Empecé este artículo con un detallado análisis del evento del siglo, que fue mi cumpleaños.

Os hablé de las incontables maravillas, de las gestas inconmensurables, de los momentos que bardos y telecomentaristas narrarán por los milenios de los milenios, hasta que no seamos más que polvo de estrellas en un universo nuevo. Y aun ese polvo recordará, recordará acerca de lo que aconteció el 6 de agosto de 2015.

Pero entonces fui a guardar el borrador en WordPress y me salió una página de error.

Y todo se perdió para siempre.

Así que mejor hablo de literatura y de escribir, que es para lo que habéis venido.

Barr y lo que realmente hacemos con nuestro tiempo

Cuando hablo de productividad, de lo primero que hablo es de prioridades. Si no tienes claro qué es lo más importante para ti, de poco servirán mil técnicas de productividad. No sirve de nada hacer la mayor cantidad de trabajo en la menor cantidad de tiempo si tu trabajo no vale para nada, si no te aporta nada. Si no le aporta nada a los demás.

Si analizamos a lo que dedicamos nuestros días, nos sorprende lo que descubrimos. Pasamos mucho tiempo apagando fuegos en lugar de pasarlo construyendo casas resistentes. Si nuestras casas son de papel, nuestra vida se limita a lidiar con incendios.

Una amiga me preguntó el otro día si no encontraba que, por muchos sistemas de productividad que implementase, había un tiempo limitado al día y sencillamente todo NO se podía hacer. Por supuesto que sí. Me pasa constantemente. Por eso tengo que estar preguntándome siempre qué sobra. Y cuando te deshaces de lo que te sobra llegas, muy poco a poco, a lo importante. Importancia por eliminación.

No es una revelación que venga de golpe, que te cambie la existencia. No es algo que haga que ya puedas recostarte en tu tumbona y olvidarte de todo, feliz con tu nueva vida perfecta.

Antes de nada, como dice Corbett Barr, tenemos que ponernos serios. Tenemos que analizar a qué le estamos dedicando nuestro tiempo.

¿Cuántas veces habéis oído lo de «es que no tengo tiempo para escribir»? O lo habéis pensado. Oh, cuántas veces lo hemos pensado. Y sí, es cierto, muchos no tenemos tiempo para escribir (yo anteayer escribí a las tantas de la mañana, unas líneas zigzagueantes a boli en la libreta, borracha de celebración cumpleañera. Y de alcohol, de alcohol también). Últimamente tengo la sensación de que le robo tiempo al tiempo para ciertas cosas.  Y es bonito (y cómodo) refugiarse en eso. En pensar: «qué agobio, es que no tengo tiempo para nada».

Hasta que, como también dice Barr, empiezas a medir:

corbett barr

Me encantaría ponerme en forma, o aprender a tocar la guitarra, o pasar más tiempo con mis niños o aprender otro idioma, pero es que estoy demasiado ocupado.

¿En serio? ¿Cuántas horas de televisión has visto esta semana? ¿Cuánto tiempo has pasado navegando por internet de manera inconsecuente?

Cuando pienso en lo ocupada que estoy, pienso en las veces que me he caído por un agujero Facebook, Twitter o Wikipedia. Ups.

Claro que necesitamos distracciones. Pero creo que deben ser distracciones elegidas. Yo juego al Hay Day en mi tablet. En los tiempos y horarios que yo elijo. Es un juego completamente idiota, sin necesidad de grandes estrategias ni emociones. Me limpia la mente. Lo que no me limpia la mente es andar abriendo y cerrando pestañas y leyendo tonterías, pinchando en clickbait que nada aporta a mi salud mental, metiéndome en guilds del WoW donde se me exigen cinco horas diarias para ir de mazmorras. Dicen que el cerebro necesita 20 minutos para volver a concentrarse en una tarea, una vez lo has interrumpido. No sé si es cierto, me parece un poco exagerado. ¿Pero y si fuera verdad? Da miedo pensarlo. Cada vez que pinchas sin pensar en la pestaña de Facebook, son 20 minutos de tu trabajo que has perdido.

Si crees que estás demasiado ocupado/a para escribir, y crees que realmente quieres escribir, usa RescueTime para analizar tu uso de programas, aplicaciones e internet. Somos optimistas al pensar en nuestros progresos y a lo que dedicamos nuestro tiempo. La realidad suele ser una buena llamada de atención. Y medir lo que hacemos, como dice James Clear, es una suerte de estetoscopio para ser más conscientes del latido de nuestra propia pereza y distractibili… distraccionabili… habilidad para distraernos.

Y repito lo de ¿realmente quieres escribir? Cómo cualquier otra habilidad o afición, hay tres razones para practicarla:

  1. Para divertirte y pasar el rato.
  2. Para divertirte y pasar el rato y ser el mejor escritor de todos los tiempos.
  3. Para ligar.

Si buscas el 2, lo siento mucho. Tendrás que eliminar todo aquello que no sea primordial. Todo aquello que no te haga mejor escritor/a, de forma directa o indirecta. Y eso es duro.

(El 3 también funciona, pero tienes que ser muy bueno también. Copiar a Bécquer o escribir horteradas en el muro de Facebook de tu amada no sirve).

¿Suena muy extremo? Entonces quédate con el 1. Pero no vengas quejándote porque nadie te publica/nadie te lee/el mundo es injusto y otros escritores han llegado más lejos que tú. Los demás estamos demasiado ocupados intentando ser el mejor escritor de todos los tiempos (o ligando) como para hacerle mucho caso a tu lloriqueo.

Por cierto, una de las cosas que más tiempo quitan a un escritor son las giras: las lecturas, presentaciones y etc. Independientemente de que sirvan de algo o no, pueden dar anécdotas curiosas. John Williams ha recopilado unas cuantas para el New York Times, y esto fue, para mí, lo mejor:

Gary Shteyngart y la importancia de cada lector

Al principio, cuando somos nadie, cada lector es un descubrimiento, un milagro. Luego, si las ventas crecen un poco, si tenemos la suerte de dar con distribución nacional o alguna barbaridad de esas, los lectores se convierten en algo más informe, una masa lectora y crítica con la que mantenemos una extraña relación de amor y odio. Por eso me gustó esta cita de Shteyngart. Habló de sus terribles experiencias leyendo su libro ante grandes salones vacíos, inmensas estancias llenas de sillas y vacías de personas. Eso es algo que se le ha quedado grabado a lo largo de su carrera literaria:

Gary Shteyngart

La lección que aprendí de inmediato fue que si estás lo bastante loco como para querer escribir ficción literaria, tienes que adorar a tus lectores, no al revés. Hoy veo a cada uno de mis lectores como un unicornio dorado con un cronut colgándole del cuerno. Firmo mis libros, me hago un selfie con el unicornio y regreso a mi hotel con lágrimas en los ojos, porque sé que alguien en este universo todavía tiene tiempo para lo que hago.

Antes había una imagen del autor como entidad lejana, intocable, casi mesiánica. Hoy en día creo que tener cierta cercanía con tus lectores es indispensable. No tanto cercanía del tipo «¿sabes cuánto tiempo estuve metida en el baño ayer después de comer?», sino cercanía a la hora de expresar agradecimiento, de mantener un contacto mínimo, de enseñar a los que te leen que para ellos su participación en el proceso comunicativo de tu obra es importante. Y ese proceso se realiza al leer tu libro. Un blog, por ejemplo, permite una interacción rápida, fugaz. Uno puede leer un artículo, decir «ah, está bien», pero no volver nunca. Pero si alguien lee un libro invierte horas, invierte una serie de emociones (¡aunque sean de asco y aburrimiento, son emociones!) y esfuerzo en comunicarse con la historia que le ofreces. Eso no tiene precio.

Si ese lector además disfruta de tu libro, mejor que mejor. Y una buena forma de que se involucre es mediante un tipo de personaje que personalmente me encanta: el antihéroe.

 Wenstrom y cómo construir un gran antihéroe

Emily Wenstrom se dio un atracón de Dexter y comenzó a plantearse por qué le caía tan bien un tipo que se dedicaba a torturar y asesinar a la gente. Dio con unas cuantas claves:

  1. Los antihéroes siguen su propio código moral. Para que nos caiga bien el antihéroe, tiene que tener un aspecto redentor, un código moral que, por lo menos a sus ojos, lo redima de sus acciones.
  2. Los antihéroes son expertos en algún campo. A los mejores antihéroes se les suele dar algo excepcionalmente bien, y esto los hace más interesantes; tendemos a admirar a los que tienen grandes habilidades, aunque sean para hacer cosas horribles.
  3. Los antihéroes tienen su lado tierno. Serán asesinos, mentirosos compulsivos o ladrones de guante blanco, pero tienen un lado humano, una debilidad. Puede tratarse de un familiar, de una mascota, pero lo que más nos gusta, sospecho, es que se enamoren.
  4. Cuando los antihéroes son malos, son lo peor. Cuando realmente se les va la olla, se les va de verdad. Y eso nos gusta: nos gusta que nos horroricen, que cometan actos terribles, porque durante un tiempo nos engañaron con lo del código moral y el lado humano y se nos olvidó que estábamos ante un monstruo.

El buen antihéroe es, ante todo, un ser hecho de paradoja. Como dice Wenstrom:

emily wenstrom

Un buen antihéroe tiene un propósito doble para sus fans. Deja salir nuestro lado oscuro, al mismo tiempo que resalta el abismo que queda entre nosotros y el monstruo, lo que reafirma nuestra humanidad.

Para poder hacer esto de un modo que sea empático y atractivo, un antihéroe debe ser a la vez humano y monstruo.

Y por esto nos gustan tanto los monstruos simpáticos, tiernos; los villanos con sentido del humor y los asesinos en serie que solo matan a asesinos. Si estabas planteándote meter un malo interesante en tu obra, o un héroe que no es tan héroe, échale un ojo a los principios que he mencionado. Le darás mucho más cuerpo y volumen.

Un buen sitio donde meter a antihéroes es en un escenario apocalíptico, por ejemplo. Cogemos a seres humanos normales y los ponemos en situaciones tan extremas que acaban cometiendo barbaridades que nunca considerarían en un entorno normal. ¿Pero serán diferentes los actos, y diferentes las narraciones, si ese escenario lo describen autores masculinos y femeninos?

Crosley y el apocalipsis femenino

De nuevo encontré una joya en el New York Times: el análisis que hace Sloane Crosley sobre qué diferencias hay en las narraciones apocalípticas realizadas por hombres y mujeres. Según Crosley, haberlas haylas, y suelen tener una separación muy clara. No se trata de que las mujeres sean menos violentas (al fin y al cabo, muchas mujeres han escrito sobre violencia), pero parece ser que, mientras que los hombres se centran en la violencia en sí: canibalismo, violación, tortura, todo en nombre de la supervivencia o de la crueldad inherente de seres que ya no están civilizados, las mujeres se enfrentan a otro tipo de amenaza: la pérdida de la memoria, de la identidad.

Dice Margaret Atwood que lo que las mujeres más temen es a la violencia y los hombres a lo que más temen es a la humillación. No sé si esto es cierto, pero a nivel biológico y genético podría tener sentido: las mujeres temen a las violaciones, por ejemplo, porque a nivel biológico es una catástrofe tremenda ser invadidas por el material genético de alguien a quien no han elegido (de manera inconsciente, elegimos a las personas que genéticamente son mejores para tener descendencia con ellas; una violación no es solo un trauma psicológico, es un trauma genético); los hombres temen a la humillación porque los hace descender en la escala de deseabilidad como machos alfa: perjudica su posición en la jerarquía social y por tanto pierden posibilidades de procrear con las mejores hembras. Si lo vemos todo desde una óptica de procreación y supervivencia genética, estaría de acuerdo con Atwood.

Siguiendo la teoría de Atwood, y si partiéramos de la base de que al concebir situaciones extremas colocamos a los seres humanos en las situaciones que a nosotros más nos repelen, las que nos parecen peores, tiene cierto sentido que los hombres escriban sobre tortura, violación y canibalismo. No van a hablar de humillación, porque eso es a lo que están acostumbrados a temer; eso es lo que viven día a día. Una situación apocalíptica es extraordinaria y exige miedos extraordinarios, desconocidos, diferentes. De la misma manera, las mujeres no van a hablar de violación y abuso porque eso es para ellas un temor constante, también un hecho cotidiano. Por tanto, buscan miedos diferentes, a gran escala: el miedo a perder la identidad. No es el miedo a la violación física, sino al vacío que queda para poder olvidar esa violación. El vacío que queda en una sociedad cuando ha tenido que enfrentarse a lo terrible.

Dice Crosley:

sloane crosley

Al presentar el peligro de violencia como algo que se da por hecho y no como el evento principal de la historia, estas autoras pueden mover los focos a otros lugares, pueden crear historias multicapa. Después de todo, cuando venga el apocalipsis, es posible que tengas o no tengas que matar (o ser matado/a), pero desde luego tendrás que ser tú. Y estas novelas se preocupan del cómo. «Hay una parte de nuestra historia que no sabemos cómo contarnos —teoriza Joy en Find Me—, y procuraremos ignorar su existencia durante tanto tiempo que finalmente nuestro cerebro acepta un pacto: yo te permitiré olvidar esto, pero ya nunca te sentirás completa«.

Imagino que la realidad del asunto será mucho más compleja; al fin y al cabo entran en juego muchísimos factores biológicos y culturales dentro de la percepción del hombre y de la mujer cuando se detienen a crear arte (y seguro que viene alguien en los comentarios a explicármelo todo; como siempre ocurre en cualquier artículo en que se hable de escritura femenina o de escritura sobre mujeres). Pero como teoría me parece curiosa y quería compartirla con vosotros.

También quiero compartir esto:

el fin de los sueños

Sí, es un lienzo de mil por mil de la portada de El fin de los sueños. La proporción no queda muy clara en la foto: solo os digo que es casi tan alto como yo.

Ya os dije que el cumpleaños fue épico.

 


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