Corregir apesta.
Hay gente a la que le gusta. Os lo juro, no me lo estoy inventando. Conozco a un escritor a quien le encanta reescribir y revisar, darle forma a su texto, terminar de esculpirlo. Pero también le gusto yo, y leerse sagas de quince libros del tirón, así que no sé hasta qué punto son fiables sus tendencias.
Por lo general, todos los escritores me cuentan lo mismo. «Argh, corregir», me dicen y yo asiento.
Estoy corrigiendo ahora mismo, otra vez. La novela de siempre. Tengo lectores cero maravillosos, dispuestos a devorarla y luego escupirla y hacerla pedacitos crueles y amorosos. Pero hasta que no termine de reescribir no podré enviársela. Es lo mínimo que se merecen: una novela medio hecha, no un borrador atontado.
Hace poco di con uno de esos consejos definitivos. Se puede decir mucho sobre cómo corregir tu libro (demasiado, de hecho), pero diría que esta frase lo resume todo.
Enright y el escenario letal
El periódico británico The Guardian publicó hace unos años un par de artículos con grandes consejos de grandes escritores, y hace poco los recuperé y me apunté unos cuantos. Uno de mis favoritos es este de Anne Enright:
Imagina que te estás muriendo. Si tuvieras una enfermedad terminal, ¿terminarías este libro? ¿Por qué no? Aquello que irrita a la versión de ti a la que le quedan diez semanas de vida es aquello que está mal en el libro. Así que cámbialo. Deja de discutir contigo mismo. Cámbialo. ¿Ves? Fácil. Y nadie tuvo que morir.
Los escritores nos vemos afectados con frecuencia por una suerte de aversión hacia la pérdida, por la que somos reacios a cambiar aspectos importantes de nuestros escritos simplemente por la cantidad de trabajo que hemos invertido en ellos. A lo mejor, en mi fuero interno sé que mi personaje principal nunca iría a París a hacerse diseñador de moda, por ejemplo, pero he escrito todo un libro con esa premisa y considero que ya es tarde para cambiarlo (¿tendría que haberlo mandado a Berlín para hacerlo cantante underground? ¿A Londres a convertirse en mixologist?). O tal vez no debí darle dieciocho hermanas a mi protagonista, pero ahora ya he escrito las historias de cada una de ellas (todas muy poco interesantes) y siento que eliminar a nueve hermanas de un plumazo sería un gran desperdicio.
Pero si supieras que esa es tu herencia, que eso es lo que va a quedar de ti dentro de diez semanas, cuando mueras, ¿seguirías con la misma resignación? ¿Es la muerte ficticia de nueve hermanas más grave que la tuya propia?
Ivanier y los libros para maestras
En su artículo Lo adulto en el mundo LIJ, el escritor Federico Ivanier habla de los problemas de muchos de los lectores a los que se obliga a leer en el colegio, que sienten que muchos de los libros que leen no son para ellos, sino que más bien son, como dijo una lectora joven, «libros para maestras«.El propio Ivanier se refiere a estos libros como «comida de hospital», es decir: comida que en teoría es nutritiva, buena para ti, pero que no te va a apetecer en absoluto.
Creo que lo resumió muy bien una escritora que conocí, quien, no sé si de forma consciente, hizo una gran crítica en este sentido. La portada de su libro era sencilla, sobria y la temática también lo era. Al compararlo con otros libros de portadas coloridas, que prometían diversión a raudales, dijo que esos eran «para niños» y que el suyo era «para profesores». Y, por desgracia, así es. Muchas obras están diseñadas, promocionadas e incluso escritas para atraer al docente y no al lector de infantil (lo cual, por otra parte, es lógico, ya que las lecturas obligatorias o recomendadas en los colegios pueden significar unos ingresos muy necesarios para un escritor).
Ivanier reflexiona sobre la empatía (y a vez la alienación) del autor de LIJ con su público, y define así su propia experiencia:
Ivanier habla de la intensidad de la experiencia de recordar lo que sentíamos cuando niños o cuando adolescentes, y puedo decir que para mí ese fue el mayor atractivo de escribir (y seguir escribiendo) juvenil. Cierto es que después de El fin de los sueños cambié bastante de terreno, y que Lectores aéreos de juvenil no tiene nada. Pero he tardado poco en volver a zambullirme en las aguas de la emoción extrema de alguien que apenas está empezando en la vida adulta, de alguien para quien todo significa mucho más, da mucho más miedo, pero también mucha más felicidad.
Lo bueno es que ahora también tenemos el New Adult, que nos permite introducir algunos temas que en el juvenil todavía se miran con algún recelo, como la sexualidad o el uso de una moralidad mucho más difusa. Es una pena que el New Adult empiece a considerarse una denominación estrictamente asociada a romántica subida de tono, porque creo que sus posibilidades, tanto para los que escribimos como para los que leemos, son fantásticas. El mundo lector (y el mundo general) no se acaba cuando cumples 18 años. No pasas de repente de ser adolescente a tener 30 años, a ser el público objetivo de la chick-lit, el man-lit o la erótica para mamás. Es sorprendentemente variado y caótico lo que se lee a los veintialgo, como si no termináramos de encontrarnos como lectores. Creo que es, también, la edad en la que se pierde a más lectores en general, distraídos por el impulso de intentar construir algo de sus vidas. No termino de ver un enlace literario claro entre la adolescencia y la madurez (igual lo hay, claramente, y me estoy equivocando por completo), y creo que una sofisticación de los temas, estilos y aspectos del juvenil podrían llenar ese hueco.
Chuck Wendig y las cartas a editores, los buenos personajes y cómo eliminar las distracciones
El problema de leer el blog de Chuck Wendig es que siempre acabo con tres o cuatro recortes del tirón, y nunca sé con cuál quedarme. Así que hoy os ofrezco estos tres, que gozan del valor intrínseco de la marca, sabia y algo alocada, del escritor:
Primero ofrece información valiosa sobre cómo enviarle una carta de presentación a un editor o agente (ya sabéis, esos emails donde os presentáis y habláis de vuestro libro):
Mi mejor consejo (y el más corto) para escribir una carta de presentación es: no estudies otras cartas de presentación, sino las solapas de los libros. Sobre todo las de libros parecidos al tuyo. Lo que se escribe en las solapas está diseñado para atraer y seducir, que es también el objetivo de una carta de presentación. Aprende a escribir un buen texto de sobrecubierta para tu libro y eso adáptalo a una buena carta de presentación. (Lo bueno es que, si lo haces bien, le enseña al agente que no solo sabes narrar historias, sino que también sabes algo de mercadotecnia).
También habla de la buena disección de personajes:
Tu mejor apuesta es: mira a tus personajes favoritos de siempre y averigua por qué los amas. Pregúntate qué es lo que los hace tan atractivos. ¿Qué fue lo que les permitió atravesar tu coraza y nadar en las dulces vísceras del amor de tu corazón? Estudia eso. Disecciónalos. Y como ocurre siempre con estas cosas, las lecciones para aprender a escribir están a menudo en aquello que ya has leído.
Y termino con su consejo para acabar con las distracciones:
¿Cómo acabo con las distracciones?
DESTRÚYELAS SIN PIEDAD.
Esto va así: imagina que tienes que llevar a cabo una tarea de importancia vital. Algo no solo de gran importancia, sino que a la vez sería un acto tan frágil que no quieres que nada se interponga entre ti y tu éxito. Hablamos de primeros auxilios para un ser querido. O desactivar una bomba. O hacerle el amor a un guiverno. Ahora, sustituye esa acción con escribir tu maldito libro. Este trabajo tiene que ser tan vital (y a la vez tan inseguro), que si de verdad te importa, matarás a todas tus distracciones con dos disparos al pecho y uno a la cabeza.
A no ser que tus distracciones sean niños. No mates niños.
Austin Kleon y en qué se parece el acto de escribir a El día de la marmota
¿Habéis visto Atrapado en el tiempo, esa suerte de comedia romántica clásica con Bill Murray y Andie MacDowell? En Hispanoamérica se llamaba El día de la marmota, tal vez una traducción más fiel al original. A mí como título me gusta mucho más. Si no lo habéis hecho, id a verla. Esperaré.
¿Ya?
Bien, pues en esta película, Murray tiene que encontrarse a sí mismo para conseguir sus objetivos. Algunos sabe que los tiene (conquistar a Andie MacDowell), otros no (ser una persona más feliz y completa). En esta película él está condenado a vivir, una y otra vez, el mismo maldito día, hasta que por fin deja de resistirse, se pone a trabajar, a mejorar la vida de los que lo rodean (y la suya propia) y el fruto de su trabajo es maravilloso.
Kleon usa esta película para hablar del trabajo del artista, pero creo que es aplicable a cualquier gran proyecto, al desarrollo de cualquier habilidad. Lo compara con el famoso mito del viaje creativo en el que el héroe tiene una revelación y se pone a trabajar como loco y a los tres días sin dormir tiene una obra maestra (pone de ejemplo aquí a Don Draper, de Mad Men). Según Kleon, el trabajo real del artista tiene mucho más en común con El día de la marmota:
Puede parecer una comparación un poco forzada, pero de veras creo que lo mejor que puedes hacer como artista o persona creativa es fingir que eres Phil Connors en El día de la marmota: no hay mañana, no hay posibilidad de éxito, no hay posibilidad de fracaso, solo está el día de hoy y lo que puedes hacer con él.
¿Qué puedes hacer tú con el día de hoy?
Strandberg y algunas ideas para construir un personaje
Normalmente empezamos a escribir con ideas claras: temas, personajes, entornos. Pero no siempre es el caso, sobre todo cuando nos enfrentamos a relatos o a la creación de personajes secundarios. Estos pueden ser necesarios para la trama, pero igual no tenemos muy claro cómo son. El escritor Greg Strandberg propone un pequeño cuestionario con el que darnos una base para crear un personaje desde cero. Sus pasos serían los siguientes:
- Busca una imagen. Debe ser de alguien a quien no conozcas. Ya sabes, pon «hombre» o «mujer» o lo que sea en el buscador de imágenes de Google y quédate con una. También puedes usar algunas de estas fantásticas galerías que ofrece Canal Nostalgia. No le des demasiadas vueltas.
- Elige un nombre. Strandberg dice que debe ser más bien corto y sencillo. Yo es que soy muy de nombres retorcidos, por lo que a veces uso generadores como este y acabo con personajes llamados Arixaeon Krudeas de las Atalayas Verdes, que todos sabemos que es un nombre perfecto para un centauro, un elfo de la noche o un inspector de Hacienda.
- Dale un oficio. ¿A qué se dedica esta persona? Piensa en algo que siempre quisiste hacer o limítate a darle una profesión curiosa. Y sí, sexador de pollos ya está muy visto.
- Hazle tres preguntas. Tres cosas sencillitas sobre sus gustos, familia, entorno… Strandberg propone empezar con «¿te gusta el azul?» y partir de ahí. Strandberg insiste en que lo importante no es solo qué te responde el personaje, sino cómo responde. Por ejemplo, si le preguntas «¿te gustan los pectorales marcados de otros centauros, elfos o inspectores de Hacienda?» y se enfada contigo, sabemos que es un personaje muy conservador, con un elevado sentido de la dignidad o, tal vez, que hay que sacarlo del armario en algún momento del libro.
A partir de ahí, puedes seguir con la entrevista, pero creo que tienes una imagen bastante clara de cómo es tu personaje. Cuanto más compleja sea esta imagen, claro, más complejo y detallado será para tus lectores cuando lo pongas sobre el papel.
Y, para terminar, y como esta semana ha sido bastante complicada para mí por muchas razones aparentemente banales, os dejo con este recorte de Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, que se metió en mi psique un ratito:
Sí, a veces parece que solo mantenerse en pie implica un gran esfuerzo. Y luego coges y haces cosas como ponerte bocabajo, o ponerte el tobillo detrás de las orejas o convertirte en algo líquido, que se derrama y se cuela por todas partes, y conseguido está, un día tras otro.
Tu propio Día de la marmota.
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Me quedo sobre todo con el consejo para las cartas a editores, lo cierto es que de manera inconsciente había tratado de hacer algo así a la hora de resumirles la trama 🙂
Respecto a las lecturas obligatorias nunca me cansaré de decir que están mal enfocadas, no solo por las temáticas y el estilo, si no porque no podemos dar por hecho que toda la clase posee el mismo nivel lector. Hay que adecuarse a gustos y nivel y a partir de ahí seguir trabajando. Esa es mi opinión.
Por cierto, debo apuntar que esta es una de mis secciones preferidas del blog.
¡Abrazos!
«Respecto a las lecturas obligatorias nunca me cansaré de decir que están mal enfocadas, no solo por las temáticas y el estilo, si no porque no podemos dar por hecho que toda la clase posee el mismo nivel lector. Hay que adecuarse a gustos y nivel y a partir de ahí seguir trabajando. Esa es mi opinión».
Cierto, es otro aspecto muy importante a tener en cuenta. Por desgracia, imagino que eso implicaría una dedicación de recursos (tiempo, esfuerzo) para una selección de lecturas personalizadas que igual muchos centros y docentes no se pueden permitir 🙁
Gabriella. Fui uno de tus lectores cero con «Lectores aéreos».
He leído casi todos tus artículos del Blog y lo he recomendado a las personas que conozco y le pueden interesar.
Las sugerencias de Stradberg son interesantes. Siempre he pensado que un personaje conocido es más fácil de trabajar. La profundidad psicológica de los personajes, los sentimientos o fuerzas que los impulsan es lo más difícil. Ahí es donde la recomendación de Chuck Wendig de diseccionar un personaje que nos guste puede ser útil.
Los consejos de los diez emprendedores son un gran soporte. Me interesó el de Tara Gentile. Hay que escribir para una persona. Descubrir un lector ideal. No siempre ese lector es la mayoría que quisiéramos compre una obra.
Te felicito por tu trabajo.
Saludos de Caracas.
Alvaro
¡Hola, Alvaro!
«Siempre he pensado que un personaje conocido es más fácil de trabajar. La profundidad psicológica de los personajes, los sentimientos o fuerzas que los impulsan es lo más difícil».
Estoy de acuerdo. Entender qué motiva a un personaje y qué cualidades tiene (o no) para responder ante esa motivación es complicado. Tanto la disección de personajes que conocemos y nos gustan como el análisis e inspiración de personas que conocemos en la vida real pueden ayudar bastante (siempre que no sea demasiado evidente y acabemos ofendiendo a la persona en la que nos inspiramos, jeje).
Hola, Gabriella.
Lo de las correcciones es un tema que me interesa mucho, pues creo que es una de las fases (¿sería pertinente llamarlas así?) que me resultan más complejas de la escritura. Curiosamente, el consejo de Enright parece muy obvio, pero… ¿lo es realmente? Creo que cuesta mucho recordar que en realidad podríamos morir en cualquier momento por una enfermedad letal o un accidente. O bien, que esos percances podrían afectar para siempre nuestra vida y, en consecuencia, también nuestra actitud hacia la escritura. Siento que esa visión se parece bastante a la de Kleon, porque apuntan a lo mismo: dar lo mejor de nosotros cada día en pos de nuestra historia. Quizá no necesariamente podamos escribir todos los días, pero sí tomar notas o pensar en ella. Pienso que estar «sintonizado» constantemente con la historia puede ayudarte a hacer del acto de retomar su escritura algo más natural y menos traumático. A mí al menos me da mucho miedo empezar a escribir, siempre, pero a medida que me voy sumergiendo en el texto me voy sintiendo mucho mejor y me termino dejándome llevar por el flujo de palabras.
Otro de los temas sobre los que quisiera comentar es el del artículo de LIJ. No si porque de niña no era una lectora especialmente buena, pero me cuesta aceptar la idea de una literatura infantil sólo para niños, aunque suene paradójico. Ahora más que nunca disfruto de cierta LIJ y suelo preguntarme si eso será percibido de manera negativa por otros. Es verdad que es necesario pensar, obviamente, en los niños como lectores, pero siento que no deberíamos ver con malos ojos que los adultos (maestras, entre ellos) puedan disfrutar con este tipo de obras. Creo que habría que distinguir entre una literatura orientada ante todo para los niños y una que narre desde diversas poéticas de la infancia.
Quienes somos adultos y leemos LIJ ahora, me imagino, lo hacemos también para resignificar nuestra visión de la niñez, una que no necesariamente tiene que ser la propia. Por ejemplo, recuerdo haber leído alguna vez que alguien criticó duramente el trabajo de Gonzalo Moure por estar totalmente desactualizado respecto a las inquietudes de los niños españoles actuales. Pero su novela «En un bosque de hoja caduca» me pareció bellísima. ¿Me habría gustado de niña? No lo sé. Creo que no me importa. Pero sentí que pude entender mejor una parte pequeña de mi infancia gracias a ella y eso es lo que valoro. Ojalá entre los libros infantiles chilenos hubiera espacio para obras como ésta.
Sobre lo de New Adult, me siento algo confusa. No termino de entender muy bien por qué tiene que haber un tipo de literatura especialmente destinada a cierta etapa de nuestras vidas. Creo que comprendo mejor el caso de la LIJ, casi por un asunto de formación (de todo tipo), pero creo también que hacia los veinte ya tenemos muchas cosas claras, incluso nuestros caos personales. (Aclaro también que estoy en un proceso de crisis respecto a mis valoraciones sobre la LIJ como concepto literario ligado a un público destinatario fijo según su edad).
¿Existen temas o historias específicos que necesitemos leer en la veintena? Claro, pero creo que para eso basta la literatura sin clasificación etaria. Al menos ese ha sido mi caso personal (tengo menos de 30 años). Incluso, en la relectura de algunas obras insignes de mi adolescencia he podido encontrar consuelo y respuestas. De modo que inicialmente en mi experiencia particular no lo veo necesario. Siento que eso además vuelve a instalar la idea implícita de «graduarte» de cierto tipo de libros. ¿No puedes leer «Momo» a los 40? ¿No puedes leer «Crimen y castigo» a los 15? Y bueno, creo que efectivamente hay gente que sigue releyendo clásicos infantiles a avanzada edad, o incluso que se atreve ya a leer obras juveniles sin importar lo que piensen los demás. Sin embargo, no sé si haya muchos adolescentes leyendo «Crimen y castigo», y personalmente creo que sería una experiencia brutalmente positiva para algunos.
Cuando yo era adolescente (hace unos 10 años) y me animaba a comprar un libro a ciegas a la librería, no prestaba atención a los mesones de «juvenil» (no sé si existían entonces). Simplemente, leía las primeras líneas o la sinopsis, o me guiaba por el nombre de un autor que ya me gustara. Me asusta pensar que un joven hoy omita todo mesón y vaya directo al «juvenil» y sólo se permita elegir algo de ahí. Porque ahí no estará «Crimen y castigo», por ejemplo. Pero no sé si ese es un temor real. ¿Pasa eso? Cuando veo que los jóvenes leen clásicos, suelen ser los que gozan de cierto estatus de moda, como «Orgullo y prejuicio». Lo mismo, quizá, para obras contemporáneas.
Por lo pronto, no sé si a mí en particular habría podido llegarme lo suficiente «Crimen y castigo» a los 15, pero a la misma edad leí «El nido roto» de Tagore (una compra a ciegas) y me marcó mucho. Y yo era una lectora que venía ante todo de la literatura de Fantasía más conocida en la época: Harry Potter, El Señor de los Anillos. No estaba acostumbrada a ese otro tipo de prosa, como la que tenía Tagore. Ojalá que con las nuevas generaciones de lectores juveniles sigan pasando este tipo de cosas. Sé que soy muy conservadora en estas apreciaciones, pero creo que sería una lástima que este riesgo se perdiera, tristemente, por proveerle a los adolescente y adultos jóvenes un espacio editorial presuntamente ideal para ellos y sus intereses. ¿Cuál ha sido tu experiencia al respecto, como lectora y autora?
Un abrazo.
Paula
¡Hola, Paula!
Es posible que estés valorando la situación del New Adult (o más bien, de la edad a la que se dirige) desde la perspectiva de un lector que no es el medio. Creo que no me equivoco al decir que eres una lectora ávida, ¿cierto? Los que amamos leer no vamos a tener problema para encontrar algo en ningún momento. De hecho, yo, como muchos lectores apasionados, compaginaba mis lecturas típicas de adolescencia con los grandes clásicos, y me alegro mucho de haberlo hecho. Pero sí que me vi en una situación a los veintipico en la que no tenía tiempo para leer (tenía que leer cosas muy densas y especializadas para la carrera) y buscaba algo ligero que no fuera demasiado ligero, ya me entiendes. La chick-lit era para mujeres un poco mayores que yo, con las que poco podía empatizar (¿qué teníamos Bridget Jones y yo en común, aparte de comer demasiado?). Incluso las variantes de la chick-lit para chicas más jóvenes eran realmente superficiales y demasiado enfocadas al público estadounidense. Y ya digo que yo era una lectora ávida. La mayoría de las personas de mi edad iban un poco a lo loco, tirando de superventas dirigidos a públicos que no eran ellos, y por tanto dejando de lado a la lectura, aburridos y cansados del tema. Creo que es a ese lector medio al que se le podría dirigir un New Adult como el que se está haciendo en fantasía en EEUU, por ejemplo, si conseguimos que este no se limite, como dije en el artículo, a un tipo de romántica frívolo y vacío (y esto no es una crítica a la romántica en general: una buena romántica podría ser ideal en estos casos; cualquier cosa que refleje lugares comunes de esas edades, con sus problemas asociados, sin tomar al lector por idiota).
Creo que es una lástima que se asocie la lectura por edades a una lectura prescriptiva por edades. El juvenil es bueno para los adolescentes porque pueden identificarse con los conflictos a los que se enfrentan los personajes, y por tanto disfrutar más de la lectura, tal vez incluso hallar herramientas para lidiar con sus propios problemas, no porque se escriba para mejorarlos como personas o ciudadanos. Claro que podemos leer lo que sea cuando sea (con la excepción de algunos temas para los cuales nuestro grado de madurez es insuficiente, como ocurre en el infantil), no hay obligación ni necesidad pura de leer lo dirigido a nuestro rango de edad. Pero leer lo que está destinado a dicho rango puede ofrecer al lector medio una serie de características que hagan que la lectura sea mucho más atractiva.
¡Hola, Gabriella!
Pues a mí me gusta corregir, chica. Será por mi (de)formación, pero disfruto buscando erratas, errores y contrasentidos. Sí que es cierto que cuando el texto es de una misma todo lo que se pasa por alto duele aún más y que nos exigimos mucho más que a otros. Lo único que no me gusta de corregir es tener que leerme mi propio libro tantas veces que me acabo cayendo mal, pero buscar miserias me fascina 🙂
Por otro lado, respecto a las lecturas obligatorias y libros «para maestras», mi sensación es que la cosa está cambiando. En mis años de colegio había que leerse los mismos libros que ¡diez años antes! Si hasta mi madre (profe de lengua en aquel entonces) me confesó que a ella misma le parecían un tostón algunos de los libros y que no entendía por que no se renovaban las lecturas. Pero, ya digo, ahora está cambiando el sistema. De hecho, mi primer libro es lectura obligatoria en algún instituto y no sólo es de 2013 sino que es fantasía. Quizá haya que tener fe… 🙂
Buena semana!
En mi caso (y creo que en el de la mayoría de los escritores), la aversión es sobre todo a corregir lo mío (corregir profesionalmente para otros no es problema). Como bien dices, nos exigimos mucho más, y nos acabamos cayendo mal.
Y tienes razón, por suerte la cosa está avanzando bastante, pero depende de la dinámica de los propios profesores. También hay que tener en cuenta que el artículo que cito es de un escritor que creo que es sudamericano, y por lo que me comentan lectores y amigos, en algunos países sudamericanos hay una entrada más limitada de literatura juvenil, y puede que la literatura recomendada sea más conservadora que aquí. Aun así, muchos colegios e institutos en España siguen anclados en lecturas «para maestras»; esperemos que eso siga cambiando.