Cuando tenía unos seis años, justo antes de venir a España, escribí mi primer cuento.
Bueno, no sé si fue el primero, pero es el primero que recuerdo, igual que recuerdo el primero que escribió mi hermano (vagamente). Creo que el suyo iba de una patineta asesina. O una patineta valiente. No sé.
El mío iba sobre un águila marrón o algo así. Hice un dibujo en el cuento y recuerdo ese garabato marrón que parecía un pájaro, si lo mirabas de lejos con los ojos entrecerrados.
A día de hoy mi hermano se dedica a los ordenadores y yo escribo. Pero tengo que reconocer que la idea de la patineta asesina molaba más. Tal vez el mundo se está perdiendo a un genio de la narrativa. Desde luego lo de inventarse historias se le da genial, sobre todo cuando llega tarde.
No es que me arrepienta de las decisiones que tomé y del camino recorrido. Si tuviera la oportunidad de volver atrás en el tiempo y de decirle algo a esa niña de seis años que empezó a escribir, probablemente no serviría de mucho. Tal vez sería más útil hablar con la chica de diecisiete, antes de que fuera a la universidad.
En las firmas de libros me encuentro con lectores que están en ese momento. Lectores que quieren ser escritores. Es una de las cosas que más me gusta de haber publicado juvenil. Tratas con personas que están en un momento clave de sus vidas. Que saben que quieren escribir pero no saben cómo hacerlo, en qué dirección marchar. También me lo preguntan de vez en cuando por correo.
No sé si mis consejos sirven de mucho. He estado exactamente donde están ellos ahora y a veces creo que sé cuáles serían las mejores opciones. Cada uno tiene que tomar sus propias decisiones y aprender de los resultados. Pero tal vez estas reflexiones puedan ser de alguna utilidad:
1. Tienes que decidir
Lo primero, tal vez lo más importante. Los que leéis mucho mi blog tendréis que perdonar que me repita, pero esto es tan básico que no quiero que nadie se lo pierda. Recuerdo haber pasado tantos años yendo de una cosa u otra, probando de aquí y allá. Y eso está bien si lo haces durante un tiempo, si te ayuda a conocerte. Pero en ciertos momentos es importante poner todo tu enfoque y concentración en solo una cosa, o la indecisión y los saltitos acabarán convirtiéndose en una mala costumbre.
Me encuentro con personas que adoran escribir, pero también les gusta bailar, dibujar o hablar en klingon. «¿Qué hago?», preguntan. Y siguen adelante entre el baile, el dibujo, el klingon y la escritura.
Recuerda que vas a tener varias oportunidades a lo largo de tu vida. Te llevará unos siete años de media dominar una habilidad o hacerte un hueco en un sector. Luego puedes hacer otra cosa. Creo que elegir una prioridad (la que sea) y comprometerte con ella durante cada racha de siete años es importante. Siempre puedes reinventarte en la siguiente racha. Es imposible progresar lo bastante en algo si no haces más que distraerte con todas las posibilidades que el mundo te ofrece.
Pueden combinarse habilidades en algunas áreas. Pero si eres ambicioso, si quieres llegar a ser realmente bueno en lo que haces, vas a tener que darlo todo.
2. Lo de «trabaja en algo que te apasiona» no es tan buen consejo
¿Conocéis esa frase de «si trabajas en lo que te apasiona, no trabajarás un solo día de tu vida«?
Quiero encontrar a la persona que dijo eso para darle un coscorrón. O tres.
Es una frase dañina, tóxica. Nos lleva a pensar que el trabajo tiene que apasionarnos. Todos los días. Siempre. Y cuando eso no ocurre, decidimos que es porque no hemos «encontrado nuestra pasión» y nos ponemos a buscar otra cosa. En bucle.
A mí me gusta escribir, me gusta todo lo que lo rodea. Me apasiona comunicarme por escrito. Pero hay días en los que no me apetece nada. Hay días en los que las palabras simplemente no quieren salir. Hay días en los que miro mi cuenta bancaria y lloro un poquito. Hay días en los que tengo que hacer la declaración del IVA, y por favor si conocéis a alguien a quien le guste usar la web de la Agencia Tributaria, presentádmelo. Quiero saber de qué planeta procede.
Aquí está la incómoda realidad: por mucho que te guste tu trabajo, sigue siendo trabajo. Es decir, tienes que trabajar. Y hay días en los que en vez de trabajar quieres ir a hacer puenting desde un rascacielos, ponerte hasta arriba de drogas de diseño o participar en un baile masivo y sincronizado con tus compañeros de clase de tango. Ya sabéis, cosas que hace la gente normal.
No se trata de dar con la carrera, el trabajo, el futuro perfecto. Se trata de tener muy claro lo que quieres conseguir y encontrar la manera más práctica de llegar. No se trata de trabajar en lo que te gusta. A veces se trata más de que te guste aquello en lo que trabajas. Y si quieres escribir, puede que aquello en lo que trabajes sea sirviendo hamburguesas, limpiando cristales, asesorando a inversores millonarios o defendiendo a un criminal ante un juez. Cualquier cosa que te dé de comer mientras y que te proporcione una pequeña ventana de tiempo para escribir.
Más te vale enamorarte de la rutina, del esfuerzo y del fracaso si quieres ser realmente bueno en lo tuyo. Soñar es bonito, pero no es muy productivo. La literatura no tiene nada de glamuroso. No hay photo-calls, y cuando los hay no les estás prestando mucha atención porque estás pensando en los veinte emails que tienes pendientes de respuesta y el libro que tiene que terminarse para el mes que viene.
Escribir no da dinero. O por lo menos no lo da a corto plazo. Son muchos muchos años de esfuerzo y práctica. Más te vale tener un plan B de algo que puedas hacer y que te pague las facturas mientras te curras lo de escribir y el mundo, por fin, se da cuenta de que eres el próximo Murakami y te ves tirándote de cabeza a lo Tío Gilito a tu piscina de monedas doradas. Puede que ese plan B no sea el sueño pintoresco que tenías desde niño. Puede que sea tedioso y cansino.
Una nota importante: no te tires de cabeza a una piscina llena de monedas de oro. Es peligroso.
Aunque también es cierto que si eres escritor y tienes una piscina llena de monedas de oro, no tendrás que tirarte. Vendrán otros escritores a hacerlo por ti.
3. Una carrera de letras no te prepara para escribir
Al hilo de lo anterior, si lo tuyo es la escritura, estarás tentado de hacer una carrera de letras. Porque lo tuyo es la literatura. Aquí es importante tener en cuenta dos puntos fundamentales:
1. Una filología o una carrera de teoría literaria no te preparan como escritor. Te preparan como académico y como lector, como un lector excelente. Te proporcionan conocimientos importantes que pueden aplicarse a los textos que creas. Y un lector excelente escribe mejor. Pero no son absoluta y totalmente indispensables para adquirir estos conocimientos.
2. Las carreras literarias tienen salidas muy determinadas. Si te gusta la docencia, por ejemplo, una filología es una buena combo. ¡Profe by day, escritor by night! (Siempre que haya oposiciones, ejem). Si te gusta la investigación, lo mismo (aunque ya te puedes preparar, porque solo puede quedar uno, al más puro estilo Los inmortales). Pero si ninguna de estas salidas te interesa, más te vale ver qué otras especializaciones puedes encontrar después, qué otras oportunidades te ofrece tu carrera. Porque puede ser más práctico empezar directamente por otra cosa.
Muchos de los buenos editores, agentes, periodistas y escritores que conozco no son filólogos, ni nada que se le parezca. Empezaron en otros sectores y poco a poco fueron abriéndose camino a base de trabajo, voluntad, de ayudar a otros profesionales y gracias a una gran flexibilidad y capacidad de aprendizaje.
Una carrera literaria NO ES 100% NECESARIA PARA ESCRIBIR. Sí, me habéis oído. Leído, perdón.
¿Es útil? Sí. Los conocimientos que adquirirás serán de gran ayuda. Pero todo depende de tu plan de acción. Si tienes seguridad en que lo que quieres es escribir, también puedes usar otra estrategia: elegir algo con mayores oportunidades laborales. Si lo que vas a hacer es escribir de madrugada y trabajar durante el día, ¿no tiene sentido hacerlo en algo que te proporcione seguridad económica?
Yo hice Teoría de la literatura y literatura comparada, y creo que es una carrera universitaria excepcional, o por lo menos lo era cuando yo la hice en Granada. Te ofrece una perspectiva global, no solo de lo literario, sino de lo histórico, social y cultural, que creo que muy pocas carreras ofrecen. Pero tal vez, de volver atrás en el tiempo, habría hecho otra cosa. Habría intentado asegurarme un trabajo «de diario». Lo que he estado haciendo hasta ahora (corregir, traducir, editar) puede hacerse con cursos determinados, no son necesarios años y años de carrera universitaria. Es fácil decir eso desde el futuro, sí.
Podríamos hacernos la siguiente pregunta: si quiero escribir, ¿a qué podría dedicarme el resto del tiempo que no me dé ganas de tirarme por un balcón? Y si eso es hacer una carrera relacionada con las letras, genial, adelante. Pero es importante ser consciente de que todo no es subirse a pupitres y gritarle «oh, mi capitán» a Robin Williams. Es impresionante la cantidad de personas que se lanzan a una carrera de letras pensando que eso los convertirá en escritores.
Uno no se hace escritor gracias a una carrera, aunque sea una carrera de creación literaria. Uno se hace escritor gracias a muchos años de trabajo, muchos años de relacionarse con gente de la industria y gracias a una pizca de suerte. Y mientras, más te vale tener algo que hacer que te pague el alquiler, la hipoteca y el sushi de atún. Vamos, lo que vienen a ser las necesidades básicas de un ser humano.
4. Deja de perder el tiempo
Ah, esos años de encontrarse a uno mismo. De fiestas y socializar y todo eso.
Hay quien dice que no sabemos qué hacer con nuestras vidas hasta los 30. Yo creo que eso es mentira. Más bien suele ser alrededor de los 30 cuando nos damos cuenta de que ya no somos tan jóvenes y que, o elegimos ahora, o cada día que pase tendremos menos oportunidades de haber hecho algo que merezca la pena.
Ser joven no es excusa para no saber lo que quieres. Claro que no sabes lo que quieres. Nadie lo sabe. Como dije en el punto 1, elige algo, lo que sea, y dáselo todo.
Quiero que alguien venga a devolverme todo el tiempo que perdí. Todo ese tiempo de hacer favores, de participar en proyectos que no me interesaban solo porque «me convenía para el currículo» o porque no quería enfadar a nadie. Todo ese tiempo de jugar a videojuegos (que fue mucho, demasiado). Todo ese tiempo de leer por obligación en vez de por gusto. Todo ese tiempo de estar enferma y no hacer nada al respecto. Todo ese tiempo de «ya lo haré mañana».
Porque mañana llega. Y mañana te patea el culo y te dice «¿qué tienes para enseñarme?».
Y ya sabéis, 10000 horas y tal. Horas que necesitas para ser realmente bueno en lo tuyo. Podría ser diez veces mejor escritora de lo que soy. Qué narices, podría ser violinista profesional, o bailarina de claqué o entrenadora de perros.
Me niego a llegar a los cuarenta y darme cuenta de todo lo que podría haber hecho estos diez años.
Deja la tele un rato. Deja Facebook un rato. Deja el móvil. No es obligatorio salir todos los fines de semana.
Escribe.
5. Haz ejercicio
Una mujer muy sabia dijo una vez, en sus consejos para escritores: «Haz ejercicios para la espalda. El dolor distrae».
Pero durante muchos años yo no conocía a Margaret Atwood y su sabiduría no llegó hasta mí. Escribir, y cualquier actividad relacionada, implica estar muchas horas sentado/a delante de un ordenador.
Y hacer ejercicio da pereza.
Es tal vez mi mayor lucha desde hace unos años. Ser activa. Mis niveles de energía están por lo general entre el -5 y el 3, por lo que soy siempre como un gran oso perezoso intentando llevar el ritmo de colibríes y gacelas. No es bonito de ver.
Pero hay que conseguirlo. Con 33 años uno debería tener una columna vertebral propia de una persona de 33 años, no la que tengo yo. Con 33 años uno todavía es joven, pero si no has hecho ni el huevo desde los 18, prepárate para algunas sorpresas desagradables.
Supongo que este consejo es válido para cualquier persona que tenga un empleo sedentario. Y sí, nos lo dicen siempre y nunca hacemos caso. Pues ya va siendo hora.
6. Eres mala a rabiar, acéptalo
Cuando estamos en el colegio, cuando somos pequeños, destacar no es difícil. Tal vez se te dan mejor los deportes, tal vez se te da mejor hacer mosaicos de colores con retratos caricaturescos de profesores que te caen mal. Todos tenemos aptitudes. Todos tenemos nuestros talentos.
Pero cuando sales de ese entorno inicial, te encuentras con algunos hechos asombrosos. Esa chica que se sienta delante de ti en clase de Álgebra aplicada a la manutención de enanos imberbes hace unos mosaicos mucho mejores que los tuyos. Y tú pensabas que se te daba muy bien la Física Termonuclear Restroestática, pero entonces preguntaste en clase por qué la época victoriana es incompatible con una recreación de energía cuántico-masiva y todos se rieron de ti*.
Toda esa mentira gorda del talento empieza a cabrearte. Pensabas que tenías habilidades, pero era falso. No sirves para nada. Tal vez consigues tu primer rechazo editorial: ese poema que tus padres te juraban que era lo mejor que se había escrito desde el Gilgamesh tal vez no era tan bueno.
Nuestra identidad se destruye, el mundo se viene abajo.
Nos enfrentamos a la verdadera sabiduría del escritor que empieza a mejorar: escribimos de p**a pena.
¿Por qué ocurre esto?
Pasa algo muy curioso en la curva de aprendizaje. Al principio aprendemos muy rápido. Con apenas diez horas de práctica, sabemos mucho más de un campo que los demás que no saben nada. Y nos creemos megachachihipergeniales. ¡Mirad qué palabros uso! ¡Mirad qué bonita esta metáfora! Y los que no han escrito en su vida miran y asienten y dicen que todo es bueno.
El problema surge cuando superamos esas diez horas de práctica, o las que sean (según el campo de conocimiento). Empezamos a aprender lo suficiente como para entender la verdadera inmensidad del campo en el que estamos trabajando. Uno empieza a darse cuenta de que su metáfora no es tan bonita como la de Quevedo. Que su cuento de terror haría que Stephen King se revolcara de risa en el suelo.
Cuando era editora tenía una teoría: el ego de un escritor es inversamente proporcional a su talento. Conocía a muchos escritores y esta máxima tendía a cumplirse. Los buenos escritores siempre parecían inseguros, convencidos de que lo que hacían era caca. Y a la vez me inundaban manuscritos de personas que aseguraban que eran el próximo Ken Follet y que eran incapaces de pasar del primer párrafo de su novela sin hacer que me sangraran los ojos. Ahora me doy cuenta de por qué. Los buenos escritores estaban en un momento de conocimiento y práctica por el que eran conscientes de lo mucho que les faltaba para alcanzar lo que consideraban una escritura ideal; los malos escritores no sabían lo suficiente como para entender lo mucho que les faltaba para que a mí no me sangrase nada por ningún lado. También interviene el síndrome del impostor, claro, muy común en las profesiones artísticas, donde es más difícil determinar un nivel de calidad. Pero sobre todo se debe a la curva de aprendizaje. Como diría Sócrates, cuanto más sabe uno más se da cuenta de lo que no sabe.
Creo que si hubiera aceptado que la calidad nefasta de mis textos era un hecho inevitable y un síntoma de progreso en vez de encogerme de hombros, desolada, esconder mis textos y rendirme, habría practicado mucho más y ahora estaría mucho más arriba en esa curva de aprendizaje.
Con lo que odiaría aún más mis textos, pero lo aceptaría con elegancia y seguiría trabajando.
7. Empieza a pensar en los demás
Cuando empezamos a escribir, tendemos a querer demostrarle a todos lo bien que lo hacemos. Pirotecnia, fuegos artificiales. Ocho adjetivos por frase. Cuatro subordinadas por oración. Más símiles que en un concurso de retórica.
No sé cuándo, algo me hizo un crujido desagradable en la cabeza y empecé a verlo de otra manera. Tal vez fue una revelación, tal vez fue un golpe contra una farola mientras intentaba poner de moda el readwalking, pero de repente me di cuenta de algo que a cualquier otra persona normal le parece lógico y evidente (pero a mí no, porque soy así): la escritura es comunicación.
Escribir no es demostrar nada. No es enseñar lo bien que lo haces. Es comunicar, hablar con el lector. Y cualquier maniobra que utilices para ello será funcional. Puedes escribir con mayor claridad y sencillez. Puedes intentar usar formas originales que despierten su curiosidad (como, por ejemplo, colocar un símil llamativo en un entorno muy simple: el símil brillará con luz propia). Puedes intentar despertar su empatía, mediante la vulnerabilidad, el sentido del humor, la tragedia o mil recursos más. Y no los llamemos recursos. Son solo modos de intentar transmitir, de intentar llegar al otro.
No podemos olvidar al lector cuando escribimos. Escribimos para nosotros, sí, ¿pero y si escribiéramos para el nosotros lector? ¿Querríamos leer un montón de texto denso, aburrido y manierista sobre personajes que no nos importan? Cuando escribía antes en el blog, lo usaba como desahogo personal. Ahora, cuando escribo, tengo la sensación de que estoy hablando con alguien. Puedo escuchar mi voz en mi cabeza y puedo escuchar las respuestas y comentarios de mis lectores. Es mucho más divertido.
Escribe lo que quieras, como quieras. Pero al revisar, corregir, reescribir, piensa en el lector. Este es un acto comunicativo.
8. Enséñale al mundo lo que haces
Pues claro que ahora me avergüenzo (y mucho) de lo que sí enseñé. No sabéis la de posts viejos del blog que he borrado (y cómo estoy resistiendo la tentación de borrar muchos más).
Pero si no nos atrevemos a lanzar nuestro trabajo, a compartirlo con el mundo, no avanzaremos demasiado. Nos anquilosaremos con los mismos textos de siempre, dándoles vueltas una y otra vez, en busca del texto perfecto del que nadie se reirá y que a todos les parecerá la mejor maravilla producida jamás.
Mala noticia: siempre habrá alguien que se reirá. Y siempre habrá alguien a quien le gustará lo que haces, por muy malo que sea.
Además, ya conocéis el dicho: «Un libro solo se termina cuando se publica«. No puedo estar más de acuerdo. Necesitamos mandar el texto, publicarlo, para rendirnos y pasar al siguiente. Y ni siquiera hace falta publicarlo: mándalo a concursos, mándalo a editoriales, ponlo en tu blog. Pero compártelo. Si todos se ríen de ti, busca entre las risas algún comentario útil para mejorar.
Sigue escribiendo.
9. La envidia no sirve de nada
Durante mucho tiempo conviví con una extraña sensación de injusticia. Digo extraña, porque ahora no la entiendo. Yo estaba convencida de que la culpa siempre era de los demás.
Si una editorial rechazaba mi texto, era porque no sabían reconocer el talento que tenían delante de sus narices o porque no querían arriesgarse con algo tan especial y diferente. Si alguien criticaba mi texto, era porque no tenía ni idea de nada. Y si yo no medraba no era por mi falta de trabajo ni mi actitud arrogante, no. Era porque la vida era injusta y premiaba a los que no se lo merecían.
Todos hemos visto a escritores a los que consideramos un pelín inútiles. Escritores que se llevan todos los premios y ventas, y no entendemos por qué. Y nos obsesionamos. ¿Por qué él? ¿Por qué ella? Seguro que es porque tienen enchufe. Porque se llevan a los jurados de copas. Porque se acuestan con los editores. Porque son más guapos. Porque la gente es idiota.
Y… a veces no estás del todo desencaminada. Claro que hay personas que obtienen reconocimientos que no se merecen. Pero estamos tan concentrados en el éxito de los demás que se nos olvida concentrarnos en el nuestro.
Cuando conseguí por fin liberarme de toda esa envidia, de toda esa falsa injusticia, empezaron a pasar cosas muy geniales.
Siempre habrá personas que recurren al nepotismo, a su falta de escrúpulos o directamente a acciones ilegales, para conseguir lo que quieren. Pero también hay otras que han peleado más duro que nosotros, han sido más valientes y han tenido más vista, y han llegado mucho más lejos.
Y eso está bien.
Su camino no es el tuyo.
Tú solo tienes el tuyo, que es totalmente diferente. Solo tuyo.
Sigue escribiendo.
*Perdonadme, nunca he estado en una facultad de Ciencias y no sé muy bien qué hacéis en el aula.
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Termina lo que empieces. Corrige cuando hayas terminado. No te preocupes por los lectores; escribe para ti, como si nadie más fuera a leerlo.
And So Say We All.
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Esta entrada es muy inspiradora.
Verdades como puños, pero sigue siendo inspiradora. Lo cierto es que lo que suele diferenciar a un escritor profesional de un aficionado es que con el paso de los años el profesional seguirá ahí, tecleando sin parar, danzando con seres imaginarios, trabajando hasta que no pueda más, coleccionando cartas de rechazos y otros fracasos.
Dicen que para alcanza el éxito precisamente cometiendo todos esos fallos, son los que nos hacen crecer, los que nos vuelven humildes.
Un abrazo.
«lo que suele diferenciar a un escritor profesional de un aficionado es que con el paso de los años el profesional seguirá ahí, tecleando sin parar, danzando con seres imaginarios, trabajando hasta que no pueda más, coleccionando cartas de rechazos y otros fracasos». Yo diría que sí. Y es la danza con seres imaginarios la que nos hace superar el fracaso 🙂
Interesante entrada. Yo fui de las que se planteó hacer carrera de letras porque me gustaba escribir. Pero enseguida me di cuenta de que lo que me gustaba era la práctica, no la teoría. Para estudiar, mejor las ciencias.
Tampoco pretendo ser escritora, mi única ambición por el momento es escribir un libro que me guste a mí. Es una extraña obsesión que tengo en mi vida.
Besos.
«Tampoco pretendo ser escritora, mi única ambición por el momento es escribir un libro que me guste a mí». A mí eso me parece fantástico. Ya sabes, aquello de «escribe el libro que te gustaría leer». Estoy preparando un artículo para el martes que viene sobre qué buscamos realmente al escribir. Muchos pensamos en algún tipo de profesionalización, pero creo que es importante dejar bien claro que hay muchas maneras y razones para escribir. Y se puede escribir solo por placer. De hecho, yo lo recomendaría a cualquiera, escritor o no, estudiante de letras o de ciencias o de cualquier cosa intermedia.
Como ya es habitual con tus entradas, concuerdo completamente con lo expuesto.
El punto 3 me recuerda a cuando le mostré a unos amigos lo que escribía y me dijeron lo habitual de «¿por qué no has hecho una carrera de letras?». ¿Acaso un técnico de laboratorio no puede escribir narrativa o poesía? Yo llevo escribiendo desde chico, antes de «ser de ciencias».
A mi yo niño le habría añadido además un punto 10: ‘Devora cuantos libros puedas del género del que quieres escribir’. Empecé con ello relativamente tarde. Cuando llevaba unos cinco capítulos me di cuenta de que lo que estaba escribiendo cojeaba por todos lados, así que decidí detenerme y leer del género, que no fue mucho hasta que lo retomé.
Tus entradas le ayudan a uno a ver sus fallos o a ver que lo que está haciendo está bien o al menos mejor de lo que pensaba.
Creo que todos estamos muy condicionados por aquello que desde pequeños nos han dicho que se nos da bien. Yo al final le di a la escritura, tal vez porque me decían que era lo mío, pero mientras estuve peleando, saltando de un campo a otro, intentando encontrar mi lugar.
Creo que quien diga que la poesía, por ejemplo, está reñida con la ciencia, tiene una perspectiva sesgada de lo que es la poesía. A mí me encanta hablar de literatura con informáticos, médicos y físicos. Su perspectiva es muy distinta de la de los que somos «de letras», y podemos aprender mucho de ellos. Y si dejamos de lado tanto romanticismo ñoño sobre la literatura, nuestros campos no están tan alejados. El método científico puede enseñarle mucho a las disciplinas de letras.
Hay una frase, creo que de Pratchett, que dice algo como «hay mucha gente que quiere haber escrito». Es una patada en los webs y en el ego que me habría encantado escuchar a los veinte años 😛
Y tanto. Mi padre siempre decía que cuando se jubilase escribiría un libro. Ahora que se ha jubilado, me mira a mí y dice: «Vaya, eso es mucho más trabajo de lo que yo pensaba».
También creo que lo mejor de escribir no es escribir, sino haber escrito 🙂
Wouh! Realmente inspirador, y con pequeñas cosas que siempre me habían quedado en duda, por ejemplo, la carrera de letras para ser escritor, a mi me gustan las matemáticas tanto como las letras y tener que decidir por uno siempre me ha costado.
La verdad es que… no se ni que comentar, me encantaron las palabras (que si algunas son como »bájate de la nube y entra en la realidad») te hacen preguntarte si de verdad escribir es un gusto del momento o algo que perdurará en el tiempo
«te hacen preguntarte si de verdad escribir es un gusto del momento o algo que perdurará en el tiempo»–> Una muy buena pregunta, sin duda. No tiene nada de malo escribir simplemente por placer. Pero si quieres ser bueno de verdad, cabe plantearse si estás dispuesto a todo lo que conlleva.
Respecto a lo de la carrera, no te agobies. Elige lo que más te guste, y si tiene mejores salidas laborales ya mejor que mejor. Puedes ser matemático y escribir. La escritura bebe de todas partes. Lewis Carroll lo hizo, y mira las maravillas que escribió. De hecho, me parece fascinante que una mente tan sumamente lógica diera con algunos de los mejores ejemplos de fantasía, surrealismo y nonsense del mundo anglosajón.
Qué bueno. Y qué identificada me he sentido…
Hasta un máster en edición he hecho yo. Ainsh.
Eso sí, yo sigo compaginando varias (¿demasiadas?) cosas, por mucho que quiera escribir no me puedo ni plantear dejar de dibujar y de hacer algunas chorradas de vez en cuando. Va a ser que la barrera del sentido común está en los 33 🙂
Enhorabuena por el blog, siento haber tardado tanto en descubrirlo.
«Va a ser que la barrera del sentido común está en los 33» –> Que todos los dioses habidos y por haber te oigan 😉
Me encanta este artículo y le viene como anillo al dedo al que he publicado hoy en mi blog (del no daré la URL porque es de mal gusto), pero voy a volver al escritorios de WordPress para añadir un enlace desde el mío al tuyo. Es el complemento perfecto 🙂
Eres genial, Gabriella. Tus artículos no sólo son útiles, es que además sabes darles un toque tan personal que es único.
Feliz viernes :-))
Estupendo tu artículo sobre las 4 fases del escritor. Gracias por el link que dejaste allí que es el que me ha traído aquí 👍
[…] cierto que te animo a leer el post de Gabriella Literaria 9 cosas que le diría a la niña que empezó a escribir. Es el complemento perfecto a mi artículo: la teoría llevada a la […]
[…] 9 cosas que le diría a la niña que empezó a escribir […]
Hola, Gabriella. Con este artículo has conseguido emocionarme, en serio, recordar a esa niña que yo también fui, reflexionar sobre mi trayectoria y sobre esos posibles errores (a lo mejor no lo fueron tanto) cometidos… Ah, por cierto, yo también le soltaría una colleja a quien dijo la frase famosa de encontrar la pasión y no tener que trabajar; quizá algo así le pase a los millonarios que pueden delegar las tareas más feas; los demás, aun dedicándonos a algo que nos apasiona, tenemos que sortear casi a diario multitud de escollos y para superarlos se necesita mucho compromiso, mucha capacidad de trabajo, esfuerzo, constancia, perseverancia…, todos valores imprescindibles junto a la pasión. Gracias por este magnífico artículo, ¡abrazos!
Gracias a ti, Berta, como siempre, por leer, comentar y compartir 🙂
Buenísimo. gracias!
¡A ti por leer y comentar!
Felicitaciones por tus éxitos.
Muy buena pagina
Saludos desde Perú
Gracias, Kristtel.
Besos desde España.
Wow! Wow! He quedado enganchada con tu blog! Escribes de un modo tan particular y tan directo. Gracias. Realmente uno siente que conversa contigo y es muy agradable.
Solo lamento no haber descubierto tu blog antes!
Felicitaciones, y gracias por compartir, Gabriella.
Exitos!
¡Mil gracias, Perla! Yo también tengo la sensación de estar conversando directamente con vosotros, aunque ni siquiera os conozca. Es curioso 😉
Concuerdo con todo el post. Yo también me planteé Letras, pero decidí que no quería leer un libro y analizarlo todo el tiempo, sentía que no volvería a disfrutar los libros como ahora. Elegí Bibliotecología porque me gustaba la idea de trabajar en una biblioteca (y le acerté), y pues me ha ayudado para investigar, pero nada más. Si hubiese elegido una carrera sólo por el beneficio que me daría como escritora, creo que Marketing habría sido la más adecuada.
PD: Me grabaré tu último consejo en… la computadora, porque si lo hago en la frente, no lo veré.
«Si hubiese elegido una carrera sólo por el beneficio que me daría como escritora, creo que Marketing habría sido la más adecuada.»
No te digo que no, pero con Bibliotecología tienes más oportunidades para leer y conocer cómo son los libros, creo, que también es importante 😉
Un post genial (voy a dejar de imprimirlos que me voy a llevar medio bosque por delante) El punto 1, el 4 y el 9 son tres guantazos para mí, la verdad. Decidir es algo que me cuesta. En realidad creo que lo decidí cuando empecé a escribir, alrededor de los 14 años (y creo que algo escribí antes) Quizás si no lo hubiera dejado… y entonces entran los «si hubiera…» que son tan traicioneros, creo. Entonces no tenía que decidir, estaba claro; ahora tengo varias cosas y sí, estoy dando saltos; y sí, estoy agobiado. El punto 4… pues yo ya he llegado a los 40 y me doy cuenta de todo lo que podría haber hecho en estos años. Es fácil echarle la culpa a cosas externas (y yo tengo, me parece, buenas razones para que de los 28 a los 38 estuviera en un limbo en general), pero aunque tenga unas 5-6 historias para escribir, y algo más de tiempo, y ganas… pues sí, eso del tiempo que se ha perdido, se nota. Y esto va de la mano con el punto 9, la envidia. Me encanta martirizarme en las librerías viendo en qué año nacieron los autores de los libros, y cuando son más jóvenes que yo, pues junta el punto 1, el 4 y el 9.
Aquello de que los 40 son los nuevos 20 (que me parece una tontería) quizás pueda servirme ahora para darme ánimo. Porque hay veces que hace falta, desde luego.
Gracias de nuevo por tu blog.
A la patineta malvada la dejas fuera de tus publicaciones, eh. ¿no puede tener un hermano secretos oscuros en internet hoy en día o què? 😛
Ya sabes que eso es imposible u_u
Un abrazo estimada escritora. El texto que nos presentas si tiene relación con lo que le diría a mi nina interior , aquella que empezó a escribir a los 11, con unos lapices de colores la rabia que mencionas, esa sensación de querer brillar ante un todo, no obstante cuando eres adulta te das cuenta que no es así. Como mencionas dedicación para escribir , ejercitarse y pensar en los demás. Gracias.
«esa sensación de querer brillar ante un todo, no obstante cuando eres adulta te das cuenta que no es así.»
Lo bueno de escribir, creo, es que nos devuelve ese brillo ya de adultos 🙂
Creo que yo también perdí mucho tiempo… Creo que la edad es lo que me empuja a tratar de escribir bien, porque siento que el margen de error ha bajado en mis probabilidades de éxito.
Creo que la edad nos hace ser cada vez más conscientes del tiempo que desperdiciamos, desde luego. No sé qué decir sobre las probabilidades, ya que muchos autores llegan a donde quieren llegar a una edad ya avanzada. Sea como sea, creo que cuantos más años cumplimos más obcecados nos volvemos en nuestros objetivos (o por lo menos eso me pasa a mí).
Hola este ultimo comentario respecto a la edad; es verdad, nos hacemos mas conscientes;unos de algo como lo que mencionaste y otros como yo que no siento de ninguna forma el haber desperdiciado mi tiempo en una carrera que siempre lleve con amor y dedicación.
De acuerdo; cuando alguien quiere llegar, lo hará sea la edad que tenga, yo me enfrasque en la escritura en forma, desde hace dos años para acá, y como siempre me gusto, empece con entusiasmo y ahí.La espinita de publicar la tengo, aunque sepamos que es un patrimonio para mis descendientes también esta el deseo de ver mi libro publicado. Gracias
Ojalá podamos decir todos lo mismo que tú, Nazaria, que sintamos que no hemos desperdiciado nuestro tiempo. Yo desde luego estoy intentando hacer todo lo posible para conseguirlo 🙂
Gracias por el post! Además de divertirme un montón leyéndote, tu forma de escribir tan directa me ha hecho contemplar esto de escribir sin la mística que habitualmente le rodea. Sueltas verdades como puños! Algunas de las cuales me consuelan ya que yo también he llegado a la conclusión de que cuanto más aprendo de este noble arte de la escritura soy más consciente de mi ignorancia. Me has motivado para seguir escribiendo. ; )
«tu forma de escribir tan directa me ha hecho contemplar esto de escribir sin la mística que habitualmente le rodea»
Entonces ya ha merecido la pena el artículo.
Gracias a ti por pasarte, leer y comentar.
Gabriella, no sé muy bien cómo, hoy he aterrizado en tu blog. Seguramente porque represento exactamente a la persona que necesita leerte :). Ha sido curioso, y todo un descubrimiento, porque, a medida que iba leyendo, se me rebelaban distintas casualidades, ya sea por afinidades o por otras cosas, que me han alineado al instante contigo. He agradecido cada una de las palabras de los distintos posts que he engullido hoy, pero éste me ha mirado directamente de frente.
Así que, ¡gracias, Gabriella!, por tu generosidad y tus valiosos consejos. Intentaré asimilar, al menos, alguno de ellos. Y aquí estaré, sin duda, al acecho de tus próximas publicaciones.
Gracias, Patricia. Por aquí seguiré escribiendo y publicando, espero que sigas pasándote 🙂
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