Hay temas que repito en el blog. Hay frases enteras que repito en el blog. Es difícil saber dónde está el límite para esto de las repeticiones.
El límite debe estar en algún sitio entre «cómo puedes ser tan pesada» y «acabo de llegar a tu blog y estás dando por sentado que sé todas estas cosas, pero no tengo ni idea de lo que estás hablando». En un poco como intentar dar una clase donde enseñas un idioma y tienes alumnos que ya están con la pasiva media perifrástica supina y de repente entran personas nuevas que no saben ni conjugar el verbo ser. Si explicas el verbo ser de nuevo es posible que algunos de tus alumnos más avanzados se queden dormidos o, directamente, cojan la puerta. Porque en esta clase no tienes poder. No puedes amenazar con un suspenso a los que se marchen, ni mandar deberes a los rezagados. Ni mandarlos al despacho del director (creo que aquí el director sería WordPress. Creo que no tiene despacho, solo oficinas en las Bermudas, o donde sea).
Solo que esto en vez de una clase es un vómito mental, y en vez de gramáticas más o menos inventadas, son opiniones que pueden tener o no tener sentido y razón. Opiniones que más me vale que sean interesantes si quiero competir con Twitter, Facebook y Menéame para ganarme unos segundos de atención.
Un viernes más, llego cargada de anotaciones y recortes para vosotros. Y en el primero voy a repetirme. Voy a decir algo que ya he dicho muchas veces.
Qué más da, es importante.
King y a quién pertenece tu texto
¿Para quién escribimos? Esa es una pregunta que nos hemos hecho unas cuantas veces. Hace poco leía un artículo que avisaba del peligro de permitir a otros que lean nuestros textos si no están acabados. De enseñar nuestros textos antes de que nosotros mismos los entendamos. Citan en el artículo a Stephen King (con la frase famosa de «Escribe con la puerta cerrada. Reescribe con la puerta abierta») y creo que lo resume muy bien:
King explica: «Tu texto empieza siendo solo para ti, en otras palabras, pero luego sale. Una vez ya sepas cuál es la historia y has conseguido hacerla bien (o tan bien como puedes hacerla), pertenece a cualquiera que quiera leerla. O criticarla«.
Como ya he comentado tantas veces, puede ser toda una liberación asumir que la escritura es para ti y la revisión/corrección/reescritura es para los demás. Pero también es importante guardar como algo preciado ese proceso de escribir para uno mismo, esa primera escritura, y no compartirla ni dejar entrar a otros hasta que se termina. Luego, sí, luego que opinen y ayuden todo lo que quieran, pero las sugerencias, consejos y críticas durante el proceso pueden ser dañinas. Pueden confundirnos, hacernos dudar o incluso perdernos, sobre todo si todavía no hemos desentrañado el embrollo mental que es un texto incompleto.
Tengo a dos personas con las que sé que puedo contar para ayudarme a desenredar nudos complejos o tratar temas peliagudos, ambos con puntos de vista muy diferentes. Pero solo recurro a ellos si no tengo más remedio. Creo que no entiendes realmente cómo es tu texto (ni de qué va), hasta que has terminado el primer borrador.
Wendig y algunos trucos útiles de escritura
No sé cómo lo hace Chuck Wendig para escribir cantidades obscenas de palabras todos los días y luego, encima, mantener un flujo constante de ingenio y desmesura en las redes sociales y en su blog. ¿Cocaína? ¿Sesos de bebés triturados aderezados con sangre de mariposa?
En un post reciente, dio algunos truquillos que me parecen muy útiles. Aquí tenéis el artículo entero, yo os dejo aquí mis favoritos:
Crea un esquema conforme avances. Cuando termines el trabajo de escritura del día, abre un documento nuevo y escribe un párrafo corto (50-100 palabras) y de lo ocurrido. Er, no lo que te ocurrió a ti personalmente («sentí un terrible fastidio existencial y sufrí de sudores rebeldes en la entrepierna»), sino de lo que ocurrió en la historia. Para cuando termines, tendrás un esquema tosco que detalla el curso de los acontecimientos en y alrededor de la historia.
Este apunte me parece original porque normalmente se nos dice que hagamos un pequeño resumen de lo que vamos a escribir, antes de escribirlo. Esto acelera el proceso de escritura y evita nudos y bloqueos. Pero casi nunca escribimos luego con exactitud lo que detalla ese resumen, por lo que el pequeño resumen posterior es mucho más eficiente.
Lo ideal sería hacer las dos cosas, claro. Un resumen anterior, para agilizar la escritura, que luego se desecharía; un resumen posterior, que nos ayudará a ir creando un esquema/resumen coherente y funcional de nuestra obra.
Tened en cuenta, eso sí, que Wendig trabaja en sesiones diarias de varias miles de palabras, y que estos resúmenes están pensados para no perder el hilo en novelas y textos muy largos. Si no disponéis de ese tiempo o solo estáis empezando a escribir, o estáis trabajando con relatos cortos u otros tipos de obra, tal vez no os compense. Pero para los que trabajamos formatos largos, esto puede ser muy eficiente en sesiones largas. Yo lo recomendaría no solo para novela, sino también para otros cuerpos de texto extensos y coherentes, como una tesis o un libro de ensayo.
Después de la escritura de hoy, pregúntate: ¿tiene agencia mi personaje? ¿Tiró de la historia más de lo que la historia tiró de él/ella? ¿Podríamos reemplazarlo/a con una patata que se pasa la gente? ¿Es un barquito de papel sobre el río, o es el maldito río? (Pista: debería ser el río).
Como cualquier consejo, este es útil pero no debe ser determinante. Hay grandes obras literarias sobre cosas que le pasan a la gente. No es terrible tener personajes pasivos. Pero, por lo general, para que el lector empatice con estos y para que la acción avance de una manera más o menos interesante, suele ser más eficiente que sean los personajes los que emprendan, sobre todo los principales. Para mí este consejo es fundamental, ya que tiendo mucho hacia el personaje víctima, ese pobre palurdo al que le pasan muchas cosas y no tiene ni fuerza ni ánimo para hacer nada al respecto.
No voy a analizar qué dice eso de mí, ya que tendemos a poner rasgos nuestros a la hora de crear personajes: bebemos de lo que conocemos. Bueno, sí, lo tengo más que analizado, pero preferiría no compartirlo con vosotros, ejem. Ha sido todo un reto para mí crear personajes activos y valientes, y creo que en mis últimos textos lo estoy consiguiendo. Los resultados son inesperados y muy divertidos.
Tras la escritura de hoy, pregúntate: ¿por qué me importa? ¿Qué hay en todo esto que me resulta cautivador? ¿Por qué cautivará a los demás? Explora el factor «importarte un carajo». Desafíate a ti mismo.
¿Cuántas veces habéis estado leyendo un libro y habéis llegado a un punto en el que realmente parece que al escritor ya no le importa lo que pase o deje de pasar? Hay momentos en los que parece que el escritor se rinde, o que escribe por escribir/terminar/entregar la novela a tiempo.
Si tú no tienes pasión y fe en lo que escribes, tu lector tampoco lo tendrá. ¡Eso se nota!
Y si ves que no tienes esa pasión, búscala. Como siempre digo, lanza una nave espacial y que les caiga a todos encima. Lo que haga falta para que siga importándote lo que ocurre en el mundo que has creado.
Si no estás seguro de una palabra, una frase o una sección entera, no lo andes toqueteando ahora mismo. Los escritores empiezan a toquetear, toquetean durante horas y mientras no se hace nada más. Márcalo en amarillo brillante. Y entonces sigue avanzando hasta que llegue el momento de editar.
La tentación de editar mientras escribes es grande y es maligna. Creo que fue Edu Vaquerizo quien me dijo, hace años, que había que apagar al editor interno y simplemente escribir, tirar millas. Yo me quejaba de que mi condición de editora/crítica/amante de la teoría literaria hacía que me cuestionara absolutamente todas las palabras que escribía. A día de hoy sé que solo buscaba excusas para no escribir. Edu, como es buena persona, no me dio la colleja que me merecía por quejica, pero os aseguro que era muy merecida.
Y ahí acaba mi homenaje a Wendig. En su artículo completo hay mucha más sabiduría.
Sigamos.
Alpañés y las palabras del capitalismo
Yorokobu tiene todo lo que me gusta de una revista: un diseño brillante, un surtido de buenos temas y un estar en la cresta de la ola en tendencias y coolhunting que he visto en pocos sitios, ya que tiene la virtud del análisis sin hipsterismo (casi siempre). Evita ese mención de lo cool por lo cool que veo en tantas otras publicaciones. Sí, tengo un problema con algunos de sus artículos. Los hay que siguen la estética de la revista y poco más. Palabras bonitas, un tema apasionante y no decir absolutamente nada.
Cuando leí el artículo de Enrique Alpañés, me sentí muy satisfecha. Así me gustaría que fueran todos.
Alpañés, en el fondo, se dedica a recoger en este artículo las perspectivas y estudios de otros. Pero lo hace con belleza y elegancia y un interés real en lo que comunica. Habla del lenguaje de las calles y de cómo la expresión del pueblo se ve sustituida (sobre todo en las grandes ciudades) por lo publicitario:
Soy muy aficionada a todo lo que reflexiona acerca del impacto de lo lingüístico en nuestra percepción. Y me parece fascinante cómo respondemos a los cambios textuales. Leemos de forma diferente, ahora, gracias a internet. Nos comunicamos de forma distinta. Nuestras necesidades lingüísticas son otras. Y, al igual que al autor de este artículo y a los estudiosos sobre el tema, me preocupan las implicaciones de un lenguaje cada vez más dirigido hacia lo comercial, me preocupa la recepción constante de un mensaje de «tu valor se mide en lo que consumes».
No tengo nada contra la mercadotecnia, muy al contrario. Bien usada, no es más que un método de acercamiento y comunicación: pongo en contacto a una persona que tiene un problema, una necesidad, con alguien que puede suplirla de manera ética y correcta. Como si os gusta la fantasía o la ci-fi o las historias un poco diferentes e intento venderos mi libro para llenar ese hueco en vuestra pila de lectura, por ejemplo (qué queréis, el martes se me olvidó colaros el enlace). Pero el afán publicitario de transformar el propio modelo de valor del ser humano (ese chantaje emocional de los anuncios, ese juego con el miedo, esa fijación con convencernos de que necesitamos un producto en vez de buscar y crear un producto que realmente necesitamos) es inquietante.
Los buenos productos ofrecen valor añadido. Nos dan mucho más de lo que pagamos. El lenguaje comercial que nos grita desde las plazas, los parques y los edificios no nos está ofreciendo más que ruido.
No me resisto, eso sí, a dejaros aquí el último párrafo del artículo (cogido de internet). Mirad lo que sale al final. No estamos a salvo en ninguna parte (no, aquí tampoco):
Mouly y la belleza de lo inteligente
A lo mejor no conocéis el nombre de Françoise Mouly. Si os digo que es la editora artística del New Yorker y que está casada con Art Spiegelman (Maus), ya os irá sonando más. La mujer es un derroche de genio y arte. Ha descubierto a algunos de los artistas más revolucionarios del entorno de la ilustración y el cómic en EEUU. Ha fundado revistas independientes y promocionado a artistas que no tenían donde hacerse ver y oír como pocas personas en el mundo anglosajón. Leí una entrevista que le hicieron en la revista Guernica. La entrevista completa no tiene desperdicio, pero me quedo con esto:
A menudo separamos el discurso intelectual de la reacción emocional. Pero yo obtengo tanto placer de las cosas que están diseñadas de forma inteligente… Es una experiencia integrada para mí. Mucho más que cualquier tipo de tirón barato y emocional que encuentras en la cultura popular; cuando leo una frase y está muy bien escrita, puede hacerme llorar.
Me sentí identificada. Me pasa ahora más que nunca. Más que la emoción pura de lo que me están contando, puede llevarme a la lágrima la construcción hermosa, perfecta, de la mano de un escritor inteligente. Sientes que te tiemblan las manos y que ahí, ahí en esa frase, está todo lo que quieres ser de mayor.
La tensión y el sentimentalismo funcionan, pero no es eso lo que se te queda grabado en el corazón y la cabeza. Es la frase perfecta, en el momento perfecto. Es esa maestría envidiada y el conocimiento de los años de esfuerzo y trabajo necesarios para alcanzar ese grado de perfección.
Algunas personas son más emocionales, viscerales. Yo siempre he sido muy racional. Y si algo me llega a través de la inteligencia, tira de mis entrañas de un modo único. En la integración de lo inteligente, lo bien diseñado, y lo emotivamente avanzado, podría estar el verdadero arte, como bien apunta Mouly.
Y termino, para variar, con Altucher.
Altucher y la magia del atasco
Está bien estar «atascado» a veces. Saber que tienes talentos pero no tener ni idea de cuándo ni por qué aplicarlos. Estar atascado es una gran señal de que es hora de cambiar. Eso no es algo malo. Es bueno.
Está bien estar atascado. En un texto, en la vida, donde sea. Es la puerta de paso para hacer que pasen cosas interesantes. Que caiga la nave espacial, que empieces a escribir, que comiences un gran viaje interior. Qué más da.
Como dije el martes, a veces nos abruman tantas opciones. No importa por cuál nos decidamos. Lo importante es decidir. Estar atascado es el pistoletazo de salida para años y años de trabajo e inseguridad. Pero de trabajo e inseguridad enfocada, decidida y decisiva.
Y de allí, al infinito y más allá.
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La parte sobre el papel de los personajes en el recorte sobre Wendig me ha hecho pensar immediatamente a Amy diciendole a Sheldon que Indiana Jones podia no haber estado en Indiana Jones y el arca perdida, lol.
Jeje, sí, esa observación es muy divertida. A Sheldon no le hizo ninguna gracia.
Me apunto lo del resumen después de una sesión de escritura: No había leído nunca ese consejo, y tiene todo el sentido del mundo, al menos para mí y para la forma en la que trabajo. Si ya tienes un resumen hecho puedes ver las diferencias entre uno y otro y descubrir nuevos matices en la trama que han aparecido en la redacción y que puedes explotar en beneficio de la historia. Y si no tenías resumen, aunque no sepas a dónde vas, por lo menos sabes de dónde vienes y vas construyendo una estructura sobre la marcha que luego puedes revisar de forma independiente al texto.
También me ha parecido muy interesante la reflexión de Alpañés, y coincido en la emoción de encontrar esas frases de construcción perfecta. Admito que siempre las ando buscando, y son lo que muchas veces utilizo de baremo para diferenciar entre buenos escritores y escritores a secas. Lo de que sea bueno “estar atascado”… ¡Eso sí que no lo veo tan claro!
Creo que es el “recortes” que más me ha gustado hasta la fecha 🙂
«No había leído nunca ese consejo, y tiene todo el sentido del mundo, al menos para mí y para la forma en la que trabajo».–> ¡Exacto! Me pasa igual. No sé si será así para todo el mundo (dependerá del proceso y del tipo de texto de cada uno), pero yo lo veo utilísimo. También suelo dejar apuntes sobre lo que escribiré en la sesión próxima (ayuda a mantener el enfoque y no perderse).
No sé cuál me ha gustado más de todas estas cápsulas, pero me quedo especialmente con la de King, Altucher y me ha llamado mucho la atención la reflexión de Alpañés sobre el capitalismo. Lo peor de todo es que hay personas a las que les gusta que esto sea así, viven por y para las marcas. No puede ser sano que la publicidad lo inunde todo, para empezar la consecuencia es la infoxificación y para seguir es manipulación. Por lo menos yo veo las cosas de ese modo. Es cierto que hay empresas cuyos productos son de valor y su publicidad no es engañosa ni agresiva, pero la mayor parte no cumple estos requisitos.
El artículo completo de Alpañés es muy bueno, te lo recomiendo. Cuando ya la publicidad se convierte en una parte habitual de nuestras vidas, cabe preguntarse hasta qué punto está transformando nuestra forma de pensar y nuestros valores, sí.
Se critica ferozmente al capitalismo como sistema, pero personalmente me planteo hasta qué punto el problema está no tanto en la base de lo que puede ser el libre comercio y otros aspectos de un capitalismo moderado, sino en la promoción desmedida del individualismo más vacío.
Pues ahora mismo estoy en modo «lanza una nave espacial y a ver qué pasa», en la fase de exploración «me importa una… aceituna». Muy apropiado lo de la nave espacial tratándose de un relato de ciencia ficción algo tosco, donde hay ficción pero lo que se dice ciencia… A ver si logro recuperar el interés, porque si no…
Gracias, Gabriella. Leerte cada semana es una buena medicina para un juntaletras errático como el que estas líneas firma.
Ah, pero si escribes ci-fi no metas una nave espacial, que se ve venir. Mete un señor francés con ocho cabezas, o algo así 😛
Por cierto, el resumen de lo escrito en la jornada me parece un recurso fenomenal y que desconocía. Apuntado queda. De nuevo, gracias por el descubrimiento :).
Otra artículo interesantísimo, Gabriella para un lunes tedioso en el trabajo…Y ahora me hallo bloqueada porque no sé cuál de los párrafos comentar jejeje. Pero el bloqueo es bueno, el bloqueo es bueno…será mi nuevo mantra. Thanks, Altucher.
Al principio de retomar la escritura hablaba bastante (demasiado) de lo que iba a escribir. Sin saberlo, abría las puertas a sugerencias de los demás y acababa por no escribir nada de lo que quería en un principio porque mi deseo se había contaminado de opiniones de otras personas. Esa fue una de las primeras lecciones. Desde entonces no hablo sobre lo que escribo hasta que lo he finalizado. Protejo mi trama, mi idea, mis personajes cual tesoro. Es por respeto a mi lo que escribo y a mi amistad o relación con esas personas, que tan importante es saber hacer una crítica como saber encajarla.
Los resúmenes pre-escritura sí que los aplico y me ayudan a enfocarme en esa sesión de escritura, pero me ha llamado la atención ese resumen post y tal vez sea una buena idea probarlo. Todo sea para dominar a mi yo-editora.
Gracias por este pedazo de RECORTES.
Ya me contarás qué opinas de los resúmenes a final de sesión. Yo los encuentro utilísimos 🙂