«Lo que me cuesta es ponerme», me dicen, leo y oigo, esté donde esté. Sobre todo me lo dicen autores que llevan poco escribiendo (o los que escriben poco).

Lo difícil, dicen, es el acto de sentarse a escribir.

Los que sí llevan años escribiendo, soltando palabras como si fuera lo más importante del día (y del mes y del año), no suelen decir frases como esa, porque escribir es un hábito tan integrado que decir que te cuesta ponerte es un poco como decir que te cuesta almorzar o tumbarte en la cama por la noche. Aun así, creo que incluso estos maestros de la obligación sienten lo que podríamos llamar resistencia.

Esta mañana fui a nadar, como suelo hacer un par de veces a la semana. No tenía ganas. En el agua ya, sentí esa misma resistencia.

Noto también esa resistencia en otros sitios. Cuando hago yoga. Loca, loca, loca. ¡Con lo bien que estarías en casa sentada leyendo, viendo series, charlando por Facebook!

Es la misma resistencia que gruñe y se retuerce, que me ataca justo antes de sentarme a meditar. No hago más que romper con esa costumbre. Cómo cuesta ponerse a meditar. Es tal vez la resistencia más poderosa de todas.

¿Qué tienen en común todas estas actividades? No se trata de hacer algo que no me apetece. Muchas cosas no me apetecen, pero las hago sin más (bueno, tal vez con unas cuantas quejas y lamentos). Hoy leí un artículo llamado A New Theory of Distraction (Una nueva teoría de la distracción), y fue entonces cuando lo comprendí.

Lo que tienen en común todas estas actividades (escribir, nadar, hacer yoga, meditar) es que me obligan a estar conmigo misma.

Nada de distracciones: solo el teclado (o el bolígrafo), el agua, mi cuerpo y yo. Y en el caso de la meditación, lo más terrible de todo: conmigo misma y mis pensamientos. No pensar a secas, no. Eso lo hago mucho. Observarlos. Ver qué pienso, sin juzgar (y cómo me gusta juzgar). La resistencia de la que hablaba no es más que mi propia mente, acostumbrada al sobreestímulo constante de internet, de mi teléfono, de mi entorno tanto real como virtual, que chilla en busca de sus distracciones habituales. Porque no le gusta quedarse sola. Creo que no se gusta demasiado. Se considera un tanto aburrida.

Rothman y una nueva teoría de la distracción

Joshua Rothman habla en el New Yorker de una nueva integración de las dos teorías principales de la distracción. Para esto, nos explica estas dos teorías principales: la primera es que dichas distracciones vienen de los avances tecnológicos, demasiado rápidos para ser asimilados por completo por nuestro cerebro. Esta teoría es optimista, porque si la culpa de todo la tiene la tecnología, con modificar la tecnología lo solucionamos todo, ¿cierto?

El problema está en la segunda, cuyo arreglo no es tan evidente:

Joshua Rothman

Esta segunda gran teoría es espiritual: es que estamos distraídos porque nuestras almas están afligidas. Puede que el cómico Louis C. K. sea el mayor exponente contemporáneo de esta forma de pensar. Hace un par de años, en Late Night con Conan O’Brien, argumentó que la gente es adicta a sus teléfonos móviles porque «no quieren estar solos ni por un segundo, porque eso es muy difícil» (David Foster Wallace también veía así la distracción). La teoría espritual es aún más antigua que la materialista: en 1874, Nietzsche escribió que “la prisa es universal porque todo el mundo está huyendo de sí mismo«; en el siglo XVII, Pascal dijo que “todas las miserias del hombre derivan de no ser capaces de sentarnos en una habitación a solas, en silencio«.

A mi juicio (y al de Rothman), el problema está en que ambas teorías son compatibles. Unimos a nuestras tendencias evasivas una mayor proporción de distracciones fáciles. Rothman propone una nueva teoría de la distracción, una en la que en vez de evitar dichos estímulos, en vez de ofrecer esa resistencia, abandonemos las distracciones fáciles y repetitivas y nos concentremos en otras más intensas, más reales. Creo que Rothman está hablando, aun sin saberlo, del mindfulness, ese estar en el momento y realmente vivir cada experiencia, por banal que sea.

La resistencia está ahí, pero poco a poco aprendemos. A nadar, a meditar, a correr… a cualquier encuentro con nosotros mismos. Aprendemos a hacernos esa taza de té, sentarnos frente al teclado y a dejar que la musa baje (o no) y nos susurre (o nos chille), disfrutando de cada palabra escrita, bailando con cada frase como si a nosotros también nos fueran a cortar la cabeza a la mañana siguiente, pobres sherezades que somos.

No sé qué opináis: pocas formas de mindfulness encuentro, pocas formas de perderse (y encontrarse) en el momento tan poderosas como sentarse a colocar una palabra tras otra. Si determinadas actividades físicas podrían ser la unión de mente y cuerpo, la recuperación de nuestro espacio físico y mental, escribir podría ser un reencuentro entre nuestros miedos, emociones y subconsciente. Como soñar en vivo y en directo.

Insuperable, sospecho.

Thorpe y el desencuentro con los lectores

Rufi Thorpe, que hace poco publicó su primera novela, The Girls from Corona del Mar, escribió un artículo realmente fantástico llamado The Frightening and Wondrous Things That Will Happen to You When You Publish Your First Novel  (Las cosas aterradoras y maravillosas que te ocurrirán cuando publiques tu primera novela). Hay demasiado ahí que me hizo emocionarme, sobre todo cuando cuenta cómo reaccionan ciertas personas cercanas, personas no escritoras que se creen con todo el derecho del mundo a explicarle a ella, a la autora, todo lo que está mal en su libro. Y es que una cosa es leer una reseña en Goodreads de alguien a quien no conoces y otra muy distinta es que alguien con quien mantienes una conversación en vivo y en directo se empeñe en insistir, como si no lo hubieras oído nunca, todo aquello en lo que te equivocaste, convencido/a de que, mediante esta repetición de tópicos que ya has oído una y otra vez, te está haciendo un favor inconmensurable.

Y no hablemos ya de otro tipo de crítica…

rufi thorpe

Al principio esto hace que te sientas enfadada y luego arrepentida. Miras sus otras reseñas. Miras los libros a los que les dieron cinco estrellas. Una mujer, que te odió tanto que su reseña se convirtió en un sinsentido más o menos a la mitad, le dio cinco estrellas a un libro llamado: Teñido con nudos: Un misterio en el arte de hacer una colcha. Y entonces lo entiendes. Esta pobre mujer compró tu libro por error y acabó horrorizada. Te gustaría poder disculparte con ella personalmente y devolverle su dinero. Te encoges al pensar en cada joder que acosó a sus pobres oídos. Después de eso, ya no te tomarás las reseñas malas de forma tan personal, pero también te resultará más sencillo dejar de leerlas.

A veces tenemos que aceptar que nuestro libro no es para todos los públicos, que no está destinado a ser un libro para la mayoría, hecho para todos. Y creo que eso es bueno, que no lo sea. Siempre hacen falta libros a los que no se les haya recortado su personalidad hasta que solo queda lo de siempre, aquello que ni ofende ni entusiasma, porque lo hemos leído mil veces.

Y los comentarios también pueden venir de alguien muy diferente a la señora de las colchas, alguien que te recuerda a ti misma, hace mucho tiempo. Y es ahí donde piensas que tal vez todo eso de las reseñas y las críticas pueden servirte a ti también, no solo a los lectores, y no solo para mejorar lo que haces, sino para redescubrirte a ti misma:

rufi thorpe

Te habrás olvidado de ti misma. Habrás olvidado la belleza y la pureza y el dolor de ser tan joven. Estarás tan agradecida por haber recibido el regalo de que te lo recordasen. Estarás tan agradecida de que alguien haya leído tu libro y sentido esas sensaciones contigo y de que se haya hecho amiga del fantasma de tu mente.

Muchos escribimos con esa secreta esperanza. De que alguien se haga amigo/a del fantasma de nuestra mente.

Amis y romper la cuarta pared

Sí, sí, Martin Amis tiene mucho en su contra y no le faltan detractores. Pero cuando lo leo me maravillo ante su habilidad para crear música. Puedes coger cualquiera de sus párrafos al azar y analizarlo: una frase larga. Dos cortas, contundentes. Otra larga. Dos cortas más, afiladas. Otra larga, muy larga, recargada y aliterativa. Y al final, tres palabras, y la última tiene un contraste fonético absoluto con los sonidos de las anteriores. Solo entonces te das cuenta de las vocales predominantes en el resto del párrafo. Y las frases están sonando en tu cabeza, escuchas la voz del narrador como si escucharas la melódica seducción de un cantante experto (algo ronco, pero experto). Además, Amis abusa de los adjetivos con alegría y desenfado, pero los coloca con tal precisión que ni siquiera te das cuenta. Lo cual demuestra, una vez más, que no se trata de seguir «las reglas» a rajatabla. Se trata mucho más de entender el lenguaje y su ritmo, de entender cómo funciona y aplicar esos conocimientos. Para que luego digan que la sintaxis no sirve para nada.

Otro de los recursos habituales en esta sinfonía «amisiana» es la conversación directa con el lector, esa ruptura de la cuarta pared que puede ser tan magistral cuando se hace bien. Este extracto en concreto es de Dinero, en algunos de los momentos puntuales en los que el narrador no solo se dirige al lector, sino que le proporciona instrucciones de lectura:

martin amis

—Sí —dije y empecé a fumarme otro cigarrillo. A no ser que te informe de ello específicamente, siempre estoy fumando otro cigarrillo.

Las peripecias formales de Amis me impresionan, como me resultan impresionantes las de tantos otros escritores maestros. Es inevitable querer parecerse a tus héroes, querer convertirte tú también en algo brillante.

Porque lo peor que podemos hacer es contentarnos con ser mediocres, ¿verdad?

Manson y el atractivo de la mediocridad

El problema de la grandeza, como he comentado muchas veces, es que solo vemos los resultados. No vemos las horas de trabajo, el sudor y el esfuerzo, las peleas con el editor, los viajes personales, físicos y espirituales. Internet nos bombardea de imágenes y vídeos de personas que hacen cosas extraordinarias. No nos enseña el camino, el proceso. Como dice Mark Manson:

mark manson

Hay una especie de tiranía psicológica en nuestra cultura actual, una sensación de que siempre tenemos que andar probando que somos especiales, excepcionales siempre, pase lo que pase, solo para que ese momento de ser excepcionales desaparezca, arrastrado por la corriente de toda la demás grandeza humana que está ocurriendo de manera constante.

Todo esto va muy unido a las reflexiones de Manson sobre la cultura de la atención, en la que ya no importa tanto el dinero o poder que tengamos, sino el caso que nos hagan (un valor en gran demanda en una sociedad de distracción extrema).

Tal vez sea más útil aceptar que nos ignoran, aceptar que no podemos ser excepcionales siempre, como bien apunta Isaac Belmar:

Si hay un drama, no es el de que todo el mundo nos esté mirando y señalando con el dedo, es el de que somos insignificantes, en lo bueno y en lo malo. Y esos instantes en que no lo somos tampoco importan mucho, pues enseguida nos olvidan. Aquella vez que hiciste el ridículo ante quien te gustaba, aquel fracaso y aquel éxito… En realidad nadie miraba y nadie se acuerda.

Pero dice Manson que esa aceptación de la mediocridad, la aceptación de que, por simple estadística, todo está en contra de que alcancemos la cima, lo excepcional, es también una forma de liberación. Si no podemos ser excepcionales en todo, por qué no concentrarnos en una sola cosa. No necesariamente para ser genios ni sorprendentes, sino porque queremos:

mark manson

Tras esto, esa presión constante de tener que ser algo asombroso, ser el próximo éxito de moda, desaparecerá. El estrés y la ansiedad por sentirte inadecuado se disiparán. Y el conocimiento y aceptación de tu propia existencia mundana te liberará, te permitirá conseguir lo que realmente quieres conseguir, sin juicios ni pesadas expectativas.

Apunto otra perspectiva interesante. Aunque se nos bombardee con lo excepcional, esa no es más que otra indicación de lo fácil que es conseguir algo digno de admiración. En una cultura donde se habla mucho del esfuerzo, pero en realidad se practica poco, no hace falta llegar a la cima. No son necesarias las 10000 horas. No tienes que ser Hemingway, ni Amis, ni Franzen ni Cortázar. Con 1000 horas estarás muy por delante de todos los demás. Y tal vez no salgas en los periódicos, ni hagan un vídeo con tus méritos en Youtube con millones de visitas, pero podrás hacerte un hueco en tu nicho, en aquello que amas.

Como escribir, por ejemplo.

Al final supongo que se trata simplemente de liberarse de las expectativas. De las comparaciones, la frustración y la envidia.

Y seguir tu propio camino.



el cielo rotoBajo el segador había otro cruzado. Las espinas del monstruo lo habían perforado, pero su cabeza estaba intacta: serviría. Adra se acuclilló junto al cuerpo y se quitó el guante izquierdo. La mano que quedó a la vista estaba despellejada, recubierta de sangre seca; podía intuirse el entramado venoso entre los músculos y tendones. Arrancó la cota de mallas al cadáver y le desgarró la túnica para después colocar la palma de su mano sobre el corazón.

Este volvió a latir al instante.

(Engánchate ya a El cielo roto, de Gabriella Campbell y José Antonio Cotrina).