¿Qué es aquello de lo que nunca hablas?

¿Qué es lo que nunca comentas, lo que es tabú, secreto?

¿Qué es aquello que se considera de mal gusto mencionar en tu entorno?

Como en cualquier arte, oficio o profesión, los escritores tenemos temas que, sin ser prohibidos, simplemente no surgen al hablar en público. No hablamos de ellos con nuestros lectores, no hablamos de ellos en nuestros blogs, ni en las presentaciones de nuestros libros. Son temas que solo tratamos con nuestros colegas de sufrimiento, con nuestra familia y amigos más cercanos, o tal vez ni con ellos, tal vez ni con nosotros mismos.

En este artículo voy a intentar desvelar, de una vez por todas, algunos de estos grandes secretos.

Que tal vez no sean tan secretos.

Pero de los que no solemos hablar. Por lo menos no con vosotros.

hablamos los escritores

1. De todo el esfuerzo y trabajo anterior

work-98936_640Ya he comentado en alguna ocasión el fenómeno del éxito repentino, ese superventas que parece surgido de la nada, ese autor que de súbito está en boca de todos (metafórica y, a veces, literalmente). Pero con frecuencia lo que no es tan evidente es que muchos de esos éxitos son fruto de una persistencia sin igual, una dedicación absoluta.

Yo también tenía mis prejuicios. Hay autores de los que he pensado “no me puedo creer que este haya triunfado”. Y luego conoces a esa persona y te das cuenta de que, escriba bien o mal o mejor o peor, es una máquina de currar, de hacer contactos, de relacionarse con sus lectores. Es una persona completamente dedicada al proyecto de vender su libro. Y esta dedicación es 24/7, oh sí.

Pero por alguna razón extraña, tal vez producto de una cultura donde impera el “síndrome de la amapola alta”, tenemos miedo de adjudicarnos el mérito de un trabajo intenso y dedicado. Aquellos que trabajan para llegar a donde están son atacados y vilipendiados, mientras que aquellos que obtienen el triunfo sin aparente esfuerzo son adorados por las masas (seguro que se os ocurren unos cuantos ejemplos, desde Kim Kardashian hasta Kiko Rivera). Tal vez sea por la clásica picaresca española, tal vez porque es más entretenido y cómodo pensar que el éxito viene a través de la suerte (así, también puede tocarnos a nosotros). Es la misma motivación que se esconde detrás del éxito de la lotería, o de cualquier concurso similar. Cuando vemos programas de tipo Operación Triunfo, nos maravillamos ante las voces fabulosas que entran a concurso, pensamos que estas personas han dado con el momento y el lugar adecuado, cuando la realidad es que una voz espléndida es algo que se educa y trabaja de manera persistente. Un caso clásico es el de Craig Wayne Boyd, ganador de la edición estadounidense de The Voice, que ha sido celebrado como un reciente descubrimiento (¡qué suerte!), cuando este tipo llevaba toda su vida trabajando como loco para hacerse un hueco en el mundo de la música (de hecho, estuvo muy cerca de abandonar). El éxito del programa le dará buena salida en el mundillo, sin duda, pero serán las habilidades adquiridas gracias a la persistencia y al trabajo las que lo harán durar mucho más que otros compañeros, flores de un día, que caerán en el olvido.

Los escritores rara vez hablamos en público de las horas de sudor y lágrimas, de los años de producir basura, de los rechazos editoriales, del berrinche ante un fracaso tras otro. De todas las veces que casi casi casi tiramos un manuscrito por la ventana. No. Cuando triunfamos, levantamos nuestra copa (a estas alturas la mayoría ya somos alcohólicos), sonreímos sonrojados y recibimos los aplausos con expresión humilde, porque es lo que se espera de nosotros. Observamos a lectores y otros escritores con cara de sorpresa, con cara de “oh, yo pasaba por aquí y mira, mira qué suerte…». Les decimos a otros autores que ellos se merecen el triunfo mucho más que nosotros. Es un mecanismo de defensa, como los discursos de los óscar, en los que todos agradecen su premio a sus familias, compañeros y divinidad de elección, cuando en realidad lo que están pensando es “gracias, gracias yo, por todos estos putos años de matarme a currar, de acostarme con directores gordos y grasientos, pensando que nunca llegaría a nada y que tendría que sacrificar a mi hermana pequeña a algún dios primigenio para conseguir un mísero papel de mierda en una película de serie B”. Eso. Nos atacamos antes de que nos ataquen, porque a nadie le gusta un actor, ni un escritor, creído.

Ah, y tampoco hablamos de la penuria, del hambre. No, nunca hablamos…

2. De lo que vendemos en realidad

euro-400286_640A veces pasa. Estás con un grupo de escritores, os habéis tomado un par de rondas de cerveza, os conocéis todos bien. Y alguien, el más insensato del equipo, hace la pregunta:

¿Pero cuántos ejemplares se han vendido de tu libro?

Se produce un incómodo silencio, en el que los demás odian un poquito al atrevido, pero a la vez lo aman por su atrevimiento, por hacer la pregunta que tanto les interesa. Porque quieren comparar. Quieren saber si existe esa mítica bestia: el escritor de éxito económico.

El aludido no tiene más remedio que responder. A veces, si es perro viejo en estas lides, responderá con evasivas o algo genérico (“menos de lo que me gustaría”), pero si lo pillas despistado o con una cerveza de más, te dará la cifra. Y suspirarás, entre aliviado y decepcionado. Aliviado, porque no eres el único. Decepcionado, porque si a él, a quien parece que le va todo bien, en realidad le va tan mal, ¿qué esperanza hay para ti?

Y es que demasiado a menudo los escritores nos disfrazamos con la máscara del “todo va bien” (véase el punto anterior), más que nada porque es más fácil que asumir que hemos trabajado varios años de nuestra vida para ver una cantidad ridícula de dinero (si la vemos). Queremos creer los cantos de sirena. Queremos creer que este libro venderá muchísimo. Que lo de la revolución del digital es un hecho, o que tal editorial nos promocionará lo suficiente como para que haya mil ediciones y George R. R. Martin compartirá con nosotros su cordero a la estaca o que Victoria Álvarez nos invitará a brunch en su castillo.

Fijaos como todos mis ejemplos están relacionados con comida.

Porque, repito, pasamos hambre. Porque tampoco solemos hablar…

3. De que no vivimos de escribir

businessmen-152572_640No pasa nada, en serio. Puedes ser escritor y ganarte el pan con otras cosas. No quedas expulsado del gremio. Pero a veces parece que hay un miedo atroz a decir claramente que no vivimos de lo que escribimos, no sé muy bien por qué. En mi caso, claro, sería ridículo afirmarlo (solo tengo un par de libros en el mercado, y uno ya ni está en el mercado), pero hay autores con una veintena de libros a sus espaldas que tampoco pueden decirlo. Tengo la impresión de que solo hay dos maneras de vivir de la escritura (de ficción) en estos momentos: o bien mediante una combinación de factores altamente improbables que resulten en un superventas de cuidado, o bien mediante la acumulación persistente de títulos publicados, siguiendo cuidadosas estrategias acumulativas.

De vez en cuando surge alguna voz “rebelde”, pesimista y cansada, que da datos reales de lo que ingresa. Cuando la voz es de autores de cierto prestigio, la respuesta es de horror e incredulidad. Este tipo de datos produce sorpresa, precisamente porque en general el lector medio desconoce qué porcentaje de ventas se lleva un autor, el alto índice de impagos por parte de editoriales y etc. Cuando alguien escribe, de inmediato se asume que el mero hecho de tener un libro en la calle implica decenas de miles de ventas. Esta era una percepción que vi a menudo en clientes que solicitaron servicios de autoedición cuando trabajaba en el sector editorial. Era siempre importante explicarle a los clientes la realidad, las expectativas de ventas que podían tener, aunque también me consta que había (y hay) compañeros del sector que se aprovechaban precisamente de esta ignorancia para vender servicios inútiles a precios inflados.

Por desgracia, en la situación en la que estamos ya no es que no vivamos de escribir, es que no vivimos de nada. Las tarifas de corrección y traducción, por ejemplo, se han ido rebajando hasta niveles ridículos debido a una saturación del mercado aumentada por la crisis (parece que ahora todo el mundo sabe corregir y traducir; a la vez, debido a la devaluación de dicho trabajo, el cliente medio no es consciente de las horas y esfuerzo que implica una corrección o traducción). La asesoría literaria, en todas sus facetas, no es valorada en su justa medida (el otro día leí un artículo en el que un escritor se quejaba de la cantidad que le habían querido cobrar por la corrección de su novela, una cantidad, a mi parecer, muy razonable).

Muchos nos dirigimos hacia una escritura diferente, enfocada más a la redacción y creación de contenidos. Cada vez es más difícil no solo escribir, sino ejercer cualquier profesión relacionada con lo literario. Pero sigue siendo especialmente jodido vivir de la escritura.

Lo cual no quita que haya quien lo consiga (true story!).

4. De las editoriales que sí se han portado bien con nosotros

typewriter-498204_640Es curioso. Pasada la fase inicial de enamoramiento (¡me van a publicar!), en la que nuestra editorial es estupenda y maravillosa, surgen los inevitables desencuentros y desastres, y el editor se transforma en nuestro peor enemigo. Por supuesto que hay editores sin vergüenza y estafadores por doquier, pero también hay buenos profesionales, cuyo buen hacer olvidamos reconocer. Echamos pestes de los problemas, tal vez por ese sesgo negativo que nos acompaña, como buenos seres humanos, por razones de preservación y supervivencia. Pero son pocos los escritores que se toman la molestia de hablar y agradecer en público, años después, el trabajo que los editores han realizado bien.

En mi caso, puedo decir que en mi época de editora conté con autores fantásticos. Los autores con los que he trabajado no solo han sido agradecidos, sino que han sabido perdonar y entender mis muchos errores. Tal vez sean la excepción a la regla, porque, para todo lo demás, las redes sociales y blogs parecen llenas solo de quejas, de lamentos sobre las atrocidades de los malos editores. Eso sí: otro artículo largo habría que dedicarle a las malas prácticas editoriales de las que NO hablan los autores, muchas veces por temor a poner a posibles editores en su contra, o incluso por miedo al ridículo (esto último en caso de estafa, por ejemplo).

5. De la mano que le ha metido el corrector a nuestros textos

business-19156_640Y hablando de editores y correctores, ¿os habéis fijado en lo poco que se menciona el trabajo del corrector al hablar de un libro? Yo reconozco que soy una escritora insoportable en este sentido, porque al ser también correctora, puedo tirarme horas discutiendo con otro corrector sobre la conveniencia de modificar cualquier chorrada en mi texto (aunque intento no hacerlo. Ejem). Pero eso no quiere decir que no agradezca la presencia de otra persona revisando lo escrito.

Sobre todo en lo que se refiere a las correcciones de estilo, el autor parece tener auténtico pavor a admitir que estas se han aplicado, tal vez porque considere que el texto final ya no es suyo y tema confesar que ha necesitado de la ayuda de otra persona para limar asperezas. Claro que una corrección de estilo no es más que eso: una forma de sacarle el máximo potencial a un texto. Pero de un escritor se espera que tenga un acabado perfecto, y el lector a menudo es ignorante del pulido y trabajo que hay detrás de ese acabado.

Muchos de los textos que leéis, tan bonicos, lo son porque ha intervenido un corrector.

De nada.

6. Del miedo

fear-615989_640Tengo miedo. Más que miedo, terror.

Tengo miedo a lo que pensaréis de mí cada vez que le doy a publicar en el panel de control de WordPress, miedo a que os parezca que digo obviedades/chorradas, a que mis chascarrillos os parezcan idioteces (sé que mi sentido del humor es peculiar), a que os cansen mis confesiones y vulnerabilidades. Más aún, que uséis esas vulnerabilidades para atacarme y hacerme daño.

Me da mucho más miedo que leáis lo que publico en papel. ¿Y si no os gustan mis historias? ¿Y si hay cosas en las que… cosas en las que me paso un poco? ¿Y si están mal escritas? ¿Y si ofenden a alguien? Peor todavía… ¿y si son aburridas?

¿Y si muero de hambre? ¿Y si me quedo sin techo?

¿Y si se muere mi gato?

¿Y si nunca avanzo? ¿Y si me quedo aquí clavada, alguien que ha conseguido algo, pero que nunca llegará más lejos, que nunca será… especial? Todos queremos ser especiales.

Pues todo eso. Todo eso y más. Y no solo me pasa a mí. Nos pasa a casi todos los que escribimos. Dale las suficientes rondas de cerveza a un escritor, espera que confluyan los astros y los biorritmos y los ritos arcanos y te lo dirá. Te dirá dónde está su miedo más terrible.

De una manera u otra, su miedo más terrible sueles ser tú, lector.

Lo cual nos lleva a otro tema del que no solemos hablar:

7. De lo mal que nos ha sentado esa crítica

forbidden-151987_640Hay una regla no escrita entre autores: no contestes a las malas críticas.

¿Tiene derecho el autor a defenderse cuanto es atacado, sobre todo si ese ataque es injusto? En teoría sí, como cualquiera tiene derecho a defenderse de una agresión. Y sin embargo está muy mal visto que lo haga un autor, sobre todo por dos razones. Primero, porque con su respuesta está condicionando la plena libertad que deben sentir los lectores que tienen para opinar sobre un libro sin temor a respuesta; segundo, porque con ello muestra debilidad. Y hay una especie de idea arcaica de que el autor debe ser un ente inalcanzable, un ser sobre un trono lejano y altísimo con el que no puede entablarse comunicación. Esto tiene sentido hasta cierto punto (sobre todo si el escritor tiene muchos lectores, que pueden quitarle tiempo valioso con tanta pregunta, opinión e impertinencia), pero hoy en día, en un tiempo de social media, influencers, nodos de networking y todo ese tipo de palabrejos, ha perdido su razón de ser.

Hoy, más que nunca, el escritor siente que tiene una imagen de marca (el temible branding). Y no sirve de nada cultivar una imagen durante años, con gran cuidado, si luego vas a cargártela en un momento de furia, llamando de cabrón para arriba al pobre catorceañero que ha osado decir en Goodreads que tu libro es basura.

Así que tienes que morderte la lengua hasta que sangre (o sujetarte las manos para no teclear, hasta que duelan). Y luego llorar un rato en la cama, porque, ¿y si tiene razón?

¿Y si tu libro es basura?

8. De la envidia

L0028786 Bell, C. Essays on the Anatomy and PhilosophyTampoco hablamos de la envidia. Porque nadie va a decir claramente “le tengo envidia a X porque vende tropecientos mil libros y yo he vendido veinte, de los cuales quince eran para mi familia”. Muchas veces ni siquiera somos conscientes de que esa es la auténtica razón por la que X nos cae como el culo.

Así que demostramos la envidia de muchas otras maneras. Sonreímos nuestra sonrisa más falsa, le damos dos besos a X y le damos la enhorabuena por su libro, mientras por detrás negamos con la cabeza y comentamos con nuestros conocidos lo realmente malo que es ese libro, y lo incultas que son las masas (¡y qué mal gusto tienen!) por preferir su libro al nuestro.

Personalmente, me dejaba reconcomer bastante por la envidia, y creedme que es un sentimiento destructivo. En vez de concentrarte en llegar más alto, en mejorar, te concentras en echar tu propio trabajo abajo al compararlo con el de los demás. Así que he desarrollado un truco que me funciona bastante bien. Cuando siento envidia del éxito de otro escritor, en vez de sonreír la sonrisa falsa y criticar a sus espaldas, digo, claramente (preferiblemente delante de otra persona, como para darle más integridad al enunciado):

“Tengo envidia de X”.

Y voy a X, y me esfuerzo por sonreír de verdad. Y le digo que me alegro de su éxito. Porque ahora es verdad, lo he convertido en cierto. Cuando un autor me cae mal, o me produce malestar, analizo si es por envidia. Demasiadas veces lo es. Y me esfuerzo por conocer mejor a ese autor, entender qué hay detrás de su triunfo.

No siempre funciona. No va a caerme mejor alguien solo porque me esfuerce por conocerle. Pero te quita un peso de encima, un resentimiento que te impide seguir avanzando.

Además, la gente no es idiota. Se da cuenta de cuándo tu sonrisa es falsa y de cuándo le dices, realmente en serio: “Enhorabuena. Me alegro de que todo te esté saliendo bien”.

Porque con eso ganas mucho más que echando humo por las orejas, preguntándote por qué ellos sí y tú no.

9. De las buenas ideas

light-bulb-487859_640Este problema tiende a ser propio de los escritores que empiezan. Los que llevan tiempo escribiendo, currando cada día, no tienen tanto miedo al plagio, a que les roben su gran idea, porque tienen mil ideas más y saben que la calidad no estriba solo en una buena idea, sino en muchas buenas ideas juntas, bien llevadas a término.

Muchos escritores tienen miedo a hablar de aquello en lo que están trabajando por miedo a que les roben sus ideas. Tienen miedo a compartir textos por miedo a que sean plagiados, apropiados o incluso pirateados. No recuerdo muy bien quién fue (creo recordar que Maite Carranza) habló sobre este tema en una mesa redonda que hicimos sobre literatura juvenil, y explicó un ejercicio muy útil que se realiza con escritores en talleres para quitarles este miedo, este agarrarse a la gran idea única. En dicho ejercicio, cada alumno escribe una idea para un texto. Cuando todos tienen ya sus buenas ideas, se les pide que intercambien su idea con la de su compañero, y que cada uno escriba algo usando la idea ajena. Es una forma genial no solo de liberarse de ese miedo a perder algo que nos parece único y original (nunca lo es), sino a apreciar la belleza de inspirar a los demás, de que ellos produzcan algo hermoso con algo que es nuestro.

Si nos deshacemos del miedo a que nos roben una idea seremos más flexibles. No nos importará, porque tenemos mil buenas ideas más.

Lo cual no quita que el plagio sea algo realmente horrible y deshonesto. No lo hagáis nunca. Pero no temáis compartir ideas, sembrar la semillita de la inspiración en otros. Salimos ganando todos.

Y el último tema del que nunca hablamos es…

10. De aquello que realmente nos obsesiona

head-607479_640No sé vosotros, pero tengo una afición, tal vez proveniente de mi formación como teórica literaria, a leer entre líneas. No, no tengo poderes mágicos como los lectores de Las fuentes perdidas y La canción secreta del mundo (y sí, soy capaz de escribir un artículo sin mencionar a Cotrina, pero no será este), es solo que me produce diversión intentar identificar la obsesión secreta de los autores a los que leo.

No se debe identificar a un personaje o a un texto con su autor, pero sí es cierto que siempre dejamos algo de nosotros dentro de nuestros textos, o por lo menos lo hacemos en los textos que realmente importan. Los textos donde no veo nada, donde no leo nada escondido, suelen ser textos fríos, vacíos, sin gracia.

Pero oh, oh, oh (léase con tono musical y ridículo). La de obsesiones que encuentras. Todo lo que se dice sin decir.

El dinero. El poder. El ansia de ser alguien.

La necesidad de ser amado, de gustar.

La forma en la que percibimos y representamos nuestras preferencias e intereses sexuales.

La ansiedad producida por nuestra mortalidad y el paso del tiempo.

Todos tenemos nuestras obsesiones prohibidas, secretas, políticamente incorrectas. ¿Qué hay detrás de un texto en el que no hay ni una sola mujer, o donde no hay ni un solo hombre? ¿Es esto representativo de la percepción del autor o autora del mundo que lo/la rodea? ¿Qué hay detrás de un texto donde el personaje lucha salvajemente por su supervivencia? ¿Y de uno donde el enfrentamiento del protagonista siempre es con el padre, o con la madre?

¿Qué se esconde, realmente, en la psique del autor? ¿Qué tema es recurrente en su obra?

Os aseguro que nunca hablará de ello en público. Tal vez ni siquiera en privado.

De hecho, en este mismo apartado os he contado el mío, en un párrafo largo.

Luego, lo he borrado.

 


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