Hoy no haré un artículo de recortes normal, como los de viernes normal.
Tal vez este tema de hoy sea un único y gran recorte (gran por lo de extenso; la calidad ya la juzgáis vosotros).
Viene de un artículo que leí hace poco de Yolanda González Mesa, donde reflexionaba sobre los espacios que usamos para crear y de las excusas que utilizamos para procrastinar un poco más. Nos podemos atar tanto a nuestras manías y rituales que nos decimos que sin ellos no podemos trabajar: olvidamos que son herramientas, no razones. Nos mentimos. Es más fácil decir que no tienes el despacho perfecto que decir que no te apetece, que te da miedo, que estás cansado/a y que no ves futuro para este laberinto de dieciocho mil salidas en falso en que te has metido por mucho que tu madre te pregunte por qué. Por qué, hija, por qué.
(Gracias, a todo esto, mamá, por nunca hacer esa pregunta en alto).
El artículo de Yolanda se llama No uses la falta de espacio como excusa.
Hay muchas otras cosas que usamos como excusa. Mi bandeja de correo y mi memoria están llenas de personas que me cuentan, semana tras semana, por qué lo tienen tan difícil para escribir.
Eh, yo no voy a juzgar a nadie. En muchos sentidos, lo tengo más fácil que otras personas. Y muchas de esas «excusas» que damos son excusas reales, razones de imposibilidad, de peso muy pesado.
Algunas excusas son perfectamente válidas. "Mi pelo ha tomado conciencia de sí mismo y me he levantado que parezco el tipo ese de Hellraiser" es una de mis favoritas.
Muchas otras veces no lo son. Y la falta de sinceridad que tenemos para con nosotros mismos (sí, claro que me incluyo) nunca deja de sorprenderme.
He enumerado las once excusas que creo que son más comunes, las que más escucho, y ofrezco algunas sugerencias para analizar si son excusas reales o falsas, para intentar demolerlas de una vez por todas.
Empezamos con aquella que inspiró este artículo: la falta de un espacio adecuado.
Excusa número 1: No tengo espacio
Podría daros una larga lista de autores que escribieron obras maestras en condiciones menos que ideales. Aquel rinconcito donde Stephen King aporreaba su máquina de escribir. Las cafeterías donde Rowling escribió Harry Potter. <Inserte su historia de escritor triste aquí>.
Ciertas condiciones y entornos pueden ayudarte a escribir, pueden ayudarte a concentrarte, a entrar en ese siempre bienvenido flow. Pero prueba un día a escribir en otro sitio completamente diferente. Puede que te cueste más, puede incluso que se resienta la calidad de tu texto, pero escribes. Las palabras se ponen una tras otra, que es, al fin, de lo que se trata. Ya lo dijo Margaret Atwood: Una palabra tras una palabra tras una palabra es poder.
Si vas a crear, crearás en cualquier sitio. No se trata, como creen muchos, solo de ese impulso vital, de la llamada de la musa. Es la disciplina de sentarte (o tumbarte o quedarte de pie) en el lugar más insospechado, ignorar todo lo demás y crear mundos. Hazle caso a Bukowski: ya puedes tener toda la luz, aire, espacio y tiempo del mundo, no sirve de nada si lo único que haces es buscar nuevas excusas.
Y, hablando de tiempo…
Excusa número 2: No tengo tiempo
Esta es, a mi juicio, la excusa más válida. Es verdad, puede no haber tiempo. El día solo tiene 24 horas. Si trabajas, si tienes una familia de la que cuidar, si todas tus prioridades ―todo aquello que necesitas hacer para sobrevivir― se adelantan y te roban las horas, no hay nada que puedas hacer.
Me siento incómoda cuando alguien dice: «no digas que no tienes tiempo, haz tiempo». Esa es una frase de persona que tiene la vida resuelta. Todos los que escribimos hemos tenido semanas de esas casi sin dormir, trabajando en algo que no es nuestra escritura con la esperanza de llegar a fin de mes. Hemos exprimido como hemos podido cinco malditos minutos, cinco malditos minutos que le hemos robado al desayuno, a la ducha, al sueño, para garabatear unas palabras. A veces, sí, es cierto que no hay tiempo. Físicamente.
Pero no siempre es así. Para muchos es una excusa muy frecuente y muy muy embustera.
¿No tienes tiempo para escribir y tienes tiempo de entrar en Facebook, de enfadarte con alguien en Twitter, de enviar 118 mensajes seguidos de Whatsapp (no sé si os he contado que creo que los grupos de Whatsapp están basados en algún que otro pasaje del apartado «Infierno» de La divina comedia de Dante)?
Las abejas no tienen wifi, se pasan todo el día zumbando de aquí para allá, curra que te curra, y encima tienen que huir de los malditos paparazzi de National Geographic. ¿Quién eres tú para quejarte?
Para empezar, solo necesitas 5 minutos. Prueba a crearte el hábito, a escribir cinco minutos todos los días durante un mes. Luego súbelo a 10. A los 90 días, súbelo a 15. Róbale segundos a los minutos, minutos a las horas, aumentando al máximo tu productividad. No esperes al día perfecto donde podrás sentarte a escribir durante horas, porque es muy posible que ese día no llegue.
Cuídate del «hoy no hay tiempo», del «ya escribiré mañana». Porque hoy ya es mañana y, antes de que te des cuenta, fue ayer.
Excusa número 3: No consigo concentrarme
Esta es complicada, porque puede deberse a muchos factores. Y depende de tus circunstancias personales y de aquello que te distrae.
Cuando escribas, desconecta internet. Apaga el router o usa alguna aplicación de bloqueo. También hay editores de texto minimalistas que solo te permiten trabajar a pantalla completa. Necesitas un enfoque completo, y para esto nada hay tan recomendable como la técnica pomodoro. Para los que no estéis ya hartos de leer sobre esta técnica en mi blog, os resumo: trabajas 25 minutos y descansas 5 minutos. Pero cada 25 minutos de trabajo deben ser completamente monotarea. No puedes salir de lo que estés haciendo. Yo ahora uso Moosti como temporizador, pero cada vez hay más aplicaciones para ello. Hasta puedes comprar temporizadores físicos. No recomiendo que pongas alarma en el móvil, a no ser que hayas quitado también la conexión a internet de tu smartphone.
Si no te gustan los pomodoros, aquí tienes 68 opciones más.
Ten en cuenta también que cada persona necesita una cantidad de tiempo diferente para concentrarse (al cerebro le lleva un tiempo cambiar de tarea y volver a alcanzar un nivel de enfoque óptimo, por esto es tan pernicioso hacer varias cosas a la vez). Experimenta, analiza, apunta. Yo me concentro con mediana rapidez (siempre que no estén las redes sociales demasiado a la vista), pero encuentro que es en rachas largas de escritura donde obtengo mejores resultados. Pese a lo apuntado en el punto dos, si tu problema no es el tiempo y tienes una disciplina bien marcada para escribir, puedes probar a contrastar los resultados de una práctica diaria más o menos corta (15-30 minutos, por ejemplo) con los de una práctica semanal larga (más de 2 horas seguidas).
Recuerdo que leí en la web de alguna universidad de prestigio estadounidense que se recomendaba a los alumnos de doctorado que escribieran 90 minutos al día (sin incluir correcciones, investigación, etc.: solo escribir). Parece ser que es la cantidad de tiempo ideal para entrar en flow y producir una cantidad encomiable de texto. Si el tiempo no es tu problema, sino la concentración, prueba con esta solución y, de nuevo, analiza los resultados.
Acuérdate de apartar un tiempo solo para ti (preferiblemente siempre a la misma hora del día). Explica a tus amigos y familiares que es importante. Que los quieres mucho, pero que una simple interrupción puede echar por la borda una buena sesión de trabajo. Cierra la puerta y coloca un cartel de «No molestar», si hace falta. Ponte auriculares con música o con ruido blanco. Lo que sea necesario.
Ah, y duerme tus horas. Haz algo de ejercicio y come ligero. Nada afecta tanto a la concentración como el sueño, el dolor de espalda o una digestión pesada.
Fácil de decir, pero no tanto de hacer, lo sé.
Excusa número 4: No tengo talento
También conocido como «no sirvo para esto», «se me da fatal» y «doy vergüenza ajena».
¿Te crees que los escritores nacen sabiendo escribir? ¿Que la musa los bendice con su mano mágica y de repente son Shakespeare, Cervantes o Pitbull?
No, no. Hay que trabajar muchísimo para escribir letras tan elevadas como estas (las tildes y comas las he colocado yo):
Bon bon bon bon, yo quiero estar contigo.
Bon bon bon bon, tú quieres estar conmigo .
Bon bon bon bon, dale, cosa rica .
Bon bon bon bon, trae tu amiguita.
O no. Pero míralo por el lado positivo, si este señor puede arrasar con sus ritmos calentorros, estoy muy segura de que tú, sí, tú, tienes algo de provecho que darle a la humanidad. Por lo menos más que Pitbull.
Escribir no es una habilidad innata. Por supuesto que a algunas personas se les da mejor que a otras, y a algunas de entrada se les da escandalosamente mejor, pero eso no quita que el trabajo sea necesario. Con un trabajo consciente e inteligente, es imposible no mejorar, no producir algo digno. Lo que necesitas es tiempo, constancia y muchas ganas de aprender.
Mira ahora esta letra:
You went back to what you knew
So far removed from all that we went through
And I tread a troubled track
My odds are stacked
I’ll go back to black
(Traducción mía muy libre: Volviste a lo que conocías / Tan alejado de todo lo que pasamos / Y yo recorro un camino accidentado / Ya está la suerte echada / Regresaré al negro).
Pertenece también a un clásico de la música pop: Back to Black, de Amy Winehouse. No va a ganar ningún premio por la mejor letra del mundo, pero es bastante decente (sobre todo con su voz escalofriante y la nostalgia de lo que dejó atrás, y el juego de negro como depresión, luto o el color negro de la ruleta). Algo que descubrí hace poco viendo un documental sobre Winehouse fue que iba a todas partes con lápiz y papel, que escribía letras de manera constante. Es muy probable que en los últimos años de su vida esta costumbre se resintiera debido a sus múltiples adicciones, pero es algo que muchos de los que la conocían comentan: siempre escribía. Tenía una voz de talento, eso es innegable, pero yo diría que no era una poeta excepcional, por lo menos no en principio. Creo que supo convertirse en una letrista digna por esa práctica constante; su trabajo también nos recuerda que no hace falta escribir de manera barroca y recargada para comunicar un mensaje emotivo con eficiencia.
Y no, no es necesario ponerse hasta el culo de drogas y alcohol para escribir, aunque siempre hay alguien que aboga por ello. Aparte del efecto alucinógeno de algunas drogas, utilizamos ciertas sustancias porque nos hacen perder el miedo. No sé si es que enaltecen nuestra creatividad o si la creatividad saca la cabecita del escondite porque ya no está el bloqueo de siempre. Con esto lo que quiero decir es que la falta de vergüenza y una energía a tope pueden ser relativamente útiles para escribir (pero, de nuevo, no me hagáis un Amy. Os quiero vivitos y coleando más allá de los 27).
Lo de la vergüenza y el miedo está también muy relacionado con esto:
Excusa número 5: Me van a poner verde
Sí, y azul y amarillo y octarino. Van a insultarte. Te van a mandar emails no solicitados contándote todo lo que está mal con tu libro. Te van a preguntar si eres consciente de la montaña apestosa de porquería que has creado. No son escritores, pero querrán enseñarte a escribir. Por alguna razón que nunca comprenderás, la experiencia que han tenido con tu libro los ha irritado más que si hubieras entrado en su casa sin llamar y le hubieras tirado sirope caliente encima a su abuela. Para luego quitárselo a lametones.
Y lo peor es que muchas veces todo esto lo harán tus seguidores, tus fans. Aquellos que con tu último libro te besaban los pies. No hay nada tan caprichoso como un lector. Y no hay nada tan terrible como un lector que se siente traicionado.
Tiene todas tus tapas duras, tus versiones de coleccionista y tus calendarios. Va a quemarlo todo. Todo a la hoguera, sí. En cuanto su madre le encienda la cerilla.
Pero ¿sabes lo que ocurre? Que, por lo menos en lo que a tu texto se refiere, tienen todo el derecho del mundo a opinar, aunque sea mal.
La lectura es subjetiva. Puedes escribir el mejor libro del universo y alguien lo odiará. Habrá una señora gruñona en Venus que mirará el retrato de la solapa de tu libro y te escupirá moco maloliente a través de sus veinte orificios.
Puedes escribir el peor libro del mundo y alguien lo amará. Tal vez hasta se convierta en superventas.
Editores y autores: a no ser que un lector diga algo realmente peligroso e incierto sobre vuestra persona o libro (algo del estilo: «sé de buena tinta que este autor es cienciólogo y que escribió este libro por encargo del hijo bastardo de Tom Cruise y John Travolta»), por favor, dejad de contestar a reseñas y comentarios. Sé que duele, lo sé. Pero estáis condicionando a vuestros lectores. Si saben que de abrir la boca saltaréis, no pueden expresar una opinión sincera.
Lector: por mucha pupa que me hagas, defenderé tu derecho a poner verde mi libro. No voy a defender tu derecho a insultarme a mí directamente, claro, pero también sé que ese es un daño colateral que a veces es inevitable.
Porque ya no es mi libro. Es tuyo. Tú lo has leído. Tú has sentido cosas con este texto. ¿Por qué pagar contigo algo que es solo de tu incumbencia? La mitad de las críticas negativas que recibiré serán por mi culpa; la otra mitad serán por problemas y rollos extraños y más problemas tuyos, lector. Yo no puedo satisfacer a todo el mundo.
Así que hazlo lo mejor que puedas, amigo escritor, lo mejor que sepas, y disfrútalo. Escribe aquello que te habría gustado leer. Y luego, libera. Deja volar. Sé fuerte. Te van a poner a parir hagas lo que hagas. ¿Pero no es mejor eso que ser invisible, permanecer escondido/a, no mostrar nunca lo que hagas? Del feedback negativo es del que más se aprende.
(Lo cual no implica que me haga p**a gracia, ojo).
Y es que esa es otra: haz caso solo a las primeras reseñas malas, fíjate en lo que se repite. Nadie te obliga a leer los mismos asaltos a mano armada una y otra vez. Léelas al principio, aprende. Luego todo es morbo y masoquismo.
Excusa número 6: No es perfecto
¿Cómo voy a publicar esto? ¡No está bien! ¡No es perfecto! Qué pereza corregirlo de nuevo, porque es absolutamente necesario corregirlo por cuadragésima vez.
Tengo una regla con los artículos del blog. Solo los leo cuatro veces. Escribo un artículo, lo voy releyendo conforme edito el borrador, luego lo reviso. Le doy a publicar y lo leo una última vez. Con suerte, José Antonio tendrá la paciencia necesaria para leérselo un poco más tarde y avisarme si encuentra algún fallo. Y ya.
Se van a escapar erratas. Tengo amigos correctores que a veces me las señalan, lo cual tiene su punto guay, porque siempre mola que alguien que sepa trabaje gratis para ti sin que se lo pidas. Y tengo lectores en general a los que les gusta decirme dónde he metido la pata, tanto en público como en privado. Lo cual también mola (aunque más en privado, ejem), porque cada vez queda mejor el texto (aunque reconozco que es irritante si se equivocan o si lo hacen de manera desagradable, pero para eso me voy a tatuar el apartado anterior de este artículo en la frente, para vérmelo cada vez que vaya a llorar, desconsolada y humillada, al baño; así me lo veo en el espejo).
Si quisiera que todo fuera PERFECTO, así, en mayúsculas, los artículos no saldrían nunca.
Tengo que confesar, para mi vergüenza y oprobio y demás falsas modestias, que estoy muy contenta con los últimos artículos que he hecho en la serie de recortes. Todo aquello de las descripciones y los textos sublimes y demás.
También confesaré que cuando termino un artículo del que me siento orgullosa, cuando respiro por fin tras la tarea interminable que es editar un borrador, me da algo de miedo. Me atraca una pregunta en particular: ¿cómo voy a volver a hacer esto?
Por lo visto es algo que le pasa a mucho gente. Profesionales que, aun amando su trabajo, tienen un día estresante, lo dan todo y se acuestan y, cuando se levantan de nuevo al día siguiente, piensan: ¿y cómo voy a volver a hacer lo de ayer?
Será síndrome del impostor, perfeccionismo y todas esas cosas que tan mal nos vienen a los escritores, tal vez. Nos intentamos equilibrar en un punto medio muy inconstante: querer dar siempre lo mejor de nosotros es terrible y perjudicial, pero esa no es excusa para la pereza. Para ello, permitidme citar a Seth Godin.
Mientras esperabas a la perfección
Has dejado que lo mágico te pase de largo. Por no mencionar lo «bastante bueno», lo increíble y lo maravilloso.
Quedarnos a la espera de lo que no puede mejorarse (y no puede criticarse) nos impide empezar.
Simplemente empieza.
Todo esto me hizo pensar en el bloqueo que tenemos los perfeccionistas. No es tanto que seamos perfeccionistas, creo yo. Es que estamos paralizados por el miedo a la crítica.
Para esto, véase el apartado anterior (again); recúrrase al tatuaje frente al espejo. El único remedio que tiene el perfeccionismo es empezar, escribir y luego publicar.
Excusa número 7: No estoy inspirado/a
Las musas existen. Quiero decir que hay momentos en que el mundo explota y te parece tocar el sonido con las manos y ver la esencia del universo. Escribes como si Lorca y Schopenhauer te susurraran muy despacio, cada uno en un oído, mientras George R. R. Martin te acaricia suavemente los pies.
Ocurre algo inesperado: si esperas que llegue ese momento, es raro que aparezca. Pero si lo buscas a diario, cada vez llega con más frecuencia.
Flow, inspiración, divinidades parnasianas. Llámalo como quieras. Viene cuando te sientas a diario delante del ordenador, cuaderno, lienzo, tripas de cabra. Viene cuando haces tu sacrificio diario en forma de sudor, sangre, esfuerzo, tiempo. Es lo que tienen las divinidades: suelen ser narcisistas y hay que saber seducirlas.
La inspiración es eso que esperan los demás mientras los escritores estamos trabajando.
Excusa número 8: Todo está ya escrito
Es cierto, muy cierto. Personas mucho más inteligentes que nosotros ya han hablado de todo lo que queremos hablar. Pero qué hay del sexo de ideas. Qué hay de otro enfoque. Qué hay de aquello que tú, con el peso de tus influencias, puedes aportar con la experiencia única combinada que te dan los años que has sobrevivido, la cultura en la que has crecido.
La originalidad está mal enfocada. Se nos anima a crear siempre algo original, extraordinario, diferente, pero todos cogemos de aquí y de allá, incluso sin darnos cuenta. Claro que has de evitar el plagio, la copia, pero no puedes evitar ser hijo/a de tu tiempo. Aprovéchalo, hay mucho de lo que aprender y contar. Olvida la idea de que crearás algo nunca creado, algo completamente nuevo. Concéntrate en crear algo maravilloso.
Excusa número 9: No me encuentro bien
¿Sabes quién era Mattias Buchinger? Era un señor que nació sin manos ni pies hace muchos, muchos años. Era mago, músico y calígrafo y se dibujaba (¿escribía?) autorretratos haciendo cosas así, usando sus muñones:
Reconozco que «no me encuentro bien» solía ser una de mis excusas favoritas. Todavía lo es. Todos tenemos días horribles. Hay muchos factores que pueden llevarte a no encontrarte bien, desde el dolor crónico a otras cuestiones que se alimentan de tu energía y creatividad y te dejan hueco, como la ansiedad o la depresión.
¿Sabes quién más sufría de depresión? Winston Churchill. Todo el mundo recuerda que era un borracho; pocos se acuerdan del perro negro, ese black dog que lo perseguía sin descanso.
Venga, tienes que sacar a liderar a tu país en una guerra mundial. Venga, tienes que intentar salvar a tu gente de un loco de bigote ridículo. Repite conmigo las palabras de Churchill:
Nunca, nunca, nunca abandones.
Ni con todos los ejércitos del mundo en tu contra. Ni con el dichoso perro negro. Solo veinte minutos al día sirven para cumplir con algo que es importante para ti. Incluso en los días más oscuros, es en la rutina y el hábito donde podemos ir tirando hacia adelante, donde podemos salvarnos a nosotros mismos.
Busca ayuda profesional si la necesitas. Pero no permitas que la pereza se disfrace de otra cosa. Si necesitas descansar, darte un respiro, hazlo. Pero que sea para recuperar fuerzas y coger carrerilla.
Ahí va la décima:
Excusa número 10: Nunca voy a poder publicar
Es verdad, publicar es muy difícil. Todos hemos sufrido rechazos, silencios editoriales y todo lo demás. Hay un mundo cruel y competitivo ahí fuera, y más te vale ser el mejor, el que tiene más contactos o seguidores en Instagram para que algún agente o editorial te haga algún caso. Por lo demás, permitidme que remate este apartado entero con una sola palabra:
Autoedición.
¡Siguiente!
Excusa número 11: Escribir es difícil
Sí, si te resulta fácil, es que igual no lo estás haciendo bien.
Escribir es condenadamente difícil. Puede ser entretenido, divertido, inspirador, catártico, pero rara vez es sencillo. Y no hablemos de todo lo que va asociado: leer muchísimo, aprender, conocer las herramientas del trabajo, entender cómo funcionan otros textos…
Muy, muy difícil.
Así que mejor déjalo ya.
Uno menos en la carrera.
Lo malo de todas estas excusas es que también pueden esconder algo más profundo. Algo como que en realidad no quieres escribir, que en realidad no es importante para ti. Acéptalo, porque eso es bueno. Puedes escribir solo cuando te apetezca, disfrutarlo a tu gusto. Puedes limpiar ese espacio de culpa y ansiedad de tu cerebro y dedicarlo a otra cosa. Mirarás atrás en tu lecho de muerte y te dirás: «Menos mal que dejé de escribir, mira todas las demás cosas importantes que pude hacer en vez de dedicarme a algo que ni siquiera me apasionaba».
¡Si no hubiera dejado la escritura, nunca me habría convertido en entrenador profesional de gansos bailarines!
Pero si pretendes escribir en serio, si realmente quieres aprender, publicar, que te lean… ay.
Lo siento. De veras que lo siento.
Olvida estas excusas, vuelve a leer el título de cada apartado y deséchalas. Nunca te sirvieron de nada.
Así es como duramos los demás. Contamos con que gente que se acoge a la excusa número 11, gente que dice que escribir es demasiado difícil, se rinda. Contamos con ello, con esos corredores que se preparan como verdaderos atletas pero luego caen, exhaustos; se desvanecen a media maratón. Así no morimos de hambre: siempre podemos alimentarnos de sus cadáveres. ¡Ja!(1)
Por cada persona que deja de escribir porque es difícil, hay veinte personas que siguen escribiendo porque es difícil. Porque fácil no merece la pena. Nadie destaca haciendo algo fácil, eso no da satisfacción. Esas veinte personas saben que un paso lento sigue siendo más rápido que el de todos los que se han quedado tumbados en el sofá.
¿Es difícil escribir? Sí.
No te preocupes. Abandona la carrera.
Déjanosla al resto.
(1) Una vez más, os recuerdo que en Gabriella Literaria no abogamos por el canibalismo. Cualquier mención, directa o indirecta, a la antropofagia es siempre metafórica.
Si te ha gustado este artículo, acuérdate de compartirlo. También puedes apuntarte a mi lista de correo (envío artículos que son solo para mis suscriptores, solo dos veces al mes). Y si te gusta el contenido del blog en general y quieres leer más cosas mías (o simplemente echarme una mano), prueba a hojear alguno de mis libros:
70 trucos para sacarle brillo a tu novela: Corrección básica para escritores. ¿Has escrito una novela o un relato y no sabes cómo enfrentarte a la revisión? ¡Yo te ayudo! Disponible en Amazon.
- Puedes ver reseñas del libro en la propia Amazon y en Goodreads.
Lectores aéreos (relatos con toques de fantasía tenebrosa): Disponible en Amazon y Lektu (¡solo 2,99 €!).
- Puedes leer un avance gratuito aquí.
- Puedes leer reseñas aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí. Y hasta en 20 Minutos, aquí.
- Si tienes un blog o web de reseñas y te apetece leer y reseñar este libro, puedes pedirme un ejemplar de cortesía en gabriella(arroba)gabriellaliteraria.com.
Puedes ver más libros míos aquí.
Una más que acertada entrada. Has reunido y analizado las mayores excusas que se escuchan a diario. Continúa así.
¡Muchas gracias!
Qué lujo, me encanta cuando puedo leer dos artículos tuyos en un día.
Me lo voy a imprimir y me lo voy a poner en el corcho que tengo delante del ordenador para no encontrar ninguna excusa y escribir mi cuota de palabras diarias sin rechistar ;D.
A ti ya no te quedan excusas, que lo sé yo, que eres una supermujer 😉
Magnifica entrada.
Se sincroniza perfectamente con el correo que enviaste a tus subscritores (respecto a la pregunta del asunto, Un Cerdito Verde).
Respecto al punto 4, definitivamente quiero que algún día me entrevisten y decir: Yo no tengo talento ¿Creen que eso me detuvo? Y que luego me arresten por ocasionar suicidios masivos.
Gracias y me quedo a la espera de la próxima publicación.
«Respecto al punto 4, definitivamente quiero que algún día me entrevisten y decir: Yo no tengo talento ¿Creen que eso me detuvo? Y que luego me arresten por ocasionar suicidios masivos.»
No te preocupes, como mucho te insultarán e irán a tu casa a tirarte piedras. A nadie le gusta aceptar que las cosas no ocurren por arte de magia, sino que hay que trabajarlas a lo bestia.
Recuerdo a un autor al que le preguntaron cómo vendía tanto. El tío explicó su sistema (escribía no ficción en grandes cantidades) y el entrevistador le preguntó si otras personas podrían hacer lo mismo y vender también mucho. El autor respondió algo así como: «Pues claro, pero no lo harán. Es demasiado trabajo».
No pienso abandonar… (no me veo entrenando gansos bailarines)
¡Gracias! Impecable, como siempre 🙂
Bueno, si te da por ahí, avisa y montamos negocio juntas. Que los gansos de pequeños son monísimos.
¡No me des ideas! Que luego publico cosas del estilo: «esto es culpa de Gabriella Campbell»… y subo fotos tuyas y mías entrenando gansos! Vamos a tener un éxito increíble ;-).
Otra vez gracias Gabriella por tus escritos. Curiosamente mi novela inició una tarde que me di cuenta que estaba poniendo excusas para no escribir (que me distraigo, estoy cansada, tengo que leer todo lo que escribí antes para recordar dónde voy). Decidí anular todo eso y comenzar a escribir a mano una nueva historia, y hoy día el primer libro de esa saga está publicado.
Por cierto, una observación: «And I tread a troubled track» lo tradujiste como «Y yo piso un camino doble». Troubled es problemático, supongo que lo leíste como doubled sin darte cuenta.
Espero no ofenda la corrección. ¡Saludos!
Es verdad, qué curioso. Ya está cambiado. A esto me refiero con lo de que da igual cuánto corrijas, siempre habrá fallos tontísimos que tu cerebro no va a procesar 😉
Creo que las excusas más comunes son la primera, la séptima y la última. De adolescente frecuentaba la página Fanfiction.net para recibir mi dosis diaria de fanfics. Me resultaba frustrante quedar enganchada de una serie y esperar meses por el siguiente capítulo. Cuando el autor por fin actualizaba, la excusa solía ser: «Perdón, es que no tuve tiempo». Y yo pensaba: «¿En serio? En tu perfil pones que tienes dieciséis años». Vamos, que cuando uno es adolescente tiene tiempo para mirarse el ombligo por seis horas seguidas y todavía sobra para hacer todo lo necesario.
También era común recurrir al bloqueo de escritor, que no niego que exista, pero en la mayoría de los casos es una excusa más. Es muy fácil decir «¡Estoy bloqueada!» después de haber pasado dos minutos frente a la página en blanco.
La excusa a la que más recurro yo es la novena. Desde la adolescencia sufro de episodios depresivos recurrentes. En mi caso, no experimento tristeza, sino más bien apatía y una falta de energía increíble. En los episodios más graves he llegado a no sentir absolutamente nada a nivel emocional, por lo que no he podido escribir. ¿Cómo puede un autor despertar emociones en el lector cuando él mismo no las siente?
Podría ir con un especialista, pero los seguros en Estados Unidos son una desgracia y no hay ningún proveedor aprobado cerca de mí, por lo que tendría que pagar de mi bolsillo. Además, la medicación suele dispararme la libido al punto de que quiero tirar con todo, pero, al mismo tiempo, me causa disfunción orgásmica. Es un mal que no le deseo ni a mi peor enemigo. A ese lo tiro en un volcán (lo tiro, no me lo tiro).
He aprendido que lo mejor para mí es dejar que el episodio pase y concentrarme en lo necesario para mi supervivencia. Una vez comienzo a recomponerme, restablezco mi rutina de escritura (una o dos horas diarias, dependiendo del día de la semana).
Excelente entrada. Gracias por compartirla.
Uf, sé muy bien de lo que hablas. Tengo pendiente hacer una entrada sobre escribir con depresión, pero sería hablar de una parte de mí misma de la que no me apetece nada hablar, por lo menos no en público.
Se puede hacer. Lo crucial es la rutina. Si tienes un hábito muy asimilado, hay más posibilidades de que puedas hacerlo aun en las peores condiciones. Y aceptar que igual no produces buenos textos, por ese problema de ausencia emocional que comentas, pero que escribes de todos modos todos los días, solo para reforzar el hábito, porque los días emocionales llegarán. Para mí, hacer ese mínimo a diario es a veces lo que me da fuerzas para superar días realmente malos.
Echa un ojo al blog de Michal Nobbs (no tengo el enlace a mano, sorry, creo recordar que se llama Sustainably Creative). Mucho de lo que habla sirve también para casos de depresión, aunque lo de él sea síndrome de fatiga crónica.
Gracias por ese blog. No lo conocía. Encima, el hombre tiene un podcast, así que puedo oírlo mientras conduzco. Aún estoy buscando formas de lidiar con la fatiga, la apatía y la falta de concentración. En un día normal puedo concentrarme en una tarea por una hora, descansar quince minutos y volver a la carga. Durante los episodios depresivos, me cuesta mucho más, y no es por el Facebook. De repente dejo de teclear y me quedo mirando la página sin darme cuenta y, cuando vuelvo en mí, ya han pasado viente o treinta minutos de no hacer nada. Necesito hallar la forma de lidiar con esto sin Prozac.
Entiendo que no sea algo que quieras mostrar. Ya van dos ocasiones que desaparezco de la faz de la internet sin avisar. Me sentía renuente de confesar que el motivo de mis ausencias era la depresión, que me forzaba a reorganizar mi vida en torno a lo esencial, pero un día vi que alguien había llegado a mi blog con la palabra clave «Cómo expresar la depresión en una novela». Recordé lo mal que manejaban los autores de fanfiction temas como la depresión y me di cuenta de lo difícil que es investigar al respecto, así que terminé escribiendo una entrada titulada 3 consejos para escribir sobre la depresión (me permito el descaro de dejar el enlace ahí). Creo que se puede escribir del tema desde un ángulo que ayude a los escritores. Gracias a esa entrada, descubrí que un montón de nosotros sufrimos de depresión. Ni idea de por qué.
Una vez más, gracias por la entrada y el blog.
Querida Gabriela, como siempre un placer leerte.
Excelentes tus consejos y maravillosas tus intensiones … casi, casi me convences de que mi excusa perfecta es la N° 11!!
Por el momento he improvisado una lista que tal vez te sirva para futuros artículos:
1- Llega fin de año y debo hacer todo lo que no hice durante el año
2- Vacaciones, tomar notas, corregir… no! flanear por la playa de cara al viento, asarse vuelta y vuelta como un buen «churrasco»
3- Mi hija menor se casa en 40 días, me necesita en este momento. Además, tengo clases de Yôga lunes y jueves, me anoté en un seminario sobre Dramaturgia de Género los miércoles, los jueves comienzo a estudiar Euskera y los viernes sigo con las clases de Italiano…
En cuanto pase la boda te envío las próximas excusas que me vayan apareciendo, si no me quedo definitivamente con la N° 11 (Ja!!Ja!)
Un abrazo enorme desde Buenos Aires, Argentina
Alicia
Jajajaja, ¡Alicia, te veo muy ocupada! Como le he comentado a Mimmi, me temo que, por doloroso que sea, a veces tenemos que dejar algunas cosas de lado si queremos hacer las que realmente nos importan.
Menos la boda de tu hija, claro. ¡Eso no lo dejes de lado! 😉
Vale, ahora que he leído todo el artículo, incluidos los enlaces con alternativas al pomodoro, puedo decir que ya no puedo poner excusas. Mi favorita: no tengo tiempo. Pero luego analizo lo que he hecho en el día y resulta que lo que me mata es la procrastinación (leo tu post sobre ella varias veces al mes). ¡Y esa sí que es una mala excusa! Aún así, paso a veces por rachas, menos mal que poco frecuentes, con la sensación esa de Bilbo Bolsón de la poca mantequilla para demasiada tostada. ¿Hay alguna manera de demoler eso?
Excelente entrada, como siempre, para leer con tiempo. Un beso, ¡e intentaré no poner más excusas!
A mí me pasa también y en mi caso siempre es por no regular bien las prioridades. Cuando me siento así, analizo mis proyectos y decido qué dejar de lado, aunque duela. A veces no hay más remedio que ir paso a paso, una cosa a la vez, aunque queramos comernos la tostada de golpe 😉
Uy cómo duele ver una lista como esta y que el demonio que vive sobre tu hombro te susurre un: «Tú como mínimo te llevas cuatro».
En mi caso peco de una combinación nefasta de las excusas 1 y 2. Siempre espero el momento del día perfecto y lo voy arrastrando, como si al llegar a casa tras una jornada de trabajo el sol siguiera brillando (fuera de mi cabeza) y no estuviera cansada. Me quedan energías para acabar cuatro tareas del hogar, preparar un par de cosas del día siguiente y perseguir al gato por la terraza para evitar que se coma de nuevo a la pobre planta, pero cuando llega la hora —nocturna— de escribir gana el «ufffff… mejor mañana».
Por suerte estoy en la fase de aprendizaje, ensayo y más reescritura que corrección (¡gracias por tu libro!) previa a publicar nada, y me escapo de varios de los otros puntos.
Muy buena entrada, es estupenda para leer con la calma en fin de semana (y como llueve y la puerta de la terraza está cerrada, la planta y mis energías están a salvo).
¡Hola, Montse!
¡Me alegro de que el libro te fuera de utilidad! Yo intento escribir por la mañana, precisamente por lo que dices, por aquello de que la vida «real» se te mete por el camino y al final del día no tienes esa energía y ganas que imaginabas el día anterior 😉
Me da cosa decir que he usado todas y cada una de esas excusas! Shame on my cow!! Pero últimamente le doy más duro al coco y me impongo escribir y, mira, está dando resultados 😁
¡Bien por ti! Yo creo que en algún momento también las he usado todas, por eso las conozco tan bien 😛
Verdades como puños, una detrás de otra. Me has dejado sin excusas, desnuda.
La que más suelo (¿solía?) utilizar es (¿era?): ¡no es perfecto! Cada vez que releo uno de mis textos cambio algo. Siempre hay algo que mejorar…
Voy a empezar a ser valiente, de hecho creo que estoy en ello. Tus artículos resultan de gran utilidad en este proceso, me gusta llamarle, de maduración. Además son una buena medicina, sin efectos secundarios adversos, para el mal humor.
Lo del perfeccionismo es terrible, desde luego. Es muy difícil aceptar que lo que hacemos no es perfecto, incluso que ni siquiera es bueno (puede faltarnos todavía mucho tiempo y experiencia para llegar a ese punto). Hay que intentar simplemente disfrutar del proceso y aceptar que hay un momento en que ya no se puede hacer más, ¡pero cómo cuesta!
Magnífico y motivador artículo.
Unos apuntes:
Contra la procastinación sigo abogando por el método flichorner.
En los últimos meses Amy seguramente cambió el lapiz de grafito por uno de adrenalina.
😉
Pues sí, probablemente 🙁
Gracias.
¡A ti por leer!
Al final lo que está claro es que la escritura como el resto de las artes es una carrera de fondo.
Respecto al tema de escribir cuando nos encontramos mal debo decir que en algunos de mis periodos más oscuros me ayudó mucho. Una amiga me hablaba de cómo su estado de ánimo le impedía escribir o hacer cualquier otra cosa; sin embargo a mí me ha reconfortado siempre. La escritura es terapéutica eso siempre lo he tenido claro. Por si te interesa, Silvia Adela Kohan tiene un libro respecto a este tema que me gusta recomendar: «La escritura terapéutica».
Un abrazo y perdón por llevar tanto tiempo sin comentar, últimamente he tenido tanto trabajo que me he limitado a leer mis blogs de siempre, pero no he comentado.
¡Hola, guapa!
Lo de que la escritura es una maratón es algo que no me canso de repetir, porque estamos inmersos en una cultura de satisfacción inmediata que hace que muy pocos entiendan lo que esa frase realmente conlleva. Respecto a la escritura como terapia, personalmente creo que depende. Para mí, escribir de manera reflexiva por las mañanas me ayuda un montón, pero cuando escribo ficción puedo tener todo tipo de reacciones, desde estrés hasta irritación, tristeza o euforia. Imagino que depende mucho de la persona y del tipo de creación.
Lo que siempre me reconforta es haber escrito, eso desde luego.
Un beso grande y siempre es un placer verte por aquí. Aunque a veces no conteste por pura falta de tiempo, leo todo lo que ponéis en los comentarios.
Mmmm (es una especie de sonido que haces cuando disfrutas algo en particular; otros pueden hacer como una vaca, siempre hay personajes extraños). He disfrutado muchísimo tu artículo Gabriella. Me hacía falta leer tus siempre constructivos escritos y en especial tu particular forma de expresarte.
La concentración (mira que tener hermanas que en ocasiones griten no es poca cosa) y el no me siento bien, son los que a mí en particular me caen como agua en papel cuando recién has hecho un borrador.
P.D. Estoy esperando aún tu cambio de color de cabello y probaré qué se siente escribir en tripas de cabra.
Si hay un espectáculo de gansos bailares que han sido entrenados por profesionales, ¡yo quiero ir!
Abrazos Gabriella, desde Colombia.
JaJa!!! Te acompaño al espectáculo de gansos bailarines!!!!
Igual creo que tengo la mejor: mi hija menor se casa a fin de mes!!! Y sabes qué… voy a ser abuela!!!
ja!! A que no me superas !!!
Yo soy de los que hacen ruido de vaca, lo reconozco.
Ay, lo de tener a gritones alrededor es duro. Ánimo con esa concentración. Otro abrazo para ti, desde España-
[…] 11 excusas para no escribir (y cómo demolerlas) […]
¡3 meses escribiendo 400 palabras diarias! ¡Ya van 4 cuentos y otras cosillas! Mil gracias por animarme a seguir. Un abrazo.
¡Muchas enhorabuenas! Y que siga 😀
Pff… Me he sentido terriblemente identificada con la de «no tengo tiempo», «no estoy inspirada» y «no estoy concentrada». Siempre me propongo escribir más pero me falta fuerza de voluntad 🙁
A ver si escribiendo 5 minutos todos los días… O una vez a la semana una hora, o lo de 25 minutos sin parar y luego descanso de 5. No sé.
Que no te engañe tu cerebro, que los cerebros son muy engañosos: ¡hacen lo que sea por no trabajar! La fuerza de voluntad no existe (o por lo menos yo no tengo mucho de eso). Esos cinco minutos sí existen, y son los que, a diario, pueden darte resultados 😉
Me ha encantado este artículo Gabriella, iba a decir que lo he leído muy tarde, pero nunca es tarde si la dicha es buena, y a mí me gusta guardar tus posts para cuando pueda disfrutarlos. Una vez mi madre me dijo que la única razón por la que yo no escribía una novela era porque no tenía tiempo; y bueno, tiempo no tengo, no sé ni cómo hago las cosas que hago a lo largo del día, para más ponerme a escribir. Pero un día empecé a escribir los viernes (que era el día más factible, por tema de curro y demás), cinco o diez minutos, y cuando me di cuenta tenía mi primera novela terminada. Una vez puse la palabra «Fin» caí en la cuenta de que no tenía ni pajolera idea de cuándo lo había hecho, pero ahí estaba. Y eso me animó a meterme en otros proyectos con los que nunca me atrevía por falta de tiempo. Y así llevo un año, haciendo cosas para las que no tenía tiempo y sigo sin tener, pero que ya empiezan a estar terminadas. Biquiños!
Pues ya ves que yo también respondo a tu comentario muy tarde, ¡ups!
Me ha encantado esto que dices, Cris, porque tienes toda la razón del mundo. La gente no se da cuenta del poder acumulativo del trabajo diario. No tienes que escribir 5000 palabras al día: esos diez minutos que comentas sirven para ir sumando.
Estoy totalmente contigo: hago cosas para las que no tengo tiempo y sigo sin tener, pero poco a poco se van terminando 🙂
¡Qué identificada me he sentido con este post! Creo que he utilizado todas las excusas que comentas, y algunas más, hasta llegar a dejar de escribir. La que a mí me machaca hasta dejarme sin fuerzas es la de «no es perfecto». ¡Uf! Qué mal llevo mis inseguridades.
Te acabo de descubrir, pero ya soy fan number one. Seguiré por aquí. Gracias por levantarme el ánimo.
Creo que lo de «no es perfecto» también es mi peor excusa (eso unido a «me van a destrozar, esto no le va a gustar a nadie»). Y lo peor es que son excusas válidas, porque nada es perfecto y porque siempre habrá quien te destroce. Así que, con eso en mente, es un acto de valor seguir adelante. Pero es la única forma.
Gracias por pasarte y comentar, Ruth, espero que te quedes por aquí 😉
Las once excusas debieron de servirme alguna vez…
Ahora tengo otra: no me lo creo. Falta de fe. Un total para qué muy convincente.
Por suerte a veces le doy la vuelta y lo convierto en para no morirme de asco.
Y me pongo, otra vez.
Uf, el para qué es determinante. Y «para no morirme de asco» es una respuesta tan buena como cualquier otra 😉
Pues sí, algo hay que hacer…
Interesante listado de excusas, Gabriella, pero yo le añadiría una duodécima: mi obra será plagiada y/o pirateada sin que yo pueda hacer nada al respecto.
¡Qué buena, Alberto!
Sí, y al igual que otras personas confiesan más arriba ser víctimas de algunas otras excusas, yo admito participar mucho más de esta duodécima que de cualquiera otra. Pero sigo escribiendo…
Eso es lo importante 🙂
(Lo de la piratería yo es que lo tengo asumido. Fastidia, claro que fastidia, pero como tengas un mínimo éxito es que va a ocurrir. El plagio es bastante menos frecuente).
Que pena que en los blogs no haya un botón de me gusta, me ha parecido un artículo muy interesante, aunque yo no escribo, pero como es una de las cosas que hay que hacer, antes de morir, pues quien sabe jejejejejeje
¡Tampoco es obligatorio! Leer es hasta mejor 😉
Me ha encantado el artículo. Me gusta cómo planteas cada uno de los problemas, incluso me hiciste reír. Me siento identificada con algunos de ellos, sobre todo los dos primeros, aunque en mayor medida el 2. Es mi «excusa» perfecta diaria. Sin embargo, me hiciste reflexionar sobre los otros y creo que hay algunos ahí camuflados que no había visto hasta ahora. Muchas gracias.
[…] 11 excusas para no escribir (y cómo demolerlas) […]
Diste en el clavo cuando mencionaste el suave masaje de George R.R. Martin, aparte cuando dijiste en el punto 1, que escribir es difícil y mencionaste «asi que mejor dejalo ya» en ese momento comprendí cuantas ganas tengo de escribir, porque mi mente se negaba a aceptar esas palabras y a las que siguieron e invertir mi tiempo en otras cosas.
Quiero escribir, es lo que me gusta y sin importar que tan mal lo haga, lo disfruto mientras lo hago y me llena.
Nada como la amenaza de no tener algo nunca más como para empezar a apreciarlo 😉