¿Os acordáis de Dilbert?

Los que nacisteis en los ochenta lo recordaréis. En España se conocía menos, pero fue todo un fenómeno en el mundo angloparlante. Dilbert era una viñeta sobre un pobre empleado explotado, en un entorno de oficina surrealista.

Dilbert fue la obra que llevó a la fama a su autor, Scott Adams. Aparte de ser una de las viñetas más conocidas del mundo, se convirtió en dibujo animado, merchandising y miles de cosas más.

Su autor además publicaba un blog con sus reflexiones, debajo de la viñeta de cada día. Era la época de la burbuja bloguera, y Adams se convirtió, también, en un ensayista de éxito, un superventas de no ficción que a día de hoy sigue arrasando… te gusten o no sus ideas.

escribir mejor en mucho menos tiempo
Unos señores cualesquiera, preparándose para acceder a la cuenta de Twitter de Adams

Adams nunca fue un gran dibujante. Sus imágenes eran sencillas y carentes de dinamismo. La popularidad de su personaje estribaba en el zeitgeist de su época (cuando tantos empleados sufrían experiencias similares a las que Adams describía), en el patetismo de sus personajes, tan incapaces de modificar su situación, y en el ingenio de su diálogo.

Adams no triunfó como dibujante (aunque su dibujo sirve bien a su escritura), sino como autor. Y me gustaría contaros cómo obtuvo su éxito, cómo pasó de ser un viñetista aficionado a un escritor triunfante, porque es una historia estupenda.

Pero primero hablemos de cómo aprendemos a escribir.


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¿A dónde vas cuando quieres escribir mejor?

Me resulta frustrante que en la escritura, como en tantos otros ámbitos, recurramos tan a menudo a procesos de aprendizaje mediocres.

Creo que es porque hemos rodeado a la escritura de un misticismo innecesario. Esta es una de las razones por las que encontramos actitudes críticas hacia los cursos de escritura. Al fin y al cabo, la escritura es algo mágico que depende solo de nuestro talento y creatividad, ¿cierto? Si alguien promete enseñarnos técnicas para escribir mejor, seguramente solo quiere nuestro dinero. ¡Es imposible enseñar a escribir!

Esta noción, con la que no estoy de acuerdo, está muy extendida, incluso entre escritores profesionales. O vales o no vales. Tienes que nacer sabiendo y punto.

La única manera de aprender a escribir

También doy con frecuencia con la noción de que la única forma de aprender a escribir es… bueno… escribiendo.

¿Pero qué sentido tiene repetir los mismos fallos una y otra vez? Vemos autores que, ocho libros más tarde, siguen presentando una prosa repleta de fallos ortográficos y gramaticales, por no hablar de autores que publican textos donde insisten en repetir las mismas estructuras fallidas con los mismos problemas (falta de coherencia interna, personajes planos, lenguaje florido en exceso, símiles sin sentido, presencia molesta de la voz y de las opiniones subjetivas del autor, etc.) y que luego se preguntan por qué, diez años después, la gente sigue sin comprar sus novelas (o las editoriales pasan de publicarlas). Suelen pensar una de dos cosas: o bien son unos genios incomprendidos, o bien son unos inútiles sin talento.

Ninguna de esas dos percepciones es útil para un escritor.

Aunque no caigas en ninguna de esas categorías y creas con firmeza que la escritura es una habilidad que puede adquirirse con el aprendizaje adecuado, ¿a dónde acudes? La oferta es avasalladora.

El problema de (algunos) cursos

Por desgracia, la actitud crítica que se ve a menudo hacia los cursos y talleres de escritura no está totalmente desencaminada.

Hay pocos cursos que estén bien estructurados y que cubran de un modo ordenado los campos que suele necesitar un escritor para avanzar.

¿Quién no se ha encontrado con profesores poco capacitados, en este ámbito y en cualquiera? ¿Cuántos «cursos» habéis visto de profesionales que no tienen ni un libro en el mercado y pretenden enseñarte a escribir y a publicar tu obra, o cuántas veces os han dicho que escribir romántica/fantasía/histórica no vale, que en este taller venimos a crear literatura «de verdad»? ¿Cuántas veces os habéis apuntado a un curso para descubrir que el material no es más que un plagio de miles de contenidos ajenos, reunidos por alguien que ni siquiera ha probado su información? Todos estos son casos que he visto o que han ocurrido a personas que conozco.

Joaquín, profesor de relato, tiene veinte libros publicados. Ninguno de ellos es de relato, pero a él qué le estás contando.

Otro sistema muy habitual, que hemos heredado del mundo angloparlante, es el típico taller de escritura, donde alumnos con escasa experiencia deben exponer sus trabajos y someterse a las reflexiones y críticas de sus compañeros (y a la percepción de un tutor con sus propias ideas sobre qué es y qué no es escribir bien… ideas que con frecuencia no tienen un gran fundamento técnico). Sospecho que este método puede ser nefasto. No solo te estás exponiendo a opiniones sin fundamento, de un público que no tiene por qué ser el tuyo y que pueden desviar tu escritura de sus metas reales, sino que al principio de tu proceso lo que necesitas sobre todo es motivación y ánimo, no una crítica constante.

Creo que este tipo de experiencia es la antítesis del clásico profesor de literatura que nos dijo que valíamos para esto y que nos motivó para seguir trabajando en la escritura que amamos. La crítica es fundamental, sí, pero, como veremos más abajo, es un proceso delicado que debe tener una función y contexto adecuados. No digo que todos los talleres sean como he descrito, y sé que muchos son de gran utilidad, pero cada vez doy con más ejemplos como los mencionados.

escribir mejor en mucho menos tiempo
A ver, Carlitos, que hemos dicho que en los diálogos TODOS los verbos de habla tienen que ser farragosos por obligación. ¿Cómo se te ocurre decir «dijo», pudiendo decir «rezongó», «especificó», «confesó», «inquirió» o «estratojiniuquinitó». No, por supuesto que no me acabo de inventar ese último verbo, inculto.

Tenemos instituciones que creo que van en la dirección adecuada, como La Escuela de Escritores, que me impresiona cada vez que miro los temarios que ofrece y la calidad de sus profesores. No obstante, cursos como este, de alta calidad, tienen un precio (totalmente justificado, por supuesto) que no todos se pueden permitir.

A los cursos y talleres de escritura hay que añadir lo paraliterario. De nuevo, hay miles de cursos sobre cómo usar Instagram para crear marca de escritor, cómo crear una plataforma web o cómo aprender SEO para tu blog. Opciones como la tarifa plana de MOLPE son muy atractivas para cubrir todos estos aspectos, pero deben ser extras: conocimiento y habilidades que adquirimos para complementar a nuestra escritura. Podrás vender montones de libros con un buen marketing, pero si tus libros son malos, tendrás muy difícil crear un público fiel y un catálogo decente.

¿Y si enfocásemos la escritura como cualquier otra habilidad?

Uno de mis objetivos para este blog este año 2020 es centrarme en buscar buenas herramientas de aprendizaje, es decir: analizar de qué formas podemos escribir mejor sin tener por ello que trastabillar durante años hasta dar con la tecla que necesitamos. Ya inicié este proyecto el año pasado con el que es, posiblemente, mi artículo favorito del blog: Por qué no progresas en tu escritura. No es el artículo más visitado; no es el que tiene las mejores gracietas ni es el más fácil de leer.

Trato ahí un tema difícil: enfrentarse a la metaescritura. Si además de escribir tenemos que pensar en cómo escribimos, ¿cuándo nos queda tiempo para dormir?

Un curso puede servir para solucionar esto (y así sería en un mundo ideal). Pero si no puedes pagar un curso o te cuesta encontrar uno que te dé los resultados que necesitas, aquí te dejo algunas ideas.

Para empezar, algunos atajos

Soy consciente de que mi proyecto de analizar métodos de adquisición óptimos de habilidades complejas es largo y complicado. Así que me gustaría empezar con lo fácil.

De entrada, me gustaría enumerar cuáles son para mí los grandes atajos: tácticas que harán que tu escritura mejore de una forma exponencial en muy, muy poco tiempo. Todas os sonarán, porque he hablado de ellas en el blog, pero puede ser interesante tenerlas aquí, en un solo lugar.

1. Lectores cero, tu tropa de vanguardia

La eficiencia de este método, me temo, depende de la calidad de tus betatesters.

escribir mejor en mucho menos tiempo
—A tu libro lo que le falta es sexo, Laura.
—¿Estás segura de eso?
—Segurísima. Es que no tiene nada nada de sexo, Laura.
—Es un libro infantil, Marta.
—De verdad que no se te puede decir nada, tía.

Sin duda es la mejor manera de tantear qué recibimiento tendrá tu libro ante tu público objetivo (para ello, claro, tus beta deberán formar parte de tu público objetivo), y te ayudará a mejorar tus estructuras y sentido del ritmo.

No prestes tanta atención a la minucia («no me gusta el nombre del personaje X»), sino a sensaciones generales que además se repiten en más de un lector cero. Aprende a distinguir qué quieren decir realmente tus lectores: «Me ha costado engancharme» significa que tu ritmo es demasiado lento al principio: tal vez presentas a demasiados personajes o tienes un comienzo muy descriptivo. Este aprendizaje llega con la experiencia, así que usa todos los lectores cero que puedas, siempre que puedas.

Tienes mucha más información sobre cómo conseguir lectores cero y qué preguntarles aquí.

2. Informes profesionales de lectura

Tenemos mucho miedo a los informes, porque tememos que destrozarán a nuestra escritura. Pero un buen lector profesional te dará las claves que necesitas para corregir los errores más graves de tu obra. A diferencia de tus lectores cero, puede darte apuntes precisos, puede nombrar los errores (o debería) con objetividad.

Si consideras que un informe es demasiado subjetivo, tal vez estás usando al lector equivocado. Un buen lector profesional debe saber indicar cómo falla una obra y por qué. También puede darte información crucial sobre la comerciabilidad de tu obra.

3. Análisis de estilo

Este fue un servicio que yo ofrecí en su momento y que dejé de hacer por varias razones. Sobre todo se debía a que el tiempo y esfuerzo mental que dedicaba a ello no me compensaban para lo que el mercado me permitía cobrar.

Y eso es normal: hasta que no ves lo que te ayuda un análisis de estilo no entiendes su valor y por qué es tan caro. Y aun así, muchos autores necesitan un tiempo para digerir la información: a nadie le gusta que le devuelvan un texto repleto de tachones y comentarios. Es difícil convencer a alguien de que te pague por hacerle daño, a no ser que te especialices en determinados campos de la prostitución BDSM.

¿Quién ha sido un chico muy malo y ha metido un deus ex machina al final de su novela, eh?

Aunque desconozco si hay más profesionales ahí fuera que ofrezcan este servicio concreto (el de análisis, no el de prostitución BDSM), podéis pedir a cualquier buen corrector de estilo que os lo haga. Simplemente le pedís que analice unas 1000-1500 palabras de vuestro texto y realice una corrección intensiva de estilo, pero con explicaciones a cada modificación. Solicitáis un presupuesto y veis si estaría dispuesto a hacerlo.

Habrá gente que diga que no, porque, la verdad, es agotador tener que justificar de manera docente decisiones que muchos correctores tomamos de forma automática, pero otros dirán que sí: este es un proceso que para algunos correctores es muy satisfactorio.

Ojo: no estáis buscando a una persona que os corrija las faltas. Estáis buscando a una persona que puede explicaros cómo podéis sacar el máximo potencial a vuestro texto (modificando redundancias, cambiando el orden de determinadas oraciones, comunicando mejor determinadas ideas, eliminando texto que no aporta nada a vuestro mensaje, etc.). No tenéis que estar de acuerdo con todas las modificaciones, solo entender por qué se hacen y comprender cómo podéis aplicar ese conocimiento en vuestra escritura.

4. Lectura activa

Un proceso que creo que todo escritor debe llevar a cabo. Podemos leer de forma pasiva (disfrutando y asimilando lo que leemos, a secas) o podemos leer de forma activa (subrayando y apuntando los métodos y técnicas que usa el autor, sus decisiones y sus resultados, su manera de usar recursos retóricos y de trama).

Eso sí, es MUY importante que dejéis tiempo para la lectura pasiva: si solo leéis de manera activa perderéis muy pronto la pasión por la lectura (y por la vida, en general). No hablo solo de leer libros: podéis aplicar esta técnica a cualquier texto narrativo. Las buenas series creo que son las mejores en este aspecto. Creo que son el formato que más se asemeja a una buena novela (aun más que una película, donde debe meterse mucho contenido en un espacio relativamente escaso y que depende además de una serie de expectativas cruciales por parte del consumidor).

5. Aplicación práctica de la teoría

Por supuesto que debemos leer sobre nuestro arte y aprender todo tipo de tácticas (además del funcionamiento de nuestra lengua, mediante conocimiento ortográfico, gramatical y sintáctico) pero de nada sirve si no las llevamos a la práctica.

Primero, porque el mundo está lleno de malos consejos de escritura, y hasta que no los pruebes no te darás cuenta de lo malos que son (o de que sencillamente no se aplican a tu caso o a tu nivel de habilidad).

—Te lo estoy diciendo, tía. Mete un vampiro que brilla así como con purpurina cuando le da la luz del sol. Y un hombre lobo. Pero la prota en realidad es un hada. Y no separes los párrafos cuando escribas, que eso es para lerdos.

Segundo, porque la mejor forma de adquirir conocimiento no es mediante la lectura o memorización, sino mediante la aplicación práctica. Esa aplicación nos permite realizar una transferencia, una voltereta mental que nos ayuda a situar lo aprendido en nuestro esquema de conocimiento y relacionarlo con todos los demás conocimientos y habilidades que tenemos. Esa transferencia es el objetivo dorado en esto del aprendizaje.

6. Una práctica deliberada

Escribir no sirve de nada si no es una actividad a la que dedicas enfoque y un intento real de mejorar y aprender.

Bueno, servir sí sirve de algo, supongo. Pero desde luego olvídate de progresar a un ritmo que no sea de caracol-tortuga-babosa.

Todos tenemos momentos de flow en los que nos besan las musas y todo sale perfecto. Pero si escribir te cuesta mucho, no temas. Te cuesta porque te estás enfrentando a una resistencia natural, porque sabes que lo que estás escribiendo no se parece aún al modelo mental que tienes de «buena escritura».

La buena noticia es que utilizar un modelo mental de referencia, aunque te cree frustración, es una señal de que estás desarrollando una habilidad.

Y esa frustración no es mala, siempre que no te produzca ansiedad real ni te bloquee hasta el punto de no poder seguir. Ahí recomiendo utilizar técnicas como el círculo mágico. Debe haber un tiempo para escribir sin esfuerzo, por gusto, y un tiempo para una práctica deliberada: escribir con esfuerzo, intentando hacer lo mejor que puedas, venciendo la resistencia.

escribir mejor en mucho menos tiempo
Helena ha escrito hoy y solo ha chillado de dolor, frustración y angustia existencial tres veces.

Porque igual que en el gimnasio, donde la resistencia es lo que hace que tus músculos crezcan, que seas más fuerte, vencer a esa resistencia e invertir una gran energía mental en tu escritura resultará en un aprendizaje real.

¿A veces no os parece que vivimos en una sociedad de «si duele, no lo hagas»? Que si te cuesta, es que no lo estás haciendo bien. ¿Para qué sumergirse en una cultura extranjera y aprender una lengua si puedes engañarte a ti mismo y pensar que vas a hablar chino solo bajándote la app Duolingo?

Pese a la popularidad de aplicaciones como Duolingo, no hay muchas personas ahí fuera que dominen cinco o seis idiomas. Hay muy pocas personas que destacan en una habilidad, por la sencilla razón de que no todo el mundo quiere invertir el esfuerzo necesario para dominarla.

¿Por que no lo enfocamos de otro modo? A lo mejor las sesiones de escritura que te cuestan horrores son las que realmente te están enseñando a escribir.

Y volvemos a la historia de Scott Adams

Frustrado por una carrera estancada en una empresa de telefonía, Scott Adams recordó que de joven le gustaba mucho dibujar viñetas, así que se puso a ello de nuevo.

Un día, viendo la tele, pilló el final de un programa sobre cómo ganarse la vida como viñetista. Frustrado por no poder tener esa información (estos eran los días preNetflix), consiguió anotar el nombre del creador del programa y le escribió una carta (sí, a mano). Este le contestó y le dio muy buenos consejos, además de una lista de editoriales, servicios de sindicación, etc., a las que podía mostrar su trabajo. Al final le dio el consejo definitivo: no dejes de intentarlo.

Foto totalmente real y verídica de cómo nos comunicábamos en los 90

Siguiendo todas las indicaciones de este hombre tan amable, Adams practicó y practicó hasta mejorar su trabajo. Mandó montones de muestras a un montón de sitios. Solo llegaron rechazos o, peor, el temido silencio editorial.

Así que, orgulloso de haberlo intentado al menos, guardó sus viñetas en un cajón y se olvidó del tema.

Poco después, aquel creador del programa de televisión le mandó otra carta. Quería saber si seguía o si había dejado de intentarlo.

Adams se puso de nuevo, intentó mejorar todo lo que pudo y volvió a mandar sus muestras. De nuevo, silencio o rechazo.

Orgulloso por su progreso y por haberlo intentado al menos, Adams volvió a guardar sus muestras en un cajón.

Al poco tiempo le llegó otra carta, con un logo que no conocía, de una empresa interesada en su trabajo. Como no era una empresa que le sonara, Adams habló por teléfono con ellos, con bastante escepticismo, temiendo una estafa o algo similar. Le preguntó a la mujer al otro lado de la línea qué referencias tenían, a quién más habían publicado.

Ella, con voz algo confundida, explicó que eran los responsables de un pequeño cómic llamado Peanuts. Tal vez os suene esta viñeta más por sus dos protagonistas: un niño llamado Charlie Brown y su perro, Snoopy.

El resto, como dicen, es historia.

El difícil arte de escuchar

Solo que no lo fue, no fue historia (o por lo menos no de inmediato).

A pesar de sindicarse con una de las empresas más exitosas de su sector, Dilbert tardó mucho en arrancar. Simplemente, no funcionaba. Pero Adams no se rindió. Por su trabajo técnico (aún estaba en esa empresa de telefonía), fue parte de una vanguardia: el correo electrónico. Adams comenzó a poner su dirección de email junto a sus viñetas.

Y comenzaron a llegar los mensajes de sus lectores. Casi todos coincidían en una cosa: la viñeta les gustaba, pero sobre todo les gustaban las partes donde Dilbert salía interaccionando en la oficina, con sus colegas. Así, Adams se concentró en su humor ya clásico de oficina y enganchó, sin saberlo, con la cultura de su momento. Pronto, todas las oficinas imprimían las viñetas que más gracia les hacían y las colocaban en sus tablones de anuncios. Aún recuerdo ver alguna en la oficina donde trabajaba mi padre.

Lo que Dilbert nos enseña al resto

Hay muchas cosas en las que no coincido con Adams (creo que en la actualidad se ha creado una marca algo dudosa, metiendo demasiado los pies en el turbio charco de las redes sociales y la política). Pero sí considero que podemos aprender de Adams cuatro idea cruciales para mejorar rápido:

Primero: si todo el mundo te dice algo, a lo mejor deberías plantearte hacer un poquito de caso. Probar, por lo menos.

Segundo: es importante tener a alguien que te apoye y te motive, alguien ante quien responder. Esto de escribir y publicar es muy duro y a veces necesitamos esa segunda carta, ese «espero que todavía no te hayas rendido».

Tercero: pregunta, demuestra curiosidad y no dejes que tu ego se meta por medio (qué difícil es esa parte, pardiez). Si no sabes algo, consulta a quien está donde tú quieres llegar.

Hace poco leí una frase que me pareció buenísima, porque me encuentro esta realidad demasiado a menudo: «Casi todas las consultas son en realidad una búsqueda de cumplidos». No preguntes a alguien para que alabe tu trabajo. No le mandes tu cuento o tu libro con la esperanza de que lo lea y se enamore de tu escritura. Pregunta porque quieres saber, porque quieres saber qué estás haciendo mal o qué puedes mejorar.

Cuarto: nada se consigue a la primera. Ni a la segunda. Pero podemos aprender del fracaso.

Y cada fracaso nos hace más rápidos, más fuertes, mejores. Nos da más boletos de lotería.

Nos acerca más a nuestra meta final.


Notas al artículo:

MÁS INFORMACIÓN:

Cómo sobrevivir a la escritura
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Créditos:
  • Foto de aguerridos guerreros que visitan la cuenta de Twitter de Scott Adams, por Duncan Kidd en Unsplash
  • Imagen de Joaquín, el professor poeta, por Fred Kloet en Unsplash
  • Imagen de la lectora cero que nunca quisiste, por Brooke Cagle en Unsplash
  • Foto de piernas sexis con esposas, de Uwe Kern en Pixabay.
  • Imagen de la chica que escribió hoy entre dolores intensos y preguntas existenciales, por Hannah Busing en Unsplash
  • Foto totalmente verídica y real de señor escribiendo una carta en los 90, extraída del cuadro Académico afilando una pluma, de Gerrit Dou.