Hoy en día usamos sublime como los estadounidenses usan awesome.

Awesome hace referencia a algo que despierta awe, una admiración tan grande que roza la incredulidad; sobrecogimiento; pasmo. Ya lo decía Louie C.K., se ha puesto de moda usar ciertas palabras para todo: hasta lo que desayunas puede ser awesome y no tiene por qué ser digno de Instagram, ni va a venir ningún señor de Michelín (los de la comida, no los neumáticos) a investigar tu alimento con una lupa y una cámara para hacerte un documental.

Es un texto sublime, es una película sublime, es un desayuno sublime.

Si dices sublime tres veces delante de un espejo, con un libro de David Foster Wallace en una mano y un cd de Mozart en la otra, se te aparecen ocho reseñadores blogueros, diecisiete periodistas, cuatro críticos de Rolling Stone y el peluquero de tu barrio.

Pero pocos recuerdan quién puso de moda aquello de sublime y qué significaba originalmente.

Hubo un señor llamado Pseudo-Longino, no porque fuera un Longino de mentira, sino porque los historiadores literarios todavía no están muy seguros de si era él, si él había escrito el libro que lo hizo famoso y toda esa problemática que solo parece concernir a los historiadores literarios.

El libro que lo hizo pasar a la posteridad se llamaba Sobre lo sublime, Miento, en realidad se llamaba Περὶ ὕψους, por si acaso hay algún lector de griego antiguo en la sala.

Pseudo-Longino vivió (creemos) entre el siglo I y el siglo III, y en aquella tradición neoplatónica resulta que este caballero ya sabía más de crítica literaria que el 99% de nosotros. Al hablar de lo sublime, desde luego no estaba hablando de sacar fotos con filtro en sepia a tortitas con jarabe de arce y arándonos frescos. Hablaba de uno de los tres estilos literarios de su época: el más elevado, el representado por autores de la talla de Homero. Este estilo tenía su propio léxico, ritmo y usos.

Una de las cosas maravillosas que he descubierto de Longino (leí Sobre lo sublime en la facultad, hace ya varios siglos o milenios, pero ha sido Umberto Eco el que me ha recordado lo bueno que era este señor en lo suyo) es que resume en cinco puntos muy específicos qué es lo que hace que un texto sea sublime. Es decir, qué le aporta grandeza. La perspectiva de Longino se aleja mucho de esa escuela de pensamiento que considera que lo único que importa en una lectura es cómo nos hace sentir. Sí, un texto puede ser orgásmico: hacerte llorar, reír, temblar, pero lo que Longino (y Eco, y yo, y una cantidad interesante de teóricos literarios y de profesores de escritura creativa) se pregunta es: ¿qué es lo que hace que un texto te haga llorar, reír, temblar?

texto sublime

Ah, el instinto, el talento, el genio, diréis (y dicen) muchos. Pero entre el siglo I y III, el señor Longino (pseudo o no) ya se planteaba que el talento no bastaba para crear un texto que hiciera que la gente se estemeciera. Esto, según Longino, es lo que hace que la gente se estremezca (aparte del sexo, Netflix y algunas chirigotas en carnavales):

Longino y las cinco fuentes de lo sublime

1. La capacidad de concebir nobles pensamientos

Sí, puedes ser el rey de la forma, pero ¿qué le ocurre a tu fondo? O te lanzas a la piscina y tocas el suelo y nos traes una trama de esas que nos dejan a todos con la boca abierta y los malvaviscos ardiendo sobre la fogata, o no eres sublime ni ná.

En resumen: ya puedes ser un escritor de artificio inmejorable, que si no sabes de nada, si no lees, si no te documentas, si no tienes curiosidad, si no tienes nobles pensamientos, de poco te van a servir todos los ejercicios de estilo que Chuck Wendig quiera ponerte por delante.

2. La capacidad de manifestar pasiones vehementes y entusiastas

texto sublimeTal vez "pasiones vehementes y entusiastas" tuviera un significado diferente para los griegos del siglo I.

Si no emocionas al lector, tu escritura se queda seca y vacía y, lo más importante, olvidada. Ya hemos dicho lo de llorar, reír, temblar. El lector quiere eso. Si no se lo das, te abandonará para irse a ver la tele, jugar al Candy Crush o a cualquier otro signo más del advenimiento del apocalipsis cultural. No. Tienes que salvar a la humanidad con la lectura, Tienes que demostrarme que este libro puede hacerme mejor persona, puede completarme, puede ser mejor que nada que haya experimentado jamás.

Recordad que con la capacidad de manifestar pasiones vehementes y entusiastas uno puede hacer disfrutar al lector de cualquier tema (yo lo intento hasta con la ortografía). Esta capacidad, en narrativa, se consigue mediante el conflicto, poniendo a tus personajes en situaciones realmente desagradables. Si no sabes para qué sirve el conflicto ni cómo crear tensión con tus personajes, lee aquí.

3. La manera de forjar las figuras retóricas adecuadas

Ahora parece que ya no se lleva estudiar retórica, nadie se acuerda de las pobres prosopopeyas, aliteraciones y sinécdoques. Y sí que es cierto que muchas figuras retóricas se han perdido con el tiempo, las modas y la falta de afición por manuales gordos llenos de palabras muy extrañas. Pero eso no quita que debes conocer tu lengua, debes conocer sus herramientas, debes estudiar a los clásicos (porque perduran) y debes conocer cuáles son los recursos que ahora te van a funcionar. La metáfora no pasa de moda, por aquello de las cosas raras que hace en nuestros cerebros, así que aprende a utilizarla. Aprende, también, qué figuras encajan dónde y cuándo usarlas. Aprende qué palabras funcionan en cada frase, qué instrumentos tienes a tu disposición.

4. La ingeniosidad de crear nobleza de expresión a través de los vocablos y del uso cuidadoso de las figuras

Como ya he dicho en el apartado anterior, cada palabra es importante. Cómo las colocamos, qué términos usamos. La elección de cada palabra influye en los efectos fonéticos, enunciativos e incluso emocionales de la experiencia lectora. Si cogemos, por ejemplo, este verso:

«Polvo serán, mas polvo enamorado»,

sabemos que encaja a la perfección en el soneto original de Quevedo. Si dijéramos:

«Serán polvo, pero enamorado polvo»,

el efecto es totalmente diferente, no solo dentro del poema original (que ya de por sí tenía limitaciones propias de la métrica), sino como verso independiente. Ese verso podría funcionar muy bien dentro de otro contexto, pero así, por sí solo, no es una oración especialmente atractiva.

La nobleza de expresión no es que tengas que hablar y escribir como un miembro de la aristocracia del barroco. Significa que tus palabras estén ordenadas y elegidas de tal modo que formen una estructura impactante, melódica, con función no solo intelectual, sino estética. Fijaos además que Quevedo tenía que seguir unas reglas estrictas de la literatura de su tiempo: no hay nada al azar en su soneto. La maravilla con la que leemos esa última declaración de amor tras la muerte depende de un cuidado esmerado por la forma.

5. La disposición general del conjunto del texto

Como hemos visto, la colocación de ese verso concreto también es esencial. Está muy claro que es un remate, una conclusión a todo lo que nos lleva a la declaración final. Sabemos muy bien que lo mismo ocurre en una novela: si revelamos lo más importante al principio, es más complicado mantener la intriga del lector durante el resto del libro (a no ser que convirtamos en un juego de suspense cómo ocurre lo del principio). Los fusiles de Chéjov y otras técnicas de anticipación hacen su aparición en el momento justo para captar nuestra atención (pero no tanto como para desvelar el resto del contenido de la obra), Sabemos que determinadas estructuras funcionan (aquí, por ejemplo, hablé de varias construcciones que suelen repetirse en novelas de éxito). Escribir con brújula está muy bien si tienes determinadas cosas tan asimiladas que no tienes ni que planteártelas, pero esta es la razón por la que muchos escritores usan escaletas y otros medios de preparación: para asegurarse de que el ritmo de su historia tiene la fluidez narrativa suficiente como para mantener el interés de sus lectores.

Todo esto tiene mucho que ver con la crítica. Donde haya literatura, donde haya teoría literaria (y sobre todo donde haya narratología), la crítica no está lejos. Y al contrario de lo que podríais pensar después de leer alguna reseña especialmente corrosiva, estas en realidad son aliadas.

eco y por qué los escritores somos philosophus additus artifici

Que no os espante el latín. Os prometo que todo esto tiene un sentido y un porqué.

Bueno, no lo prometo. Pero tengo esa esperanza.

Vamos allá.

Hay quien dice que el crítico es un escritor frustrado, pero yo no lo creo.

A no ser que hablemos de esos críticos que quieren que sus textos destaquen por encima de los textos analizados, en cuyo caso, sí, el crítico puede ser un escritor frustrado. Me refiero a ese crítico artifex additus artifici que quiere escribir mejor que el escritor al que analiza, que quiere acaparar la atención aun hablando de otro. Vuelvo a Eco y cito:

Ambos modos se pueden practicar según dos líneas que, como ya decía Croce, pueden definirse como la del «artifex additus artifici» (artista añadido al artista) o la del «philosophus additus artifici» (filósofo añadido al artista). En el primer caso, el crítico, más que explicarnos la obra, nos ofrece el diario de las propias emociones en el transcurso de la lectura, inconscientemente intenta superar en excelencia al objeto de su humilde dedicación, a veces lo consigue y conocemos perfectamente páginas sobre literatura que son más hermosas, literariamente, que la literatura de la que hablan (…).

Ahí tenéis la distinción. Hay críticos que en realidad quieren ser escritores. Críticos que quieren presumir de su habilidad mientras hablan de otros. Esto puede ser bueno (hay críticas fantásticas con intención estética aparente), aunque tiendo a pensar cada vez más que si el estilo excesivo oculta un contenido inútil, pueden quedarse con su palabrería. Cuando era adolescente, una compañera y yo sacábamos las mismas notas con nuestras críticas literarias. Las suyas eran de un folio, las mías de cinco. Decíamos lo mismo (pero yo citaba a Shakespeare).

Creo ahora, estoy convencida, que las suyas eran mejores.

Pero vayamos al escritor.

Hay quien dice que el crítico es un escritor frustrado, pero yo no lo creo. Creo que es al revés. Que los escritores somos críticos, a veces frustrados con nosotros mismos.

Que se lo digan a Joe Abercrombie, uno de los autores del fantástico del momento:

joe abercrombie

(…) durante los últimos meses he estado produciendo ideas para una nueva trilogía en el mundo de la Primera Ley, y he empezado a experimentar con los primeros capítulos, que tienen buena pinta, a pesar de esos bajones tradicionales y totalmente predecibles que me llevan a un abatimiento pesimista. Es algo extraño: no importa cuántos libros escribas, nunca te sientes preparado para el que estás escribiendo ahora.

Un buen escritor puede ser un muy buen crítico, por aquello de que con la práctica es como mejor se aprende; cuando has tenido que lidiar con todos los aspectos técnicos que hay detrás de una novela: puedes entender mejor los engranajes que hacen que otra obra funcione o deje de funcionar. Y los escritores somos críticos cuando leemos: no leemos solo por placer (aunque a veces también), sino que leemos analizando, deconstruyendo, intentando entender qué podemos usar de aquello que tan bien resulta. Por eso se dice que debes leer a autores muy buenos si quieres aprender a escribir: pero debes leer como un crítico.

Debes ser un philosophus additus artifici. Pensar sobre el arte.

texto sublimeOtra formas de pensar sobre (h)el-arte. Sí, he hecho ese chiste.

Ser un crítico no significa criticar, tal y como solemos entender la palabra. En la mayoría de las escuelas de pensamiento literario, el crítico es quien es capaz de descomponer y recomponer un texto para explicar por qué una obra nos produce el efecto emocional que nos produce. ¿No es maravilloso? Un crítico analiza esos cinco puntos que convierten a un texto en sublime. Es como un científico que explora las células que forman el ser humano o un astrofísico que investiga las estrellas. Buscamos mapas para el territorio desconocido que es el arte, para que podamos navegar por un mar donde, sí, hic sunt dracones.

Creo que todos los escritores debemos aprender también a ejercer de críticos, en ese sentido. Como lectora, puedo dejar reseñitas subjetivas en Goodreads sobre mi experiencia personal con un texto (y ese texto que he leído puede ser, por qué no, sublime). Como escritora, mi experiencia tiene que ir más allá. Claro que debo leer por placer, para llorar, reír, estremecerme. Pero también debo leer como crítico: debo leer como analista y como científica, debo explorar las estrellas.

Esto es lo que aprendemos de Longino, de Eco, y de todos los críticos que han sabido desentrañar la esencia de un texto. Ver magia está genial, pero, si quieres ser mago y quieres hacer magia, ¿no tendrás que entender cómo funcionan los trucos?

«Yo solo creo en el talento» es como decir que crees en la magia. Está estupendo (y ha servido para los guiones de incontables películas de Hollywood), pero intenta concentrarte mucho cuando saques al conejo de la chistera, intenta hacer magia. Por mucho que te concentres, si nadie ha colocado allí al conejo de manera ingeniosa y escondida, el conejo no va a salir.

A no ser que estés hasta arriba de drogas alucinatorias, claro. Es posible que ahí salga un conejo y, si eres Philip K. Dick, una novela o tres.

Vicent y la polémica

Esto último que he dicho es bastante polémico. Sigue habiendo una corriente de pensamiento muy poderosa que apunta hacia el talento y la musa como únicas necesidades del escritor. Es una idea que nos enseñan desde pequeños, desde ese momento en que un profesor de colegio nos dice que tenemos habilidades para la escritura, que somos muy buenos. Hace poco leí un comentario de algún psicólogo que decía que tal vez sería más útil decirle a los niños «esto lo has hecho muy bien» en vez de «eres muy bueno en esto». Ser muy bueno en algo implica que es innato, que no tenemos que esforzarnos para conseguirlo. Al decirle a un niño que ha hecho algo concreto muy bien, implicamos que ha puesto esfuerzo en ello, que tiene mérito. Le estamos enseñando que las cosas se consiguen con tesón, no tirados en el sofá comiendo Doritos (a no ser que de mayores quieran ser betatesters oficiales de aperitivos de maíz, que es una profesión tan noble como cualquier otra).

Es como aquella famosa escena en Tesis, cuando uno de los personajes le dice a la protagonista que está buena. Ella, sin saber muy bien cómo contestar, le da las gracias y él le contesta que no las dé, que estar buena no es mérito suyo. Podríamos discutir sobre la verdad de este comentario (obviamente la chica pone algún esfuerzo en su apariencia, así que cierto mérito si tiene), pero siempre me recuerda al tema de los escritores. «Es que a ti no te cuesta nada» o «es que a ti se te da genial y a mí no» no son cumplidos halagadores. Por supuesto que, en el caso del mismo esfuerzo aplicado, entre dos personas de diferente talento, será mejor quien tenga un talento superior. Pero decir que alguien hace algo bien porque tiene una habilidad innata es como decirle que sus años de esfuerzo y sacrificio en realidad no valen nada.

Este es un concepto que siempre me ha acarreado discusiones y entiendo bien el porqué. Del mismo modo, esta no es más que una opinión personal elaborada basándome en mi experiencia y en la experiencia de todos los escritores (y artistas) que conozco que han disfrutado de algún éxito, que han producido obras de alta calidad. Sin duda Enrique Corominas estaba haciendo dibujos con quince años que ya nos gustarían al resto, ¿pero sería un artista reconocido de no haber dedicado su vida al dibujo? Como dijo en una ocasión mi admiradísima Medusa: cuando otros salían los fines de semana, yo me quedaba en mi casa pintando.

No obstante, cualquiera podrá venir y demostrarme que me equivoco. Podrá venir un chico de dieciséis años con un CI de 210 y una habilidad prodigiosa para la literatura a enseñarme la obra magna que escribió ayer sentado en el váter (aunque sospecho que no será más que la excepción que confirmará la regla).

Entonces, si puedo equivocarme y si, además, está claro que es un tema que pone algo nerviosas a algunas personas, ¿por qué expresar una idea polémica? ¿Y por qué expresarla en un blog, por ejemplo?

Hace poco, leí un artículo de Jaume Vicent donde reflexionaba sobre este tema desde el punto de vista de su experiencia personal con su web Excentrya, Curiosamente su artículo arrancaba de uno mío, así que con esto espero continuar un curioso ciclo de conversación en el que entramos a veces los blogueros de un mismo sector.

Vicent habla, y con razón, del peligro de los artículos controvertidos. Algunos conceptos son muy emocionales, afectan a nuestra vida personal y suscitan peleas e insultos. Y muchas personas consideran que internet no es de verdad, sino que todo lo que se diga en línea no cuenta. No es más que un mundo virtual donde cada uno puede decir absolutamente cualquier cosa, sin pararse a pensar un segundo que lo que hay al otro lado de la pantalla también es un ser humano.

Como bien apunta Vicent al comienzo de su artículo, creo que hay que hacer una distinción importante entre la polémica clickbait y la expresión de una perspectiva diferente a la habitual. Si yo llamara a este artículo «Tu talento no sirve una mierda», lo visitaría mucha más gente de la que va a visitar este artículo de recortes donde, casualmente, hablo de la crítica y de la labor de esta desde la perspectiva del autor.

Nunca vas a convencer a alguien que no se quiere dejar convencer. Por cada dos personas que consigas que reflexionen sobre un tema vas a tener a ocho gastando el teclado con respuestas larguísimas de por qué no tienes razón (y su punto número 1 será algo así como «eres idiota»). Y utilizar una polémica cualquiera para obtener clics no va a conseguirte un público fiel (a no ser que lo hagas siempre y gustes al tipo de persona a la que le gusta una buena pelea constante), ni va a contribuir a crear un ambiente donde los lectores sientan que pueden comentar y aportar algo sin temor a que se les insulte ni ridiculice por ello.

Si eres escritor y tienes un blog, habrás escuchado muchas veces eso de que los artículos polémicos atraen visitas. También es cierto que a veces escribirás cosas polémicas sin ser consciente de ello, sin saber que para otras personas son temas sensibles. O tal vez sientes que debes hablar de algo porque nadie lo hace, porque es importante hablar de ello. Sea por la razón que sea, me quedo con el consejo de Jaume:

jaume vicent

Creo que se aplica bien a la ficción: no escribas textos rompedores, controvertidos y desafiantes para conseguir lectores. Escríbelos porque el mundo también necesita textos rompedores, controvertidos y desafiantes.

Con la ficción tenemos el escudo de Oscar Wilde, la idea de que el arte no es moral. Lolita es una gran obra de arte aunque moralmente pueda resultar repugnante para muchos.

Pero considero que también nos debemos a nosotros y a nuestros lectores cierta responsabilidad, cierta coherencia.

No escribas para que pinchen en tu título. Escribe porque tienes algo importante que decir.

Lo cual no quita, claro, que puedas escribir títulos increíblemente atractivos.

Eres al fin y al cabo, artista. Escritor. Y crítico. Y a veces incluso tu propio departamento de marketing.

¿No es esta la mejor profesión del mundo?

 


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