Los que seáis amantes del té como yo tal vez hayáis visto cierta gama de infusiones que parece inundar cualquier bar o restaurante que se considere medianamente digno.

Los que seáis amantes del té como yo habréis apreciado sus tazas elegantes con plato a juego, la presentación de su producto a granel en colador y la práctica tapa que sirve para evitar derrames y otros accidentes propios de gente torpe como servidora.

Por supuesto, su carta está llena de nombres que te hacen dudar de si te están vendiendo infusiones o experiencias sensoriales extremas y posiblemente ilegales.

Los que seáis amantes del té como yo también habréis apreciado que, pese a este aspecto atractivo, la decepción es inevitable: el té que vende esta marca que no mencionaremos no está a la altura de su apariencia. Respecto a alguno de sus tés negros, diré que un sobrecito barato de té básico de supermercado en una taza vieja y desconchada me sabe bastante mejor (por lo menos, me sabe a algo).

No obstante, esas tazas siguen inundando los comercios. Y yo sigo tomando ese té cuando salgo, porque 1) no hay otra cosa y 2) a veces se me olvida que es mediocre, porque las tazas son tan monas.

diseñoEs que es ver cosas de este tipo y me sobrecoge la amnesia.

En teoría, el marketing debería ir de la mano del producto. Con aquella gama de infusiones tal vez no sea tan importante: una parte sorprendente de consumidores de tés realmente no distingue entre una marca de alta y baja calidad; muchos de ellos aman sobre todo el ritual, la presentación y el calor de la bebida (y eso es igual de válido). Algunos podremos quejarnos y defenderemos a las marcas que nos parecen mejores, pero las presentaciones en tazas de porcelana seguirán dominando el mercado, porque tienen un diseño mucho más cuidado y porque ofrecen una experiencia que se nos promete atractiva*.

Un ejemplo más es la marca We Are Knitters. Por muy suave y natural y maravillosa que sea su lana, me pregunto si la calidad merece los 15 euros del ala que puede costarte cada ovillo. Su packaging, su cultura Instagram y sus patrones son tan bonitos que a veces he pensado que, de tener 100 euros para mis caprichos, sí me los gastaría en uno de sus preciosos kits. Así de poderoso es su diseño. Y no hablemos ya de algunas marcas de cosméticos.

Está el mercado lleno de libros feos y mal editados, pero también está lleno de libros preciosos, editados con mimo, que insistimos con fuerza en que deben de ser buenos (lo sean o no), porque nos cuesta conciliar buen diseño con mal contenido. De hecho, una de las mayores críticas que se realiza a algunos booktubers es que adoren el producto en sí, el fetiche del libro, en vez de su interior (¿pero quién puede evitar emocionarse ante un libro que es objeto de deseo?). A muchos lectores les produce rechazo saber que subrayo los libros, que los manoseo sin demasiado cuidado, que los regalo cuando termino con ellos, porque para mí es mucho más importante lo que contienen que el objeto en sí. Pero yo tampoco soy inmune: cuesta mucho más maltratar o donar un libro con encuadernación de lujo, sea cual sea el contenido.

(Y no hablemos solo de detalles físicos de un libro, sino de la apariencia del propio autor, su marca personal y todas sus huellas digitales).

De aquí extraigo dos conclusiones que me parecen ahora mismo fundamentales: con un buen diseño puedes enganchar a cualquiera. Por desgracia, también puedes engañar a cualquiera.

¿Y si nos proponemos hacer cosas bonitas** por dentro y por fuera?

 


*Hablando de tazas de porcelana… este sitio será mi ruina.

**Con bonito no quiero decir que no puedas escribir sobre sangre, tripas y vómito. Eso también puede ser muy bonito, si se hace bien.

Más cosas, que hace mucho que no hablamos: