realización de comentarios en blogs que me inspiran y que me gustan tanto como el tuyo.
Has dado en la tecla conmigo. He leído muchos artículos sobre procrastinación, pero tu lenguaje deliciosamente conversacional (además de la calidad de los argumentos), han producido un efecto inmediato en mí.
Gracias.
(Si todo va bien, y el impacto de tus palabras perdura, es más que probable que vuelva por aquí).
¡Muchas gracias, Ana! No dudes en volver, aquí hay mucho artículo acumulado 😉
Procastinación, enemigo íntimo… Y sin embargo, ése enemigo no es más que nosotros mismos.
¡Gracias por los tips, y excelente artículo!
¡Muchas gracias, Lucas!
Wow, el último punto me va acompañar durante mi insomnio. Buen artículo
Sí, la verdad es que da para unas cuantas reflexiones.
Gracias por leer y comentar 😀
Espera, que voy a poner a la sombra a mis tigres albinos y vuelvo enseguida a hacer el comentario.
¡Cuidado, que se queman con ná!
Terry Pratchett escribió: “Las buenas excusas abren la puerta a las malas”. Es uno de mis mantras. El otro es “ni un día sin una línea”. A veces te pones a la tarea pensando que no vas a ser capaz de escribir nada porque tienes el cerebro como una cebolla pochada y te sorprendes escribiendo largo y bien. También pasa lo opuesto. La constancia, no desfondarse y, sobre todo, divertirse haciéndolo, son para mí claves. Y si se flojea más de la cuenta, también me sirve el obligarme para entregar en un plazo lo que llevas a medias a alguno de esos amigos-lectores con los que hay confianza para dejarle mis fetos en formación. La técnica del folletín en abierto, que tal vez recuerdes que es lo que estoy haciendo ahora, es una buena manera de no procrastinar y mantener el ritmo. Si todos los viernes tengo el compromiso de publicar un capítulo en el blog y hay gente esperándolo, más me vale procrastinar la procrastinación. También es verdad que escribir en plan folletín afecta a lo que creas, pero creo que no me he divertido nunca tanto como con este sistema. Ya te dije que me encantaría leer un post tuyo al respecto
El del «folletín» (y aquí incluyo también Wattpad y similares) es un tema sobre el que tengo sensaciones encontradas, Melisa. Por un lado, estoy contigo en que tener la obligación de producir algo semanalmente en público es muy productivo, y te obliga a dar lo mejor de ti misma (esa es mi sensación con el blog, por lo menos, y por lo que veo a ti te ocurre lo mismo). Pero también soy ferviente defensora de la reescritura y la edición, sobre todo en formatos largos (novela, novela corta) y creo que en lo que se refiere a ficción es necesario darle al texto un tiempo para respirar antes de darle esa reescritura y publicarlo. Imagino que esto se solventa, más o menos, si tienes una planificación muy estructurada de todo desde el principio, y si el texto puede respirar un poco, se revisa y se corrige bien, antes de subirlo a la red. O tal vez precisamente ahí está la gracia, en que es un texto cambiante, que se adapta a las exigencias de cada semana y a la interacción con los lectores. Así que, ya te digo, no tengo una opinión realmente formada al respecto 🙂
Gracias por leer y comentar (y por citar a Pratchett, claro).
Yo paso del sorteo, pero porque ya tengo mi ejemplar Me ha hecho muchísima gracia esto: “algunos escritores necesitan por lo menos 90 minutos para alcanzar un estado mental adecuado (y otros tardan toda la vida, jajaja. Perdón).”; pero muchísima.
Sé de quien ha usado el método pomodoro para estudiar una oposición y le ha ido bien. Al final, si juntas ratitos pequeños haciendo cosas, al final del año haces mucho, y eso te lo digo yo porque he escrito una novela sin tener tiempo para hacerlo.
Me ha gustado tu post. Biquiños,
Ya te digo. Parece mentira lo que se puede hacer en 10-30 minutos diarios. La cosa es planificar bien la hoja de ruta y ya despreocuparse, te limitas a hacer lo señalado cuando toca y llegará el momento en que termines.
«Me ha hecho muchísima gracia esto: “algunos escritores necesitan por lo menos 90 minutos para alcanzar un estado mental adecuado (y otros tardan toda la vida, jajaja. Perdón).”; pero muchísima.»
En cuanto tienes unos cuantos conocidos escritores, es algo que te planteas. Y no acuso a nadie, que yo soy la primera que me lo pregunto a mí misma 😛
Gracias por hacerme sentir acompañada en mis males…siempre me sentí muy Felipito, el de Mafalda, que es un procastinador tipo.
Por cierto, un dato, alcornoques sólo hay en el Mediterráneo, básicamente en España, Portugal, Marruecos y algunas islas… 😉
Razón de más para bañarse en bolingas en vez de ir a buscarlos a Canadá 😉
Hola, Gabriella 🙂
Justamente llevo tres días creando el hábito de estudiar. Me he quitado la siesta (la mayoría de días) y hago un par de ciclos (me gusta llamarlos ciclos) de unos 30 minutos. Eso de momento para dos asignaturas (metafísica y lógica II). Dentro de unos días añadiré otra. La cosa es que después de estudiar una hora me siento con más energías: ya no arrastro el sentimiento de deber y culpabilidad por no estudiar y puedo así hacer lo que quiera por las tardes. Y parece que tengo mucho más tiempo libre ahora. Escribir escribo cada dos o tres días, y de momento me parece que llevo un ritmo muy aceptable, pero en cuanto tenga el hábito de estudiar todos los días me pondré con lo de escribir.
Me estoy acordando ahora de una cita zen que decía algo así:
“-Maestro, ¿qué es el Zen?
-¿Has terminado de desayunar?
–Sí.
–Pues friega los platos. Eso es el Zen.”
Pues me parece una cita buenísima. Concentrarse en el sistema, en el camino, en vez de en la meta final. Que sí, que los objetivos son importantes (porque si no, acabamos haciendo un montón de cosas que no nos llevan a ninguna parte), pero el proceso lo es todo.
Mucha suerte con los estudios, no paras y eso me encanta ^_^
Muchas gracias 🙂
Me estaba acordando ahora de un mujer que citaste en uno de tus artículo hace poco. Esa que trabajaba nosecuantasmilhoras a la semana. Todo un ejemplo de organización efectiva. No me acuerdo del nombre ahora…
Maria Popova, la creadora de Brain Pickings. Sospecho que lo de Popova es exagerado, eso sí. No sé cómo puede llevar todo eso adelante y además meterse en proyectos nuevos. Pero me encanta todo lo que hace, así que si ella es feliz, mejor para nosotros 😛
Eso, Popova. Gracias.
Sabe el universo que no pretendo llegar a su nivel, además de que no creo que pudiera/quisiera (trabajo, familia, estudios, …), pero me gusta pensar que si Popova puede llevar semejante nivel, ¿qué me impide a mí conseguir un tercio de esa producción?
Creo que este es un buen momento para volver a disfrutar del video de Diana Nyad https://www.ted.com/talks/diana_nyad_never_ever_give_up?language=es
🙂
Qué buen post. ¡Muy útil!
Para mí supongo que afecta el miedo a fallar, a atascarse, a no conseguir el hábito…
Y supongo que hay que aplicarse bien los consejos y ser muy consciente, porque procrastinar es asquerosamente fácil.
No quiero ni pensar el tiempo que lleva mi ropa de correr en la cómoda gritándome que soy una vaga de tres al cuarto. Ni cuántas veces he visto los mismos capítulos de series que ponen en la tele después de comer sólo por no levantar el culo aún del sofá, siempre un poquito más, si ya voy a la oficina, si me da tiempo…
:*
Uf, el ratito de después de comer tiene muchísimo peligro. Yo evito las siestas por eso mismo, y en cuanto termino de comer me levanto de un salto y me pongo a currar, porque cuando me da de pleno el cansancio-digestión ya no hay quien me mueva, jeje.
Creo que analizar los patrones de cada uno y entender cuáles son nuestros detonantes (ya sea para hábitos buenos o malos) es muy útil para cosas así.
Un beso grande 🙂
Buenas.
Muchas gracias, y muy interesante la entrada.
Por desgracia, ahora estamos en una sociedad que potencia la procrastación… procristinación… pocatrinación… (¿a quién se le ha ocurrido esta palabreja tan rara?) y tenemos un amplio abanico de recursos con los que distraernos. Mi vicio personal es Youtube. Ese decir… «va, un video rápido de dos minutos…» y acabo perdiendo una hora viendo vídeos chorras.
Sin embargo, de todos los puntos, el que más interesante me ha parecido ha sido el último, el de la ley de Manson.
He conocido a más artistas (dibujantes sobretodo), que su mayor demonio ha sido ese conflicto interno entre lo que quieren hacer y lo que consiguen. Cómo acaban cabreados porque lo que hacen es «una mierda», terminan por dibujar cada vez menos y menos. Pongo este ejemplo porque siempre es más facil ver la paja en el ojo ajeno, aunque nosotros tengamos un granero entero (mozalbetes casquivanos retozando incluidos) en los nuestros.
Lo que me pasa ultimamente es que, como he mejorado bastante con respecto a cuando empecé a escribir, me exijo más, y cuándo me pongo con los bocetos pienso «esto es una mierda». No me expreso bien, tengo huecos entre situaciones o escenas, muchísimas faltas de ortografía ( muchas por fallos de los dedos al teclear o por las prisas cuando me vengo arriba).
La cuestión es que la tensión me puede y lo mando a paseo. El fallo mío aquí es olvidar que todo eso es parte del proceso y es mejor pensar que algo es mejorable que ver como aceptable cualquier cosa (actualmente repaso lo que escribí al principio y me duelen las córneas).
Y lo dejo que me tengo que ir a currar.
Saludos.
El efecto Dunning-Kruger, sí. Cuanto más aprendemos sobre algo, más somos conscientes de lo poco que sabemos. De todas formas, por las faltas y huecos no te agobies. Lo importante es soltarlo todo, para eso está luego la reescritura y corrección. Yo lo noto sobre todo en los artículos. Los escribo del tirón, intentando que salga todo sin censura ni edición, y luego voy rellenando, limando asperezas, dándole vueltas, añadiendo, quitando y todo lo demás. Casi tardo más con ese proceso de edición que con la escritura; y con la narrativa me pasa igual (no, miento, con la narrativa tardo el doble en el proceso de edición, argh). Gajes del oficio 🙂
Hola gabriella; espero que hayas disfrutado de tus vacaciones! 😉
«tendemos a olvidar que mañana es simplemente hoy con otra fecha».
brillante ^^
«pero llevo escribiendo a diario desde diciembre de 2013. Romper ese récord me parece ahora inconcebible».
a mi eso me pasa, pero sólo deportivamente 🙁
«es fácil darle a la pestañita de Facebook o mirar el móvil».
yo eso lo hago cuando me bloqueo o me doy cuenta de que algo va a ser más horrible de lo que había pensado. pero ojo, nunca a la primera de cambio, cuando el bloqueo no es trivial o puntual. también el miedo a no disfrutar haciéndolo; de hecho, algo como escribir una novela es algo de lo que deberías disfrutar, y las veces que no lo haces, ser las menos. se supone ^^
«son las tareas que nos desafían en nuestro sentido del ser, en nuestra propia existencia, las que más nos cuesta ponernos a hacer».
muy interesante. sobre todo en su sentido bruto: cuando se procrastina por procrastinar. la cosa es que hay otros factores que te hacen procrastinar, no sólo tu falta de voluntad. mi mayor problema viene del espacio: calor, ruido, distraciones son la muerte. y ahora tengo de las tres. también, mi miedo es la impresión que tengo de que lo quito de cosas más importantes o que descuido otras. podría solucionar esto haciendo cosas más sencillas. pero es que no sé 🙁
y también practico la procrastinación controlada. es decir, hago muchas cosas, eso me segura que la conciencia no me juegue malas pasada (la conciencia intranquila alimenta la procrastinación); en cuanto a las otras, al menos la mayoría, me aseguro de acabar por hacerlas: el caso es que las cosas que por procrastinación finalmente no acabas por hacerlas nunca, son una gran minoría.
«los primeros borradores no suelen producirse mirando al techo intentando componer la palabra perfecta: se producen escribiendo, escribiendo muchísimo».
Consejo muy útil también, aunque el problema aquí sigue siendo el que anteriormente describo.
en fin, no arrojo mucha luz, pero me desahogo…
«algo como escribir una novela es algo de lo que deberías disfrutar, y las veces que no lo haces, ser las menos. se supone ^^»
Fíjate que yo creo que ese es un gran mito que nos venden. El escritor feliz que disfruta escribiendo. Puede ser muy entretenido, e inspirador, y emocionante, sí. Pero también hay muchos días en los que tienes las letras de tu teclado marcadas en la frente de tanto cabezazo.
La procrastinación es uno de los grandes males de nuestro tiempo.
Gracias por estos consejos tan maravillosos, algunos ya lo había puesto en práctica durante el último año, pero todo puede mejorarse. En mi caso el hábito de escritura ya estaba creado, pero hace poco cambié mi dieta por una sana y poco a poco estoy tratando de dejar de ser tan sedentaria.
En cuanto a escribir el mejor momento siempre es el ahora. Conozco a mucha gente que espera por un supuesto “momento perfecto” en el que las estrellas se alinearán y Cthulhu abandonará su morada marina solo para que tú puedas escribir sus obscenos sueños.
Conocer las causas también me parece fundamental, así como cuidar nuestro entorno, que al fin y al cabo es el escenario por el que nos movemos día a día.
¡Abrazos!
Bueno, sospecho que la procrastinación ha sido un problema para nosotros desde siempre. La diferencia yo-futuro con yo-presente (el «mañana costará menos») es propio de nuestro funcionamiento cerebral y de cómo procesamos el tiempo. Pero sí que es cierto que hoy en día tenemos más distracciones rápidas e intensas que nunca, y que la vida moderna tal vez se preste menos a una rutina muy marcada (no dependemos tanto de cosas como la luz solar o las estaciones para realizar nuestro trabajo), lo cual no ayuda.
«En cuanto a escribir el mejor momento siempre es el ahora. Conozco a mucha gente que espera por un supuesto “momento perfecto” en el que las estrellas se alinearán y Cthulhu abandonará su morada marina solo para que tú puedas escribir sus obscenos sueños».
¡Pobre Cthulhu! La de trabajo que tiene que hacer produciendo momentos mágicos para artistas. Pero bueno, por lo menos así las del Parnaso descansan un poco.
Un besazo y gracias por pasarte por aquí y comentar,
G.
[…] 6 formas de acabar con la procrastinación (que realmente funcionan) […]
¡Hola, Gabriella, encantada de saludarte!
He descubierto tu blog gracias a Twitter y, después de leer varios artículos excelentes, quería darte las gracias y felicitarte por tu trabajo: información útil, bien estructurada y con un toque de humor que hace la lectura muy agradable, ¡aquí tienes una fan! 🙂
Esta entrada me ha gustado en especial, me ha dado ganas de ponerme a escribir como una loca (aunque mejor me controlo y lo hago con cabeza, que si no, no habré aprendido nada :), así que no sabes cómo te agradezco tus consejos.
¡Hasta la próxima!
[…] 6 formas de acabar con la procrastinación (que realmente funcionan) […]
He descubierto hoy tu blog y he ido leyendo todas las entradas desde la más antigua, cada vez más enganchada a esa forma tan sugerente, cercana e inteligente que tienes de dar consejos. Pero me tengo que parar en esta para comunicarme contigo (sin dejarlo para otro momento) para decirte que tienes una claridad mental apabullante. Eres certera, me has pillado soltando una risa nasal como en tres ocasiones. Mi procrastinación tiene que ver con las relaciones sociales, que siempre dejo para después (nunca), así ahí va mi interactuación de hoy. Espero que se convierta en rutina.
Una nueva seguidora.
Hola Gabriella, hemos leído este texto sobre la procrastinación en nuestra clase de «Taller de redacción académica» -que aunque el nombre parezca tener corbatín estoy intentando que ello no suceda- y les ha gustado mucho a los estudiantes. De manera un poco impertinente les he dicho que aprovechemos la oportunidad de preguntar y hablar con el autor, je… así que si no te molesta espero que mis estudiantes pronto anden importunándote un poco sobre este tema y si es posible para ti, los guíes en esta larga lucha para el «lo dejo para mañana»… gracias de antemano y un saludo
¡Sin problema, Sergio! Y prometo que mi tardanza en contestarte no ha sido procrastinación, sino despiste 😉
[…] un poco. No es recomendable si luchas con cierta resistencia a escribir (para eso van muy bien los pomodoros de 20-25 minutos), pero si tienes ya cierto hábito de trabajo, puede funcionarte bien: tienes bastante tiempo para […]
[…] 6 formas de acabar con la procrastinación (que realmente funcionan) […]
¡Ja, ja! La procastinación, ese maldito vicio, hace tiempo hice yo un artículo de coña sobre el tema, y para evitarla recomendaba el método «flichorner», en fin, una ida de pinza de gran calibre.
Muy buen artículo y más en estos tiempos en los que las distracciones están tan a la mano.
Un slaudo.
¿No hay enlace a tu método flichorner? Quién sabe, igual has dado con la solución definitiva 😛
Por supuesto, pero no lo puse por educación, para no parecer un vil spamer.
Helo aquí.
http://wp.me/p2r4nD-U2
Ya me contarás tus imrpesiones.
Por cierto, que cuando me respndes a los comentarios, en el aviso de WordPress en tu avatar me sale un maromo.
Desconcertante.
Ah, sí, me lo comentó otra persona y todavía no he averiguado cómo solucionarlo. El maromo es mi hermano, por alguna razón en WordPress se confunde su cuenta con la mía (alguna vez ha accedido a la mía como admin para arreglarme cosas y no sé por qué WordPress asume que sigo siendo él).
[…] 2.-# 6 formas de acabar con la procrastinación si eres escritor […]
Mi salvación a la hora de evitar el demonio de la procrastinación, en línea con lo dicho en el artículo, fue implementarme un mínimo de palabras diarias y obligarme a ir a la biblioteca a escribir. Así evito distraerme con internet y por otra parte tengo un objetivo diario. Creo que esa es la clave: tener objetivos asequibles a diario que juntos compongan el objetivo mayor de escribir toda una novela.
¡Cómo me gustaría tener una buena biblioteca cerca! Creo que sería un sitio ideal para ir a escribir a diario 🙂
[…] Mesa, donde reflexionaba sobre los espacios que usamos para crear y de las excusas que utilizamos para procrastinar un poco más. Nos podemos atar tanto a nuestras manías y rituales que nos decimos que sin ellos no podemos […]
[…] querer y hacer, entre potencia y acción. Ese puente puede ser intransitable, con aquello de la procrastinación, la falta de voluntad y las dudas. Pero se construye mediante la acción […]
Hola,
Me he quedado helada con la última parte del post al leer «cuanto más amenace una tarea tu identidad, más evitarás hacerla». Ha sido como una bofetada recibida en el momento justo.
Dejé mi trabajo porque iba a «terminar» conmigo y tenía la posibilidad de hacer otra cosa que finalmente se torció. Por una serie de circunstancias entre ellas el tiempo libre que te da estar en paro, me hice un blog y empecé a escribir.
Tengo controlado el tiempo de las redes, la búsqueda de información, la creación de posts y el aprendizaje de todo lo que no se (que era mucho) hasta aquí todo bajo control. Ahora bien, tengo unos relatos que están esperando que me siente con ellos algún día para transformarlos en una novela. La tarea me abruma sobre manera y hasta ahora no tenía claro el porqué.
¡Vaya si amenaza mi identidad! De arriba a bajo y de lado a lado. Pero ahora que ya lo sé lo veo desde otra perspectiva y creo que ya se como manipularme mentalmente para conseguirlo. ¿Sonó raro? Básicamente se trata de convencerme de que es lo mejor que puedo hacer y que no pasará nada si sale mal porque puedo corregirlo. Una vez reconocido el miedo toca destruirlo.
Muchas gracias por aparecer en este momento clave (las casualidades no existen)
Nuria
Me alegro de haberte servido, Nuria. Muchísima suerte con esa procrastinación y ese miedo, ¡a demolerlo!
Gracias por leer y comentar.
[…] Creemos que sabemos en qué empleamos nuestro tiempo, pero no es así. Este ejercicio tan sencillo te revela la cantidad vergonzosa de tiempo que dedicamos a hacer cosas irrelevantes, vacías (por no hablar del tiempo dedicado a complacer a otros). Casi siempre es porque estamos evitando enfrentarnos a lo que de verdad importa. Vence la procrastinación. […]
¡28 días! ¡4 semanas! ¡Casi un mes! Una culebrilla que va creciendo sin «gujeros» entre su alargado cuerpecillo. Plas plas plas (esto son aplausos).
Estoy supercontenta con mi cuadernito de relatitos antiprocrastinación. Me he puesto unas cuantas seudonormas, ideales para romperlas cuando me venga en gana, como por ejemplo no pasar de una página escrita (Algunas palabras quedan chafadísimas en la última línea. Soy de verborrea fácil y me cuesta no pasarme de rosca) y también tratar de hacer un minirelato con final, aunque sea abierto.
Unas doscientas cuarenta palabras diarias. ¡Y lo bien que me está viniendo para mogollón de cosas!
Los primeros días fueron un poco infernales, pero ahora, aunque escriba otras cosas durante el día, mi ratito antiprocras no me lo quita nadie.
Muchas gracias por los consejos, Gabriela. Si te parece te mandaré una foto cuando acabe el primer cuaderno en, espero, 160 días.
¡Pues tienes que acabar ese cuaderno, Amaya, porque quiero verlo! Estoy contentísima de que lo estés llevando como un diario narrativo, ya verás como cada vez además te salen mejor los relatos 😀
Madre mía, cada vez que leo tus consejos me siento súper psicoanalizada. Pero sobre todo comprendida. Gracias por darle voz a mis pensamientos más temidos. ♡
[…] habéis contestado. Tal vez alguno de vosotros ha pensado que ya lo contestará luego. ¡No, no, procrastinación caca! ¡Escupe […]