Hoy voy a hacer algo horrible.
Solo espero que, en la generosidad de vuestros bellos corazones, sepáis perdonarme.
Es horrible, en serio.
Hoy voy a hablar de Miley Cyrus.
(Gabriella se agacha para resistir la oleada de tomates y abucheos y alguna que otra mesa maltrecha. ¡Os tengo dicho que botellas de cristal aquí no!).
Miley Cyrus viene muy al caso del tema de hoy, por increíble que parezca. Sí, voy a hablar de branding para escritores.
(Observo, triste, que varios lectores potenciales levantan sus dedos del teclado y están ya a punto, ¡qué cerca!, de cerrar esta pestaña).
Esperad. Os prometo que compensa.
Veréis: hace algún tiempo, leí un artículo en Mundopalabras que despertó conversaciones animadas entre varios compañeros escritores acerca de qué significaba el branding para un artista, de las implicaciones éticas y personales. También salió hace poco un artículo introductorio y muy positivo acerca del tema de la marca personal en Escriviviendo.
Reconozco que soy una rara ave (aunque muy plumosa y multicolor) en esto del mundillo escritor, por aquello de que acepto (y disfruto) del mercadeo como forma de promoción si se hace de manera respetuosa e inteligente, pero a la vez desconfío tremendamente de sus trampas. Es muy fácil, demasiado fácil, empeñarse en vivir solo del arte y renegar del mundo que no entiende tu sublime talento. Del mismo modo, es muy fácil, demasiado fácil, dejarse llevar por los cantos de sirena de lo comercial, y lo que vende, y cómo se vende, y olvidar que, en última instancia, la idea de todo esto era crear algo que mereciera la pena.
Y como ocurre con tantas otras herramientas de mercadeo, acepto el branding y a la vez lo veo muy peligroso. No sé si sabéis que branding viene de to brand, marcar, también en el sentido de marcar a las reses, de señalar a la carne como propia.
Ya, ya, ya me explico. Aquí es donde entra Miley Cyrus.
Cyrus ha sido durante mucho tiempo un ejemplo de lo nocivo que puede ser el branding cuando se aplica de forma fría y calculadora a un producto destinado a consumo cultural. Y sí, Hannah Montana también es un texto cultural, en el sentido más académico y pragmático de la palabra. Es el producto Disney perfecto: que la gente olvide que eres una adolescente a tope de hormonas y disfrute de tu actuación virginal a la vez que te visten con cositas estrechas para realzar tus estupendas curvitas y te maquillan hasta la punta del dedo gordo del pie derecho. Ya lo hemos visto mil veces con Britney Spears y compañía. ¿Mensaje contradictorio? Creo que sí. Mi amiga Libertad analiza de forma curiosa esa paradoja de comunicación cruzada usando a Katy Perry como base.
Cyrus también se marcó un Britney: salió del bonito capullo protector Disney y se lanzó al perreo con artistas de la dignidad y consideración de Robin Thicke. Sinead O’Connor le dijo que se respetara a sí misma; Amanda Palmer le dijo que hiciera lo que le saliera del mismísimo.
¿Resultado?
ESTAMOS VENDIENDO DISCOS DE LA MILEY COMO PEGATINAS MÁGICAS DE ESPINETE*.
Sí, a muchos también os gusta su música. Y no es mi intención ofenderos si sois fans de Miley. ¿Pero dónde está la persona, la artista? ¿Qué es Cyrus para nosotros más que un acto más de espectáculo? Es más, ¿qué hago yo criticando a una persona, a un ser humano, con sus sentimientos, solo por su forma de restregarse contra las bolas (metálicas) de sus videoclips?
Lo hago, en parte, porque Cyrus se ha convertido en un producto tan artificial, tan ajeno, que me cuesta verla como persona.
Esto no es lo que queremos los que escribimos (aunque igual sí, si lo que realmente os gusta es restregaros contra bolas metálicas gigantes, en cuyo caso tenéis todo mi respeto y, posiblemente, mi número de teléfono). Después de todo, escribir es comunicación, es entrega, y la calidad de lo que transmitimos y cómo lo transmitimos dice mucho de nosotros como seres humanos y como artistas.
Visto así, el branding, el convertir a una persona en marca, puede ser muy perjudicial; seguro que todos podéis pensar en algún escritor que represente este lado oscuro de la fuerza. No se trata solo de escritores: hay conferenciantes, coaches y profesionales de la mercadotecnia que han desnaturalizado completamente su discurso al adoptar un esquema de lo que se supone que vende y convence. Reconozco que hay veces que llego por casualidad a algunos de esos artículos de «hazte trillonario vendiendo libros en Amazon» con la típica terminología hueca adaptada del inglés y no puedo evitar estremecerme. Hay otro mundo ahí fuera, os lo prometo. Brrrr.
Y todo esto de la mercadotecnia es muy poco artístico y muy sucio, ¿verdad?
Vamos por puntos. No iremos por partes, porque entonces haré el chiste de «como dijo Jack el Destripador», y esa persona al fondo de la sala me tirará el último tomate podrido que le quedaba y aterrizará justo en mi coleta, con lo que me había costado hoy hacérmela y mira que me ha quedado perfecta.
(Se frota las manos).
1. ¿Mercado + arte = Herejía?
El mercadeo siempre ha estado muy presente en el entorno artístico, pero muchos hemos tenido siempre la idea, tal vez inocente, de que el proceso de creación debe estar libre de sus garras. También pretendemos mantener una dignidad y entereza que nos permita crear sin condicionantes y presiones económicos que puedan manipular y corromper nuestro mensaje. No es de extrañar que a muchos la idea del branding nos deje algo preocupados. ¿Pretende el mercado convertir al autor, al creador, en una imagen más, en un producto artificial, vacío? Parece la premisa de una historia de terror, de neocapitalismo extremo. La persona nunca puede ser un producto o será el mercado quien tendrá control absoluto sobre su existencia. Oferta y demanda: si no vendes, no sirves.
Miedo. Da mucho miedo.
Por desgracia, esa visión no está tan alejada de la realidad. El currículo con el que uno se presenta para encontrar trabajo se diseña para convencer a un posible jefe o cliente de que somos lo mejor que va a encontrar. Modificamos nuestro aspecto para parecer más agradables y profesionales; incluso adaptamos nuestro lenguaje corporal. Y si hay demasiada oferta para un tipo de empleo y una demanda escasa, una inmensa mayoría de las personas que ofrecen el trabajo se verán en la calle. Destacarán los que mejor sepan venderse.
¿Os suena algún mercado con fuerte oferta y escasa demanda? Eso es: la avalancha de autores que intentan vender su libro. En nuestro sector hay tanta oferta que se produce lo impensable: ¡algunos hasta pagan para tener el honor de ser leídos!
Es la supervivencia del más fuerte en una jungla salvaje (¡y qué salvajes somos a veces los artistas!), y el mercadeo es una herramienta de lucha en una economía de la atención, en una economía de producción saturada donde gana aquel al que se le haga más caso.
No entraré ahora en la necesidad de cambiar un sistema donde este tipo de economía produzca entidades de poder sin ningún tipo de valor moral o estético, y que permite una clara manipulación a través de una publicidad mal llevada. Personalmente creo que el concepto de branding y la marca en sí tienen, como muchos otros conceptos, un lado positivo y otro negativo.
Sí, a pesar de todo lo que he dicho hasta ahora, hay un lado positivo. Voy a intentar explicarlo.
2. ¿Debe el autor convertirse en marca?
No es una pregunta nueva. Y últimamente ha vuelto el debate, AGAIN, de los que analizan el uso de la mercadotecnia para marcas comerciales y se plantean la validez de la aplicación de las mismas estrategias para la venta ya no de libros, sino de escritores.
¡Nos quieren vender! Como si fuéramos cosas. ¿Lo importante no era vender nuestro libro? ¿Por qué no podemos limitarnos a ponernos muy Elena Ferrante y decir, eh, ahí tenéis el libro, juzgadme por ahí? No me llaméis para entrevistas, no estoy para nadie. Este ni siquiera es mi verdadero nombre.
Ferrante es un caso muy excepcional. Un libro no se reduce a una lectura. Es un texto cultural, asociado a muchos paratextos. Al nuevo consumidor no le interesa solo el libro. Le interesa cómo es el autor, qué hay detrás del libro. Le interesa la editorial y cómo produce el libro, en qué formato. Le interesa el precio (como es obvio), le interesa el punto de venta. Todos estos son condicionantes para su compra. Hasta la atención que recibe del dependiente de gran almacén que le vende el libro condiciona cómo y por qué leerá la obra que ha comprado. Y, por supuesto, le interesa la opinión de otros lectores, el estatus que recibe como lector de determinados géneros o títulos.
Como factor condicionante, tenemos que analizar al autor. ¿En qué sentido influye la imagen del autor en la venta del libro?
3. ¿Apariencia = marca?
Muchos pueden pensar que, desde el punto de vista del mercado, ¿quién mejor para vender un libro que su propio creador? Sobre todo si es joven y guapo, ¿no?
Esta sería una percepción muy muy limitada de lo que significa la imagen de un escritor y de su cuerpo de creación literaria. Es cierto que las editoriales cada vez buscan más a autores que, independientemente de la calidad de lo que produzcan, tengan una plataforma potente con un grupo de seguidores fieles. Hay un dicho en el mundillo de la promoción que es que si tienes mil fans fieles, que leen, compran y recomiendan todo lo que produces, ya puedes empezar a plantearte vivir de tu producción. Si hay mil personas ahí fuera para quien eres lo mejor que ha parido madre (o padre, que aquí no descriminamos a ninguna raza extraterrestre ni mitológica), hay un efecto exponencial de exposición y recomendación que es brutal (siempre que hablemos de fans reales, que no hay que olvidar que también se da un fenómeno de seguimiento vacío en nuestro país de lo más preocupante).
Creo que hay muchas personas que tienen un seguimiento eficiente que no son nada guapas. Ahí tenéis a Seth Godin, quien precisamente habló de este concepto con el término tribu. No te hacen falta millones de personas que apenas saben quién eres. Te hacen falta 1000 que quieren que triunfes, como sea. Y no, lo siento por el señor Godin, pero no es nada guapo, como tampoco lo es James Altucher, del que estáis jarticos ya en mi blog, que supo captar a cantidades obscenas de lectores al crear una conexión directa con sus lectores mediante un estilo muy sencillo y vulnerable. Dudo que consideréis a Maria Popova una bomba erótica de hermosura y sensualidad (yo sí, pero soy especial). Seguro que también conocéis algún escritor oscuro, apocalíptico, de aspecto desaliñado, que escribe como habla, que ofrece una imagen que, por lo menos de entrada, parece auténtica. Algunos de esos también hacen su acopio de público creyente.
La belleza ayuda, desde luego; en unos sectores más que en otros. Pero no es, ni mucho menos, imprescindible.
¿Qué tiene esta gente, nada guapa, que los hace irresistibles para su público? ¿Y por qué no lo comparten con nosotros, maldita sea?
4. ¿Dónde está mi target?
Ya he comentado alguna vez mi idea de que la mercadotecnia de verdad, la que funciona, no utiliza nunca un acercamiento tipo “metralleta” a su público. Busca su consumidor objetivo, su target. Así, un autor joven y guapo puede vender a cierto tipo de público, sí, al que le encantan los autores jóvenes y guapos, pero difícilmente es una imagen adecuada si lo que pretende vender son novelas de realismo sucio.
La apariencia ayuda. Pero ayuda mucho más que se corresponda con lo que espera su público. Una mujer que escribe novelas chick-lit al uso generalmente tiene mayor aceptación entre su público si tiene un aspecto limpio, cuidado y amable. A sus lectores les extrañaría ver a una mujer vestida de cuero y tachuelas con el cráneo rapado, echando pestes por la boca contra la noción romántica del amor. Esa imagen no se correspondería con las novelas que escribe y sus lectores se sentirían extrañados, tal vez incluso engañados, como si el autor no fuera consecuente con su obra. Eso entra dentro del condicionamiento del propio género, del mismo modo que en la recepción de un hotel esperamos ver a una persona de uniforme o vestida de forma elegante y aseada, con una actitud educada. Nos extrañaría ver a alguien con un collar de pinchos o a alguien que nos escupiera en el recibidor (sí, este artículo está lleno de escupitajos, sabíais lo que había cuando entrasteis y abandonasteis toda esperanza). No quiero decir con esto que sea justo que alguien no pueda ponerse un collar de pinchos si le apetece para recibir a los clientes de un hotel; que una autora de romántica comercial no pueda ponerse ropa de motera y abogar por la poligamia. Solo quiero decir que estamos condicionados para ver cierto tipo de apariencia. Ese condicionamiento se puede romper, por supuesto (y ahí entran los que crean tendencias, los trendsetters), pero eso implicará bastante trabajo y ciertos hechos y posicionamientos rompedores.
La relación apariencia-producto no es sencilla. Muchas veces los consumidores prefieren ver a un autor que se parece a ellos, no a los personajes que crea. E. L. James poco se parece a Anastasia Steele en 50 sombras de Grey; razón de más para que muchas de sus lectoras le tengan cariño: se parece más a ellas. J. K. Rowling no se parece en absoluto a sus protagonistas, sobre todo porque es una persona adulta, no un niño atormentado con una mascota chula, pero su apariencia afable ayuda a que los lectores la vean casi como una figura maternal, hasta el punto de mandarle cartas contándole cómo sus libros cambiaron sus vidas. ¿Se parece Martin Amis a sus personajes masculinos? Quién sabe. Pero muchos de sus lectores disfrutan de sus comentarios de chico malo y políticamente incorrecto, porque eso es justo lo que buscaban en sus libros.
Y a eso iba. No se trata solo de la apariencia. De hecho, esta tiene una importancia muy escasa al lado de lo que realmente importa: la empatía de los consumidores con la marca. Si la marca representa algo, algo en lo que el consumidor cree, hay más posibilidades de venta del producto.
Y resulta que eso, para los escritores, es más simple de lo que parece. No fácil, porque aparte hay toda una labor de promoción que es agotadora, pero sí es simple.
5. ¿Puede la marca ser algo bueno?
En un mundo donde la mercadotecnia es visible a todos los niveles, y donde las mismas consignas se repiten hasta la saciedad, hay espacio revolucionario para la orginalidad y, ante todo, la honestidad (o por lo menos una honestidad aparente, verosímil). Después de todo, es lo más raro, lo más difícil de encontrar, y llama la atención del consumidor. Encontramos anuncios de telefonía móvil que van con la sinceridad por bandera (otra cosa es que luego cumplan con ella), series de televisión donde el protagonista destaca por características extremas (torpeza, vulnerabilidad, manías, etc.), autores que son leídos porque se expresan con franqueza. Y es que en el fondo queremos que nos entretengan y es mucho más entretenido si lo que leemos nos hace identificarnos, empatizar, si reafirma nuestros principios y opiniones. Así, es mucho más eficiente un columnista que expresa visiones polémicas, extremas, que uno respetuoso y comedido. Y a ese columnista la gente querrá ponerle cara y tratarlo de tú a tú.
La brutal competencia del mercado editorial nos empuja hacia este siguiente nivel de entrega. Ya no es suficiente, como Pynchon o Bill Watterson, retirarse del mundanal ruido y esconderse en las montañas. Para llegar a ser leído, para llegar a las editoriales, tienen que conocerte. Tienen que saber quién eres, cómo eres. Hasta McCarthy salió de sus escondrijos y habló con Oprah.
La buena noticia es que no hay que fingir ser lo que no somos. Solo tenemos que ser nosotros mismos, pero más. Podemos proyectar nuestra «mismidad», lo que nos hace diferentes. Si somos poetas malditos que escribimos sobre dolor o muerte, tendremos que compartir con los demás nuestras percepciones sobre el dolor y la muerte, tendremos que hablar sobre el dolor y la muerte, tendremos casi que ser dolor y muerte. No seas el escritorzuelo que escribe versitos monos sobre tu triste vida. Sé el artista que sale a la calle y monta una performance gritando a viva voz acerca de la crudeza del sufrimiento humano. Tienen que escucharte.
Eso sí, y aquí es donde entra la verdadera técnica: tienes que girar el espejo. A nadie le importas tú. A los demás les importa lo que ven reflejado de ellos mismos en tu persona. Nadie quiere escucharte hablar del tedio de bañar a tu perro dos veces al mes. Quieren que les hables del tedio de lavar perros dos veces al mes de una forma en la que ellos puedan identificarse. Mediante el humor, ya que te ocurren desgracias que a ellos también les ocurren y eso, en cierta forma, es gracioso y triste a la vez. Mediante la belleza, aquella belleza que ellos puedan apreciar (ese brillo del sol sobre la gota de agua que reluce en el pelaje de tu cachorro dorado de labrador, ¡ay!). Mediante el ingenio, creando juegos con los baños de tu perro y claves que ellos tienen que descifrar, intrigados. El arte debe ser interactivo, de una forma u otra, para que funcione en este mercado. El arte funciona cuando ya no solo participa el emisor, sino que el receptor siente como si le hubieran dado una patada en el corazón, la cabeza y el estómago. Entre tanto ruido, tanto yo yo yo, esa patada para el tú es lo que trae la atención.
Y tras la atención está el dinero.
Vender algo no tiene que ser tocar en todas las puertas ofreciendo tu producto a lo comercial engominado. Se trata de saber lo que vendes y encontrar el público que se muere de ganas de tener algo así. Lo importante no es que tengas buena pinta ni un comportamiento irreprochable. Lo importante es que seas honesto y dejes muy claro qué es lo que estás vendiendo.
Como decía aquí, tu palabra debe ser impecable. Eso no quiere decir que tengas la mejor ortografía que se ha visto desde las notas graciosillas que se pasan los del sillón H y el sillón f cuando están aburridos en la Real Academia. Quiere decir que has de ser coherente con la imagen que proyectas. No ofrezcas soluciones que no hayas probado. No vendas productos en los que no hayas invertido sudor, sangre y lágrimas. Tienes que ser más tú que nunca.
Siempre que no seas aburrido. Nadie soporta a los aburridos.
6. ¿Cuáles son Las preguntas que sí importan?
Creo que estamos haciendo la pregunta mal. No creo que tengamos que preguntar: ¿Debe el autor convertirse en una marca?
Creo que debemos preguntar, primero: ¿Quieres vender tus libros?
Si la respuesta es no, deja de preocuparte por esto de la marca, la plataforma, la promoción y todo lo demás. No digo que sea imposible arrasar en el mercado por la pura genialidad de tu obra. Pero el mundo está lleno de escritores geniales que apenas llegan a vender una tirada de doscientos ejemplares.
Si la respuesta es sí, vas a tener que adaptarte a las circunstancias, estudiar el entorno en el que quieres compartir tu obra.
La siguiente pregunta es: ¿Quién eres tú y qué tienes que ofrecer a tu público?
Una vez averiguada la respuesta (que tampoco es nada fácil), todos los anglicismos, todos los manuales de mercadotecnia, todos los conceptos como marca, branding y todo lo demás se caen a pedazos.
Escribe. Crea. Eso es lo primero. Y cuando hayas creado, coge tu producto terminado y utiliza todas las herramientas que tengas a mano para llegar a tu objetivo, para llegar al lector que amará tu libro. Para ello, primero deberá seguirte a ti. Si te sigue, si gusta de lo que expresas, de cómo te comportas, de esa “marca” que representas, es inevitable que le guste lo que creas. Si no lo hace, es que igual tu “marca” y tu libro no están en sintonía. Igual estás fingiendo ser algo que no eres. Ya lo dijo Jeff Bezos (nos caiga bien o mal, malvado genio del crimen o santo patrón del escritor indie), fundador de Amazon:
Your brand is what people say about you when you’re not in the room.
Tu marca es lo que dice la gente de ti cuando no estás en la habitación.
No tienes que cambiar. Solo tienes que tener muy claro lo que eres y ser más tú. Entonces no te leerán los que no gustan de tu mensaje y te devorarán los que lo aceptan con las manos abiertas.
Bueno, no literalmente. La autorofagia (¿scriptofagia? ¿caniscriptobalismo?) está penada por ley en la mayoría de provincias de nuestro país. Puedes preguntarle a cualquier abogado si no me crees.
Voy a terminar aquí, porque creo que, al fin, he dicho todo lo que quería decir sobre este tema. No pincharé en más enlaces de artistas maltrechos que culpan a la ignominia del mercado de su falta de ventas; no haré clic en más links que me aseguran que tienen todas las claves que necesito para hacerme billonaria publicando libros sobre cómo hacerse billonario publicando libros.
Está bien, está bien, pincharé. Este tema nunca se cierra del todo. Pero me quedo con esto:
El autor no debe convertirse en marca, o por lo menos no en producto. Tiene que ser al revés. La marca debe ser una representación concentrada, fácil de recordar, de lo que somos. Somos personas, somos creadores. La marca debe estar siempre a nuestro servicio, no al contrario. Debe ser una herramienta y puede ser una herramienta muy útil.
Solo tenemos que encontrar el modo de enseñar nuestro libro al mundo. Y no a todo el mundo. Al mundo que lo busca. Y para ello debemos potenciar aquello que lo hace único, diferente. Debemos, ante todo, llamar la atención de nuestros mil lectores perfectos.
¿Hola? ¿Estáis ahí fuera?
*No sé por qué tengo la sensación de que unas pegatinas mágicas de Espinete venderían mucho. Pero tendrían que ser mágicas de verdad, que pudieras convertir a tu abuela en rana y tener tu propio ejército de monos voladores.
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Hola Gabriella.
Muy bueno. Como siempre. Se convierte en habitual el calificativo (esto creo que ya lo he dicho antes).
Completamente de acuerdo en casi todo lo expuesto. El problema de la marca, es acabar siendo fagocitado por la misma. Por eso lo verdaderamente bueno es ser como dices «uno mismo», no mentir, ser Marca Personal si quieres, no un producto de merchandising que acaba con lo real que hay en nosotros. Basicamente porque cuando queramos acabar con ello, no podremos, o nos pasará como a Milley, u otros tantos como Macully Culking, o la propia Marisol en España.
Es peligroso. Hay que hilar muy fino. Pero no es tan difícil (o si) como cuando dices lo que vendes es honesto y sencillo. No hay que mentirle al público porque al final te acabarán odiando.
El propio caso de Elena Ferrante que citabas puede tratarse de una estrategia de branding en sentido contrario, alguien que juega a no querer ser conocido más que por sus libros, llama en sí mismo la atención del público y por tanto de las ventas. Aquí en España hace tiempo que lo hacía por ejemplo Eslava Galán con el sobrenombre de Nicholas Wilcox.
Toda la razón en la identificación de quien eres y de tu target. Si sabes quien eres y qué ofreces será más fácil poder vender lo que creas. Ahora, sólo eso ya es un curro. Así que, como digo, cuanto antes nos pongamos mejor.
Estaría comentando esta entrada y este tema hasta mañana, pero no es plan y veo que Ebo me mira bostezando con intenciones aviesas.
Felicidades de nuevo por el post.
PD.-Gracias por la mención.
«El propio caso de Elena Ferrante que citabas puede tratarse de una estrategia de branding en sentido contrario, alguien que juega a no querer ser conocido más que por sus libros, llama en sí mismo la atención del público y por tanto de las ventas».
Lo iba a comentar también, pero tengo que contenerme o los artículos se vuelven aún más monstruosamente largos de lo que son. Me cuesta creer en esos fenómenos de autores «ocultos», sencillamente porque las editoriales grandes rarísimas veces apuestan de ese modo por alguien con esas características. Esto de que Ferrante de repente esté en boca de todo el mundo me resulta sospechoso. No es que no se haya dado nunca (ahí está el fenómeno Pynchon, por ejemplo), pero es muy difícil.
«El problema de la marca, es acabar siendo fagocitado por la misma».
Amén. Y la realidad es una verdad más fácil de recordar, más fácil de mantener en coherencia.
El tema de la marca personal es un tema muy peliagudo. Pero me gusta como lo has tratado. Como siempre, sensatamente y con ese punto de humor (que es tu marca ;D).
Jajaja, fíjate que es algo inesperado. Nunca me había considerado una persona con buen sentido del humor (la gente siempre me mira raro cuando hago chistes). Igual es que mis chorradas funcionan mejor por escrito 😉
Voy a dejar un comentario solo para comentar de mi estrategia la cual aún no está probada pero probablemente sirva como mínimo para explicar el que no se debe hacer.
Yo creé una marca que es independiente del autor. Tiene sus ventajas porque llena los vacíos de imagen y coherencia que como ser humano no puedo llenar. El concepto de un cerdito verde del planeta venus llega al público de una manera más amena y divertida. Prácticamente todos los comentarios y correos que llegan están redactados para el cerdo, la mayoría de mis fans prefieren el concepto un cerdito que escribe sobre elefantes con obesidad mórbida que pensar si quiera que a un humano se le pudiera ocurrir eso.
Otra ventaja es que mi cerdito puede tener el comportamiento cínico, grosero y coqueto que vende bien y que si yo tuviera me perjudicaría socialmente. Lo único malo es que cuando la gente conoce al hombre detrás del cerdo (sin albur) se decepciona.
También me parece una estrategia muy válida, aunque tiene que ser complicado de mantener. Quiero decir… tienes que tener todo apuntado para no contradecirte: qué come el cerdo, cuáles son las condiciones de vida en su planeta, qué tipos de elefantes con obesidad prefiere en las noches de frío…
Mucho trabajo.
Y gracias por resolver el misterio de por qué Alan Moore se viste como la mezcla entre Merlín y un Vagabundo.
Era un misterio que a mí también me torturaba.
Muy bueno como siempre. La clave tal vez sea, ¿cómo hacerlo bien hecho? Una marca bien hecha.
Para mí el ejemplo perfecto de marca es Neil Gaiman. Es puramente Neil Gaiman, con su aspecto físico muy reconocible (ropa oscura, mapache en la cabeza…), con un estilo literario y una voz propia. Y un diálogo cuidadísimo y respetuoso con sus fans y colegas de profesión. Jamás he oído a Gaiman criticar a nadie, aunque por supuesto ha sido crítico con todo tipo de injusticias y de fenómenos sobre los que merecía la pena levantar la voz.
Barker también es la marca perfecta. Es tan Barker que es inimitable. Nadie más contaría anécdotas de felaciones en el ascensor de un hotel.
Lo importante es entender que sólo podremos tomar una parte del pastel. Ser críticos en por qué alguien nos debería leer, conectar desde el corazón y el bolsillo, y lo más difícil, intentar no vender un producto.
Qué fácil es decirlo, ¿verdad? 😉
Me encanta la frase de Bezos (y la temo). Justo este es un tema al que le he estado dando muchas vueltas últimamente y, al final, la conclusión es esa. En un mundo con más oferta que demanda, tienes que ir a donde estén tus lectores para que tengan la oportunidad de conocerte. Puede que les guste, puede que no, pero si no te conocen difícilmente van a ir a parar a tu libro en un mar de millones de usuarios.
¡Y qué difícil es vender ficción en un mercado saturado!
Como siempre muy interesante artículo. Parece que se ha dado una sincronicidad, pues esta misma semana publicaba yo un artículo satírico sobre cómo hacer una foto de autor, en el que reflexionaba sobre el tema, y recomendaba que lo mejor es promocionar el libro llevando una careta de Chewbacca (estoy deseando que alguien me regale una para hacer un vídeo de presentación de mi nuevo libro).
En este artículo hablaba de mi reticencia inicial a poner fotos mías en el blog y redes sociales.
En mi caso ha sido un proceso, conforme empecé a investigar sobre le marketing de contenidos, pensé como podía hacerse para contenidos de ficción, y lo único que se me ocurrió es aportar en mi blog un valor añadido de humor, en línea de lo que comentas con el baño del perro.
Como te comentaba ayer en otro artículo, al principio era reticente al tema del branding, pero al final tuve que asumir que es necesario, en los tiempos que corren, tener visibilidad, y me resigné a ello, como contaba en este artículo, del que hoy sí te dejo enlace «De Bertín Osborne, el Branding y el cambio de imagen», pero siempre cachondeándome del tema.
http://wp.me/p2r4nD-KE
Pienso como tú, que las cosas demasiado estudiadas dan grima, y que no se debe perder lo que el I Ching denominaría «la espontaneidad de la inocencia».
Un saludo.
Lo de las fotos de autor es todo un mundo, sí. Aquí hablé de un caso peculiar, de una autora que insistió en hacerse una foto de escritor (en vez de la típica foto de escritora). Muy curioso: https://www.gabriellaliteraria.com/libro-listo-para-publicarse/
[…] (¡y del blog!) no buscáis hacer ventas directas, sino afianzar vuestra imagen personal (sí, todo el branding y demás) y crear confianza con el consumidor/lector. Porque si no buscáis eso, insisto, podéis caer en la […]
[…] eres un artista de talento, no es estrictamente necesario que te crees una marca personal, una imagen extraordinaria. Pero ayuda. Y la mejor forma de hacerlo es coger tu propia personalidad […]
[…] Víktor Vallés le da más vueltas al tema del branding para escritores, y hay aparición estelar de mi texto al respecto. […]
[…] aquí donde creo que entra la marca personal del escritor (y del editor). Ya he dicho que no se trata de ser artificial ni de inventarse una máscara, sino de ser honestamente más uno mismo, más coherente, para crear una relación de confianza a […]
[…] no hablemos solo de detalles físicos de un libro, sino de la apariencia del propio autor, su marca personal y todas sus huellas […]
Estupendo artículo. =)
Solo una cosita Gabriela, ¿por qué no tratas de usar menos palabros en inglés?
tu prosa está muy contaminada para ser una escritora.
branding, target, etc, etc,…… por favor, defendamos nuestro hermoso castellano.
Gracias por tu comentario. Tendré en cuenta lo que dices, desde luego. La cosa es que no sé si estoy totalmente de acuerdo contigo.
Verás, es un tema al que le doy bastantes vueltas. Personalmente, siempre he pensado que es mejor utilizar términos equivalentes en nuestro idioma cuando podamos. Y si comparas mis artículos sobre mercadotecnia con cualquier otro texto profesional de ese sector, donde se abusa de los términos anglosajones (hasta límites ridículos) podrás apreciar ese esfuerzo. No obstante, también hay una cuestión comunicativa: muchos términos se conocen más en inglés. Y, por mucho que quiera la RAE, mercadotecnia y mercadeo no son términos absolutamente correspondientes a marketing, del mismo modo que branding tiene algunas connotaciones distintas a la más complicada marca y a la muy específica marca personal. También tiendo a utilizar palabras inglesas de vez en cuando con función irónica, o para no repetir una y otra vez las mismas palabras españolas. Y otras veces, lo reconozco, porque las amo y me encanta su sonido. Es un recurso más, digamos.
En resumen, sé que esto puede ser irritante para algunas personas, y sin duda ahora estaré más atenta a usos innecesarios (que los hago, desde luego). Pero en este blog he preferido poner las necesidades comunicativas por encima, intentando, en la medida de lo posible, ser respetuosa con nuestro idioma.
Dices que mi prosa está muy contaminada para ser una escritora: ¿has leído mi ficción? Dale una oportunidad, te aseguro que tiene un 90% menos de inglés 😉
[…] promocionar tu marca. Ya he hablado de lo que opino sobre la marca personal y cómo podemos utilizarla de una manera ética y artística, consecuente. Las redes sociales son […]
[…] Aún así, me gustaría animarte a leer este artículo de Ana González Duque en el que te explica qué es la marca personal como escritor porque merece (muy mucho) la pena tener en cuenta sus palabras, y de paso, puedes leerte este de Gabriella Campbell ¿Debe el autor ser una marca? 6 preguntas que no nos estamos haciendo. […]
Está clarísimo y directo al grano, sin promesas, sin «¡llame ya!» ni otros clickbaits (¿cebo para clicar? ¡Cómo nos quedamos cortos al traducir algunos términos en inglés!)
Este tema es algo que siempre está presente en mi cabeza. O como una mariposa nocturna que se atraviesa por mi campo de visión cuando lo que quiero es concentrarme y escribir. Allí está y llega la eterna pregunta: Considerando el (crispado) panorama de las redes sociales en la actualidad, ¿cuánto de uno se debe mostrar, exponer? Todos los días leo una u otra polémica. Alguien dice X, el otro no está de acuerdo porque piensa Z, pero resulta que al decir X estás mostrando tus colores políticos, religiosos o hasta deportivos. Basta que aparezca un tuitero (o facebookero, o lo que sea) que no esté de acuerdo contigo y que al mismo tiempo, traiga toda la mala onda del día a cuestas para que te tape a garabatos y no contentos con eso, te mande mensajes privados para seguir tirándote mierda e incluso entusiasme a sus amigos para que te funen, sólo porque no está de acuerdo contigo.
Veo temas que me gustaría debatir (sanamente), o quizás incluso compartir experiencias de vida que podrían servir a alguien pero esta jauría virtual esperando al próximo iluso con sus antorchas y horcas para tirársele encima me hace callarme la boca, retraer los dedos y desaparecer entre los arbustos cuán Homer. El otro extremo tampoco es bueno, como dice la canción de Los Prisioneros (banda de rock de los años ochenta en mi natal Chile): «Nunca quedas mal, quedas mal con nadie».
¿Por qué saco a colación esto? Porque la relación entre este tipo de comunicación en las redes sociales y el número de seguidores y posibles visitantes de tu página (e incluso quizás, en una de esas, posibles lectores), está cada vez más fuertemente ligada. Yo misma me veo siguiendo a gente con los cuales concuerdo políticamente, por ejemplo. El costo de pararse en uno u otro lado de la cerca es super alto. A nivel artístico, también.
Hasta ahora he tratado de encontrar gente en las redes sociales con similares gustos a los míos. Mi proyecto de novela trata fuertemente sobre la música clásica, Beethoven y el viaje en el tiempo. Y ahí estamos con *nerds* como yo en la misma línea, ya sea escribiendo proyectos parecidos o que los consumen. En mi blog escribo sobre la investigación histórica para mi novela, como también sobre los vaivénes del escritor amateur como yo, que da tres pasos hacia el frente y dos para atrás. Sé que no estoy haciendo un esfuerzo extra en el marketing, sino que estoy escribiendo como condenada para avanzar en los borradores e ir ya revisando, cortando, puliendo, sacando, poniendo, llorando, etc.
¡Gracias por tus artículos y sabiduría, Gabriella-sensei!
¡Hola, Aurora!
«¿Por qué saco a colación esto? Porque la relación entre este tipo de comunicación en las redes sociales y el número de seguidores y posibles visitantes de tu página (e incluso quizás, en una de esas, posibles lectores), está cada vez más fuertemente ligada. Yo misma me veo siguiendo a gente con los cuales concuerdo políticamente, por ejemplo. El costo de pararse en uno u otro lado de la cerca es super alto. A nivel artístico, también».
Y aquí entra el concepto de nicho. Todo depende de lo que quieras vender. Hay gente con muchos miles de seguidores por sus opiniones políticas que luego se sorprenden si venden poco con su libro de poesía surrealista. Si escribes libros sobre política, pues da igual a quién eches atrás: tienes a tu público que te compra. Todo depende de tus lectores ideales. Yo tengo mis opiniones políticas, sociales, etc., pero ¿qué interesan a mi público si escribo fantasía? Que otra persona y yo tengamos opiniones diferentes sobre gestión económica, por ejemplo, no debería impedirle disfrutar de mis libros.
Temo que ahora mismo no tengo tiempo de entrar más en este tema, porque siempre me ha parecido fascinante, pero gracias por sacarlo a la palestra. Entra en consonancia con el tema de la marca personal, y es algo muy complejo.