Septiembre es uno de esos meses decisivos para mucha gente. No es solo la vuelta al cole (ahí ya nos empezaban a enseñar la importancia de este mes), con sus nuevos libros, profesores y horarios, o la vuelta al trabajo (o a la búsqueda incesante de este, por desgracia para muchos), sino una especie de reinicio o renacimiento en general. Cuando tenía la editorial, septiembre era, junto con enero, el mes de más trabajo, no solo porque nos enviaban libros con idea de que se publicaran en Navidad, sino porque muchos se crujían los nudillos y se atrevían a hacer aquello que llevaban planteándose todo el verano: publicar un libro, cerrar una fase vital y empezar otra.
Para mí septiembre siempre ha sido un mes fantástico, porque significa el final del calor sofocante de agosto. Uno de los cambios más importantes este año ha sido el apuntarme a un gimnasio, donde voy para realizar pilates dos veces a la semana y un poco de cardio el resto de los días. Más que nada ha sido una decisión tomada para apoyar a mi hermano, pero es algo que llevaba tiempo queriendo hacer y que no había podido (todos los gimnasios de la zona me pillan bastante lejos). Aprovechando que mi hermano va en coche he tenido la oportunidad, por fin, de empezar de nuevo (ya hacía un par de años que no pisaba uno).
Aprovecho para mencionar que, sobre todo en comparación con años anteriores, mi forma física ha mejorado de manera notable. Sin llegar a ser una atleta, ni mucho menos, estoy muy lejos de ser la persona rígida y fofa que era, y puedo afirmar que esto ha sido gracias a los ejercicios de los que os hablé y que he estado realizando (no tanto como debería, eso sí) en casa. La tabla es excelente, pero sí que es cierto que llega un momento en que puede resultar un tanto aburrida, además de que soy una de esas personas que necesita un sitio donde ir a hacer ejercicio con otras personas, por mucha vergüenza y reparo que eso suele darme al principio. Lo bueno es que en general el ejercicio se ha ido convirtiendo en parte de mi vida diaria, ya sea por la tabla mencionada o a base de darme paseos eternos por la ciudad. Ha llegado el momento de ir un poco más allá, y estaba buscando algo que me mantenga en forma pero que al mismo tiempo me divierta y entretenga. Por ahora parece que el pilates es la opción ideal, si bien hoy, tras la segunda clase y unas pelotas gigantes con las que creo que voy a tener pesadillas, puedo afirmar que me duele absolutamente todo.
El gimnasio me trae buenos recuerdos porque es una de las pocas cosas con las que me he comprometido en serio, de manera diaria. Al final lo abandoné por diversas razones (aunque sospecho que algunos de esas razones eran excusas que me daba a mí misma para no tener que ir), pero me llamaba la atención que si mi patrón de comportamiento era, hasta entonces, apuntarme a algo y luego dejar de ir, algo habría que hiciera que aguantara seis meses yendo todas las mañanas, de lunes a viernes, a un gimnasio, y creo que de ahí pueden extrapolarse ciertas características que ayudan mucho con los hábitos del ejercicio. Si bien mi mentalidad de ahora es muy diferente a la de antes, y creo que mi disciplina y fuerza de voluntad es superior ahora a la que tenía entonces, me quedo con estos puntos fundamentales para desarrollar un hábito eficiente de ejercicio:
1. Lo primero y fundamental es identificar tus excusas, para poder rebatirlas por adelantado. Creo que estas son mis excusas principales:
- Pierdo mucho tiempo
- Me he hecho daño en x parte de mi cuerpo, me duele x, no tengo energía, etc.
- Estoy de bajón, no me apetece, etc.
- Tu lugar de ejercicio ha de estar muy cerca o ser fácilmente accesible.
- Organiza bien tu tiempo el día anterior para que quede muy claro que el ejercicio es una parte más de tu rutina, no algo que te quita tiempo necesario para otras cosas. Debes planear siempre con el tiempo de ejercicio en mente.
- Intenta ir con otra persona. Esto ayuda muchísimo: si puedes unir tus metas y objetivos con los de otra persona os animaréis mutuamente y no faltaréis a la cita por no dejar tirado al otro y/o por miedo a quedar mal.
- Procura ir siempre a la misma hora. Que se convierta en una costumbre, que el cuerpo necesite hacer ejercicio a determinada hora.
- Une este hábito a otro que realices todos los días para que te salga de manera automática. Esto es lo que los expertos llaman trigger (gatillo). Realizar un hábito que tengas bien asimilado sirve como «gatillo» para que se dispare el siguiente. La última vez que iba al gimnasio lo hacía siempre antes de entrar a trabajar, no se me ocurría ir a trabajar sin haber pasado antes por el gimnasio (en este caso el «gatillo» era el hábito posterior, no el anterior, pero funcionaba igualmente).
- Analiza qué hora del día es la mejor para ti, aquella en que te dé menos pereza y que tengas más energía. Siempre se recomienda hacer ejercicio a primera hora, para obtener energía para el resto del día y para quitárnoslo de enmedio cuanto antes, pero yo por las mañanas soy un zombie, así que prefiero ir por las tardes.
- Evalúa qué harás si te haces daño o te duele alguna parte de tu cuerpo. Considera qué otras opciones tienes y si puedes ejercitar mientras las partes de tu cuerpo que están bien. Yo antes evitaba hacer ejercicio cuando tenía migraña, pero lo curioso es que he descubierto que el subidón de endorfinas que proporciona la actividad física intensa es con frecuencia un buen remedio para el dolor de cabeza.
- Tómatelo con calma, es mejor hacer menos ejercicio que forzarte demasiado y cogerle manía. Al principio todo el mundo se emociona y hace mucho más de lo que debe, o se obliga a forzar la máquina para no quedar mal. Sé inteligente, ve despacio pero seguro. Recuerdo cómo me contaban los monitores que había un tipo de persona que era casi un estereotipo de gimnasio: el que se apunta y va tres veces al día. Al cabo de un par de semanas, ya no vuelve (es, además, el tipo de persona con el que los gimnasios más se lucran, ya que suelen pagar varios meses por adelantado y apenas usan las instalaciones).
- Busca apoyo. Cuéntale tus planes, tus metas, a las personas de tu entorno.
- Ponte las zapatillas de deporte. Si no tienes ganas, si no te apetece, no hace falta que te mates durante una hora. Ponte las zapatillas y empieza. Solo tienes que hacer cinco minutos. Solo tienes que empezar, pero hazlo.
- Diviértete. Parece una tontería, una obviedad, pero no lo es. Si odias el ejercicio que estás realizando, cada vez te costará más realizarlo. Siempre va a costar hacer ejercicio, del tipo que sea, pero si el entorno es agradable, las actividades son entretenidas y sales del lugar de ejercicio con una sonrisa y sintiendo que has conseguido algo importante, las posibilidades de que vuelvas son mucho mayores.
Actualizando: Otros sitios web que ofrecen trucos y consejos para combatir las excusas y simplemente ponerse a hacer ejercicio:
-Hábitos vitales, con 25 trucos para el ejercicio.
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Escuchando: Breathe Underwater de Placebo en mi cabeza.
Leyendo: Watchmen.
Imagen por cortesía de: FreeDigitalPhotos.net
Mi excusa: estoy reventada, no hay ganas.
Mi manera de combatirla: es la única manera de no engordar… Muévete.
Lo mio es una cuestión de adicción a las endorfinas. Es la única droga que conozco que mejora tu cuerpo de paso…
Creo que de todos los fallos que has dicho no me libro de ninguno…
Asi que voy aprovechar tus consejos y a ver si esta vez persevero un poco.
Gracias ^^
Mucha suerte, Danther, a veces solo es cosa de ignorar las excusas y ponerse.
Coco y Januman, vosotros es que ya sois casi pros 😉