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Una vez superado el obstáculo de la publicación (ya sea mediante edición tradicional, coedición o autoedición), llega ese nuevo gran monstruo, esa bestia que determina el auténtico éxito de tu libro, más allá incluso de la propia calidad de la obra. ¿Cómo conseguir que tu libro llegue al mayor público posible?

Durante mis años como editora, me di cuenta de lo poco que sabe realmente el escritor de cómo funciona el mercado editorial, la cantidad de nubes y películas bonitas y bandas sonoras épicas que se cogen de la mano en la mente del aficionado, quien, inocente, nunca ha tenido que lidiar con el mundo ultracompetitivo del producto artístico. Sí, hay blogs y webs muy informativas al respecto, pero pocos se molestan en leerlos, y por otro lado estamos rodeados de información idealista o incluso mentirosa.

¡Magia!

¡Magia!

Esto es lógico. La información que proporcionan los editores está condicionada por sus propios intereses (nuestros libros venden fenomenal, todo va perfecto, todos nos quieren), y la de los escritores a menudo está tocada por la vergüenza (¿quién quiere admitir lo realmente poco que ha vendido su libro?).

Uno de los aspectos que los escritores dan por sentado es el de la promoción. Hay una fantasía común de que un libro, por simple virtud de estar en librerías, de tener una distribución más o menos maja, va a vender como churros calientes a la salida de una feria a las seis de la mañana. Y es que ese es el problema.

¿Por qué venden los churros calientes a la salida de una feria a las seis de la mañana? Porque los que salen de una feria a esa hora están borrachos, o incluso ya salen de la euforia alcohólica y entran en el peligroso terreno de la resaca. Necesitan grasa, necesitan comer. Y el vendedor de churros, o de hamburguesas o de kebabs, está ahí para ellos, para darles justo lo que necesitan justo cuando y donde lo necesitan. Un nicho de mercado satisfecho, oiga usted. Mercadotecnia fabulosa.

Por desgracia, un libro no es un churro (bueno, los hay que sí, pero en eso mejor entramos en otro momento). Y tiene que competir con muuuchos otros libros. Y el comprador medio no compra lo que le parece más bonito y mejor escrito en una librería, sino lo que le han recomendado, lo que le suena, algo que pertenece a un género muy concreto que le atrae, o algo de alguien a quien ya ha leído y de quien ya sabe qué esperar.

Cuando el escritor se hace consciente por fin de este fenómeno, cuando se da cuenta de que solo colocar un libro en librerías (bastante difícil de por sí) no es suficiente, es cuando comienza a plantearse lo de la promoción. En este sentido, la autoedición y la edición tradicional tienen sus ventajas y desventajas: una gran editorial tiene un poder de promoción que no tiene un autoeditado; pero el autoeditado tiene control absoluto sobre su sistema de promoción (por no hablar de que los porcentajes de ingreso por cada venta son muy superiores). El punto intermedio puede estar en la coedición y en las editoriales tradicionales pequeñas, donde la relación con el autor tiende a ser más personal y colaboradora.

Y es aquí, amigos míos, donde el que escribe se encuentra con la desagradable realidad de que tiene que definirse, de que tiene que tomar decisiones que no sabía que tendría que tomar. Y todo se reduce a la siguiente pregunta:

¿Soy un escritor puro, un artista, o soy un despreciable vendedor, un elemento más de este mercado capitalista?

Rara vez puede uno salir ganando en ambos aspectos. Si elige lo primero, si se atiene a sus principios más sagrados, deberá responsabilizarse del resultado. Es decir, su libro no será un producto, sino una obra de arte. Las ventas serán ínfimas, pero este no es un problema, ya que las intenciones no eran monetarias, ¿verdad? Eran puras y nobles como rayos de sol por la mañana.

Si eliges este camino, eres un héroe. En serio. Yo también he estado ahí. Pero por favor no te dediques luego a lloriquear sobre la pobre vida del escritor. Es tu elección. Has decidido crear algo diferente, algo bueno, algo que esté a la altura de tu exigencia contigo mismo y con tu experiencia artística. Eso es maravilloso y tú eres la base del sistema. Tú eres quien inspirará a los demás, quien atacará a lo establecido con toda la saña de un brillante perro rabioso. Tú eres mi héroe.

Si, por otra parte, eres un artista que desea monetizar su creación, y eres honesto contigo mismo, eso tampoco tiene nada de malo. Al contrario, ¿no debería poder vivir de algo el artista? ¿No se merece algo más que mendigar, que vivir en la calle, que tener que compaginar su creación con un trabajo que le dé de comer, hasta el punto de apenas dormir cinco horas diarias? No me parece justo demonizar a este artista. Lo que sí me parece justo es demonizar al artista que lleva la promoción hasta sus niveles más… ¿cuál es la palabra? Ah, sí, coñazo.

¿Hay caminos intermedios? Los hay. Hay libros de gran calidad que han sabido colarse en el mercado y convertirse en churros hechos con harina de calidad superior. Pero son pocos, pocos. Y demasiados queremos ese pedazo minúsculo del pastel: el amor de la crítica, el amor de los lectores y el amor que uno siente al poder comer tres veces al día y pagar el alquiler.

Los consejos más frecuentes de las webs para escritores se concentran en medios de promoción o bien obsoletos o bien poco eficientes. Redes sociales, sí. Facebook y Twitter. Pero a no ser que lleves un año o más trabajándote una buena plataforma, una red grande dirigida hacia tu nicho lector, no vas a llegar más que a tus amigos y familia, a la gente que ya te conoce y quiere. Y a lo mejor tienes más contactos, contactos a los que ahora te dedicas a bombardear con publicidad de tu obra. Pero si ellos ya reciben publicidad de ese tipo por todas partes, si no tienen una relación personal contigo, ¿por qué habrían de hacerte caso?

Yo no tengo ni idea de promoción. Pero sí llevo unos años viendo lo que NO funciona. Las presentaciones de libros están bien para reafirmar lazos con conocidos y a lo mejor vender un buen puñado de ejemplares en una librería (y si tienes suerte, crear presencia en una cadena), pero las que realmente funcionan son las que tienen una buena lista de contactos de prensa y ofrecen incentivos atractivos a los asistentes (canapés, bebida, etc.), o que disponen de un público fiel a la editorial. Por supuesto esto cuesta dinero y tiempo, una inversión que solo compensará a algunas editoriales o autores. Las entrevistas en medios han perdido bastante: ahora muchos lectores se mueven por internet, y una extrema digitalización y una falta de concentración absoluta hacen muy difícil que el que se mencione tu nombre en radio o televisión vaya a proporcionarte más ventas, a no ser que consigas salir en Sálvame. Las reseñas y las críticas están muy bien, pero no tienen el poder de convocatoria que uno podría pensar. He visto libros vapuleados que han vendido de forma obscena y libros adorados por todos que acumulan polvo en los almacenes de las distribuidoras.

No dejo de darle vueltas a este tema. A veces me encuentro con casos de libros de la misma editorial, con la misma promoción clásica, y una experiencia de venta muy diferente. ¿Cuál es la diferencia? El libro con mayor número de ventas tiene un género muy definido (generalmente un género con mayor demanda y menor oferta), para un sector muy específico. El autor de este libro tiene contacto y buena relación con muchos otros escritores de este mismo género, y no se corta en publicitar a sus colegas de profesión, lo que le suele conseguir un buen puñado de recomendaciones. Publica en redes sociales sobre muchos temas, no solo sobre su libro. En resumen, tiene más que ofrecer. Y, además, y esto odio decirlo, tiene una obra donde la funcionalidad, el atractivo del argumento, prima muy por encima de la forma. Por no hablar de una portada que se dirige al público al que se tiene que dirigir. Este libro tiene una imagen. Como cualquier producto de éxito, no vende solo el interior, sino todo un conjunto de emociones y de representaciones con las que el consumidor se identifica. ¡Vende un estilo de vida!

¿Y no deberíamos estar todos escribiendo en vez de preocuparnos tanto por la promoción?, preguntaréis muchos, como bien señaló Alfredo Álamo en este artículo de Lecturalia. Por supuesto que sí. Pero si queremos entrar en el mercado no podemos escapar de su dictadura, o por lo menos yo no veo forma de hacerlo. Y muchas veces es complicado discernir hasta qué punto estamos dispuestos a formar parte de este juego. ¿Debo escribir para un género que no me convence si ese género vende más? ¿Debo cambiar mi registro o modificar mi temática para atraer a otro tipo de lector? ¿Debo salir en un medio que ideológicamente me produce urticaria si es una posibilidad de vender mi libro (aquí recomiendo un post interesantísimo de Layla Martínez sobre por qué le dijo que no a la revista Glamour)?

Es complicado andar en el terreno que se abre entre los extremos, entre el arte por amor/obsesión y el arte comercial, cualquiera que haya creado algo alguna vez lo sabe bien. Yo intento mantenerme en el tembloroso punto medio. Y os puedo asegurar que es jodidamente difícil.

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Primera imagen por cortesía de Feelart / FreeDigitalPhotos.net

Actualizando: Unos meses después escribí este artículo, muy relacionado: 15 cosas que los escritores estamos haciendo fatal en las redes sociales.