Ser humano implica compararte con otros seres humanos.
Ser escritor implica compararte con otros escritores, y además ver qué obras han producido, y concluir que las tuyas son mejores y que el mundo no te recompensa como mereces. Por ejemplo.
Salgas ganando o perdiendo en cada comparación, el acto de comparar no suele darnos muchas cosas positivas. Aumenta nuestra inseguridad, produce frustración y hace que algunas personas nos caigan muy muy muy pero que muy mal.
Por suerte, tengo aquí un vídeo donde analizo todo esto que llamo comparacionitis, los sesgos que nos influyen y, lo más importante, varias tácticas para afrontar el tema y salir como más zen de todo este asunto:
Como siempre, ahí van algunas notas y añadidos al contenido del vídeo:
Asumir incompetencia por encima de maldad
No quería enrollarme demasiado sobre este tema, pero antes de que salga alguien diciendo que tampoco hay que ser idiota y dejarse pisotear por los demás, apunto que por supuesto que hay que mantener un escepticismo sano respecto a las motivaciones ajenas. Creo que todo el mundo se merece el beneficio de la duda… pero solo una vez. Volvemos al famoso dilema del prisionero, sobre todo si se trata de un juego continuo: lo más efectivo suele ser colaborar; lo más efectivo suele ser empezar siempre de buenas. PERO es aún más efectivo aprender de tu fallo si alguien se aprovecha de tu buena disposición. «Una y no más, santo Tomás», o como fuera el refrán ese.
La idea de este concepto en el vídeo es que muchas veces asumimos que a otros les va mejor porque a nosotros nos están dando de lado de manera voluntaria y consciente. Esto puede ocurrir, pero ocurre mucho menos en la realidad que en nuestra imaginación. Al final, la gente está mucho más pendiente de su vida que de la tuya y se hace más caso a las personas que hacen más ruido. Como dice mi madre: quien no llora no mama, y las personas de más éxito suelen ser aquellas que a) saben venderse bien y b) tienen una red social muy bien cuidada.
Sobre el deseo mimético
A todo esto de compararse y la envidia hay que sumar otro concepto crucial por el que pasé de puntillas en el vídeo: no todo lo que deseamos lo deseamos, en realidad, nosotros. Gran parte de nuestro deseo es mimético: es decir, deseamos algo porque la gente que nos rodea o la gente a la que admiramos lo desea. Creemos que es lo que tenemos que desear. Esto explica en gran medida por qué, una vez cubiertas las necesidades básicas, una gran cantidad de dinero no nos hace más felices, por ejemplo. En la escritura pasa igual: tal vez creas que quieres determinado premio o publicar con determinada editorial, cuando solo estás imitando lo que consigues autores a quienes admiras.
Esta imitación del deseo ajeno tuvo sus ventajas evolutivas (imitar las buenas ideas de los demás te ayuda a sobrevivir), pero hoy en día nos puede hacer muy infelices. Merece la pena, al realizar comparaciones, preguntarnos si realmente deseamos lo que tienen otros o si estamos cayendo en la trampa mimética.
Y ya está bien, Gabriella, vete a descansar ya
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