Si me dieran un euro por cada vez que he empezado a escribir una historia de queja y lamento en la ventanita de Facebook, Twitter o este mismo blog y luego le he dado a borrar en vez de a publicar, os invitaría ahora mismo a todos a una mariscada.
De esas que tienen un montón de bogavante, nécoras, percebes, camarones y un par de bueyes de mar especialmente gordos y lustrosos. Con champán, porque por qué no.
Lo siento, cangrejitos de río, pero sois muy baratos para esta fantasía particular. Volved a casa o marchad a alimentar a alguien con un sentido menos exagerado del apóstrofe y el símil.
A nadie le gustan los quejicas. Pero eso no quita que todos tenemos días malos. O, como cantaban los Rembrandts en la apertura de Friends, semanas malas e incluso años malos.
Tenemos días de oh-por-favor-por-qué-estoy-haciendo-esto. De frustración, envidia, miedo, odio, lágrimas. Y luego hay días en que escribes la frase perfecta o te invitan a un evento que te gusta o aumentan un poquito tus ingresos en Amazon y te das cuenta de lo que has progresado y son de ah-ya-recuerdo-por-qué-hacía-esto.
Quiero hablar de las lágrimas, quiero hablar del sacrificio. Sé que no es un tema tan sexi como cuando hablo de sinopsis, corrección o de las camisetas que llevaba Jennifer Aniston en los noventa, pero sigue sorprendiéndome que tantos de los escritores con los que hablo siguen en negación, rechazando ese sacrificio y buscando la píldora mágica y milagrosa que los llevará al éxito.
(Existe en algún lugar imaginario un mundo donde el hecho de solo hacer lo que te gusta de tu trabajo te llevará a las fiestas de modelos en bikini que siempre soñaste. O tal vez eres más de soñar con modelos en calzoncillos, que de todo tiene que haber en la viña del señor Apolo, las musas lo guarden entre sus bellos y turgentes senos).
Hablaba la semana pasada con un amigo que siempre tuvo mucho talento para el diseño. Llevábamos años sin vernos, así que le hice La Pregunta, ya sabéis, aquella que hace que el destinatario se encoja de frustración, arrepentimiento o vergüenza ajena.
¿Al final perseguiste tu sueño?
No se la hice así, porque detesto esa expresión, como también sabéis muy bien, porque sois muy listos y tenéis una memoria excelente. Además, mi educación anglosajona es muy refinada, que para eso nací en la zona pija de Essex (para quienes no conozcáis la zona, esto me confiere la categoría de «mujer de moral liviana con dicción excelente, que sabe qué cuchillo debe usar en cada ronda de platos». Que es, estoy segura, exactamente como me imagináis). Creo que le pregunté si se había dedicado al diseño, pero básicamente la pregunta era la misma.
Su respuesta fue sincera y práctica: no.
No se dedicó al diseño. Trabajaba como encargado en algún tipo de almacén. Amaba el diseño gráfico y no quería convertirlo en un trabajo, en algo obligatorio que llegase a odiar.
Tengo otra amiga que trabajaba en un periódico local, del que cuenta anécdotas grandes y coloridas. Allí, lo más sofisticado que hacían sus diseñadores era maquetar las noticias más aburridas del mundo y colocar estrellitas de colores que censurasen los pezones de las mujeres que se anunciaban en la sección de Contactos. Ya sabéis, contactos de esos donde quedas con alguien, pasas un buen rato, pero luego tienes que dejarle unos billetes en la mesilla de noche.
(Si hay mesilla de noche).
Por solo veinte euros más, podemos jugar a "qué objetos de mi habitación son juguetes sexuales y cuáles son elementos decorativos sintomáticos de mi mal gusto".
Mi amigo el encargado de almacén no quería acabar poniéndole estrellitas a prostitutas en los pezones.
Así que se buscó un trabajo estable, que le permitía un sueldo estable, que le permitía poder viajar y disfrutar de su vida. Algo le debía de reconcomer lo del diseño, eso sí, porque justo ahora se ha marchado a otra empresa, donde le pagan mucho menos, pero que tiene un departamento estupendo de diseño gráfico donde planea meter la patita.
Mi amigo racionalizó por completo su pasión. Quería dedicarse a eso, sí, pero con sus condiciones. Prefería trabajar en algo que no tuviera que ver y poder hacer cosas importantes como, por ejemplo, comer y vivir en una casa, antes que colocar estrellitas y terminar por odiar aquello que siempre le había enamorado.
¿Por qué os cuento esto? Aparte de la afición por leerme a mí misma (a veces poniendo voces), sí, esta introducción tiene su sentido. Es que la moraleja de esta historia es doble, creo yo.
Tu pasión como una decisión consciente y meditada
Primero está la moraleja de que no tiene nada de malo intentar ser práctico y ganarse la vida con algo que no sea tu pasión, por mucho que nos vendan lo contrario una y otra vez (¡deja tu trabajo aburrido y persigue tus sueños!). Lo importante no es tanto trabajar en tu pasión, sino apasionarte con tu trabajo. Mi admirado Cal Newport lo explica muy bien: habla de la diferencia entre seguir tu pasión y cultivarla.
Tú defiendes el hecho de cultivar una pasión, en vez de perseguirla. ¿Cuáles son las diferencias clave?
Perseguir implica que descubres primero la pasión, y luego vas y la asocias a un trabajo. Y ahí ya has terminado.
Cultivar implica que vas creando pasión por tu trabajo. Este es un proceso más largo, pero a la larga ofrece resultados mucho mejores. Te exige que consideres tu trabajo con la perspectiva de un artesano. Que mejores tu habilidad y que, una vez hayas acumulado el valor necesario, puedas darle forma a tu vida laboral con la vista puesta en un estilo de vida que te convenza.
Lo malo de buscar una pasión a la que dedicarnos es que no siempre es fácil. Pocas personas tienen una vocación férrea y clarísima acerca de lo que quieren hacer el resto de sus vidas. Cambiamos, probamos, nos descubrimos y nuestra forma de pensar se modifica también.
Por mucho que te guste escribir, escribir está lleno de cosas que probablemente vas a odiar, como por ejemplo los impuestos, las reglas de ortografía y la decimoséptima corrección de tu novela. Y a lo mejor te das cuenta de que a ti lo que realmente te gusta es el proceso de edición y te acabas dedicando a la corrección o a editar libros ajenos, o igual te enamoras tanto de la parte de marketing que te especializas en eso. Quién le diría a Ana González Duque, profesional médico que comenzó escribiendo chick-lit, que acabaría siendo un referente en mercadeo online o a Rosa Morel que acabaría dedicando gran parte de sus esfuerzos de copywriter a ejercer de docente para compartir sus habilidades con otros.
Pongo estos dos ejemplos porque son personas a quienes conozco y respeto, pero seguro que se os ocurren muchos más.
Empiezas escribiendo y quién sabe dónde terminarás.
Como dice Cal, no se trata tanto de tu pasión, de aquello que amas, sino del estilo de vida que quieres para ti.
Y sí, estilo de vida también puede ser fregar platos en un bar de mala muerte en Londres si eso significa ganarte la vida y poder estudiar mientras, o si necesitas mantener a tu familia, a la que quieres. No me refiero solo a ese lifestyle design que nos venden esos coaches, esas piscinas y mariscadas y champán de los que tanto hablo.
Diría que fantasear es gratis, pero te pones a sumar la electricidad, la lata de Coca-Cola y la tarifa de internet que me ha costado escribir este artículo, y no es del todo cierto.
Vamos ahora a lo realmente crucial de todo este asunto. Como en el caso de mi amigo, es hora de que aceptemos que un estilo de vida consciente, decidido, exige sacrificios. Y esa es la segunda parte de la moraleja.
También es cierto que los sacrificios no son los mismos a lo largo de nuestra vida.
Las cuatro fases vitales de Mark Manson
Según el bloguero Mark Manson, la vida se divide en cuatro etapas. No todo el mundo pasa por las cuatro (y desde luego nadie lo hace del mismo modo).
- Una etapa de aprendizaje, en la que imitamos lo que hacen los que nos rodean para entender y aprender cómo funciona la sociedad en la que vivimos. Esta etapa sería la infancia y parte de la adolescencia, sobre todo, aunque es evidente, como apunta Mark, que hay adultos que se han quedado aquí clavaditos, obsesionados por hacer siempre lo que los demás esperan de ellos.
- Una etapa de independencia, en la que comenzamos a darnos cuenta de que podemos tener nuestras propias opiniones y tomar decisiones fuera de las convenciones sociales. Puede ser una etapa de rebelión y autodescubrimiento: es una etapa en la que probamos muchas cosas diferentes porque todavía no tenemos muy claro qué queremos. Al igual que con la primera etapa, hay personas que se quedan para siempre en esta fase, obsesionados por una búsqueda constante de algo mejor, más interesante.
- Una etapa de decisión, en la que somos por fin conscientes de que nuestro tiempo es limitado y que tenemos que tomar una serie de elecciones y sacrificios para poder hacer lo que es importante para nosotros. Por eso es la etapa en la que la gente tiene que enfrentarse a la decisión de tener o no tener hijos, si casarse o no, si cambiar de carrera, etc.
- Una etapa de finalización, donde nos preocupamos sobre todo por asegurarnos de que se perpetúe nuestro legado. Suele corresponderse con la jubilación.
Hay muchos matices en estas cuatro etapas que no caben aquí, es evidente. Y el paso de una a otra no es siempre limpio ni claro. Pero me gustaría que nos fijásemos ahora en esa tercera etapa, ya que el paso de la segunda a la tercera suele resultar de lo más problemática.
Sobre todo porque exige una serie de sacrificios que no esperábamos en la segunda. Cuando somos jóvenes, pensamos que siempre hay tiempo de experimentar y de probarlo todo, y que siempre podemos cambiar de opinión.
Hasta que llegamos a la tienda.
La tienda horripilante de Jon Morrow
Yo hablé hace poco de todo lo que tenemos que abandonar para dedicarnos a la escritura, pero en realidad era un artículo optimista, que hablaba del abandono de malos hábitos y formas de pensar. Pero luego está la otra cara de la moneda: las cosas que queremos y amamos y que debemos abandonar. En definitiva, los sacrificios.
Otro bloguero al que admiro, Jon Morrow, lo explicó a las mil maravillas hace poco. En un artículo excelente, creó una metáfora sobre el precio del éxito que me parece tan escalofriante como realista.
Morrow nos pide que imaginemos una tienda. Es una tienda mágica, con estanterías repletas de todo aquello que queremos y deseamos. El desagradable truco está en que en esta tienda no podemos comprar con euros, dólares, bitcoin ni doblones neptunianos. Compramos con sacrificios.
Por ejemplo, imagínate que quieres «comprar» ser un emprendedor de éxito:
¿Quieres convertirte en un emprendedor de éxito?
Puedes «comprarlo» al precio de 10-20 años en los que estarás al borde de la bancarrota, solo dormirás 4-6 horas por noche, escucharás como todo el mundo te llama idiota y te pelearás en silencio con tus miedos y ansiedad, sabiendo que no puedes revelarle a tus empleados e inversores lo asustado/a que estás, porque dependen de ti para tener confianza.
“Eso es horrible —dices—. El precio es demasiado alto».
Así que buscas algún «producto» que te parezca más razonable: una familia que te quiere.
Puedes «comprarlo» al precio de 30-50 años en los que antepones sus necesidades a las tuyas, te preocupes por su seguridad, coges trabajos que pagan bien en vez de coger trabajos que te hagan sentirte realizado/a, luchas contra el tráfico durante una hora todos los días para ir al trabajo porque vives en las afueras, ignoras a cada persona que te atraiga, y mueres con la pregunta callada y secreta de cómo habría sido tu vida si hubieses elegido quedarte soltero/a y perseguir tu pasión».
«Eeeeh… esta tienda apesta”, dices. Y es cierto, pero la verdad terrible es que es totalmente real.
No podemos tenerlo todo, como decía aquel poema de Silvia Plath y como dijo James Clear en su teoría de los cuatro fuegos. Para hacerlo aún peor: si no elegimos nada, paralizados por la indecisión, todos los frutos de la higuera que describe Plath se marchitan; todos los fuegos de Clear se apagan.
A veces suspiro un poco, porque amo muchas cosas y tal vez, solo tal vez, podría haberlas elegido. La música, el arte y demás. ¿Podría haber sido cantante? ¿Artista? ¿Joyera o artesana? ¿Podría haber vivido de esas cosas? Nunca lo sabré y tampoco importa. Lo importante es que tomé mi decisión.
Mi decisión es escribir, y el coste de esa decisión en la tienda de Morrow ha sido elevado.
Está siendo elevado. Siempre será elevado.
Empero…
(Tenemos que usar más esa palabra).
Pese al trabajo, la pelea económica, la desesperación, la frustración cuando un proyecto no sale adelante, cuando hay malas críticas o cuando las ventas no acompañan, nunca había estado tan segura de algo. Nunca había estado tan orgullosa de una decisión. Y es que el dolor que trae una decisión difícil es mejor que el dolor que trae no decidir.
Sí, podría haber sido cualquier otra decisión, cualquier otro camino.
Si ya has entrado en la tercera fase de tu vida, te toca elegir.
¿Quieres escribir? Puedes, igual que puedes elegir cualquier otra cosa. Puedes escribir por gusto, como afición. Escribir por puro amor al arte es maravilloso.
Empero…
Si quieres grandes resultados, sabes que eso no es suficiente.
Sé consciente de los sacrificios, del precio en la tienda de tu vida.
¿Estás dispuesto/a a pagarlo?
¿O vas a quedarte sentado quejándote, como todos los demás?
Seth Godin y la culpa que siempre es de «ellos»
No existe «el sector»
Es fácil decir que «la culpa es del sector» o que «es que el sector no lo entiende».
Pero como no hay nadie al mando, como no hay un método de imposición coherente, esto no es más que una manera de decir las cosas. No existen el sector ni la economía ni el mercado. Solo personas.
Y las personas… las personas pueden pasar a la acción si algo les importa.
Me cansan los que se quejan de lo mal que está el sector, de lo difícil que es todo. No digo que no tengamos que ser críticos (eso es distinto), pero casi nunca veo que los que se quejan tanto anden haciendo algo por conseguir los cambios que necesitamos, por pasar a esa acción que dice Godin. Llevo más de diez años aportando, peleando por esos cambios, y me siento mucho más optimista que ellos, pese a todo lo que está en nuestra contra.
Lo dice mucho Joanna Penn, junto con otros grandes indies, y estoy de acuerdo: es el mejor momento para ser escritor. Precisamente por los grandes cambios que entre todos estamos propiciando en el sector, en la industria.
Dejemos de lamentarnos y seamos nosotros las personas que creen nuevo territorio y produzcan los cambios que necesitamos. Formemos pequeñas editoriales, grupos y talleres; seamos híbridos; negociemos nuestros contratos; paguemos a otros profesionales como nosotros; ayudemos a los que lo merecen; abandonemos la mentalidad de cultura gratis que nos invade y exijamos un pago digno por nuestro trabajo (y por el trabajo de los demás); exploremos nuevas formas de promoción, de expansión, de enseñanza y aprendizaje…
Apoyémonos entre nosotros. Produzcamos calidad, produzcamos belleza imposible de ignorar. Compartamos nuestro conocimiento, en vez de guardarnos nuestros secretitos de mentes pequeñas y celosas.
Dejemos de quejarnos por los terrible sacrificios que nadie nos ha obligado a asumir. Otros ya tienen sus propios sacrificios: han tomado elecciones distintas.
Nadie me ha puesto una pistola en la sien y me ha obligado a redactar este post. Nadie me ha torturado con canciones de Alejandro Sanz en bucle para forzarme a ser escritora. Tampoco me dijeron qué involucraría, pero ahora lo sé y lo acepto.
Entré en esa tienda y señalé hacia ese objeto brillante de la estantería alta.
Cada día, poco a poco, lo tengo más cerca.
Quién sabe, a lo mejor nunca lo alcanzo. La estantería es alta de cojones narices. Pero menudo camino. Menudo proceso.
Escribir en serio es una elección. Es mi elección.
¿Es la tuya? Y, lo más importante:
Espero que seas consciente de todo lo que implica.
P.D.: ¿Todavía estás cantando la canción de Friends en tu cabeza?
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También tengo una lista que es solo para lectores de género fantástico.
Escalofriante la metáfora de la tienda.
El artículo me ha dejado un poco en «shock». Iba leyendo y asintiendo con la cabeza, porque es una realidad muy dura, tanto que se hace bonita. Yo, que no soy nadie en el mundo de la escritura, escucho cada día cómo la gente se burla de los que queremos escribir (y de muchas otras cosas. Pongo este ejemplo porque nos es más cercano). Y duele. Hermanos, amigos, compañeros de trabajo… cientos de comentarios diciendo que lo deje, que esto no me va a dar de comer, que como afición está bien. Otros muchos son falsos comentarios de apoyo. A veces todo esto se acumula y te hace pensar que igual tienen razón, te reconcome por dentro y acabas eligiendo una decisión que en el fondo no quieres. Han elegido por ti.
Creo que esta gente no entiende el significado que la escritura tiene para nosotros. Como dices en el artículo, tomamos una decisión, con las consecuencias que eso supone, aceptando que tendremos que dejar de lado muchas otras cosas que también nos llenan. Eso es la vida, caminos que se bifurcan con cada decisión.
Lo que más me gustó del texto es su optimismo, porque lo tiene. Y es que, como explicas, estas decisiones son las que cambian el mundo, las que crean las pequeñas editoriales de las que hablas, los talleres, los grupos, el apoyo y pago a otros profesionales.
Un gran artículo que me ha hecho reflexionar 😉
¡Muchas gracias una vez más, Gabriella!
Buena descripción de la respuesta ajena al deseo de escribir.
Javier.
javierluisperal.com
Siempre aspiramos a coger la botella encantada del último estante. Las demás son bonitas pero no suficientes.
Gracias por tu artículo, seguimos en la carrera.
Fuerza y valor
Antes imprimía los artículos tuyos. «Sólo los buenos», decía. Pero todos los son, así que por el bien del ecosistema ya he dejado de hacerlo. Pero este creo que va directo a la impresora.
Cuando retomé la escritura todo lo relacionado con la fase tres me producía estrés y además rabiaba como un perro (rabioso). En general, las fases tres en cualquier cosa de mi vida tienen ese efecto . Odio elegir. Es contranatura para mí. Ahora la cosa ha cambiado un poco/bastante/mucho. Y de lleno en la fase tres no sólo tengo claro que hay que elegir, sino que me va pareciendo lo más natural.
Empero…
(Gabriella aplaude en este momento, ¡oooeeee!)
No es fácil y habrá momentos de querer revolverse como un gato. Dudas, y esa horrenda sensación de tener que «soltar» algo. Trabajo a veces facilitando talleres relacionados con el movimiento y danza, y soltar es una de las cosas más difíciles; el cuerpo tiende a agarrarse, afianzar, no a soltar.
Por eso una forma de adentrarse en esa tercera fase puede ser dejando caer la escritura en tu vida. Déjala que eche raíces y observa si va empujando cosas fuera. En mi caso ha sido en gran parte así (junto con algo de disciplina, de acuerdo). La cosa es que si ha venido para quedarse se hará hueco. Aunque tú le ayudes con ese hueco.
Un saludo!
Óscar
«una forma de adentrarse en esa tercera fase puede ser dejando caer la escritura en tu vida. Déjala que eche raíces y observa si va empujando cosas fuera».
Totalmente de acuerdo. Lo malo es que la escritura tiene una curva de resultados muy muy lenta. En tres clases de dibujo ya vas a ver un progreso evidente, en tres clases de yoga ya podrás hacer cosillas que no te imaginarías. Pero mucha gente deja caer la escritura en su vida y se rinde pronto por esa falta de resultados inmediatos (a mí me pasó media vida). En mi caso, por lo menos, cada cosa que he soltado para poder escribir ha sido una decisión consciente y dolorosa, no ha habido ningún empujón natural, pero supongo que para cada persona será distinto 🙂
Sí, tienes toda la razón. Hay sacrificios que hacer, ya lo creo! Porque no hay resultados inmediatos como bien dices. Por eso decía al final que si tienes la suerte de verte ante ese empujón natural tú tienes que ayudar a ese empujón, darle un empujón al empujón, vaya. A mí lo de soltar cosas para escribir era algo que al principio no compartía: ¿sacrificios? No, eso pa otro. Y sentir que estoy haciendo el tonto es algo que ha sido casi diario. Pero me he resistido a abandonar (por segunda vez, y esta vez hubiese sido por razones distintas) y ahí ha venido ese reordenamiento cósmico: vaya, que la escritura se queda, así que el resto se las apañe… Pero eso ha sido una parte; ahora viene la otra, asumir que hay cosas que se van fuera y ahí sí toca la decisión consciente. Y sigue costando, ya lo creo.
Lo has dicho en alguna otra respuesta a comentarios: podemos hacer algo, como dejar de quejarnos y ponernos a empujar. Quién me iba a decir que iba a cambiar salir a tomar algo por quedarme escribiendo, o plantearme dejar cosas por las que hasta hace no mucho estaba trabajando y sacrificando otras… Y me alegro de hacerlo, y de haberlo hecho. Viva la fase tres. Jodida y maravillosa fase tres. Y jodida.
Gracias por el artículo, que no sé si te lo he dicho antes!
Lo de sentir que hacemos el tonto casi a diario tendremos que ponerlo como lema del escritor o algo así 😀
Gracias por pasarte y comentar.
Genial artículo. Sí, aún me suena la canción de Friends en la cabeza, ¿cómo lo has sabido? XD
En líneas generales no puedo estar más de acuerdo con lo que dices. Yo acabo de llegar a este mundillo (me ha costado mucho tiempo tomar la decisión, la verdad, soy así de indeciso), pero en mi vida laboral siempre he dicho que lo de quejarse no sirve para nada. Hay que quejarse con hechos, con acciones. Y hay que asumir, sí, los sacrificios que conllevan.
Muchas gracias por este artículo tan inspirador.
Y a mí también me gusta la palabra «empero»…
«Hay que quejarse con hechos, con acciones»-> ¡Exacto! 😀
Gracias a ti por pasarte, leer y comentar.
i’ll be there for you!!!! jajajaja
Hola, Gabriella:
Sea cual sea la decisión, la vida será dura, lo sé porque estoy en la última.
Aguanté a muchos quejicas, en la segunda y tercera cuando me dedicaba al arte, tantos que no sé cómo todavía me queda paciencia.
Ahora todavía… Recalco que es el mejor momento para escribir; aporto todo a mi alcance por crear ese nuevo territorio; apoyo sin nada a cambio; detesto quejarme, si no es crítica.
«EMPERO»…
Estoy un poco harta de ser generosa hasta con las sopas de ajo.
Hay veces que dudo si no estaremos construyendo otro sector paralelo, igual de caprichoso, clasista y endogámico, con el añadido de metadatos.
Y entonces me alegro de no formar parte de la jauría. De no tener que vaciar el «How to be a High School Superstar» de tu adorado Cal, y me limpio las manos en el guardapolvo de bedel.
La tienda esa es solo horripilante por reservarse el derecho de admisión. Los clientes bien pueden pagar la tarifa de la duda y de la renuncia, un impuesto de lujo.
Chao.
«Hay veces que dudo si no estaremos construyendo otro sector paralelo, igual de caprichoso, clasista y endogámico, con el añadido de metadatos».
Claro que sí. Una cosa no quita la otra. Todo territorio tiene sus peligros y entiendo bien tu hastío, créeme.
«La tienda esa es solo horripilante por reservarse el derecho de admisión. Los clientes bien pueden pagar la tarifa de la duda y de la renuncia, un impuesto de lujo».
Supongo que depende de la persona. Más que un impuesto de lujo, lo veo como otro pago más en la misma tienda, pero tampoco sé si te he entendido bien 🙂
No todas las personas tienen acceso a la tienda (que se reserva el derecho de admisión), pues no a todas las personas se les concede el derecho a decidir. Ahí está lo horripilante.
Los clientes que sí tienen acceso pagan un precio por su decisión. Esa tarifa, llámalo sacrificio, es un impuesto de lujo en comparación con lo que paga la mayoría que NO se puede permitir dudar ni elegir, que tiene el acceso vedado.
¿Ahora mejor?
Ok, ya te sigo. Claro, eso es distinto. Como bien dices, a veces no hay decisión posible. O creemos que no tenemos una decisión cuando sí la hay, pero las opciones son tan horribles (o nos parecen impensables) que ni las consideramos. Por ejemplo: ¿es una opción para una madre abandonar a sus hijos para largarse a buscar la fama en Hollywood? Bueno, por poder podría hacerlo. Otra cosa es que ese sacrificio ya esté por encima de los límites de lo moral (e incluso legal).
Luego ya estaría el hecho de haber nacido en un lugar donde tus únicas opciones son morirte de hambre antes o morirte de hambre después. Pero incluso esa es una decisión, por dura que sea, con sus obvios sacrificios.
Sea como sea, el acceso a esa tienda metafórica no era el debate que yo buscaba. Más bien trataba de expresar que sí hay cosas que podemos hacer, a veces, para el cambio y que, en cualquier caso, siempre será mejor que quedarse de brazos cruzados mientras nos quejamos. Y que tomar una decisión poderosa también implica una serie de sacrificios poderosos.
No si yo tampoco quería ir de tiendas… Era una manera de recordarnos que por muy sacrificado que sea el camino (que lo es) es jauja comparado con otras existencias.
Así es. Pero lo curioso es que el inventor de esa tienda metafórica, Morrow, es una de esas personas que en principio no tendría ni acceso (tiene una enfermedad degenerativa que apenas le permite moverse: solo puede usar la boca). Ahora mismo es uno de los blogueros más reconocidos del mundo. Echa un vistazo al enlace que he puesto a su artículo, que ahí sale parte de su historia. Realmente alucinante 🙂
Lo haré. Mira por dónde…
Me dan ganas de levantarme y aplaudirte. Bueno, siempre me dan ganas con tus artículos pero es que hoy parece que te has paseado por mi cabeza :D.
Este mes está siendo complicado porque he elegido escribir y me queda apenas un mes para dejar completamente mi trabajo como médico. Y, a pesar de eso, creo que es de los meses en los que menos he escrito a pesar de que la historia está ya ahí bullendo en mi cabeza.
Una de las cosas más difíciles de tomar tu decisión es tener que lidiar con el entorno, con el «Pero, tú estás loca». ¿Cómo explicarles que sé —sin lugar a dudas— que estoy dispuesta a pagar el precio? Aquí me tienes, me he puesto de puntillas en la tienda para alcanzar las estanterías más altas. ¿Puede que me caiga? Sí, pero también estoy dispuesta a volver a levantarme.
Creo que esa reacción que tenemos a veces en nuestro entorno es normal, porque sí, lo nuestro es un poco locura y es lógico que se preocupen por nosotros, jeje. Pero también es cierto que es muy difícil explicar a otros de qué manera tus prioridades son muy distintas a las suyas. Es algo con lo que lidio casi a diario. Por suerte, sí tengo el apoyo de mi familia, que no es algo que pueda decir todo el mundo. Y tampoco ha sido siempre así.
No hay nada gratis en la vida. Eso de que lo mejor de la vida es gratis, es una mentira/verdad que da para muchos debates. Yo me reitero: nada en la vida es gratis.
Agradezco la confesión que has hecho de que lees tus escritos con distintas voces, un lujo para alguien que tiene una dicción perfecta.
Yo escribo desde que me acuerdo, y nunca he dejado nada para poder escribir pues nunca lo he hecho de manera ordenada y continuada, pero supongo que tomar esa decisión es igual que querer ser actor, o pintor, o músico…
Lo que hay que decidir es si quieres vivir de lo que te gusta, o apruebas unas oposiciones de secundaria como profesora de lengua y en el tiempo libre escribes lo que quieres, eso sí, con el pan asegurado. No es lo mismo querer escribir que querer vivir de la escritura.
Yo quiero escribir, y si es posible ser constante y escribir bien. Pero no quiero vivir de la escritura.
Gracias por los artículos.
Saludos.
Muy buena distinción. En efecto, no es lo mismo. Por eso siempre intento dejar claro en estos artículos que escribir por gusto es una opción, y muy buena. Ya si uno quiere dedicarse plena y profesionalmente a la escritura es otra historia.
Gracias por pasarte por aquí 😉
Es muy diferente una opción a otra; en todo.
Javier.
javierluisperal.com
Excelente post, como siempre. No sabés la falta que me hace este tipo de motivación para obligarme a organizar mejor mi tiempo.
Ahora, por tu culpa, voy a mirar las remeras de Rachel cada vez que pesque Friends en la tele 😛
Jajajajajjaja. Harás un descubrimiento curioso. Siempre iba con los pezones marcados. Ya en la época me parecía un poco excesivo, pero revisitando las imágenes desde el 2017 es hasta escandaloso 🙂
Solo aclarar que lo de la dicción perfecta va con risas, es que no sé poner emoticonos para aclarar. Supongo que se ha entendido como algo divertido. Es complicada la comunicación en internet.
Saludos.
La metáfora de la tienda es excelente y, en el fondo, no debería darnos miedo el entrar en ella y elegir. Toda nuestra vida, desde que echamos el primer grito hasta que nos largamos de ella (si bien nos va, con el último quejido), entramos en tiendas diversas y debemos elegir. Esta es una más, pero que se relaciona con nuestra esencia. En mi caso particular, a los 7 años de edad empecé a escribir y apenas un par de años después supe que eso era lo que quería hacer. Mi esencia profunda es la de un escritor. Nací escritor, moriré escritor y es lo único que sé hacer sin problemas y que disfruto de verdad en la vida. En mi época infantil y juvenil, no existían las múltiples opciones que hoy día existen para volverse escritor autosuficiente, por lo que las cosas se complicaban. Como bien dices, Gabriella, estamos en una época fantástica y a pesar de que ya no me cuezo al primer hervor participo de ella para por lo menos luchar por mi objetivo de ser un escritor autosuficiente. Las cosas que ignoraba cómo manejarlas para seguir por esta vía, las estoy aprendiendo y aplicando gracias a Ana González Duque, y a Jaume Vicent Bernat y a ti, que por vía de Ana los conocí. Hasta ahora algunas cosas las había hecho de forma intuitiva (como el comenzar a autopublicarme hace ya unos 6-7 años), investigando por mi cuenta; pero el toparme de manera providencial con Ana y, luego, con ustedes dos, me abrió el panorama por completo. Hasta ese momento, no cabía en mi cabeza el para qué había venido a este planeta con una vocación tan firme y profunda para que sólo quedara en una mera satisfacción personal (si no estamos hablando de bordado de cruz o tejido crochet o coleccionador de estamplllas -¡ups!, ya descubrí mi antgüedad, jaja) y tuviera que delegarla al segundo plano de mi vida.
Hay cambios a los que les puede uno sacar la vuelta, porque así que se diga que son muy atractivos, pues no lo son. Pero un cambio que implica ser uno, respetar y ser honesto con nuestra esencia, y hacer lo que uno debe y sabe hacer de verdad, es un cambio que vale cada sacrificio que deba realizarse.
Mil gracias por tus aportaciones. Por lo menos a mí, Gabriella, me dan muchísima luz. Abrazobeso grande.
Pues que tengas tan clara tu vocación es una suerte tremenda, creo yo. Muchos nos hemos movido mucho tiempo en el terreno de la duda. Fíjate, yo podría haber elegido el ganchillo, ¡cuán diferente sería mi vida ahora! 😛
Una oda a la esperanza. Muchísimas gracias, siempre es bueno que nos recuerden de que va la vida. Recibe un abrazo enorme desde Suva, Fiji.
Me ha gustado mucho esta entrada (y creía que yo filosofaba cosas extrañas, tu ventaja por ahora es que aparentemente las tienes muy claras).
A mi me encanta escribir, pero me ha resultado algo complejo y frustrante, a veces creo que no es lo mío y otras tantas que nadie puede pararme (detenerme). Esta moraleja de la tienda es apabullante y uno no siempre esta consiente de lo que esta dispuesto a sacrificar. Yo soy madre, esposa, ama de casa, hija, hermana, diseñadora gráfica y (me gusta incorporalo) escritora, la balanza del sacrificio no me favorece mucho porque se ha convertido en un estira y afloja entre familia, carrera profesional y deseo profesional (vaya que dejar a mi hijo por escribir no es lo que quiero hacer, pero no puedo dejar de lado la escritura, ni el hambre)
Mi plan hasta ahora ha sido «equilibrar» todo, pero no ha salido muy bien. Espero lograrlo.
Gracias por tu reflexión, es valiosa.
Yo creo que estoy en la primera etapa, y lo que !e queda estando ahí. Nunca creo que deje de aprender. Pero si que es verdad que se hacen muchos sacrificios. El otro día hablando con otro escritor le decía que los escritores hacemos de todo menos escribir.
Y es que es tanto el trabajo que lo rodea, que a veces no nos acordamos de que estamos aquí porque nos gusta escribir.
Hay que hacer muchos sacrificios pero dicen que sarna con gusto no pica…
Un besillo.
Muchas gracias por esta entrada. Después de leerla me he acordado de la metáfora que alguna vez he usado para describir ese momento de indecisión que estoy viviendo ahora mismo, pero que será un punto de inflexión en mi vida. Es como si una línea dividiera mi cuerpo por la mitad, desde la cabeza hasta los pies. En uno de los lados, veo a una profesora que se dedica a escribir por vocación y que vive en una ciudad, mientras que mi otra cara es una hippie salvaje que vive en una ecoaldea. Ya te contaré qué decido, aunque sospecho que si me decido por la segunda vía, te lo haré saber por señales de humo o carta manuscrita.
¡Siempre un placer leerte!
Oh, desiciones. La vida y su inumerable exigencia de hacernos elegir que es lo que queremos de ella.
Me encantó la entrada. El asunto de la tienda y los sacrificios suena tan esperanzadora para unos y tan fatalista para otros, que me dejó pensando por un buen rato.
¿Habría elegido otro camino de haber leído ésto antes? Mmm, creo que no.
¿Estoy dispuesta a pagar lo que se necesita para vivir de la escritura? Claro. Desde el momento en que elegí mi carrera y el rumbo que quería tomar, lo decidí.
Ya llevo un buen rato en ésto, y si, tengo días en los que quiero matar a mi vecina por estar presumiendo que se fue a tal o cual lado de vacaciones, con su super sueldo. Pero cuando veo que los números de lecturas de alguna de mis novelas sube, o que me invitaron a dar una plática a cierto coloquio, o que uno de mis cuentos ha sido elegido para una antología, me doy cuenta de que lo vale.
Ésto es lo que quiero para mí.
Ahora, su permiso, tengo que pasar a la caja a seguir abonando los pagos de mi producto.
¡Wow! Tus palabras resonaron en mi corazón.
Te cuento que desde niña amé escribir pero nunca lo consideré como una carrera y nadie me dijo que eso era posible.
Siempre me sentí atraíada por las ciencias y la salud. Mi tía estaba estudiando medicina. Así que decidí que eso sería; doctora en medicina.
Cuando crecí me di cuenta de los sacrificios que eso conllevaba; estar «on call» 24 horas (era lo que veía en mi tía). Cambié de carrera. Ahora era terapeuta ocupacional y lo ejercí por 9 años. Era lo más cercano a la medicina pero no tenía que sacrificar otras cosas.
Luego recibí un golpe en mi salud y debido a ello tuve que abandonar mi profesión. Por un tiempo sentí que había perdido mi independencia y mi identidad. Hasta que me encontré con mi primer amor: la escritura. Y aunque reconozco y experimento los desafíos (como todos), no lo cambiaría por nada. ¡Me ha devuelto la vida!
¡Gracias por escribir este artículo!
Abrazos desde Puerto Rico.
Iray
P.D También soy fan de Rosa Morel, Jon Morrow y Joanna Penn
Citando al mismo Mark Manson:
«Choose what you love and let it kill you»
He seguido esa máxima durante, al menos, 3 años. Y no me arrepiento de nada.
Gran reflexión
Me ha enamorado el concepto de la tienda mágica. En mi caso, me produce gran tristeza haber encontrado tan tarde ese mágico lugar y tomar la botella «ser escritor» que poseía un brillo especial que no tenía el resto. Antes cogí otra sin valorar su precio «sacarme la carrera de química» y a día de hoy todavía la deuda no está saldada. No creo que mis decisiones hasta encontrar está última sean las más acertadas pero ahora se cual es mi camino y lo que me toca y tocara pagar en un futuro, así que quiero pensar que las malas decisiones tomadas se pueden emplear para la escritura y me ayudaran a poder destapar antes esa botella solo que por otro camino distinto.
Muchísimas gracias por el artículo.
Yo ya estoy en la tercera etapa, la decision. Pero me costo mucho salir de la segunda.
Como no hace mucho que cambie el switch, todavia me estoy acostumbrando a los diferentes sacrificios que he tenido que hacer (sobre todo en lo economico, pero tambien en lo familia y de pareja), pero me considero afortunada.
Mi familia mas cercana (madre y hermanos) han entendido mi postura y me han apoyado a mil, mientras que mi pareja cuando le conte de mi decisión decidio recorrer el camino conmigo (yo pense que nuestra relacion terminaria) y acepto el hecho que varios de nuestros planes para futuro tendrian que cambiar.
No me molestan los sacrificios cuando sientes ese nivel de apoyo en las personas que mas te importan
Muy buen artículo, gracias por haber elegido ese sacrificio, yo elegí los 5-10 años de emprendimiento y feliz del esfuerzo!
Enhorabuena, Verónica. Se dice pronto, ¿verdad? 🙂
Gabriella:
Qué opinión tienes de los sistemas de publicidad a través de buscadores para promocionar libros o autores?
Javier
javierluisperal.com
¿Te refieres a programas como AdWords o al uso de SEO en general?
Sobre todo a Adwords, aunque también a SEO. Lo que veo, desde el desconocimiento, es que al ocupar los anuncios de Adwords los primeros cuatro -creo- puestos en los resultados de búsqueda, quizá el SEO ya no tiene la importancia de antes.
Javier
javierluisperal.com
Qué bien que rescatases este artículo, ¡me lo hubiese perdido!
Supongo que algunas elegimos medias tintas, o varias cosas con las que hacer malabarismos, y eso también tiene su precio. Y no sé si es queja, pero cómo duele ver que a tantas otras no se les caen las pelotas…
Yo elegí el trabajo-que-deja-tiempo-para-otras-cosas-y-permite-vivir-muy-decentemente. No puedo quejarme: no me gusta mi trabajo y no pienso apasionarme por él, pero tengo unas condiciones buenísimas, trabajo de 8 a 3 y cobro muy decentemente (yup, administración pública, what else?). Lo difícil fue aprender a ignorar a la gente tóxica pero, hecho eso, me quedo con la frase anterior y que me quiten lo bailao.
Yo he podido publicar. Es una trilogía modestita en gallego, pero es, y me ha enseñado mucho y me ha permitido mucho. Ahora hay que esperar, sacrificar esos años de la tienda del artículo hasta que la maternidad tenga algún huequecillo. Supongo que ese es el precio, un tiempo muy valioso y escaso y, sobre todo, aprender que no se puede hacer todo al mismo tiempo, pero que hay que buscar un tiempo para cada cosa.
Una vez leí una entrevista a Boris Izaguirre (años ha) en la que le preguntaban que cómo podía hacer tantas cosas: presentar programas, escribir libros, mantenerse en forma, etc. Y él contestaba que es que esas cosas las hacía una después de otra, no todas a la vez. Sonará chungo aprender una lección vital de Boris Izaguirre (o no, eu que sei), pero a mí me cambió la vida, de verdad.
Toma rollazo :/ Un abrazo, Gabriella!
Pues es un consejo excelente. Cada vez se lo oigo a más gente que, de hecho, hace muchas cosas: concéntrate solo en una cosa a la vez. Es algo que intento aplicar a mi propia vida (con éxito a veces; otras no), y que intento meterle en la cabeza a clientes y amigos escritores. Pocas veces me hacen caso: nos puede el ansia multitarea, jeje.