En inglés hay una expresión que me encanta. No sé si hay una traducción directa a nuestro idioma.
Control freak.
Una friki del control. Alguien que necesita controlarlo todo, una micromanager.
Yo soy eso.
Ser una friki del control tiene su lado bueno y su lado malo. Es estresante. Es imposible hacerlo todo. No delegas. Es, también, señal de que no confías en nadie.
Os voy a confesar un terrible secreto: cuando delego, las cosas no se hacen como quiero que se hagan.
Horrible, ¿verdad?
Por eso me gusta tanto esto de autoeditarse. Vale, no tienes tu libro en todas las estanterías del país, por lo que probablemente vas a vender menos. Tienes que ocuparte de asuntos de los que normalmente se ocupa una editorial. Pero cada venta que ves sabes de dónde proviene, sabes a qué esfuerzos responde. Sabes qué está funcionando y qué no.
Eso es lo bueno. Lo malo, repito, es que te obsesionas. Te preocupas demasiado. Me gusta tener dos libros en movimiento: uno autoeditado y otro publicado por una editorial competente. De uno me despreocupo, más o menos. Hasta ahora mi experiencia con la editorial ha sido muy positiva (¿y cuántos autores pueden decir eso?). Con el otro me desespero: es virtualmente imposible hacer todo lo que se supone que tengo que hacer para conseguir más ventas.
Y se supone que estamos aquí para escribir. Esa era la idea.
Chuck Wendig nos lo explica muy mascadito:
Wendig y el ciclo del escritor
Con tanta promoción, interacción con lectores, blogging, networking y todas las palabras inglesas absurdas que se te ocurran, a veces se nos olvida respirar un poco y recordar para qué hemos venido a este valle de lágrimas, cocodrilos y dinosaurios que es la escritura.
Piensa, planifica, escribe, edita, repite. Cada etapa lleva el tiempo que lleva. No hay reloj, no hay una pistola en tu cabeza*. Es cosa tuya decidir cuánto tiempo necesitas. Pero tómate ese tiempo. Róbale ese tiempo a otras actividades. Esfuérzate. Sé activo. Empuja, urge, gruñe, lucha, folla, escupe, consigue hacer las cosas. No te detengas. No languidezcas. No cedas a la inercia o al tedio. No caigas ante la duda o el miedo. No te pases demasiado tiempo analizando la industria. Sé un artífice, un creador, un narrador, un hacedor.
Demasiadas veces veo a escritores tirándose de los pelos porque las editoriales no responden a sus manuscritos, porque su libro no está vendiendo o porque se han atascado en una novela. No. No pares. Escribe, escribe, escribe. Para cuando esa editorial te conteste a ti ya debería darte igual porque tienes ocho manuscritos en manos de otras. Si nos quedamos en una esquina sentados y llorando a la espera de milagros, respuestas, superventas, nos estamos atascando en una parte imprescindible del proceso. Venderán los libros que menos te esperes, los relatos que escribas entre otros relatos serán los que ganen los premios. El cabrón de Murphy es así.
Varios lectores me han confesado que le roban tiempo a su trabajo para escribir. Casi parecen sentirse culpables por ello.
Todos tus compañeros están robándole tiempo a su trabajo. Para jugar al Candy Crush, para mirar Facebook, para cotillear sobre quién se está acostando con quién en la oficina, sobre quién ha matado más pterodáctilos en la salida semanal de caza. Por lo menos tu robo podría culminar en algo positivo para la humanidad (aunque eliminar pterodáctilos cuenta, creo).
Recuerda el mantra:
Piensa.
Planifica.
Escribe.
Edita.
Repite.
Infinitas veces, hasta morir.
Todo esto encaja muy bien con la filosofía de Austin Kleon.
Kleon y cómo ser verbo en lugar de sustantivo
Nos cuesta mucho decir aquello de «soy escritor». Para muchos, ni es una profesión ni es nada. Pero es taaanto más fácil decir que hacer. Decir «algún día escribiré una novela». «Cuando termine este relato lo mandaré a un concurso». «Mañana me pongo, seguro».
Mejor, tal vez, simplemente callarnos y escribir.
Mucha gente quiere ser el sustantivo sin hacer el verbo. Quieren el título de su oficio sin hacer el trabajo.
«Olvídate de ser un Escritor —dice la novelista Ann Packer—. Haz caso al impulso de escribir».
Libérate de aquello que intentas ser (el sustantivo) y concéntrate en el trabajo que necesitas hacer (el verbo).
Hacer el verbo te llevará a un lugar más lejano y mucho más interesante que si simplemente quieres el sustantivo.
Yo lo veo como un puente entre querer y hacer, entre potencia y acción. Ese puente puede ser intransitable, con aquello de la procrastinación, la falta de voluntad y las dudas. Pero se construye mediante la acción constante.
Decir que eres escritor tiene su importancia. Es una forma de gritarle al mundo que ahora tu prioridad es otra. Lo veo un paso decisivo. Pero más importante es hacer el trabajo, sufrir ese camino aburrido, rutinario y a veces desesperante de la entrega diaria, de la rutina amada, para alcanzar metas mucho más interesantes y lejanas, como dice Kleon.
¿Eres verbo? ¿O eres sustantivo?
Si nos concentramos en el ser por encima del hacer, a veces nos quedamos atrapados en nuestro propio ego, en nuestra propia luz. Y para eso os traigo a Aldous Huxley.
Huxley y cómo quitarte de tu propia luz
A Huxley me lo ha traído esta semana mi adorada Maria Popova, que parece que siempre sabe qué decirme, qué contarme en momentos de duda, pereza y desaliento.
Tenemos que aprender, digamos, a quitarnos de en medio de nuestra propia luz, porque con nuestro ser personal (este ser que adoramos de manera idólatra) estamos siempre de pie en la luz de este ser más amplio (este no ser, si preferís), que se asocia con nosotros y al que impedimos pasar al permanecer de pie en la luz. Eclipsamos la iluminación que viene de dentro. Y en todas las actividades de la vida, desde las actividades físicas más simples hasta las actividades intelectuales y espirituales más elevadas, todo nuestro esfuerzo debería estar digirido a salirnos de nuestra propia luz.
Ya seas externalista o internalista** con esto de la conciencia y el ser, me gusta leer a Huxley desde la perspectiva de quien busca producir arte. Cualquiera que haya creado, cualquier escritor o artista, reconoce la importancia del subconsciente, de aquello que asoma bajo nuestro rígido control. Muchos hemos escrito textos derivados de nuestros sueños, de nuestras fantasías (¿acaso no es toda ficción una gran fantasía?). Todos hablamos de apagar al editor interno para escribir, no solo para poder avanzar sin que la duda nos paralice, sino porque queremos acceder a la musa, a aquello que se esconde dentro de nosotros, para poder comunicarnos que aquello que se esconde dentro de los demás. De poco nos sirve esa vocecilla repelente diciéndonos: «Gabriella, ya está bien de meter personajes LGTB en todos tus relatos, vas a aburrir a los lectores hetero» o «Gabriella, qué asco, no, no, esa cosa de sangre y tripas no la puedes poner» o «Gabriella, no, no puedes hablar de ESO. ¿Y si se dan cuenta? ¿Y si alguien se cosca de que ESO eres tú, es una parte de ti?». Quien dice diciéndonos dice diciéndome. Qué pesadez de vocecilla, en serio. Qué ganas a veces de sacarla al patio de atrás y meterle un balazo entre ceja y… («Gabriella, no, no puedes decir eso que van a pensar que eres una persona violenta, tú, que llorabas cuando se te moría de hambre el Tamagochi, tú que odias a las cucarachas pero no puedes matarlas porque te dan pena»).
Salgamos de nuestra propia luz. A la mierda la vocecilla, a la mierda el ego. Mente en blanco. Nada, no hay nada. Solo el tú que nadie más sabe que existe. Solo tú y la hoja en blanco.
El raciocinio dejémoslo para la planificación, la edición y los juegos a los que nos gusta jugar con nuestras tramas y personajes.
Hablando de personajes…
McGann y la técnica del parche
Hace poco di con este artículo de Kellie McGann sobre caracterización de personajes que me encantó. Siempre he dicho que me gustan los personajes que tienen algo que los defina, algo diferente. Aunque muchos de los gestos acabamos eliminándolos por concisión, en El fin de los sueños les asignamos ciertos rasgos y gestos a nuestros personajes. Anna, por ejemplo, siempre se está tocando las manos. Lleva un anillo y juega con él. El anillo es importante porque es de madera, un bien escaso en el mundo en el que vive: el anillo representa su estatus social y, a la vez, la diferencia entre ella y nuestro mundo, el que conocemos, un mundo donde un anillo de madera cuesta dos euros. Anna se coge de las manos, estira los dedos, le da vueltas al anillo. También podríamos haber usado ese anillo como parte de un misterio: ¿de dónde viene, quién se lo regaló? En el caso de Anna, sabemos que es algo heredado de su abuela (de nuevo, no recuerdo si eso lo dejamos en el libro o recortamos: madre mía la de cosas que recortamos para no convertir aquello en un tratado arquitectónico-deontológico-social de un mundo posapocalíptico), pero lo podríamos haber usado para realizar la técnica del parche. McGann nos lo explica así:
El misterio es vital en cualquier historia. Podemos empezar un libro que tenga una premisa o trama interesante, pero cuando la historia falla porque le falta misterio, lo más probable es que lo dejemos.
Darle a tu personaje un secreto o un rasgo misterioso hará que el lector siga pasando las páginas.
Un parche en el ojo no es solo algo que te haga mirar dos veces, es algo que hace que te preguntes por el trasfondo del personaje.
Trabajamos duro para intentar que esos pasados sean interesantes, pero las historias no importarán si los lectores no tienen curiosidad por ello desde el principio.
Cuando era una niña, tenía un tío que tenía un ojo de cristal. Cada vez que le preguntaba me contaba una historia diferente. A día de hoy todavía no conozco la historia real, pero sigo preguntando.
Es algo que me gusta del Joker dirigido por Nolan: siempre cuenta una historia diferente acerca de cómo obtuvo esa dantesca y espeluznante sonrisa. Es algo en lo que estoy trabajando ahora mismo con un personaje: cuenta varias historias diferentes acerca de un hecho misterioso que interesa al lector. Siempre me han gustado los narradores mentirosos (pena que ahora se hayan puesto tan de moda, ¡pierdo puntos de originalidad!). Pero no es necesario trabajar con un narrador poco fiable: solo con darle a tu personaje un detalle físico o psicológico que haga que el lector se pregunte, que quiera saber más, ya has conseguido mucho. Uno de mis ejemplos favoritos es el ojo de Ariadna en La canción secreta del mundo (ya, sí, nepotismo y enchufe, para eso tengo un blog): tiene un ojo completamente negro, nada de iris ni blanco ni nada: todo el globo ocular es oscuro. Ariadna intenta disimularlo de mil maneras, ni ella misma sabe por qué es así su ojo; el lector se muere de ganas de saber. Es una manera muy eficiente de crear intriga.
Por último, cierro con uno de mis temas favoritos. Creo que a vosotros también os gusta: productividad para escritores.
Con el maestro James Clear, cómo no.
Clear y el método Ivy Lee
Esto empieza con una anécdota. En 1918, el magnate Charles M. Schwab, presidente de una corporación bruta de productores de acero, tuvo una reunión con el respetado asesor de productividad (sí, eso existía en 1918) Ivy Lee, pionero sobre todo en el campo de las relaciones públicas. Dicen que Schwab le solicitó una manera de que su equipo «consiguiera hacer más cosas«. Lee le pidió quince minutos con cada uno de sus ejecutivos y le dijo que no le cobraría nada: que al cabo de tres meses Schwab podía pagarle lo que considerase justo.
No es una forma muy inteligente de hacer negocios, creo, y tal vez sea embellecimiento de la historia. Pero cuando tienes esta mirada sabes que nadie escapa de tus redes, nunca:
A los tres meses, Schwab, bastante alucinado con los resultados, le pagó 20000 dólares de entonces, equivalentes a unos 365000 euros de ahora (según Clear, de mis matemáticas no os fiéis. Nunca).
Este fue el método que propuso Ivy Lee:
- Al final de cada día de trabajo, apunta las seis cosas más importantes que necesitas hacer al día siguiente. No escribas más de seis tareas.
- Ordena estas seis tareas por orden de importancia.
- Al llegar trabajo al día siguiente, concéntrate solo en la primera tarea. Termina la primera tarea antes de pasar a la segunda.
- Trata del mismo modo el resto de la lista. Al final del día, pon cualquier tarea no terminada en la lista de seis tareas para el día siguiente.
- Repite este proceso cada día laboral.
La eficiencia de este sistema se basa en su simplicidad, en su carácter limitador y en la importancia que le da a la monotarea y al enfoque. Al final, como veis, se trata de una cuestión de prioridades. Si quieres escribir, tendrás que convertirlo en una prioridad. Y te las vas a ver y desear para decidir qué eliminas de esa lista para que entre la escritura. Vas a tener que aprender a eliminar lo superficial, a decir que no, a dejar de preocuparte por lo que no te atañe.
Suena fácil, ¿verdad?
Todos sabemos que no lo es.
También insiste Ivy Lee en concentrarse en una sola tarea. Justo lo que no estoy haciendo yo, escribiéndoos y mirando Twitter y Facebook y el email y agobiándome por no saber a qué hora acabaré.
No hagáis como yo; haced lo que yo os digo. Una cosa a la vez. Solo las cosas importantes. Las que merecen la pena.
Pensar, planificar, escribir, editar.
Así, hasta la muerte.
*Aunque la hay, siempre la hay.
**No he encontrado buenos enlaces en español para explicar el tema del externalismo y el internalismo desde el punto de vista de la cognición. Si leéis en inglés, la Wikipedia tiene un resumen bastante más locuaz aquí.
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Muchas gracias por descubrirme este nuevo mantra que repetiré en futuros proyectos.
La verdad es que yo creo que somos muchos, aunque suene mal decirlo, que no nos gusta delegar tareas importantes como la corrección (el problema es que también queremos avanzar con otros proyectos), pero creo que es crucial lo que se señala en tu trabajo: ser el verbo por encima del sustantivo, HACER.
Me temo que muchas veces perdemos el tiempo planificando hacer muchas cosas, cuando lo importante es empezar con una e ir hilvanando (esta misma semana he dicho: «vale, he terminado esta novela, ahora toca ir sí o sí al registro de derechos de autor antes que sienta que no está acabada»). No me gusta demasiado esa gente que dice: «soy escritor», pero nunca escribe.
Y es que, a veces, consuela leer todo esto y aplicarlo, porque creo que hay una sensación muy extraña cuando terminamos novelas que nos han llevado mucho tiempo escribirlas: personalmente, me siento algo vacío y desorientado mientras comienzo el siguiente proyecto, pero bueno, este reportaje creo que me va a ser muy útil a la idea de orientarme.
Muchas gracias por escribirlo y recopilar estos consejos, la verdad es que tu web es todo un descubrimiento para los juntaletras.
«Y es que, a veces, consuela leer todo esto y aplicarlo, porque creo que hay una sensación muy extraña cuando terminamos novelas que nos han llevado mucho tiempo escribirlas: personalmente, me siento algo vacío y desorientado mientras comienzo el siguiente proyecto, pero bueno, este reportaje creo que me va a ser muy útil a la idea de orientarme».
Cierto. Nos pasa a todos. Se te queda una especie de resaca escritora que es muy curiosa. Lo ideal es empezar de inmediato con otro proyecto, si no corres el riesgo de caer en la bajona de fin de novela (¡existe!).
Gracias a ti por leer y comentar.
Yo digo mucho <> y no escribo ná, solo me imagino cosas con la mente. Creo que es hora de cambiar ese sustantivo y añadir el ¡VERBO! (que ya es hora, coñio!)
Gabri, ¿es mas complicado vender un libro autoeditado que otra publicado en una editorial? Yo he sido un lector del libro El fin de los sueños, meses atrás te he mandado un correo con mis impresiones pero, jamás, compraría un libro con pequeñas historias, me da igual cual sea el autor, como si es de un autor favorito. A mi lo que me gusta son leer historias completas y largas 🙂
Lo que si espero es tu próximo libro 😉 ¿Alguno habrá, no?
Alguno habrá, alguno habrá. Ahora mismo estoy terminando un primer borrador de un libro de herramientas para escritores (una especie de versión maxi de algunos temas que hemos comentado en el blog) y corrigiendo una novela juvenil que tal vez algún día consiga terminar de corregir de una dichosa vez y tal vez algún día vea la luz. Mientras, también escribo otras cosas. ¡Uf!
No es que sea más complicado vender autoeditado que publicado con editorial: depende de cómo te muevas, el seguimiento que tengas, la editorial en sí, etc. Como es lógico, se ha vendido bastante más de El fin de los sueños que de Lectores aéreos, primero porque la gente sigue prefiriendo el papel, y segundo porque la gente prefiere novela a relato (y tercero porque la distribución en librerías te da mucha visibilidad). Sin embargo, lo bueno de Lectores aéreos es que siempre va a estar ahí, puedo seguir vendiendo para siempre. La vida de una obra editada en papel de forma tradicional es mucho más corta. Así que, quién sabe, con el paso del tiempo podría cambiar la balanza entre ambas obras.
Besos y gracias por comentar.
A mí también me encantan los narradores que mienten, el caso del Jocker de Nolan es uno de mis preferidos, le da una oscuridad y un halo de magnetismo único al personaje.
No me gustan esas personas que se llaman alto y claro escritores, esas personas que nunca han terminado un relato, novela, poema… (vamos, algo), pero que llenan las redes sociales.
El subconsciente es la musa, la última vez que he leído acerca de este tema ha sido en “Zen en el arte de escribir” de Ray Bradbury. Y creo que es precisamente ahí donde sucede la magia, Bradbury habla de la dieta para la musa-subconsciente, de cómo casi de forma inconsciente los artistas vamos llenando este cajón desastre.
El ciclo del escritor es indispensable. Hace poco una amiga me decía: ¡pero para un poco! Acaban de salir publicados dos relatos míos uno en una revista y otro en una antología, pero lo que ella no sabe es que habían pasado meses desde que la última corrección con el editor. Tienes que estar trabajando siempre en algo nuevo, a veces ni te contestan, otras a pesar de tener ya cerrado el trato puede pasar cualquier cosa…
La ausencia de trabajo daña el proceso creativo.
¡Un abrazo! Como siempre me voy de aquí con la cabeza repleta de ideas (mi subcosnciente-musa se relame).
«El subconsciente es la musa, la última vez que he leído acerca de este tema ha sido en “Zen en el arte de escribir” de Ray Bradbury. Y creo que es precisamente ahí donde sucede la magia, Bradbury habla de la dieta para la musa-subconsciente, de cómo casi de forma inconsciente los artistas vamos llenando este cajón desastre».
Cosas que la dieta para la musa-subconsciente no debería incluir:
-Este calor del infierno.
-Pereza suprema.
-Comida basura.
-Alcohol.
-Fiestas brutas de cumpleaños.
Me da a mí que mi subconsciente-musa va a tener que andar de capa caída unos días 😛
Hermoso leerte Gabriella, y poder sentirme tan identificada :-). Gracias, gracias y más gracias!
¡Gracias a ti por leer y comentar!
[…] Arriesguemos, trabajemos duro, sacrifiquémonos para darlo todo en nuestro arte. Ya sabéis, el ciclo del escritor. […]
Tienes un blog maravilloso. Por fin busco algo y encuentro una respuesta a los que busco con claridad (no este post, sino todo tu blog).
Una duda en cuanto a los misterios de los personajes. ¿Es necesario que al final se sepa, por ejemplo, el por qué del ojo negro o se puede dejar en incógnita?
Muchas gracias!!
Ambas cosas pueden funcionar, pero desvelar el misterio de una forma inesperada puede ser un apunte muy chulo para añadir al final (o, por lo menos, bien avanzada la trama).
Gracias a ti por leer y comentar 🙂
A ti. Aquí un seguidor