Ocurre en cualquier sector y en cualquier profesión: es difícil entender como consumidor, desde fuera, exactamente cómo se mueve todo por dentro. Los que no somos profesionales de la medicina no sabemos cómo funciona la industria médica ni cómo es exactamente el oficio del médico; los que no somos arquitectos no sabemos cómo diseñar una casa ni el trabajo que esto implica. Este desconocimiento es lógico: si quisiéramos saberlo y hacerlo todo no conseguiríamos acabar nada nunca. Y el sector de la escritura y de la edición no se libra: hay toda una serie de mitos curiosos sobre el mundo editorial que a veces me pregunto de dónde han salido. Tal vez parte de la culpa sean las películas de Hollywood, tal vez parte de la culpa sea de la propia industria, que gusta de presentar una imagen idealizada de su funcionamiento. Pero la realidad es que cuando alguien me pregunta a qué me dedico, muchas veces digo que soy correctora. ¿Y sabéis por qué? Porque si digo que soy escritora, tiendo a enfrentarme con alguno de estos puntos:
1) El autor vive de escribir:
Sin duda, mi favorito. Creo que a muchos lectores les sorprendería averiguar que incluso ciertos autores que en España se considerarían “superventas” no pueden depender de los ingresos que reciben por sus libros. La mayoría de los escritores complementan su actividad con cursos, conferencias, talleres, y, ¡sí!, escribir libros para otros (los famosos negros); o bien tienen un empleo “normal” (lo que implica levantarse a las cinco de la mañana para conseguir avanzar en tu novela). Tened en cuenta que los porcentajes que reciben los escritores por cada venta son mínimos, que muchas editoriales se retrasan en los pagos (o directamente no pagan), que hay que pagar IRPF y que el mercado español simplemente no es muy grande. Hay pocos lectores, a no ser que consigas que tus obras se traduzcan y se vendan en otros países (muy difícil).
Por otra parte, la vida comercial de un libro es muy corta: después de apenas unos meses, las librerías comienzan a devolver libros no vendidos para hacer espacio para novedades, por lo que el ciclo de puesta en escena es breve, pero los contratos editoriales pueden ser para muchos años, por lo que puedes tener un libro parado, sin poder moverlo y sin que te esté proporcionando ningún ingreso, durante siete años o más. Cierto es que hay géneros que venden más y otros que venden menos, pero en cualquier caso tienes que producir muchísimo para obtener una mínima rentabilidad por un libro. Hay escritores líderes en su sector que pueden pasar más de un año sin ver un duro en regalías, entre editoriales que cierran, anticipos (muy bajos) que no se cubren y mil razones más. Menos mal que tienen además una profesión “de verdad”, ¿eh? Porque si dependieran de lo que escriben, estos señores no podrían pagar su hipoteca ni alimentar a sus hijos.
2) El autor es un artista bohemio que vive feliz por poder dedicarse a lo que le gusta:
Este está relacionado con el punto 1. Para poder sacarle algún rendimiento a su trabajo, el escritor tiene que escribir MUCHO. Haced cuentas. Incluso si es una persona más o menos reconocida, que por lo menos tiene la suerte de tener editoriales medianamente solventes interesadas en su trabajo, no puede cubrir sus necesidades económicas anuales con un anticipo cada par de años y algún ingresillo de regalías. Debe complementar su escritura con otros empleos, como ya hemos dicho. Y este tipo de producción masiva (donde, además, tiene que mantener cierta calidad) requiere de disciplina y de una vida más o menos ordenada. Es fácil criticar a los que producen mucho (y es verdad que la calidad de las obras de los escritores muy prolíficos se ve afectada por esta falta de tiempo para cada producto, como es obvio), pero si eres un artista inspirado que conversa con las musas entre efluvios de alcohol y LSD probablemente veas afectada tu velocidad de producción (con la notable excepción de la generación beat estadounidense, Hemingway, y tal vez Edgar Allan Poe).
Y sí, utilizo palabras como producción y disciplina, que son horriblemente comerciales y frías, y necesarias para sobrevivir para el escritor medio. Por otro lado, el progreso no se obtiene sentándose a esperar a que vengan a visitarte las divinidades de la inspiración, sino currando como una mala bestia.
3) El autor es un robot sin sentimientos
No deja de sorprenderme que, pese al punto anterior, pese a esa imagen de bohemio artista ultrasensible, el lector tenga a la vez una percepción del escritor como un ente elevado, robótico, más allá de los sentimientos y emociones que aquejan al más común de los mortales. Cuando un escritor tiene una rabieta por una mala crítica, por ejemplo, los lectores se indignan. ¡Tenemos libertad de expresión! ¡Qué derecho tiene este a enfadarse si digo que su obra es una gran montaña de mierda humeante! ¡Yo soy el lector, el consumidor, su único objetivo es complacerme! Del mismo modo, los lectores se sienten con derecho a expresar todo tipo de barbaridades, a opinar sobre la vida privada y las intenciones de los autores, sin que se les pase por la cabeza ni por un segundo que los escritores, como seres humanos particularmente vanidosos, se buscan en Google.
Ah, sí, habéis leído bien. Todos lo hacen. Y algunos, los particularmente sensibles, en vez de lanzarse a su piscina de oro a lo Tío Gilito mientras se ríen de esos pobres que creen que saben de literatura, se van a llorar a una esquina, con las luces apagadas.
Menos yo, claro. Yo dejo las luces encendidas, que soy una valiente.
4) Escribir es fácil
Cuando leo que alguien tiene “una prosa sencilla”, siempre que no hablemos de prosa simplona, me llama la atención. ¿Sabéis lo difícil que es escribir bien con una prosa sencilla? Cuando somos jóvenes e incautos, todos queremos sorprender al lector con nuestra retórica amplia y extravagante, con nuestro dominio arcaico del lenguaje. Barroquismo y retruécanos, calambures y fuegos artificiales. Y acabamos con un montón de palabrería insulsa que realmente no dice nada.
Describir algo de forma precisa y fluida es difícil, j*****mente difícil. Muchas veces el exceso y el rococó son cortinas de humo para ocultar una ausencia. Esa prosa fácil de leer, amena y grácil, probablemente tenga un gran trabajo detrás (por no hablar de una buena maquetación). Del mismo modo, ciertos géneros menospreciados por ser, en apariencia, facilones, tienen toda una ciencia. La “alta literatura” siempre ha arrugado la nariz ante la space opera, por ejemplo, al considerarla simple evasión sin calidad literaria. Pero me gustaría a mí ver a alguno de esos autores de alta literatura escribir un párrafo sobre motores de taquiones, viaje hiperespacial y el ciclo reproductivo de determinadas razas alienígenas. Y lo mismo ocurre con el infantil, con el policíaco y, sí, hasta con el romántico (aunque todavía no se me ocurre ninguna excusa para lo de 50 sombras de Grey).
Por otra parte, hay una muy curiosa tendencia a pensar que una novela superventas de doscientas mil palabras se escribe sin experiencia previa, en un par de noches insomnes, con una botella de alcohol, una cafetera y un cenicero lleno de colillas. Gracias otra vez, Hollywood.
5) Los libros buenos se venden solos:
Si un libro es bueno, los lectores se lo recomendarán entre sí y venderá a un ritmo desenfrenado. Por desgracia, no es así. Como ya hemos hablado por aquí, hay libros muy buenos que no llegan a los mil ejemplares en ventas, y libros catastróficos que venden como si con cada compra te regalasen un chalé en la playa. Detrás de los libros hay grandes (y minúsculos) esfuerzos de promoción, distribución y etc. No es casualidad que los libros de grandes editoriales vendan más que los libros de editoriales pequeñas. ¿Significa esto que los libros de las grandes son mejores? De hecho, no. Es solo que a) una marca reconocible le ofrece mayor confianza al consumidor, b) la promoción hace que el título sea reconocible y c) una gran tirada y una gran distribución consiguen que un libro llegue a más puntos de venta. Claro que hay libros buenos que venden mucho más de lo esperado, y libros que superan esa vida tan corta de la que hablábamos y se convierten en productos de largo recorrido que ofrecen ingresos a largo plazo. Pero son minoría. Si escucháis (otra vez) la frase “es un libro que ha arrasado sin publicidad ninguna”, es muy probable que esa frase sea, precisamente, el eslogan publicitario para ese libro, ideado por una editorial de peso. Todo esto, por supuesto, está cambiando en cierta medida con el libro digital y el mercado de la autoedición vía Amazon, pero yo diría que es pronto para saber hasta qué punto.
6) Los libros son caros:
“En España los libros son muy caros” es una frase que he escuchado una y otra vez. En cierto modo este es un círculo vicioso, ya que la gente no compra libros con la excusa de que son caros y, al no haber demanda, hay pocas ventas, se producen tiradas más bajas y el producto se encarece. En un mercado como el británico, donde el libro es barato, se produce el efecto contrario: los lectores compran libros tirados de precio en grandes superficies que se hacen la competencia de forma atroz y consumen este tipo de ocio a una escala mucho mayor, por lo que las editoriales producen tiradas más grandes y los ejemplares son más baratos. Claro que hay muchísimos factores más (personalmente sospecho que el mal clima de Inglaterra hace que tengas más ganas de quedarte en casa leyendo en vez de salir a la calle a echarte una tapa con tus amigos, por ejemplo), y el mercado del libro en el Reino Unido ya no es el que era, pero es un ejemplo interesante.
Imaginad un libro que cuesta 20 euros. De esos 20 euros, una parte se va a impuestos, otra se va al autor, otra se va a la editorial, otra se va a la distribuidora y otra al punto de venta. Dentro del porcentaje de la editorial, esta debe pagar a lectores, editores, traductores, correctores, maquetadores, portadistas, diseñadores e imprenta. Solo entre distribuidora y punto de venta se está yendo entre un 40% y un 65% de esa venta. Una editorial media hará una tirada, con suerte, de 2000-3000 unidades, que rara vez se venderá completa (y que en ocasiones puede ser un fracaso total y vender menos de 500 ejemplares).
¿Os sigue pareciendo igual de caro ese libro de 20 euros?
De nuevo, el proceso cambia con el formato digital. Pero si quieres que tu libro esté bien visible, le estás dando más de la mitad de tu ingreso a la plataforma de venta. Vale, no tienes que pagar a una distribuidora ni a una imprenta, pero los demás profesionales intermediarios siguen ahí, siempre que quieras un producto con una calidad y estética aceptables. Es posible que si tu libro esté a 1,99 euros en Amazon vendas más ejemplares, pero también es muy posible que no, por falta de visibilidad y porque, ahí estamos otra vez, el mercado español es pequeño. Incluso un superventas del digital estará obteniendo unos ingresos escasos.
7) Las editoriales son ONG
Lo cual nos lleva al último punto. Si habéis hecho cálculos, habréis podido comprobar que las editoriales tampoco se están haciendo de oro con este negocio. Muchas editoriales sobreviven gracias al ocasional bombazo, a esa gallina de los huevos de oro que explota y alimenta el resto de sus inversiones durante varios años. Otras se especializan en formatos y géneros que les son rentables en ese momento (libros de texto, manuales técnicos, coleccionables, libros de viajes, etc.). También hay (había) un buen puñado de editoriales modestas que podían permitirse hacer un trabajo de lujo con títulos de baja rentabilidad comercial (poesía, relato, literatura experimental, mixed media, etc.) gracias a subvenciones. Constantemente cierran editoriales y sin embargo siguen fundándose editoriales nuevas, fruto del amor de unos cuantos por un trabajo que puede ser, seamos sinceros, bastante chulo. Las editoriales no son las malas de toda esta historia. Son empresas y, como tales, buscan beneficio (o por lo menos sobrevivir), hasta el punto de que con frecuencia tienen que rechazar obras realmente interesantes porque consideran que no serán rentables. Este comportamiento de empresa no excusa determinadas prácticas (de la misma forma que no son excusables en cualquier otro tipo de compañía), pero tampoco son el gran demonio que nos venden a veces. Es solo que entre autor y editorial suele producirse un enfrentamiento inevitable, ya que uno es el poseedor de una obra con la que tiene una vinculación emocional profunda, y para otro es, al fin y al cabo, un producto que tiene que proporcionarles ingresos (más allá del afecto que pueda sentir por este). El desencuentro es, cómo no, problemático.
¿Qué opináis? ¿Estáis de acuerdo con estos puntos? ¿Hay alguna otra creencia generalizada respecto al oficio de escribir y el mundo editorial que os toque especialmente las narices? No dejéis de comentar y/o compartir el artículo.
Editando a 1 de junio de 2015 (¡escribiendo desde el futuro!): Desde que escribí este artículo hace ya casi un año, y mis experiencias y percepción han cambiado en algunos aspectos y se han reforzado en otros.
Respecto al punto 1), he conocido, para mi sorpresa, autores que sí viven de escribir. Pero también os puedo decir que son muy pocos, que dependen de determinadas circunstancias (como, por ejemplo, colocar libros como ventas obligatorias en colegios e institutos o vender derechos al extranjero) y que con el estado actual del sector sus ingresos (tanto en ventas como en anticipos) son cada vez más bajos. Lo más común sigue siendo que dichos escritores complementen las regalías con trabajo de asesoría, docencia, edición, redacción y mil actividades más.
Por otro lado, he visto muy reforzadas mis impresiones del punto 5). He visto un caso concreto de un libro con un boca a boca brutal (comentarios, opiniones y reseñas extremadamente positivas por toda internet, recomendaciones de editores y profesionales del sector, etc.), que sin embargo no se ha traducido en las ventas que cabría esperar de dicho movimiento. No sé si esto se debe a la piratería (sé que muchos de los lectores entusiastas, paradójicamente, recurrían a versiones digitales de baja calidad descargadas de internet) o a que el seguimiento de un sector no tiene por qué realizar conversión en ventas, pero la conclusión, para mí, es que son raros los fenómenos donde un libro se mueva exclusivamente por el boca a boca. Para realizar las ventas necesarias hace falta el respaldo potente de una buena promoción, distribución y mil factores más.
Imágenes por cortesía de iosphere, hyena reality, Simon Howden, photostock, jannoon028, renjith krishnan, Michal Marcol / FreeDigitalPhotos.net
Hola Gabriella:
Soy Isaac, autor de uno de los artículos que has referenciado, el de los manuscritos rechazados.
Me ha gustado mucho esta entrada, se podrían decir muchas cosas del mundo editorial y el de la escritura, la verdad. Y las que has dicho están muy bien y son muy ciertas.
Un saludo, lo comparto y me apunto tu blog.
Nos leemos.
Isaac
Muchas gracias, Isaac, y también por tu artículo, que es muy interesante. Creo que refleja muy bien el problema de siempre: que al final poco tiene que ver lo que se publica con un criterio de calidad, sino que depende de cuestiones subjetivas (la opinión de los que realizan los informes de lectura, los contactos del autor, la oportunidad género-espacio-tiempo, etc.), por no hablar de la viabilidad comercial. Creo que ahí lo único que podemos hacer es intentar «educar» un poco al público lector para volverlo más exigente y crear una demanda diferente 🙂
Ay, quién sabe lo que es la calidad… Muchas veces yo no sé muy bien si un libro es bueno, sólo sé si me gusta. Lo que sí reconozco son esos libros muy malos, copias de la copia o que siguen la fórmula de siempre, manufacturados para ver si suena la flauta de vender.
Me está gustando tu blog, me quedaré por aquí de vez en cuando, que lo sepas. Veo que no soy el único con cierta clase de pensamientos y obsesiones.
Como supongo que todos los posts los anuncias en Twitter, me enteraré por allí, que es la ventana por la que más asomo.
A eso de hecho me refería. Hay baremos técnicos con los que es rápido desechar libros MUY malos (problemas graves de coherencia interna, desastres formales, diseños nefastos, etc.), mucho más difícil es distinguir entre el «creo que este libro es malo porque me aburre» o el «este libro es muy bueno porque me ha hecho llorar», por ejemplo. Una vez superados ciertos requisitos mínimos ya es más complicado valorar una obra. Pero al hablar de calidad me refería a superar esos requisitos mínimos.
Gracias por tus amables palabras, yo también estaré pendiente del tuyo 😉
Y sí, anuncio actualizaciones por Twitter, aunque también hay un botón de suscribirse aquí al lado, por si prefieres recibir avisos por email.
Y como Isaac lo ha puesto en twitter vine a verlo y por aquí me quedo yo también. Me parece muy curioso que aún haya gente que piense que el promedio de escritores puede vivir de, precisamente, escribir. Las cosas que has dicho son muy ciertas. Pero en uno de los puntos tengo algo que decir como lectora: Evidentemente pagar 20€ por un libro de calidad no me parece caro, pero para una persona como yo, que lee un libro a la semana, sí lo es, por eso compro mucho en edición digital, porque si no, no me saldría a cuenta. Supongo que son posturas difíciles de acercar porque lo que tú dices respecto a ese punto también es cierto. Biquiños!
Por supuesto. El libro no es caro de por sí, pero tiene un precio alto para el poder adquisitivo del español medio (y ahí entramos de nuevo en el problema mencionado de la oferta y la demanda, la ley del precio único y etc.). Por otra parte, los precios de los digitales todavía no se han estabilizado y en muchos casos son casi tan caros como los de papel. Nos espera un futuro editorial interesante.
Gracias por leer y comentar 😀
Todo el problema parte de una situación de abuso sobre los escritores de los que se podría decir que somos idiotas. Nuestra idiotez se puede excusar en el amor. El amor que sentimos por nuestros libros y el amor que sentimos por todos aquellos libros que nos han hecho vibrar produce unas ganas tan grandes de ver nuestra obra a la par con las otras que aceptamos condiciones de explotación pura.
Si un carpintero no ganara suficiente dinero haciendo muebles simplemente no los haría, pero como se necesitan esos muebles el mercado ya se adaptaría para que el carpintero se ganara la vida. Nosotros tenemos tantas ganas de publicar, que, aunque lloramos un poco, acabamos cediendo nuestros derechos por bastante menos de 30 monedas de plata.
Luego vendrán y te explicarán que si tanto por ciento por aquí, que si tanto por ciento por ahí, pero lo cierto es que de las novelas vive mucha gente, desde editores a transportistas, impresores o incluso, aunque mal, los dependientes del fnac. Y la única razón por la que ellos se ganan la vida y nosotros no, es por que ninguno de ellos trabajaría si no le pagaran lo suficiente.
Si la manera en la que funciona el negocio de la literatura no da para que el único de toda la cadena que es imprescindible viva con dignidad, habrá que cambiar el negocio o destruirlo si hace falta. Pero creo que deberíamos dejar de explicar el mundo editorial como si no pudiera ser de otra manera.
La gente necesita historias tanto como el agua o el aire que respira. Si todos los escritores dejáramos de publicar, tranquilos, que ya encontrarían la manera, que son muchos los millones de euros que se mueven gracias a nuestro trabajo.
Creo que el problema que comentas no es solo propio del escritor, sino del artista en general. No ya solo por esa idealización que se nos ha vendido desde siempre (que es lo que este artículo intenta desmontar un poco), sino por la necesidad de crear propia del ser humano, ese amor que comentas. Claro que la industria editorial puede cambiar (de hecho está cambiando), pero mientras siga habiendo intermediarios que se llevan la parte grande del pastel (las distribuidoras, las plataformas digitales, puntos de venta que se acercan al monopolio…), y el escritor siga dispuesto a plegarse a ese desequilibrio de oferta y demanda, esa cadena seguirá existiendo. Por otra parte, aunque hubiera menos escritores y estos fueran más exigentes, seguirían haciendo falta los demás profesionales (correctores, diseñadores, editores, etc.). Pagarle más y mejor al escritor solo encarecería el producto, al no ser que llegásemos a un estado perfecto de distribución directa, o los propios escritores pudiesen cumplir de manera aceptable las funciones de diseño, corrección y etc.
Gracias por leer y comentar 😀
Hola.
Me ha encantado el artículo.
Con tu permiso lo comparto en nuestro foro de facebook escrituracreativa.net.
Comparte, comparte 🙂
¡Hola!
Totalmente de acuerdo. No solo soy autora y sé lo que es dejarme los ojos, la espalda, los dedos, horas de sueño y demás por sacar adelante mis novelas para luego ganar, como mucho, 200 €. Además, trabajo en el sector editorial, y sé lo complicado que es vender una tirada muy corta que no llega ni a 500 ejemplares.
Queda mucho por batallar…
Sigamos luchando, Nisa.
Muchas gracias por leer y comentar.
Hola Gabriella;
Me gustaría felicitarte por este magnífico artículo. Textos como el tuyo ayudan a desmitificar la figura del escritor, cosa que me parece muy bien. Los autores sangran y lloran como todo el mundo. Y tienen facturas que pagar.
En especial me ha llamado la atención el último punto, donde te refieres al conflicto entre el autor y la editorial como algo inevitable. En ese enfrentamiento ambos tienen algo que perder. El autor puede salir herido por esa vinculación emocional profunda que tiene con su obra. He visto a muchos colegas salir escaldados por encontrarse en esa situación. Y luego está el conflicto de intereses a nivel comercial y de empresa, que ciertamente es algo que no se puede obviar. Como bien comentas, las editoriales no son una ONG y es triste que haya proyectos interesantes o de calidad que acaben descartados porque no van a ser rentables.
Volveré a pasar por el blog. Es una promesa.
Hasta la próxima.
Gracias por tus palabras. La unión entre artista y obra es muy peligrosa, en efecto. Nos desnudamos ante el lector, entregamos un pedazo de nosotros para conseguir crear algo que pueda significar, tener alguna importancia, y por ello nos exponemos por completo. Así que nuestra reacción es, inevitablemente, muy emocional. Y es difícil, además, mantenerse fiel a ciertos principios e ideales cuando la industria es la que es. Podemos cambiarla, claro está, pero es una batalla constante, y por otro lado algunas personas tenemos esa curiosa costumbre de comer más de una vez a la semana.
Gracias por tu promesa, espero volver a verte por aquí 🙂
[…] Siete cosas que muchos creen sobre el mundo editorial y que no son ciertas […]
Blanco sobre blanco, mi maquetación favorita…
Es muy interesante este artículo…
Pienso que eres afortunada porque has estado a ambos lados, en el lado de editora y en el de escritora… sí, he de reconocer que a veces vemos a las editoriales como la hidra de siete cabezas y bueno, tampoco es para tanto, claro está.
Yo he publicado tres libros con una editorial grande, y me pagaron un tanto por cada uno de ellos. Yo era joven y me pareció muchísimo, pero ahora comprendo que con ese dinero no hubiera sobrevivido mucho tiempo. Tienes toda la razón: a solo un adelanto modesto por libro y luego un 10% de derechos de autor, o publicas libro por mes o lo tienes muy crudo. Y luego los niños me preguntan en los coles a los (muy ocasionalmente) he ido a dar charlas si soy millonaria… Ejem. Como los jugadores de fútbol, sí, seguro.
Por otro lado, no deja de ser injusto. Un producto artístico (como un libro) le lleva muchas horas al autor, que, sin embargo, acaba ganando mucho menos que los intermediarios, y ahí sí que hay un cierto desequilibrio. Claro que esto también pasa en muchas disciplinas artísticas (por no decir todas). La solución (se me ocurre, así, improvisando) sería que los escritores pasaran a formar parte de la «plantilla» de la editorial por así decir y que esta les diese una asignación mensual decente, como la que reciben muchos profesionales que realizan otro tipo de trabajos, mientras que el autor se dedica a lo suyo, escribir, y publica libros (es decir, le entrega producto) a la editorial). Puede que no todos ellos sean obras maestras de inspiración divina que marquen un antes y un después en la existencia de la humanidad. Pero como escritora, disfruto con el simple hecho de escribir, de moldear palabras, crear historias… Y creo que podría hacerlo durante mucho tiempo, e incluso si algunas fuesen «por encargo» o tuviera que ceder en ciertos aspectos. No deja de ser un oficio, algo que simplemente se te da bien… Estoy pensando ahora en los mecenas que los pintores tenían en el pasado: les hacías sus típicos retratos de familia… etc. y a cambio esta gente adinerada les mantenía, y en sus ratos libres, los pintores podían dejarte llevar con obras mucho más personales. Pero es que entonces el artista era un artesano más, sin ese halo mágico que parece tener ahora y que adquirió en el romanticismo…
Y ahí me gusta mucho tu punto 2, 3 y 4, un artista no es alguien que se inspira solo entre vapores etílicos, sino una persona con grandísima voluntad. Y como tal, es un ser humano corriente y moliente que quiere ganarse la vida en este caso escribiendo en vez de haciendo muebles, enseñando, vendiendo… ¿qué hay de malo en ello? Todo el mundo necesita sillas en las que sentarse y también que le cuenten historias, no nos engañemos.
Un escritor puede estar «en plantilla», como comentas, en determinados ámbitos, como en la creación de contenidos, un sector que en España está creciendo poco a poco, pero no sería una inversión rentable para una editorial que publicase ficción, de la misma forma que estas tienden a recurrir a autónomos puntuales (en vez de a empleados) para corrección, traducción, etc. Es una cuestión de competencia: cuanta menos estabilidad tiene el trabajador, más podrá exprimirle la empresa, y en un entorno como el de la literatura de ficción, donde la oferta supera tantísimo a la demanda, las empresas se aprovechan de esto (muchas veces por necesidad, claro). Hay escritores freelance que trabajan por encargo (los famosos negros, por ejemplo), ya que es una de las pocas formas de hacer algo de dinero en esta industria (y tampoco mucho); y otros que tienen ya cierto recorrido y versatilidad y que igual te montan un libro de cocina que una novela histórica. Recuerdo que hubo una noticia hace unos años de que en Argentina estaban considerando pagarle un sueldo a los escritores que ya tuvieran publicaciones y cierto renombre, pero creo que todo aquello se quedó en agua de borrajas.
Por cierto, cuando dices «Yo era joven y me pareció muchísimo» respecto a lo que recibiste por tus libros, ten otra cosa en cuenta: ahora los porcentajes y los anticipos han bajado muchísimo por la crisis. Te pareció mucho, pero probablemente era mucho en comparación con lo que se paga ahora (ese 10%, por ejemplo, ya es difícil de encontrar) 😀
Magnífico artículo. Con el punto 4 me identifico totalmente, precisamente hace poco me preguntaron si ese estilo tan natural sale de corrido, así, como quien mantiene una conversación en un bar entre cañas y aceitunas.
Felicidades por tu trabajo. Lo comparto, que merece la pena.
«precisamente hace poco me preguntaron si ese estilo tan natural sale de corrido, así, como quien mantiene una conversación en un bar entre cañas y aceitunas»–> Jajajaja. No sé tú, ese tipo de pregunta saca lo peor de mí 😀
Gracias por compartir.
Me encanta tu página. Tenía que decírtelo.
Y yo agradezco mucho que me lo digas, Javier ^_^