Este artículo iba a llamarse Tu primer libro es una caca (y eso es bueno).

Por suerte (creo) no suelo quedarme con mi primer título. Nuestras primeras ideas no son, necesariamente, las mejores ni las más convenientes. Algo parecido ocurre con nuestro primer libro, nuestro primer relato, lo primero que enseñamos al mundo. Peor aún: ocurre con lo primero que otra persona nos corrige, ese momento crucial donde somos conscientes de que somos seres imperfectos, fallidos, erróneos.

Y eso siempre duele, porque en nuestra cabeza somos todos anuncios de champú.

primera corrección
Tienes un moquito.

Creo que es en la primera novela donde nos llevamos el golpe más duro. O en nuestro primer libro de relatos o de ensayo: en la primera obra donde hemos invertido meses (¡tal vez años!) de nuestro tiempo, pobres corderitos inocentes y esperanzados que nos creemos el vástago secreto de Heminway con Le Guin.

Sobre todo este tema hemos hablado mucho en el grupo de Facebook El escritor emprendedor, donde un grupo aguerrido de autores independientes nos ayudamos (¡y consolamos!) mutuamente. Esa conversación se ha trasladado a nuestras webs y blogs, y han surgido muchos artículos al respecto en este último mes. Concretamente, Esther Magar y servidora quisimos hablar de cómo afectaba al autor recibir su primera corrección profesional.

Así que este texto que vas a leer es doble: yo hablo de la teoría e intento aportar herramientas para lidiar con todo esto, y Esther ha entrevistado a varios autores para que nos cuenten su experiencia personal. Os recomiendo de manera muy encarecida que vayáis a leer su artículo también.

Hablemos entonces de corrección, lectores/escritores míos. Y hablemos de desastre.

La mentira del primer libro

Todos los seres humanos tenemos la expectativa extraña de que la primera vez que hagamos algo será fabuloso. Y es ridículo, si lo piensas. Si jamás has tocado el piano, ¿qué te lleva a pensar que nada más sentarte al taburete podrás interpretar a Bach con soltura y pasión?

En el mundo artístico es donde esto ocurre de forma más irritante. Nadie espera saber hacer un plan de empresa a la primera, sin tener ni una mísera guía para ello, pero por alguna razón incomprensible, todos nos pensamos Picasso la primera vez que cogemos un pincel y Foucault la primera vez que compartimos un pensamiento «profundo» en Facebook, a la espera de que lluevan los me gusta. Claro que, en un acervo cultural donde se considera que una novela se escribe con mucho licor y café en una noche, esto tampoco debería extrañarnos.

En este blog ya he hablado de cosas como el efecto Dunning-Kruger, que hace que personas que acaban de empezar se crean especialistas y que personas especialistas se crean incompetentes.

Y, sin embargo, no es exactamente así. Esa explicación es, a su vez, una muestra maravillosa del propio efecto. Cuando investigué y aprendí más sobre Dunning-Kruger, descubrí que no era, ni de lejos, tan sencillo. Más bien hay una curva de aprendizaje, competencia y confianza que funciona un poco más tal que así:

La mala noticia de todo esto es que, sí, al principio creerás que eres mucho mejor de lo que eres y, cuando te des cuenta de que no, te vas a llevar el chasco de tu vida: caerás en ese abismo de la desesperación que aparece en mi dibujito. La buena noticia es que poco a poco aprenderás y serás más consciente de tu grado de competencia.

El problema, of course, es que hay gente que se rinde al caer en el abismo de la desesperación. Hay momentos clave donde casi tiramos la toalla: la primera crítica, el primer rechazo (y, sí, la primera corrección). Esto lo aprovechan algunas personas para vender ideas. conceptos, servicios y productos que son de fiabilidad… cuestionable. Así tenemos empresas de autoedición que te prometen que tu obra es perfecta, cursos que prometen llevarte de la mano al éxito sin tener que escalar montaña alguna o incluso lectores profesionales que halagan en demasía tu trabajo, para asegurarse de que les pagues lo que les corresponde.

También conduce al otro lado del espejo. Amigos que dejan de hablarte porque te piden ayuda profesional y se enfadan cuando intentas explicarles aspectos técnicos que pueden mejorar. Alumnos que abandonan talleres porque solo buscan una cámara de eco que les asegure que son lo mejor que se ha inventado desde el pan en rebanadas. Reseñadores que muestran entusiasmo público por un libro que no valoran, solo por no perder su relación con la editorial que los provee de ejemplares. Todo esto forma un entorno peligroso, de retroalimentación sesgada.

Porque nada hay tan desesperante como recibir una crítica, por muy constructiva que sea. O que te manden de vuelta tu texto, tachonado por completo y cubierto de bolígrafo rojo (o modificaciones del Word en el control de cambios). Algunas personas tienen la piel gruesa y pueden aceptar críticas sin pestañear, pero en general los escritores tendemos de ser de ego frágil cuando nos tocan a nuestra criatura. Lo más común es sentirnos así, como muy bien describe Alejandro Moreno:

Me sentí desnudo, juzgado personalmente y decepcionado conmigo mismo por tanto fallo.

El choque de la corrección

Reconozco que no soy el mejor ejemplo de cómo tomarse bien una corrección. Al principio, porque me pasaba como a todos los autores y creía que sabía más que nadie. Yo estaba ahí, en la cima de la gilipollez de mi ignorancia. Y me enfadaba cuando algún profesional tocaba mi obra maestra.

primera corrección—Te estoy diciendo que es absolutamente correcto escribir puntos suspensivos al final de cada frase. ¡8 de cada 10 escritores de libros de autoayuda no pueden equivocarse!

—Tú calla y mira a cámara.

Luego bajé al abismo de la desesperación y dudé de todo. Permitía que otros hicieran lo que quisieran con mi trabajo. ¡Yo no tenía ni idea de nada! Entro en ese abismo todavía, de vez en cuando. La diferencia es que ahora intento utilizar esos choques para poder progresar y aprender mucho más deprisa. ¡A veces hasta lo consigo! Y además, lo fenomenal de hacer imbecilidades es que viene muy bien para compartirlo con otros en este mismo blog. Mi sufrimiento es vuestro placer y beneficio. De nada.

Al final, tras bastante tiempo dedicado a estudiar, practicar y corregir a diestro y siniestro, me sentí bastante más competente. Me queda aún mucho camino por delante, me falta aún escribir muchas cosas malas (como dice Isaac Belmar, tienes que poder auparte encima de mucha basura para llegar alto), pero me siento más segura en lo que sé. Y esto tiene otro problema: me he vuelto mucho más exigente con las correcciones que me hacen a mí.

Lo cual es positivo, ¿verdad? Cuando te toca un gran corrector, es fantástico. Pero de vez en cuando puede tocarte alguno… no tan bueno.

Sí, lamento decir que esto ocurre. Ocurre cuando te autopublicas y cuentas con ese corrector de aspecto profesional, web seria y precios razonables. Ocurre con el corrector que trabaja para la editorial grande. Ocurre en todos lados, en todos los formatos y circunstancias. Hasta puede darse el caso de que un buen corrector haga una mala corrección por falta de tiempo o desgana por tener que trabajar con tarifas muy bajas. No hay garantías. Si autopublicas y tienes a alguien que te corrija de plena confianza, has triunfado. Hay correctores muy buenos y correctores que no son muy buenos, y, teniendo en cuenta lo mal pagado que está, en general, el tiempo, esfuerzo y conocimiento necesarios para hacer una buena corrección, no debería sorprendernos que tendamos más a lo segundo. Pero ese es un debate para otro día.

Antes de nada, si estás pensando en encargar cualquier tipo de revisión, te recomiendo que leas este documento fabuloso de Pilar Comín Sebastián, que explica muy bien cómo funciona el proceso de trabajar con un profesional de la corrección.

Pero volvamos al asunto: ¿qué hacer cuando ya te han corregido y te enfrentas al resultado? ¿Cómo saber si ese texto lleno de tachones es porque tú eres un escritor con muchos fallos… o si es que te ha tocado un corrector regulero?

12 pistas para saber si te han hecho una buena corrección

La calidad de una corrección es difícil de medir (a no ser que te dediques a ello de manera especializada). El arte de la corrección, para el ojo no entrenado, puede parecer un misterio insondable, como la naturaleza de los unicornios o la satisfacción pomposa de gente que todavía no ha visto Juego de tronos. Y es que… ¿quién puede entender el comportamiento de errores y erratas?

primera corrección

Varios autores se me han quejado de correctores que para ellos eran malísimos, pero al ver su trabajo comprobé que simplemente estaban aplicando conceptos que los autores desconocían. Otros autores me han venido a presumir de correctores fabulosos que les revisan novelas completas por cien euros. No os sorprenderéis si os cuento que vi esas correcciones y no eran fabulosas, no.

He ahí algunas ideas (y si hay correctores ahí fuera que tengan más sugerencias de este tipo, me encantaría que las dejarais en los comentarios):

1. Si es tu primera obra, es muy probable que un profesional sepa mucho más que tú.

Así de simple. Si tienes dudas, hay muchísima información en línea y en manuales para saber quién lleva la razón. Si aun así no te aclaras, pregunta directamente, siempre con amabilidad y humildad, que como (ex)correctora os digo que no hay nada peor que un cliente que te viene encabronado a llamarte inútil y a gritarte hasta que le plantas la página correspondiente del manual de ortografía de la RAE en las narices.

2. Fíjate en qué cambia el corrector y busca patrones.

Un buen corrector siempre muestra coherencia en su trabajo: no aplica las reglas al tuntún. Un mal corrector, por desgracia, sí lo hace, porque trabaja desde el instinto en vez de desde el conocimiento.

3. Si algún cambio te parece raro, raro, rarísimo, ¡enhorabuena!

Es muy probable que hayas aprendido algo nuevo e importante. Investígalo. Hay muchas cosas que aprendí con los libros de Gigamesh, por ejemplo, porque suele emplear correctores excelentes, que aplican reglas que muchos no saben ni que existen.

4. Si el cambio te parece excesivo, puede ser señal de que el corrector está aplicando criterios demasiado subjetivos.

Modificación o eliminación de párrafos enteros, párrafos cambiados de sitio, párrafos reescritos por completo… Generalmente para las modificaciones grandes se recurre a un editor más estructural, o el corrector lo señala como sugerencia (con sus explicaciones); no es habitual que un corrector de estilo u ortotipo se tome esas libertades.

No obstante, no te escandalices si ves que te han cambiado los elementos de una oración de orden, por ejemplo. Esto es algo muy común, ya que muchos autores abusan del uso de un orden enfático sobre el orden natural de la lengua.

5. Si hay muy muy pocas correcciones, no te confíes.

Si tienes motivo para sospechar que el corrector no ha hecho todo lo que tenía que hacer, recurre a otro para que te haga de sujeto de control: págale para que corrija un extracto pequeño del texto y compara la diferencia.

primera correcciónAquí tienes tu texto; es tan grandioso y perfecto que no he querido tocar ni una coma. Ahora mismo te paso la factura. Sí, sí, por supuesto que mi oficina está pintada de negro porque va a juego con mi corazón y mi ética profesional.
6. No te desesperes demasiado si tu texto está lleno de cambios.

Muchas veces los que corregimos preferimos pasarnos a quedarnos cortos, porque partimos de la base de que tú, el cliente, decides qué aceptas y qué no. Evidentemente, algunas cosas hay que aceptarlas sí o sí (faltas básicas de ortografía, por ejemplo), pero preferimos que ignores ese punto y coma que te hemos puesto en vez de dos puntos antes que entrar en un debate interminable contigo para justificar una decisión que puede tener carices subjetivos.

7. Antes de ver qué cambios se han realizado, lee el texto corregido del tirón.

Si tienes la opción, lee el texto final sin tener las marcas a la vista. Si notas mucho los cambios o hay algo que te chirría, examina qué modificaciones concretas se han llevado a cabo. Si de entrada no notas nada que te llame la atención, probablemente el corrector ha hecho un buen trabajo. Nuestro oficio es sacarle todo el rendimiento posible a tu texto, pulirlo, no cambiarlo hasta que sea irreconocible o quede a nuestro gusto subjetivo. Un buen corrector puede cambiar muchas cosas respetando el estilo del escritor. A veces es peor mirar las correcciones de entrada, porque dejamos que nuestro orgullo se meta por medio (¿por qué ha cambiado esto, si estaba bien?), en vez de percibir la mejora total de la obra.

Si trabajas con Word, la herramienta de control de cambios te permitirá ver tu texto con o sin los cambios aplicados. Si nunca has usado esta herramienta, échale un ojo a esta pequeña guía del Instituto Superior de Letras Eduardo Mallea:

Si el corrector no ha usado este control para sus modificaciones, puedes utilizar la herramienta de comparar para ver qué ha variado entre tu texto original y la versión corregida.

Dicho esto, pide siempre por adelantado que los cambios se puedan ver de algún modo (que tengas acceso a algún tipo de control de cambios o por lo menos que te aparezcan señalados en el texto).

8. Ten en cuenta que hay muchos tipos de correcciones: ortotipográfica, de estilo, estructural, de galeradas…

Infórmate y pregunta a tu corrector qué servicios ofrece para entender qué tipo de modificaciones puedes esperar en el texto. No puedes pedirle a un corrector de ortotipo que te simplifique subordinadas, por ejemplo (aunque algunos lo harán por puro orgullo profesional), ni puedes esperar de alguien que revisa galeradas que te haga una revisión estructural.

9. Jamás, pero JAMÁS, rechaces una modificación porque a ti tu elección «te suena mejor».

Hazlo, desde luego, si la razón del corrector ha sido subjetiva, pero si hay razonamiento técnico detrás, el que a ti algo te parezca más bonito o mejor no significa que sea correcto. El corrector tiene más experiencia que tú en ese sentido (esperemos) y entiende mejor que tú el funcionamiento del lenguaje. Consulta si tienes dudas, pero no entres en debates pedantes. NO seas aquel cliente que se inventó una declinación latina porque sí, porque le gustaba, ni aquel cliente que no quería que le corrigiera las faltas porque quería que su libro fuera «de la calle».

10. Lo barato sale caro.

Aquí no tengo que dar muchas explicaciones, ¿verdad?

11. Recuerda que esto es personal para ti, pero no para el corrector.

Quien te ha corregido ha visto, como mínimo, tres textos mucho peores que el tuyo en lo que va de mes. Muchas veces nos sentimos avergonzados: ¿qué pensará de nosotros quien nos corrige con todas estas meteduras de pata? Nos hartamos de justificar nuestros errores y despistes. De verdad, no es necesario. Quienes corrigen no tienen tiempo ni ganas de juzgarte. Son como el ginecólogo que ve una vagina. De verdad que ha visto, como mínimo, tres vaginas mucho peores que la tuya en lo que va de mes.

12. algunas correcciones no son para eliminar errores, sino para crear una coherencia de estilo en una publicación

Esto lo verás mucho en revistas y periódicos, pero casi todas las editoriales tienen sus preferencias en este sentido. Por ejemplo: en El fin de los sueños nos modificaron cuestiones de puntuación, no porque estuvieran mal, sino porque la editorial seguía las recomendaciones de José Martínez de Sousa sobre las de la RAE respecto a la puntuación con texto entre comillas. Esto lo explica bien aquí Marian Ruiz Garrido:

Al rato volvió. «Te traigo un regalito». Era el libro de estilo de El País. «Perdona, tenía que habértelo dado antes». Sonrió y se fue. Poco a poco me fui recobrando. No había sido por cuestiones gramaticales, sino por convenciones vinculadas a la línea editorial. Aprendí lo importante que es ajustar la propia voz al tipo de publicación y a qué llamaban «línea editorial».

El síndrome del primer libro (y cómo remediarlo)

Por suerte, el momento horrible de recibir un texto repleto de modificaciones es algo que experimentarás solo una vez.

Jajaja, no.

Experimentarás esa sensación de vacío en la boca del estómago cada vez que recibas correcciones. Por suerte también te pasará lo siguiente:

  • a) a medida que avances aprenderás y cada vez habrá menos tachones y
  • b) cada vez te importará menos, porque empezarás a ver las correcciones como algo muy positivo.

Ten por seguro, eso sí, que no eres el primero ni el último en pasar por ese bache, y que es una parte fundamental del trabajo del escritor. Si no te consideras capaz de lidiar con eso, no te consideras capaz de ser escritor.

Como dice Óscar Iborra en el artículo de Esther:

A quienes se estén enfrentando a críticas ahora les digo que no se desanimen. Que no se lo tomen a nivel personal. Que se desapeguen de su texto y no tengan miedo de borrar y reescribir. No pierdes lo que te hace escritor por destrozar lo que has escrito y rehacerlo. Es como una especie de miedo a perder algo concreto, el texto que hemos escrito, y no ser capaces de volver a escribirlo. Pero hay que pasar por ese proceso de perder lo que hemos hecho para crear algo mejor. Corregir nos hace más fuertes, nos hace más escritores.

Con todo, hay algunas cosas que te ayudarán a reducir el escozor:

  • Tu sistema de apoyo. Hay gente para todo, pero yo creo que el trabajo del escritor puede ser tan solitario y desagradecido que es importante tener una red de apoyo. Comunidades virtuales o reales, espacios de coworking o grupos online (como el ya mencionado Escritor Emprendedor), te ayudarán a superar los momentos de mayor inseguridad y frustración.
  • Entender que no eres el primero en pasar por esto. No te sientas idiota por sentirte mal: ¡es completamente normal! Recomiendo de nuevo leer las entrevistas de Esther para ver de qué modo lidiaron otros autores con este problema.
  • Leer un libro muy malo. Esto te parecerá una tontería, pero a mí me ayuda mucho. En mis momentos de bajona y duda leo algo terrible en línea o en papel y me digo que, por mucho que me falte por aprender, por lo menos no soy tan soberanamente inútil como Juancho Pérez, el de las novelas romántico-gores de vampiros hombres-lobo zombis.
  • Celebrar la corrección. Hay dos formas de hacer esto: 1) Aceptar que has llegado a una fase más de tu libro y que eres un superviviente fabuloso. Sal con tus amigos, ve al cine, pasea feliz a tu mantícora por un monte bonito y lustroso. ¡Enhorabuena! O también puedes optar por: 2) Chupito por cada gerundio que el corrector te ha eliminado.
  • Releer la opinión de las personas que se leyeron tu manuscrito y que se emocionaron con él. Las correcciones son la parte técnica: en realidad nos tomamos como algo subjetivo algo que debería ser robótico, una fase más de escritura, y nos olvidamos de aquello que es muy muy valioso: el placer de las personas que leyeron tu obra y consideraron que merecía mucho la pena.
  • Tomártelo como una experiencia de aprendizaje. Conviértelo en algo objetivo y menos doloroso incluyéndolo de forma activa en tu sistema de trabajo. Categoriza tus errores, crea listas de referencias que podrás tener a mano en las revisiones de tus siguientes textos. Esto te ayudará a ver la corrección como la herramienta poderosa que es.
  • Publica y comparte mucho, exponte constantemente a la crítica. La realidad del asunto es que cuantas más veces te corrija alguien, menos escuece. Esto también pasa, hasta cierto punto, con las reseñas. Pero de las reseñas hablaremos largo y tendido en otro momento, ya que dependen de factores muy distintos: la meta en una corrección nunca debe ser opinar, sino encontrar los fallos de un texto con el objetivo constante de mejorarlo y sacar todo su potencial.

Hay vida después de la corrección

Es muy normal que tras la publicación de un libro te sobrevenga una sensación de vacío y agotamiento. Puede incluso que tengas cierto bloqueo durante un tiempo. Muchas personas experimentan esa sensación antes, al recibir la corrección, así que entiende que esto nos pasa a todos, que no es que tú seas especialmente torpe. Muchos autores recomiendan parar la escritura un tiempo cuando termina el proceso de un libro, desconectar y descansar. Puede que eso te funcione, pero también corres el riesgo de que asocies ese libro con sensaciones negativas y cada vez te cueste más ponerte a escribir otra vez. Y cuanto más largo sea ese bloqueo más difícil será empezar de nuevo. Por eso yo suelo recomendar que no dejes de escribir en ningún momento: emociónate con una historia nueva lo antes posible. Durante unos días te costará horrores, pero poco a poco vendrá.

Una de las cosas malas (y buenas) de la escritura es que se trata de un trabajo de acumulación a muy largo plazo. Esto es malo porque el aprendizaje (y la venta de libros, ejem) es un proceso muy muy lento en comparación con otras habilidades. Pero también es bueno porque, a diferencia de las habilidades atléticas, por ejemplo, es algo que puedes desarrollar todo el tiempo que quieras. Es de los pocos trabajos donde serás mejor cuanto más viejo seas.

Y cuando tengas 76 años mirarás este artículo y te reirás por lo mal que lo pasaste en aquella primera corrección. 156 correcciones más tarde, te parecerá algo tan anodino como levantarte cinco veces a mear por la noche. Levemente molesto, pero necesario.

A no ser que para entonces seamos todos entidades avanzadas, grandes masas de carne fofa y sin forma con cerebros conectados a la nube, productos en masa de alimento y energía para nuestros señores los gatos robóticos.

En cuyo caso, es muy probable que todo esto de hablar de escritores y corrección se nos quede un pelín obsoleto, ¿no te parece?


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