«Describe con los cinco sentidos», te dicen, y procedes a crear descripciones barrocas, abigarradas, llenas de datos inútiles.

«Haz que el lector se emocione», comentan, y tu libro rebosa escenas lacrimógenas que hacen que la muerte de Chanquete parezca una fiesta con champán y castillos hinchables en comparación.

«El lector siempre tiene la razón», dice otro, y acabas escribiendo novelas que en realidad son fanfics entre tu mary sue y el cantante guaperas que está de moda.

«Te falta worldbuilding«, comenta otro más (¿por qué sigues escuchando a esta gente?), y a las 3000 páginas sobre industria, economía, política, gastronomía y especies de polilla, decides que no, que igual no te faltaba.

Todos sabemos que hay consejos y recursos que son armas de doble filo.

Ya he hablado de consejos para escritores que hacen más mal que bien. Pero luego resulta que hay recursos muy necesarios, tan necesarios que los metemos a bocajarro sin pararnos a pensar si los estamos usando bien.

recursos indispensables

Wenstrom y los tres recursos que tendrías que estar usando en tu escritura

Un ejemplo perfecto lo encontré en este artículo de Emily Wenstrom. En él, Wenstrom dice que hay tres recursos estilísticos que deberías estar usando en tu trabajo narrativo:

  1. Símil (comparamos un elemento con otro para entenderlo mejor. Por ejemplo: «Hablar contigo es como sacarle sangre a una piedra»).
  2. Metáfora (es una comparación con una traslación directa al segundo elemento, no usamos el como. Por ejemplo: No hay quien hable con la piedra esa).
  3. Personificación (aportamos sentimientos o acciones humanas a elementos inanimados. Por ejemplo: «El suelo acogió mi caída» o «¡Ya me ha arrancado otra pierna! Ese tractor me odia»).

No estoy de acuerdo con Wenstrom en que estos sean recursos indispensables en todo texto narrativo, pero sí que es cierto que las comparaciones en general suelen indicar que el texto ante el que nos encontramos tiene una función estética.

Sí, como lo leéis. Una de las cosas en las que coinciden bastantes estudiosos acerca de qué convierte una obra en literaria (y mira que es difícil que coincidan en algo) es en la presencia de determinados recursos estilísticos en dicha obra, que delatan una intención estética. En cristiano: que si usas una prosopopeya cruzada con una aliteración que está pariendo una anáfora, probablemente no estés escribiendo la lista de la compra (aunque hay gente pa tó).

Y el recurso rey es la comparación, ya sea mediante metáfora, símil, personificación o lo que quieras. Para algunos, como Paul Ricoeur, el poder simbólico de la metáfora, su referencia a una realidad comunicadora más allá del propio texto, configura la relación entre texto y lector. Es decir, la metáfora tiene el poder de dotar al texto de un poder expresivo múltiple, complejo. Crea una comunicación inesperada entre autor y receptor. Al referirse a varios mundos (el mundo del texto y el mundo exterior, conocido por el lector), forma nuevos caminos. Crea, en definitiva, otros mundos.

Esto es maravilloso, ¿verdad? ¡Con solo incluir una metáfora ya hemos enriquecido nuestro texto hasta límites insospechados! Ya estamos haciendo Literatura, con mayúscula. Ven, Harold Bloom, que me vas a tener que hacer un huequito en tu canon.

No tan deprisa, amigos, no tan deprisa.

A Ricouer solo le sirve la metáfora viva, aquella que todavía no ha entrado en el elenco conocido y más que conocido del lenguaje (aquella que todavía no está muerta); aquella que tiene un efecto sorprendente en nuestro cerebro.

Y aquí está el problema.

No sirve de nada utilizar metáfora, símil y personificación si no sabemos hacerlo. No podemos hacer todas esas cosas chachis en otros cerebros (lo que, a su vez, nos traerá gloria y riqueza y montones de jóvenes efebos y hermosas damiselas que nos abanicarán con plumas de avestruz mientras nos sirven en hermosas copas de vidrio de colores la sangre de nuestros enemigos) si no usamos bien estos recursos. Y os puedo decir, como lectora profesional y exeditora (es decir, como persona que ha leído todo tipo de manuscritos), que el mundo está repleto de metáforas mal hechas.

¿Pero cómo saber si estamos haciendo metáforas, símiles y personificaciones buenas? En mi experiencia, diría que hay dos reglas importantes:

  1. Si has leído algo antes en algún sitio, no lo uses. Olvídate de metáforas e imágenes sobadas (las perlas de tu boca), de comparaciones muy vistas (su cabello como oro) y de personificaciones que hemos leído mil veces (el agua que acaricia a la protagonista sensualmente mientras se ducha).
  2. Los recursos estilísticos deben tener lógica interna. Esto implica que las comparaciones no pueden tener un significado demasiado alejado de la realidad, que la relación que se establece entre ellos tiene que tener algún sentido. No vale decir «siento dinosaurios voladores en mi interior», por muy supermolón que suene, porque entonces todos imaginamos pterodáctilos abriéndose paso entre tus vísceras a pequeñas y largas dentelladas y es de lo más desagradable.

Hay algunas imágenes muy complejas, sí, difíciles de captar a la primera. Pero el ojo entrenado acepta su existencia y poder dentro de un todo sugerente, con un tema recopilatorio que otorga sentido a aquello que de entrada es misterioso, oscuro o extraño. Un buen ejemplo de cómo las metáforas cuya lógica se nos escapa (por lo menos al principio) pueden funcionar dentro de un todo coherente sería el Pequeño vals vienés, de Lorca (intentad leerlo sin la música de Leonard Cohen en vuestra cabeza, a ver si sois capaces). Estas metáforas complicadas son elementos dentro de un rompecabezas que aceptamos, porque entendemos que el rompecabezas existe, que hay una trama detrás, un todo coherente. Aceptamos también, ya de entrada, que posiblemente nunca sepamos qué quiso decir exactamente Lorca con «Este vals, este vals, este vals, / de sí, de muerte y de coñac / que moja su cola en el mar». Hay muchas interpretaciones, pero pensad, por ejemplo, que se refiere al color de la cola de un vestido de vals (o que el vestido lo lleva un chico, que moja su cola en el azul del vestido, ejem). A la vez es el mar que separa al poeta de su pasado y es una imagen que impresiona, enmarcada en el encuentro vida-muerte de todo el poema, poema de amor prohibido y de nostalgia.

hermenéutica

Una de las características menos conocidas de los gatos es la somnolencia irresistible que los invade en cuanto alguien empieza a hablar de poesía y hermenéutica. Curiosamente, esta maldición también aflige al ser humano.

Sí, sí, ¡ya voy, ya voy! ¡Prometo no dormiros más!

Vamos a lo que interesa: ¿cómo usar la metáfora en la narración?

Si nos vamos a la narrativa, no tenemos el abrigo de la lírica, la composición cerrada de un poema. Así que los que escribimos prosa tenemos que extremar el cuidado con estos recursos y respetar su lógica interna.

Por ejemplo, si digo que mi mesa es «suave como el rojo», queda curioso, llamativo, pero no tiene sentido: lo mires como lo mires, el rojo no tiene ninguna relación con la suavidad (a no ser que antes hayamos hecho referencia a algo que es rojo y suave, y hagamos un guiño bien apuntalado). Si digo que mi mesa es «suave como un conejo», tampoco termina de funcionar, ya que, aunque los conejos son suaves, la experiencia táctil que proporcionan no se parece en nada a la de una mesa. Si digo, sin embargo, que mi mesa es «suave como una lija», entenderéis todos de inmediato que mi mesa no tiene nada de suave (incluso podríamos apuntar ahí un componente de ironía), debido a que hay relación con la suavidad, aunque sea por oposición. Si el personaje está en mitad de un diálogo donde es consolado, y dice «deslicé los dedos por la mesa, bien lijada, suave como sus palabras», todo cobra un sentido comprensible y, a la vez, llamativo, ya que asociamos conceptos muy diferentes (mesa, palabras), mediante un vínculo coherente. La metáfora funciona porque usa conceptos que entendemos, los vincula de manera comprensible y… ¡tachán! Crea una realidad nueva. Misión conseguida.

Así, como veis, la lógica interna que rige a la metáfora, a la comparación en general, es muy compleja. No se limita simplemente a unir dos conceptos que suenan bien juntos. Y con la personificación pasa algo parecido. Queridos, el aire es aire. Démosle un descanso. A ver si podemos evitar que el aire abrace, gima, susurre, bese, hable y acaricie más de lo necesario. Y evitemos por completo que el aire haga cosas que le resultan imposibles hacer, como llorar, reír o saltar. La personificación también se rige por lógica interna: el viento puede gemir (por el ruido que hace contra los obstáculos con los que se topa); la niebla, por sí sola, lo tiene más difícil.

Es, sin duda, un trabajo complicado diferenciar una comparación potente de una que no lo es, pero os propongo un ejercicio que hago a menudo y que es de lo más efectivo: escuchad las letras de las canciones de moda. Son una fuente inagotable de metáforas manidas hasta el sacrificio tortuoso y cruel, y de comparaciones sin pies ni cabeza, hechas simplemente porque sonaban bien y encajaban en la rima del verso. Cuanto más escuchéis, más aprenderéis a reconocerlas.

La lectura también ayuda, claro, sobre todo cuando leemos a los grandes maestros de la comparación y la imagen (en el conceptismo de Gracián y de Quevedo, por ejemplo, hay una concentración de sentido que, en cuanto te pones a analizar un poco, te vuela la cabeza). Pero, metáforas aparte, ¿qué libros conviene leer en general?

Altucher, Clear y cómo elegir un libro

Aunque la mayoría de los que amamos la lectura acabamos con pilas de libros que compiten en altura con la torre de Pisa (y que están igual de peligrosamente inclinadas), no es raro encontrarnos con momentos de bloqueo lector. Ya sabéis, ese momento en que no terminas de dar con una lectura realmente buena, apasionante, importante.

Clear dice que es siempre una buena apuesta leer libros viejos.

¿Libros viejos? ¿Por qué? ¿No tendrán mucho polvo?

No, no esa clase de libros viejos. Clear se refiere a libros escritos y publicados hace más de diez años. Dice que podemos sacar una información más valiosa que de fuentes actuales rápidas y superficiales (como las noticias de televisión):

james clear

En principio, cualquier buen libro que tenga más de diez años está lleno de ideas que cambian vidas. ¿Por qué? Porque los libros malos se olvidan al cabo de una o dos décadas. Cualquier libro destinado a durar debe llenarse de ideas que resistan al paso del tiempo. Mientras, las noticias están llenas de información efímera. Justificamos la atención que les prestamos, porque pensamos que nos mantienen informados, pero estar informado es inútil cuando la mayoría de la información que muestran habrá perdido su importancia al día siguiente. Las noticias no son más que otro programa de televisión y, al igual que la mayoría de los programas de televisión, el objetivo no es ofrecer la versión más acertada de la realidad, sino la versión que hace que sigas mirando. No querrías llenar tu cuerpo de alimento de baja calidad. ¿Por qué llenar tu mente de pensamientos de baja calidad?

Esto también nos vale a los que escribimos. No te centres en las modas, en los temas de actualidad. Intenta llenar tus obras de ideas que puedan resistir al paso del tiempo. Yo no creo que Clear quiera decir que no tengamos que estar informados, pero sí que merece la pena considerar de dónde sacamos nuestra información. Y las ideas buenas, como él dice, pueden provenir de libros que han resistido el paso del tiempo.

No todos, claro (el Mein Kampf se sigue leyendo, aunque sea por morbo). Pero se sigue leyendo a Kant, a Kierkegaard o a Cervantes por algo. Acordémonos de complementar nuestra dieta lectora con nutrientes de libros antiguos.

Y hagamos también caso en este sentido de Altucher:

altucher

Me gusta leer libros con los que siento que mi CI sube mientras leo.

Altucher habla sobre todo de libros de ensayo, pero creo que también puede aplicarse a ficción. No, no es un mandamiento solo leer libros que te hagan sentirte más inteligente, libros de los que obtienes un curioso placer al poder seguir complejos hilos de razonamiento. Claro que hay que leer libros solo para entretenernos, para divertirnos. Pero, oh, ¿qué hay de esa sensación de terminar un libro y estar dándole vueltas durante semanas en tu cabeza, desentrañando cada hueco, cada frase, cada personaje, porque hay tanto, tantísimo, que desentrañar? Esos libros que parecen escritos con lupa, con tanta información valiosa que no sabes ni qué sentir cuando acabas. Hace poco leí uno así, y NO PUEDO DECIROS EL TÍTULO PORQUE TODAVÍA NO HA SALIDO AL MERCADO.

Mi vida es durísima a veces, lo sé.

Pero mi vida también es extraña, como la de todos. Lo dice David Cain.

Cain y lo extraño que es todo

En Raptitude, Cain asegura que todo es raro hasta que es familiar. Creo que por eso me gusta escribir sobre lugares y experiencias raras. Me gusta darle la vuelta a lo que dice Cain: me gusta hacer familiar lo raro. Tal vez eso sea propio del New Weird, no lo sé. Las etiquetas me hacen rozaduras en la piel.

david cain

Puedes ver lo raro en casi cualquier fenómeno normal si te imaginas cómo se lo describirías a alguien que no fuera de la Tierra ni de ningún sitio similar. ¿Cae agua de forma descontrolada del cielo? ¿La cultura popular está obsesionada con personas que fingen ser otras personas en imágenes que se mueven? ¿Comemos comida fresca que ha sido cultivada en el otro extremo del planeta? ¿Qué?

Raro, sin duda. Pone también de ejemplo Cain el tomar el sol. Sí, nos sometemos de forma voluntaria a la recepción de rayos nocivos hasta el punto de tener quemaduras de radiación en la piel solo porque nos gusta ese color morenito que nos deja.

cain2

Camus pensaba que nuestra demanda irracional de significado y sentido era fundamental para los seres humanos, y que nos traía muchísimo dolor. Veía solo tres maneras de responder a lo absurdo de la vida: podemos negar ese componente absurdo (normalmente diciendo que un dios lo ha diseñado así), podemos suicidarnos* o podemos aceptar esa rareza y vivir con ella plenamente entregados.

La última opción, decidió, era la buena. Cuando dejas de esperar que el mundo sea sensato, de repente todo tiene sentido.

Puede que sea por eso por lo que me gusta el weird, sobre todo si es un weird que no es demasiado extravagante, si está extrañamente vinculado a nuestra realidad. Porque en mi cabeza todo tiene sentido: el mismo que tiene todo lo increíblemente absurdo que nos rodea. Nada como cosas extrañas que se cuelan entre la realidad para reafirmarme en que en realidad no son tan raras: lo que hacen es que entendamos con mayor distinción la rareza auténtica del mundo en el que existimos. La fantasía nos ayuda a aceptar lo que de fantástico tiene nuestro día a día.

O posiblemente no. Posiblemente estoy enumerando razones donde no las hay, solo con la mezquina intención de que compréis mi libro.

Y termino hoy con un extracto de una entrevista reciente a la gran Ursula K. Le Guin, porque sí, porque leer entrevistas a Le Guin también te hace sentirte más inteligente:

Le Guin y los escritores viejos

La entrevista completa de Choire Sicha a Le Guin merece paladearse por completo (os prometo que no tiene desperdicio), pero por hoy creo que me voy a quedar con este parrafito, acerca de la dura realidad del «genio» del escritor:

le guin

LE GUIN: No creo que la gente escriba prosa narrativa muy bien hasta que llegan a finales de sus veinte. Escribir es un arte muy lento. La música puede ser un arte tan rápido y temprano… Un buen músico puede ser fantásico con 16 años. Pero cuántos escritores hay… quiero decir, hasta Keats está metiendo la pata con 16. Claro que, para principios de sus veinte, está escribiendo poesía inmortal, pero en realidad no hay muchos Keats. Ahí es donde ves un «don», hasta un punto milagroso. No puedes usar a los Keats para hablar de un arte o de una práctica o profesión. Los genios… están por ahí, haciendo sus maravillas.

SICHA: Nos estropean la escala al resto.

LE GUIN: Y eso está bien. Solo tienes que ser consciente de que no vas a llegar a eso, pero ¿y qué? Aún puedes hacer un trabajo hermoso.

Ahí está. Puedes hacer un trabajo bello. Puedes hacer un trabajo digno. No eres Keats, pero por qué querrías serlo. Tuvo una vida horrible**.

Tráenos algo hermoso.

 


*Respecto a esta opción como única respuesta, recomiendo con todas mis fuerzas El sentido de un final, de Julian Barnes.

**Bueno, no sé, esa fue una frase efectista. Igual el hombre era feliz entre la pobreza, la tuberculosis, el desamor y todo lo demás.


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