No tengas más de 30 libros en casa.
Esta frase ha invocado rayos y centellas en las redes sociales, y no es para menos.
¿Deshacernos de libros, en serio?
¿Quién se cree que es Marie Kondo para decirnos cuántas obras debemos tener en la estantería, en la mesilla de noche, sobre la cama o bajo la pata de una silla coja? Twitter, Facebook y hasta Google+ (¿tal vez? ¿creo? ¿posiblemente?) se han incendiado con semejante descaro, despertando, a la vez, toda una suerte de reflexiones, profundas o no, sobre el valor de nuestros libros:
Lo gracioso es que yo estoy un poquito de acuerdo con lo que dice Marie Kondo. O sobre lo que no dijo. Porque Marie Kondo no dijo eso*.
Pero solo os pido que, antes de mandarme las metralletas a casa, subidas a lomos de drones, tanques o tiranosaurios, leáis el resto del artículo.
Comienza el debate
A finales de 2018, leí (o más bien escuché, en audiolibro) The Life-Changing Magic of Tidying Up. La narradora tenía una voz dulce y agradable, y me decidí a poner en práctica lo que el libro predicaba, porque servidora es muy desordenada y su entorno tiende, constantemente, a la entropía.
A diferencia del 90% de los libros de autoayuda que he leído, este funcionó. Os prometo que ahora cuando miro mis cajones me caen lágrimas de felicidad en vez de darme ataques de pánico. Eso sí que es progreso.
Por casualidades de esas extrañas del destino, justo después de terminar el libro y de poner patas arriba mi dormitorio y despacho, apareció un reality de Kondo entre mis novedades de Netflix.
Porque todos esos vídeos en Youtube sobre cómo doblar tus bragas no eran suficientes.
Marie Kondo es una mujer japonesa que va a hogares estadounidenses a arreglarles la casa (o, más bien, a enseñarles cómo hacerlo). Marie conquista todo mediante la magia del amor y la organización. Su firme manejo de sus clientes, entre risas encantadoras, me recuerda a cuando sugiero a clientes escritores que veintiocho gerundios por página no son necesarios. Yo también río cuando intento quitarle hierro a la crueldad y el autoritarismo, Marie.
A mí me gusta Kondo, me gusta mucho, sobre todo porque en el mundo hay muy poca gente que ama su trabajo. Hay hasta estadísticas que lo demuestran. O por lo menos lo demostraban en 2017 en una selección realizada en el mercado laboral estadounidense, así que hasta aquí solo demuestro la invalidez de decir en un blog que hay estadísticas que demuestran algo.
Me sentí mal cuando empecé a ver comentarios indignados sobre esta dama honorable en la burbujita que son mis redes sociales, Solo he visto un trozo del episodio en cuestión, pero parece ser que Kondo propone a dos escritores que reduzcan su caudal de libros. Esto implica, terror de los terrores, deshacerse de objetos sagrados.
Antes de nada, diré que está claro que Kondo nunca ha tratado con escritores o jamás se le ocurriría meterse en semejante boca de lobo.
Que los libros son nuestro trabajo, Marie. Y nosotros también amamos nuestro trabajo.
A veces.
Un número (nada) mágico
Ciertamente 30 es una cifra un poco estúpida. Sospecho que Kondo proviene de Tokio, un lugar que no destaca precisamente por sus viviendas espaciosas, aunque su casa postéxito parece generosa.
Yo diría que esa cifra debe variar según el espacio del que dispongamos (o incluso a qué nos dediquemos). Tras la purga a la que sometí mi biblioteca (que no es la primera, desde luego), han sobrevivido más de 30 libros, y no son más que una gota en el mar inmenso que era mi colección de libros. Dar un número preciso, algo que por lo demás Kondo elude en todo momento (supongo que para evitar este tipo de reacción, precisamente) es un gran error.
No obstante, toda esta indignación me dejó perpleja. Entiendo que la idea de tirar libros a la basura puede resultar desagradable, pero hay muchas otras opciones, como regalar tus libros o donarlos a quien los necesita. Me sentí, incluso, un poco atacada. Si estaban tan indignados con la Kondo, ¿qué pensarían de mí?
Los escritores, cabreados
En mi entorno de escritores (y otros miembros del gremio literario), fue donde encontré las quejas más persistentes. Este es un ejemplo claro de lo que opinaban algunos de mis amigos (cito con su permiso expreso):
¿Por qué a mí me resultaba positivo deshacerme de libros, mientras que para otras personas era, evidentemente, algo negativo?
He llegado a algunas conclusiones.
1. En España el libro tiene un valor especial
Como muchos sabéis, servidora es bicultural.
En el Reino Unido hay una mentalidad muy distinta respecto al libro. Aquí en España tenemos libros de bolsillo, pero el tipo de libro de bolsillo pensado para un solo uso es muy propio del mundo anglosajón. Donde yo vivo, en la Costa del Sol, es muy común que los hoteles tengan estanterías llenas de los libros que los visitantes británicos han comprado solo para leer durante su estancia y que luego han abandonado. Para ellos, esos libros son desechables. Son libros que, tras una lectura, ya tienen una apariencia sobada y asalvajada. Por supuesto, su precio también es bajo.
Este tipo de lectura es propia de un país donde puedes comprar un libro por un precio risible en Tesco, el equivalente a pillarte una novedad editorial por cinco euros en Mercadona. La demanda alta de libros (que, entre otros factores, se debe a un clima que favorece actividades de interior, como la lectura) permite que haya también muchos libros disponibles en formatos rápidos. El libro lo lees una vez y lo tiras o lo donas. Si te gusta mucho, te lo compras en tapa dura.
Te amaré para siempre... o hasta que una edición ilustrada y encuadernada en piel nos separe.
Por todo esto, esa mentalidad es, en parte, la mía también. Estoy acostumbrada a ir a tiendas de segunda mano y volver cargada de novedades que me han costado a euro el libro (o menos). Estoy acostumbrada a llevarme libros de hoteles, a comprar libros tirados de precio, en general. Además, he sido editora, y cuando lidias con cajas y cajas de libros que no consigues vender, tu perspectiva hacia ellos cambia un poco. Por trabajo, también recibo muchos libros de prensa o cortesía, y témome que esos «regalos» no siempre son de mi agrado.
Con el tiempo, los libros se han convertido para mí simplemente en un medio para aprender y/o divertirme. Lo valioso no es el libro como objeto, sino el contenido.
Tengo la sensación de que ocurre algo muy distinto con los libros españoles. Los libros en España suelen ser más caros, exigen más esfuerzo para nuestro bolsillo y una mayor energía de selección. Nos arriesgamos menos al elegir. Evidentemente, su durabilidad es mayor y aguantan más de una relectura (o diez). Tirar un libro comprado en España, a una editorial española, es un horror. Es como tirar 20 euros a la basura y de paso escupirle al maquetador, pisotear al corrector y dejar mensajes lascivos al autor en el buzón.
¡Hola! ¡Vengo del contenedor, de tirar uno de tus libros! ¡Y lo he tirado al CONTENEDER AMARILLO!
No voy a entrar en las razones por las que el libro en España tiende a ofrecer estas características. Básicamente, leemos menos, compramos menos y se crea un círculo vicioso en la oferta y demanda. Ese es un tema mucho más complejo, para un artículo mucho más largo.
Así que tal vez no seáis vosotros. A lo mejor vosotros le dais el valor al libro que debe tener, y soy yo la que le ha perdido el respeto, como a quien le regalan doscientas cajas de galletas de chocolate y de repente decide que no, que ya no le gustan las galletas de chocolate.
Y todo esto nos lleva a…
2. El sesgo de pérdida
El sesgo de pérdida es una de las trampas mentales más nefastas que existe. Cuando invertimos tiempo, energía o dinero en algo, muchas veces seguimos haciéndolo, aunque ya no compense, por no «perder» ese tiempo, esa energía o dinero invertidos. Ocurre mucho con los proyectos de trabajo (cuando llevas meses trabajando en algo que evidentemente no va a funcionar, pero no abandonas porque sería echar a perder todos esos meses de curro) y con los juegos de azar. Es el «no puedo parar ahora, con lo que he invertido» del pobre ingenuo que ya ha perdido ocho rondas de blackjack.
Como aquel abrigo te costó 400 euros, sería un crimen deshacerte de él, aunque solo te lo has puesto una vez en quince años y no estuviste nada cómodo; aunque verlo en tu armario te proporcione una sensación incómoda de agobio y culpabilidad. Con los libros también ocurre.
Los libros son una manifestación de este sesgo, a veces. Y todo es mucho peor si te lo regalaron. A lo mejor es un libro de historia babilónica escrito en versos de Coelho y con ilustraciones de la señora que restauró aquel Ecce Homo, pero es que te lo regalaron, tío.
Ahí se juntan la culpa y el sesgo de pérdida. Y esa unión es demoledora.
3. El valor emocional del libro
Hay emociones guardadas entre las páginas de nuestros libros, en sus lomos y guardapolvos. No solo son emociones positivas. Algunos de mis libros estaban cargados de malos recuerdos, de rencor, de culpa, de ansiedad. Por eso resultó tan liberador deshacerme de ellos.
Esto, por supuesto, no es igual para todo el mundo. Muchas personas se sienten orgullosas de esos sentimientos negativos, también. Lo consideran una parte importante de su vida. Si eres de esas personas, guarda tus libros con primor. Todo depende del trato emocional que tengas con tus posesiones.
Cada persona se enfrenta de forma diferente a los recuerdos que asocia a un libro. Para muchos lectores, los libros son también un álbum de notas:
Nuestros libros son nuestra identidad, como explica tan bien Jesús. Y nuestra identidad cambia, al igual que cambia nuestra relación con nuestros libros:
Eso sí, ¡importante!: asegúrate de que tu fijación por conservar libros no sea una excusa para no tener que enfrentarte a la dura decisión de decir adiós a recuerdos dañinos, a emociones que te minan, a sentimientos que no aportan nada bueno. Eso sería trampa, ¿no?
Bien sé que ese enfrentamiento es difícil, pero creo que es necesario. Y ya que andamos hablando de identidad, todo esto también me ha hecho darme cuenta de lo siguiente:
4. Los libros representan lo que queremos ser
¿Qué ocurre cuando nuestras posesiones no son nuestra identidad real, sino la que nos gustaría tener?
¿Cuántos de vosotros tenéis libros de esos que comprasteis porque sentíais que debíais tenerlos?
Yo tenía unos cuantos. Manuales arduos que nunca conseguí terminar, obras de referencia que ya no consulto… ¿para qué?
Conserva los libros que amas, los libros que representan lo más profundo de ti, no lo que te gustaría que pensara de ti cualquiera que visitara tu casa.¿Te gusta Dan Brown? Lúcelo con orgullo. Nadie te obliga a tener libros de Chéjov en tu estantería.
Que podrías, porque Chéjov mola, pero nadie te obliga.
Y por supuesto te voy a juzgar por tener libros de Dan Brown en tu estantería, porque así es la naturaleza humana. Pero a ti no debería importarte, en absoluto.
Ni siquiera deberías invitarme a tu casa, por esnob.
5. el Prestigio de una buena biblioteca
Ocurre algo curioso con los libros. Si alguien tiene dos habitaciones repletas de figuritas de Warhammer, es un friki y no está bien de lo suyo. Pero si alguien tiene dos habitaciones repletas de libros, es un gran ejemplo moral a seguir.
La escritora Rocío Vega tiene figuritas Y libros. Lo que demuestra que sí, que se puede tener todo en esta vida.
El conocimiento no se transmite por ósmosis. Los libros solo aportan cultura si te los lees. Quedan bonitos, sí, y si tener dos habitaciones llenas de libros te da felicidad, mira, ¿por qué no tener tres? ¿Pero no tendría más sentido tener en esas habitaciones solo los libros que te aportan algo?
Las figuritas de Warhammer las pintó aquel friki y las disfruta cada vez que las ve, recordando el trabajo y detalle que invirtió en ellas. Tú no eres mejor que él por rodearte de celulosa.
Tenemos que fomentar la lectura, por muchísimas razones. Esto no implica que tengamos que fomentar un consumo exacerbado de objetos materiales, máxime si gran parte de esos objetos no hacen nada por nosotros. Si te encantan los libros como elemento decorativo, ¡fabuloso! Ya te están dando algo. Lee todo lo que quieras (todo lo que puedas y más), pero considera si TODOS los libros que te rodean te hacen mejor persona.
O si te dan algo de felicidad.
6. El peligro del y si
¿Y si el año que viene me mudo a Canadá y la enciclopedia de osos más peligrosos del mundo me hace falta? ¿Y si quiero volver a leer aquella serie de 29 libros de fantasía épica que, francamente, perdió fuelle tras el tercero? ¿Y si cambio de parecer político y este ejemplar de Mein Kampf se convierte en mi libro de cabecera? ¿Y si…?
Es peligroso el y si, el afán de agarrarnos a cosas por si las necesitamos en el futuro. Provienen de una mentalidad de escasez y, de hecho, a veces tienen mucho sentido (si sufres o has sufrido una escasez real). Pero si tu escasez no es realista (o si es heredada), plantéate: ¿qué es lo peor que puede pasar si te deshaces de este libro? ¿Harás daño a alguien, un daño irreparable? ¿Terminará tu vida tal y como la conoces? ¿Vendrá Darío Villanueva en persona a echarte la bronca y arrancar de la pared tu diploma de Filología?
Es sorprendente la de cosas que tenemos que no necesitamos, basadas en un subjuntivo muy poco probable.
7. Una cultura donde el consumo es una obligación
Si alguien te regala un libro, te costará desprenderte de él. A lo mejor es porque te recuerda a esa persona y eso te proporciona rendimiento emocional. Pero también puede ser por culpabilidad: ¿qué opinaría esa persona si se enterara?
He arrancado la hoja de dedicatoria, he roto cada página en millones de trocitos diminutos, pero ¿y si un experto en rompecabezas hurga entre mi basura, recompone el ejemplar y avisa al autor de que me he deshecho de su libro?
Creo que esto parte de la noción desagradable de que debemos poseer algo por el hecho de poseerlo, no por lo que nos proporcione. Si un regalo no ha sido un acierto, ¿no tiene más sentido que lo disfrute otra persona, en vez de tenerlo en una estantería cogiendo aún más polvo?
Comprar menos libros en papel no implica el fin de la industria editorial. Podemos invertir en libros de papel que tengan mayor margen para las editoriales (¡y para los indies!). Podemos comprar lo que es realmente especial, adquiriendo ediciones de lujo. Y los eBooks y audiolibros existen (otro día hablamos, eso sí, de la problemática de acumular títulos sin leer en un Kindle, ejem. Y todo esto que digo no es excusa para dedicarse a la piratería, por cierto. Compra eBooks originales, que siguen teniendo un coste de creación, diseño, marketing y publicación. Su carácter digital no los hace menos valiosos).
Leer mucho no tiene por qué corresponderse con tener 10000 libros en casa (y saber mucho tampoco).
Elige libros que sean especiales para ti. Compra bien. Aunque consumas mucho en libros, ¿qué te obliga a conservarlos todos?
En ocasiones parece ser que si no tienes 1000 libros en casa, es que no aprecias la literatura. Pero propongo considerar el otro lado de la moneda… si conservas solo los libros que son importantes para ti, ¿no los apreciarás más? Sé que, por lo menos en mi caso, ha sido así. No se trata de ver al libro como desechable (aunque, como se ha visto en Gran Bretaña, eso podría fomentar la lectura en general), sino aceptar que no es obligatorio quedarte con todo lo que recibes o compras.
Y cuando sabes que te deshaces de lo que no te convence, te lo pensarás mucho más antes de tu próxima compra por impulso.
un par de conclusiones
Dona, no tires
Es posible que gran parte de la indignación que suscita una «regla» como la de Kondo es que asumimos que tenemos que tirar posesiones a la basura. Pero deshacernos de libros no significa su destrucción final y muerte. Hay muchas cosas que se pueden hacer para darles una segunda vida digna. Este artículo de La Vanguardia propone unas cuantas.
Personalmente, tengo la suerte de tener cerca una tienda de segunda mano que pertenece a una ONG local en la que confío. Respecto a las obras que están en peor estado, también hay unos cuantos vendedores de mercadillo a la caza y captura en mi vecindario, así que en cuanto dejo una bolsa de libros cerca de un contenedor, desaparece a velocidad vertiginosa.
UNA SOLA FRASE PUEDE DESTRUIRTE
En realidad todo esto no es lo importante de mi artículo. Toda esta reflexión ha surgido, sobre todo, como prolongación de algo que siempre me preocupa: la rapidez con la que juzgamos a los demás, algo que se ha visto magnificado por las redes sociales. La mayoría de los que hablaban de la famosa frase de la Kondo en mi entorno virtual no conocen su libro ni nada de lo que propone. Apenas he visto unos capítulos del documental, pero creo que pocas cosas hay tan inocuas como una señora japonesa un poco extravagante que nos sugiere que nos quedemos con las cosas que nos aportan felicidad.
Y sin embargo…
Tal vez es por frases así por las que me veo impulsada a escribir este artículo. Asumo que se ha dicho a la ligera, sin pensar, igual que cuando Kondo (no) soltó lo de los 30 libros. A la ligera, sin pensar. Da miedo que nuestras palabras puedan provocar una reacción tan visceral. Sobre todo cuando las cosas se exageran un pelín, de lo que se burla el escritor de fantasía Sam Sykes:
No me puedo creer que Marie Kondo dijera que destruyéramos todos los libros y que luego entrara en cada casa de cada individuo y les hiciera comerse todos sus libros y cuando intentaron protestar les dijo "no hables con la boca llena de libros, bocalibro" y todos los chicos populares se rieron.
Es precisamente esa visceralidad lo que me interesó. Lo que empezó como algo negativo y frustrante, en mi caso, terminó en un debate fructífero con otros compañeros. Ha surgido toda una evaluación de mi relación con mis libros y mis demás posesiones, y también, como escritora, me ha ayudado a conocer un poco mejor mi mercado.
Al final ha sido positivo todo esto, porque en el fondo no se trata de que estés o no estés de acuerdo con lo de los 30 libros. Se trata de pensar por qué estás tan violentamente de una parte u otra. Todos queremos imponer nuestros criterios y me gustaría, simplemente, aportar algunos puntos de vista menos debatidos. Si tener 10000 libros te hace feliz, eso es maravilloso. Si tener 10 te hace feliz, eso es maravilloso.
A mí, desde luego, me es indiferente.
Yo solo estoy aquí para hablar contigo de literatura, de escritura y de libros.
Te prometo que me da igual cuántos haya ahora mismo en tu estantería.
Créditos de imágenes:
- Imagen de chica con libro por Kuu Lee en Shutterstock.
- Foto de lector petardo molestando a autora, por Antonio Guillem en Shutterstock.
- Imagen de mujer preocupada por tirar un libro, por Antonio Guillem en Shutterstock.
- Imagen de cabecera con libros de segunda manos, por Yulia Grigoryeva en Shutterstock.
*Gracias a Pablo en los comentarios por el enlace al artículo donde se cita la frase original de Kondo. Sugiero unirlo a este, donde se desmiente el meme de los 30 libros obligados y se analiza de dónde surgió la indignación viral.
Hola!
Cuando conocía la obra de Marie Kondo me gustó mucho. Yo tengo varios desordenes en casa, no sólo (con tilde) en las estanterías, sino en cada cajón, caja y cualquier espacio susceptible de ser rellenado con cosas. Lo que Marie Kondo decía me parecía bueno, y difícil.
Supongo que la carga cultural (las limitaciones de espacio, sobre todo, pero tal vez no lo único) que acompaña a esta mujer es clave para su propuesta, y además para que a ella le resulte, en apariencia, más «fácil» y a los que guardamos y guardamos, aunque tengamos el mismo poco espacio que un apartamento japonés (de los pequeños, que los habrá grandes, digo yo) pues nos cuesta soltar.
Me encanta el análisis que haces de los libros en España. Cuando compras un libro por 21 euros y no te gusta, te duele tirarlo o donarlo (siempre, donar). Lo explicas muy bien: vivimos los libros de otra manera. Por ejemplo, esta navidad me han regalado una edición de «Weaveworld» en inglés en bolsillo, con un papel que si lo miras fijamente lo deshaces. A mi hijo le an regalado libros de Dean R. Koontz, también en inglés, formato bolsillo, con el mismo tipo de papel y la letra… bueno, esta tarde bajamos a por lupas. Y sí, ahora que lo dices, hay algo en esas ediciones que incita a «soltarlo» una vez que lo lees, aunque yo no voy a hacerlo, claro.
Suelo tomar notas de los libros que leo, sobre todo ensayo. En teoría, una vez leído el libro de ensayo me bastarían con las notas, pero al final el libro se queda ahí. Sí, es un problema, porque tienes que seguir leyendo. Y sobre todo porque la mayoría de los libros -al menos los que yo leo de ensayo- tienen poca chica y mucha paja. Transmiten una idea, dos, cinco… que eso es perfecto, pero lo rellenan con dos o tres capítulos «introductorios» o «generales», y luego por el final otros tantos de «aplicaciones», «futuro de…», etc.
En Facebook me refería a Marie Kondo como Marie Kuento, porque me da la impresión (aunque tendría que ver más de ella, de lo reciente) de que una idea útil la están estirando demasiado. Supongo que es normal, porque la cosa vende. Y a base de estirar, pues se llega a decir lo de los 30 libros. O los 40 ó 60, da igual los que hubiera dicho, habría recibido las mismas críticas. También son un poco exageradas algunas reacciones, como el tuit de «tal vez la asesinaría».
Volveré a leerme su libro «La magia del orden», que hace ya tres años o así de aquello.
Un abrazo!!
Qué de acuerdo estoy contigo en lo de los libros de ensayo llenos de paja. En EEUU se puso de moda lo de usar un libro como «tarjeta de visita» y entre eso y el despegue de los blogs y de Amazon se creó una tendencia global a publicar porque sí, estirando una idea, como bien dices.
Sobre la Kondo… me da un poco de pena el éxito tan bruto que ha tenido, porque su idea es sencilla (y esa es parte de su eficiencia), así que si sigue ampliándola de este modo perderá credibilidad y el mensaje desaparecerá. A no ser que se dedique a estudiar en profundidad sobre temas relacionados, no hay mucho más que pueda aportar sin entrar en merchandising o productos repetitivos. O en polémicas tontas como esta, claro.
Creo que has dado en el clavo en un par de cuestiones. A mí me gusta tener libros en casa, me gusta coleccionarlos. Intento no comprar libros que no vaya a leer, pero a veces se me va la mano. A la hora de donarlos (tirarlos jamás) está el problema del dinero: no es lo mismo deshacerse de un paperback de 5 euros que un… *suspiro* paperback de 20. El primero se entiende como un objeto que tiene su ciclo y que es hora de pasar a otra persona, pero el segundo nos ha costado tanto que… ay.
Me pasa parecido con los libros de rol, que aunque no vaya a usar porque tengo la siguiente edición revisada deluxe con chorreras, me costó tanto en su momento (ya sea dinero o encontrarlo, sencillamente), que desprenderme de él se me hace imposible.
Con los moñecos de Warhammer, que he empezado a coleccionar otra vez, estoy intentando tomármelo con mucha calma. Disfruto al pintarlos, pero también los uso para jugar, por lo que no se trata de objetos perecederos como puede ser la última novelita cutre de saldo. Eso sí, soy muy consciente de que no tengo espacio ni taller para coleccionarlo TODO, así que intento sacarle el máximo provecho a lo que tengo ya.
A mí me pasa sobre todo con los cómics. Ya solo compro los que sé que quiero guardar, en tomos bonitos. Y eso es difícil que lo regale o tire, porque los cómics que me gustan mucho siempre los releo. Igual todo esto nos sirve también para reflexionar sobre lo que consumimos 🙂
Excelente artículo como siempre, Gabriella. Supongo que cada razón tiene que ver con un entorno en sí mismo. Hablaré por mí porque soy la persona que mejor conozco. Me identifico mucho con «el valor» del libro, dividido entre lo que costó obtenerlo y lo que me da a cambio en su lectura. Obviamente hablo desde un punto de vista en el que ya he depurado un poco lo que leo, volviéndome más selectivo en los temas que me gustan -literatura fantástica, ensayos de crítica-.
Te cito: «Con el tiempo, los libros se han convertido para mí simplemente en un medio para aprender y/o divertirme. Lo valioso no es el libro como objeto, sino el contenido».
Para nosotros, que vivimos con la literatura, el libro se vuelve nuestro material de consulta, nuestra referencia inmediata ante algún problema tanto en la escritura, en la corrección o investigación. Y como la literatura tiene esa capacidad de refutarse a sí misma, los títulos que se rebaten entre ellos nos dan la opción de contrastar opiniones, estilos y esas cosas.
No digo que no haya transtornos de acumulación escondidos en algunos escritores -que eso es otro problema- pero para nosotros, en mi caso, solo he donado libros cuando sé que jamás los voy a leer, o su lectura, si es que puede pasar, ha caducado. Igual es difícil. Supongo que es una cuestión de criterio. A veces me justifico, tontamente, al pensar que en un futuro a lo Bradbury uno deba tener la labor de ser una biblioteca parlante.
Un abrazo, y nunca dejes de escribir, por favor <3
P. D: No conozco a Marie Kondo. Sé que hubo una polémica, mas no tenía idea de que era algo cercano a los libros.
Totalmente de acuerdo en que esto depende mucho de las circunstancias y entorno de cada uno. En mi caso, es que si tuviera que guardar libros para contrastar referencias, no me cabrían en casa. Recurro a notas personales, internet y referencias en Evernote para ese tipo de cosas.
Un besazo y muchas gracias por tu reflexión.
Me ha parecido un gran artículo el que has escrito. Me invita mucho a reflexionar sobre el trato personal que tengo con mis libros.
Como historiador, es bastante difícil o casi imposible pensar que puedes deshacerte de libros que tanto trabajo te costó leerlos para trabajos escolares, investigaciones o en la elaboración de textos historiográficos, aunado a muchos otros libros adquiridos por gusto personal de otros géneros literarios.
Sin embargo, concuerdo en que es necesario revalorar lo que tenemos en nuestras estanterías y preguntarnos si verdaderamente vale la pena seguir conservándolo; al final, solamente quedarnos con lo nos sea útil, nos interese y nos haga sentir muy dichosos de presumir en un librero. Así, puedo interpretar lo que dijo esta chica japonesa sobre los treinta libros como una invitación a sólo quedarnos con lo que realmente nos sirva y sea de provecho, intelectual, cultural y emocionalmente.
Y que por cierto, en mi estantería hay tres libros de Dan Brown que muestro con mucho orgullo porque cuando era más chico fueron la inspiración para estudiar mi profesión, aunque ahora los critique ferozmente.
¡Saludos!
Jajaja, a mí me pasaba lo mismo con mis libros de Anne Rice. Pero me deshice de ellos, más que nada porque sabía que no los volvería a leer. Eso no quita que me hayan proporcionado muchas horas de placer en otros tiempos.
«Así, puedo interpretar lo que dijo esta chica japonesa sobre los treinta libros como una invitación a sólo quedarnos con lo que realmente nos sirva y sea de provecho, intelectual, cultural y emocionalmente».
Yo desde luego lo interpreto así 🙂
Hola Gabriella! Me ha gustado mucho el artículo.
Entiendo perfectamente que una persona no quiera deshacerse de un libro en el que se ha invertido tiempo y dinero. En mi país (Costa Rica) los libros son muy caros y lo vamos a pensar 2 veces antes de dejar ir uno. Para que te hagas una idea, el libro «The Subtle Art of Not Giving a F*ck» en diciembre se conseguía por $30 y en tapa blanda!!!
La verdad es que aunque amo ver una habitación llena de libros, no es igual de bonito cuando toca hacer mudanza y tienes más cajas de libros de las que puedes cargar.
Saludos!
¡Sí que son caros, sí! ¿Tenéis alguna plataforma de audiolibros tipo Storytel? Algunas ofrecen una cantidad tremenda de libros por muy poquito dinero al mes. Sé que el audio no es lo mismo para mucha gente, pero es una forma de rellenar los huecos entre los libros de papel.
Y no me hables de mudanzas, ¡ay! Acumular libros te destroza la espalda 😉
Me duele el cuello de asentir con la cabeza a todo lo que has escrito.
A mí el libro de Kondo me gustó mucho, aunque no he llegado a ponerlo en práctica todo lo que me gustaría (algún día, ¡ay!). Yo descubrí a qué libros tenía verdadero apego cuando tuve que hacer una mudanza trasatlántica y vi las tarifas de los envíos internacionales; no solo me desprendí de libros, sino del ochenta por ciento de mis pertenencias. En su momento me dolió casi físicamente dejar aquella butaca tan preciosa o la colección de cierta autora que me había comprado en tapa dura y no era práctico traerme, pero ahora me parece ridículo haberlo pasado tan mal por «cosas».
Para mí, lo más duro de deshacerme de los libros es el lado económico. Como tú dices, gastarte veinte pavos en un libro y luego donarlo o revenderlo por veinte céntimos me duele el alma. Aunque a veces, cuando un libro no me ha gustado nada, nada, nada, he llegado a tirarlo al contenedor de papel sin pensar en cuánto me había costado, por pura rabia. Lo importante de los libros son las palabras, y eso lo puedes guardar en una copia digital (o en tu cabeza). El resto solo es celulosa. Por bonita que sea y lo bien que luzca estar rodeada de ella.
«Aunque a veces, cuando un libro no me ha gustado nada, nada, nada, he llegado a tirarlo al contenedor de papel sin pensar en cuánto me había costado, por pura rabia».
Jajajaja, ¡di que sí! Intento siempre donarlos, pero alguno ha sufrido mi ira.
Hola, Gabriella:
Mucho antes de Maria Kondo, supe que tenía que deshacerme de mis libros. Fue en una mudanza y hubo que sacrificar muchas pertenencias. Llamé a la biblioteca del barrio. Se los llevaron, encantados. En aquel momento confieso que me dio pena, pero también pensé que al menos dejaba algo detrás de mí.
Luego estuve años resistiéndome a comprar. Me hice socia de la pública y leí más que nunca. Pero, no sé cómo, mis estanterías volvieron a llenarse… Cuando llegó otro traslado, llamé a los chavales de una librería de segunda mano. Se los llevaron, encantados. En ese momento confieso que fue duro seleccionar qué sacrificaba, qué salvaba… Pero también me gustó saber que allí quedaba algo mío: mis libros. (A mi hijo le costó más: era su primera vez…)
Ahora leo, sobre todo en digital. Sigo siendo usuaria de la pública, pero acudo al préstamo de eBiblio. A veces, echo en falta, ay, ese libro que tenía y que ya no tengo… Si me es imprescindible, lo busco por ahí.
Los libros pesan demasiado como para transportarlos de aquí para allá, y yo ya no quiero fardos. Lo que no me haya quedado grabado será que no me interesó tanto, o que la memoria, como nuestros espacios, tiene sus límites.
Yo tampoco soy talmente de aquí. Crecí viendo cómo mi padre compraba libros de ocasión y cómo los leía con el mismo placer que cuando compraba alguno nuevo, de bolsillo. En la escuela no teníamos libros de texto, sino libros de lectura colectivos. Por eso no supe de la cruz que suponía para una familia comprar esos libros de texto a la vuelta del verano. Ese compartir libros (que mi hijo también conoció, pues en Cataluña acostumbran a «socializarlos») me libró del sentimiento de pertenencia; me ayudó a liberarme, cuando fue necesario, de la culpa de tener que dejarlos atrás. Esos libros fueron míos mientras los leí y cuando los dejaba sobre mi mesita de noche; ahora, son para otro lector.
Además, tampoco hay tantos libros que merezcan una segunda lectura…
(Gabriella, escribes bien hasta con catarro. Ponte buena pronto.)
«Lo que no me haya quedado grabado será que no me interesó tanto, o que la memoria, como nuestros espacios, tiene sus límites.»
Esto es algo a lo que le doy muchas vueltas en las lecturas. Apunto cosas en fichas, hago pequeños resúmenes o cito frases en libretas, apunto en Evernote… lo que sea por no perder las cosas importantes. Luego igual ni miras las notas, pero por lo menos queda la sensación de que no has sido solo un elemento pasivo en la lectura. De hecho, escribir sobre ideas (por ejemplo, en artículos en este blog) es lo que más me ayuda a recordar lo que he aprendido.
Confieso que soy propenso al síndrome de Diógenes literario, no obstante en caso de mudanzas, que no fueron pocas en mi vida, he donado a alguna biblioteca los libros que sabía que no volvería a leer y podían tocar el alma de alguien (que para eso son los libros). Hubo otros libros que no esperé a mudarme para enviarlos a reciclar celulosa; ese tipo de libros que en vez de tocar el alma, le tocan los genitales al lector.
Otro aspecto del tema, es conservar los libros para compartirlos con los hijos, los amigos y cualquiera que sabes que los apreciarán (y te los devolverán).
En fin, que cada uno haga lo que le venga en gana con sus libros, eso de poner límite a la tenencia de libros me parece absurdo. Bueno, me parece absurdo poner límites en general.
«Otro aspecto del tema, es conservar los libros para compartirlos con los hijos, los amigos y cualquiera que sabes que los apreciarán (y te los devolverán)».
Esa es otra, sí. Creo que el problema llega cuando conservas libros para dejarlos a otros y lo vas dejando y se van acumulando y acabas con estantes llenos de libros que no te interesan y con los que nunca hiciste nada.
El tema de prestar libros también daría para otro artículo. Personalmente, nunca presto un libro que no me pueda permitir perder. Muchas veces digo «te lo presto» y realmente quiero decir «te lo regalo, pero si algún día quieres traerlo de vuelta, tiene sitio en mi casa».
Fíjate que yo (que sí he leído el libro de Marie Kondo) pensé que cómo se atrevía a decirme cuántos libros podía conservar. Hice limpieza de otras cosas (no tantas, sigo teniendo tendencia a acumular) pero vaya, su teoría sobre el orden me gusta. Sin embargo no me planteé deshacerme de mis libros, aún sabiendo que tengo algunos perfectamente prescindibles. Y mira, ahora mismo me voy a enterar de si en la biblioteca municipal aceptan donaciones o qué otro destino puedo darles porque sí, hay algunos que no me aportan nada y solo ocupan espacio que me hace falta para otros que sí quiero tener (no prometo que sean 30).
Por cierto, esperaré con ansia tu entrada sobre acumular libros en el Kindle. Con eso sí tengo un problema.
Uyuyuy. Lo de acumular libros en el Kindle es otra historia aparte. Antes regalaba libros o los ponía a 0,99 para temas promocionales, pero me da cierta pena saber que esos libros caerán en el gran agujero negro de «libros Kindle que descargué porque eran gratis o baratos y que probablemente nunca lea».
Es extraño, pero las cosas de autoayuda siempre van a tener mucha polémica, y más si entendemos que coleccionar o conservar algo que no nos molesta no es ningún problema, más bien una buena compañía. No he leído el libro de Marie Kondo, así que no entiendo muy bien el porqué de tirar libros, pero sí que puedo entender que mucha gente no lo comparta. Yo, por ejemplo, aunque sin escandalizarme, no lo comparto. En mi pequeña colección tengo varias catalogaciones: una de libros «top» anuales, otra de libros que no me importaría releer y otra de los que no me gustaron (y muchos son grandes obras). Sería lógico pensar que podría deshacerme de estos últimos, pero es que lo pienso y no me parece algo razonable; una vez leído, cada libro tiene una parte de uno mismo de la que cuesta desprenderse. Por ejemplo, entre mis libros «desechables» se encuentra el primer libro que me regalaron, es un libro que no me gustó pero es el primero que fue reconocido como de mi propiedad; de hecho me fui de casa de mis padres y fue una de las primeras cosas que busqué para llevarme, y es que aunque no me gustara, y ni siquiera quiera volver a leer, su sola imagen me evoca ciertos sentimientos realmente placenteros. Y no es por nada económico, podría desechar cualquiera, incluso los «top», por 10 euros se podría conseguir la edición de bolsillo de cualquiera y no sería un desembolso que mermara mis riquezas, pero, y lo digo por experiencia, ese nuevo conocido libro, aunque fuera de la misma edición, no sería ni tu viejo amigo ni el mismo que te encandiló en su momento. Es algo mágico, para mí, esas cosas que se llaman «libros», por eso no creo en Marie Kondo, aunque… si adquiriera su libro todo se juntaría en un mar de contradicciones… lo pensaré ;).
Por cierto, que no te he dicho nada, una entrada fabulosa Gabriella.
¡Muchas gracias, Pepe! Yo no soy muy de autoayuda, pero sí que ha habido dos libros en mi vida que compré con cierta vergüenza y que luego me sorprendieron muy gratamente. El de Marie Kondo es uno de ellos. Precisamente por el tono afable y moderado que mantiene Kondo en su libro, me sorprendió todo el revuelo producido en el caso de lo de los libros. Nunca me han gustado los linchamientos públicos, así que me puse a investigar y una cosa llevó a la otra. Realmente si lees la obra entera entiendes a qué viene su comentario, y que la cosa no tiene que ver, en realidad, con libros, sino en cómo nos enfrentamos a nuestras posesiones y las emociones que nos suscitan.
Creo que en el caso que comentas está muy claro que tú estás muy feliz con tus libros. Que aportan esa «magia» que apuntas en tu vida. Así que para ti no tendría ningún sentido deshacerte de ninguno 🙂
¡Hola Gabriella! No he leído este post, pero muy en contra de mi propio criterio y de mi costumbre, me atrevo a enviarte un comentario sobre el mismo. Marie Kondo nunca ha dicho que hay que tener un máximo de 30 libros en casa. Es un bulo que está circulando por internet. Lo que Marie Kondo dijo es que ella sólo tenía 30 libros en su casa en aquel momento. https://mag.elcomercio.pe/historias/marie-kondo-30-libros-casa-netflix-noticia-598160
Yo sí he leido el libro de Marie Kondo y tengo que reconocer que darme permiso para tirar las cosas que ya no quiero o necesito ha sido liberador, especialmente porque tengo muy poco dinero y vivo en un piso muy pequeño. Me costaba mucho trabajo deshacerme de cosas que había pagado con el poco dinero que tengo, y al mismo tiempo me sentía incómodo en un piso super enano atestado de trastos que ya no uso, pero «por si acaso». Y sí, ese permiso para deshacerme de las cosas que ya no necesito se extiende a los libros.
¡Hola, Pablo!
Me alegro de leer tu comentario, porque yo también he leído su libro (y vi el episodio en cuestión) y andaba un poco confundida porque no recordaba que hubiese dicho algo así (no obstante, mi memoria es bastante traicionera). Pensé que era algo que había dicho en el episodio sobre libros de Netflix. Hay aquí también un enlace interesante sobre las implicaciones de «spark joy» (básicamente, una traducción incompleta del concepto original): https://www.truthorfiction.com/did-marie-kondo-tell-people-they-could-only-keep-thirty-books-at-a-time/
Como digo en el artículo, este es otro caso de indignación inflada sin saber ni de dónde. De cualquier modo, insisto en que mi interés no estriba tanto en lo que ella dijera o dejase de decir, sino en el porqué de reacciones tan extremas. De hecho, si lo lees verás que estoy muy de acuerdo con lo que comentas. Me gustaría también saber cuál es tu opinión sobre la cuestión cultural (aunque desde entonces he visto bastante indignación online desde el Reino Unido, también. Igual la cosa es que nos gusta indignarnos en cualquier cultura).
Edito el post para que todo quede más claro e incluyo el enlace. Gracias por pasarte,
Besos.
¡Hola, Gabriella!
Yo me leí en su momento el libro de Marie Kondo y el trasfondo me parece interesantísimo. Yo me deshice de muchas cosas que ni sabía que tenía gracias a revisar armarios y cajones que ni recordaba y a mí, al menos, me ha dado cierta paz y también mucha perspectiva.
En esto de los libros, te comento: soy filóloga, correctora de textos, padezco de tsundoku y amo los libros como objeto y aún así no tengo muchos y podría deshacerme de unos cuantos. Me ha encantado tu análisis sobre por qué es taaan horroroso deshacernos de libros en España. Cuando decido hacer limpieza, mi padre se echa las manos a la cabeza y se ofrece a «rescatarlos» todos por eso de que son sagrados y yo soy más defensora de las segundas vidas. En relación a lo que Marie Kondo propone, creo que lo importante es comenzar a darle verdadera importancia a otras cosas y no a los objetos. Nos encanta definirnos por nuestras posesiones y me parece terrible. No sé en qué posición me deja esto, si cerca o lejos de Kondo. Pero es cierto que la visceralidad de las opiniones que ha desatado llama la atención.
¡Saludos!
Grabriella: Diría que tus notas desbordan, pero prefiero utilizar el devaluado termino «interesantes», que si fuéramos tantas veces al mataburros, como lo hacemos con el movil, valoraríamos mas. Por que tus notas tienen ese contenido que te atraviesan de lado a lado y dan gusto de llegar hasta el final, para disfrutar luego de salir del coma, claro. En lo que atañe al tema, yo entraría en la peor categoría ya que si bien no hago tanto culto al libro como objeto, acopio tanto libro digital que debo deshacerme de algunos de modo irremediable (habrás visto con que finura le he esquivado al gerundio, no…?) por cuestiones, no tanto de espacio ya que ocupan poca cosa. como la de deshacerme de los mal escritos, adquiridos al bulto, de colecciones que ofrecen gentil-mente(ahí no pude esquivarlo) por la red. En cuanto a la señorita oriental de moda, no la conocía, pero acabo de descargar dos de sus libros: La felicidad después del orden y La magia del orden. Mi esencia siempre ha sido el caos; aún así y tras nockear al prejuicioso que llevo dentro, junto a mis otras personalidades, pienso leer ambos volúmenes de un tirón, esperando no tener que poner en practica con ellos, la premisa que tan famosa ha hecho a su autora. Un abrazo enorme. P.D: No sabes si también funciona con ropa interior masculina…?. No… no creo. (=
Jajajaj, me ha gustado eso de «salir del coma».
De lo del libro digital podríamos hablar largo y tendido. Yo también tengo mi aplicación Kindle repleta de libros que probablemente no lea nunca, pero no borro nada por falta de tiempo y pereza. Realmente, mantener toda nuestra vida digital en orden es también un proceso cansado y problemático.
Ya me contarás qué te parecen los libros de Kondo. El de la magia del orden lo disfruté bastante.
Besos, y gracias por leer y comentar.
Yo aprendí hace tiempo a controlar la cantidad de libros en casa. Aprendí a la dura, por una tos que duró meses y burló a varios neumonólogos hasta que uno dio en el clavo con esta pregunta: «¿Tienes libros en tu cuarto?» «Sí.» respondí. Y luego me dijo que los sacara y sólo mantuviera dentro uno (no treinta, uno). La tos se solucionó a los días. después de eso me fijo mucho en el tipo de papel y me volví fan del libro digital.
Creo que das en el clavo cuando describes los diversos tipos de obsesiones que nos impiden a soltar cosas que ya no usamos o necesitamos.
Nada como una buena tos que dura tres o cuatro meses para aprender.
Es muy interesante lo que comentas, Javier, ya que una de mis razones para deshacerme de libros (sobre todo libros en mi dormitorio) ha sido esa: una tos persistente. Tenemos mucha humedad en casa y en el dormitorio sobre todo se acumulan moho y polvo con mucha facilidad. Tras unas pruebas de alergia he descubierto que no soy alérgica a ninguna de esas cosas, pero sea como sea, con los libros fuera la tos ha remitido (también estoy tomando otras medidas, así que será una mera correlación, pero ahí está).
Sea como sea, no echo en falta los libros que ya no están. Y mirar mi estantería (ahora en el pasillo) me da verdadero gusto: en ella se ven claramente los libros que amo; ya no están escondidos entre montones de obras que nunca leeré o que no me convencieron.
Me encanto! Me hiciste ir y venir entre las dos posturas y me dejaste con ganas de revisar mi biblioteca y donar lo que ya es hora de donar. Gracias ♥