Muchos autores y clientes me dicen que se atascan escribiendo. Que no hacen más que colocar las palabras y editarlas, corregirlas sobre la marcha.
Esto no es muy recomendable.
Voy a contaros un secreto:
Tu primer borrador es absolutamente perfecto.
Casey Fowler y la belleza de tu primer borrador
Encontré este artículo de Fowler en Medium, pero también podéis seguirle en su blog. Fowler es un escritor técnico, especializado en documentación. Como os podréis imaginar, dedica mucho tiempo a aunar estilos, agrupar información y trabajar con todo tipo de datos. Por eso, Fowler entiende bien la importancia del trabajo «en sucio», ese trabajo que sirve de puente entre la nada y la obra terminada.
Así es. El primer borrador es siempre perfecto. Perfecto. Su única función es existir. Como minerales. Como tierra. Como aire. Solo tiene que ser. Un primer borrador solo tiene que ser una idea nacida a la realidad. Un primer borrador es algo tangible hecho de la nada; su único propósito es atravesar el espacio entre tus pensamientos y la realidad que todos compartimos.
Ya vendrán luego las lágrimas y tirones de pelo de la corrección, de la reestructuración, de las revisiones interminables y de los lectores beta sin p**a idea (los lectores beta de los demás, claro, los míos son todos muy inteligentes y están llenos a rebosar de ideas; hasta les salen por las orejas cuando se descuidan); la búsqueda de editor, de público, de reseñas terribles. No importa, ahora mismo ese no es tu problema. Tu problema es crear, cazar del aire.
El borrador cero siempre es perfecto, porque su única función es existir.
Solo tienes que sentarte cinco, diez, noventa minutos diarios y escribir. Sin distracciones.
Aunque algunas distracciones sí se permiten, sobre todo si vas a salvarle la vida a alguien.
Demopoulos y las distracciones que sí valen
En un artículo sobrecogedor, Margot Demopoulos reflexiona sobre las distracciones buenas. Sí, resulta que eso existe. No hablo de las distracciones constantes, de Facebook y Twitter, de la vocecilla en tu cabeza que no hace más que decirte que eres muy inútil y lo que escribes es caca gorda y muy marrón y que estás destinada al fracaso (yo también te quiero, vocecilla). Hablo de aquellas que forman parte de nuestro proceso creativo.
Por muy intenso que sea nuestro enfoque, a veces nos encontramos con bloqueos: esos momentos en que nuestra mente está paralizada, sin saber qué dirección tomar. A mí me ocurría sobre todo al traducir o al corregir, cuando ya no veía ni entendía nada y tenía que parar, ahora me ocurre sobre todo cuando acabo de terminar un libro para realizar un informe y estoy dándole vueltas a todo aquello que no funciona, intentando entender por qué no funciona para poder transmitirlo a un cliente. Y ahí conviene descansar, o pensar en otra cosa. Distraerse. Y, sin darnos cuenta, vamos cogiendo nuevas ideas en ese paseo que tomamos para despejarnos, en esa ducha que nos ha limpiado la mente. Esas ideas se acumulan en nuestro inconsciente, listas para explotar por otro lado. Es un proceso conocido como incubación creativa.
Pero esa incubación viene también de otro tipo de distracciones: aquellas que surgen en lo más inspirado y profundo de nuestro trabajo. Ese es el tipo de distracción buena de que os hablo.
Demopoulos analizó un caso muy peculiar de este tipo de distracción. Unos investigadores de la UCLA seguían a un grupo de delfines. Observaban su forma de pescar, de acorralar a los bancos de peces para alimentarse. En una ocasión, cuando ya habían atrapado a un buen grupo y comenzaban a darse un merecido festín, uno de los delfinos se distrajo y abandonó al grupo. Los demás, curiosos, dejaron de lado su banquete y lo siguieron. También fue detrás el barco del grupo de investigadores.
El delfín distraído, compañeros y barco detrás, se acercó a un cuerpo que flotaba en el agua. Horrorizados, los investigadores se dieron cuenta de que se trataba de una chica casi ahogada, hipotérmica, que ya casi no tenía fuerzas para moverse. Consiguieron rescatar a la joven y las razones que la llevaron a estar ahí casi muerta también darían para otra historia o artículo. Pero me centro en los delfines: es atractiva la historia del pescador distraído, el delfín que se dejó llevar por quién sabe qué y condujo a un barco amigo a salvar una vida. Demopoulos utiliza esta historia para hablar de la distracción:
Las distracciones importan, y no solo a los delfines. Los escritores de ficción saben lo que es alejarse de un objetivo. No me refiero a la parada para tomar café o para pasear al perro cuando necesitamos alejarnos del pupitre, sino a distracciones que son inexplicables, cubiertas de misterio, como el comportamiento peculiar de los delfines. Un desplazamiento de nuestro enfoque nos urge a tomar un cambio de sentido abrupto. Resistimos el empuje, este vuelve a tirar de nosotros y resistimos de nuevo. Crece la sensación de urgencia. El inconsciente intenta decirnos algo. Puede que simplemente nos alejemos del camino y perdamos el tiempo. O puede que en vez de perder el camino lo que hagamos sea encontrarlo.
El fenómeno de distraernos mientras estamos concentrados en trabajo creativo ha sido analizado por estudiosos de Harvard. Teresa Amabile, profesora de la Escuela de Negocios de Harvard, llama a este proceso inconsciente efecto de incubación. Nos llegan las ideas nuevas a la mente solo cuando nos arrancamos de la concentración enfocada en aquello en lo que estamos trabajando.
Salirse del camino nunca es una sola parada de tren. Una parada lleva a otra. Y a otra. Se multiplican las asociaciones. Aparecen nuevas conexiones.
Pero el trabajo nunca está fuera de nuestra mente. A menudo solo está en la incubadora.
Supongo que es como cuando escribes un cuento o una novela y los personajes te hablan a lo largo del día. O cuando estás completamente concentrado en algo y te surge una idea brillante para algo que no tiene absolutamente nada que ver. Las mejores ideas parecen venir o cuando tenemos la mente totalmente en blanco (meditando, en la ducha, nadando…) o cuando la tenemos totalmente enfocada en otra cosa.
No sé si esas distracciones salvarán a una chica cualquiera de ahogarse. Pero igual sí pueden salvar a esta chica, escritora, de ahogarse.
Más formas de no ahogarse:
Acuff y cómo hablar en público
A mí siempre me ha gustado hablar en público. Bueno, siempre no. Creo que fue a raíz de ir a un taller de teatro local y darme cuenta de lo divertido que puede ser interpretar. Hablar en público, para mí, es un reto interpretativo. Hablar en condiciones normales con desconocidos me cuesta, soy tímida. Pero me subo a un escenario o a una mesa de presentación y todo es distinto. No importa lo que el público piense de mí, porque no soy yo, soy un personaje, otra persona.
(Eso no quita que odie las videoconferencias, Skype y similares. Lo mejor de hablar en público es tantear a la audiencia, ver cómo responden. Hablar a una pantalla sin un feedback fluido y tangible no tiene ninguna gracia).
Sé que mi caso no es común. Casi todos los escritores que conozco odian hablar en público (y sin embargo no les cuestan acciones que a mí se me antojan horripilantes, como hablar por teléfono o usar una webcam). Así que os traigo estos cinco consejitos de Jon Acuff (escritor y bloguero más que acostumbrado a hablar delante de miles de personas) para que todo sea un pelín más fácil la próxima vez que tengáis que presentar un libro, dar una conferencia en una clase de adolescentes ruidosos o agradecer ese óscar por la película taquillera basada en vuestra última novela (que es tan, tan buena, que el director ganador del premio os ha pedido que lo recojáis in person):
- Háblale a una persona, no a una multitud. Lo dice Jon y lo digo yo. Sin duda el truco que mejor me funciona. En vez de ver esa masa informe de personas que te juzgan, busca a una persona sonriente y entregada entre tu público y habla para ella. He de decir que también funciona lo contrario: hablarle a la masa informe, sin centrarte ni enfocarte en ninguna cara en particular. Hace años le pregunté a una modelo profesional cómo hacía para no morirse de nervios en lo alto de una pasarela. Decía que en realidad no veía a nadie del público, ya que los focos la cegaban, y que eso lo hacía todo mucho más fácil. Era como caminar y posar en el vacío.
- No seas demasiado sutil. Tendrás que adaptarte al tamaño de tu público. Si hablas para un grupo pequeño, sí puedes recurrir al humor sutil, a la ironía y a la complicidad (y recomiendo además que adaptes el espacio, creando un círculo, acercándote más al público para hacerlo más familiar); si hablas ante cientos de personas ten en cuenta que gran parte de tu mensaje se perderá y dispersará: sé lo más conciso y claro que puedas.
- Dale tiempo al público para pensar y reír. Para este tipo de cosas ayuda ver a cómicos y monologuistas: su sentido del tiempo y el ritmo para con el público suele ser impecable. Os puede gustar o no Dani Rovira, por ejemplo, pero cuando veo vídeos de sus primeros tiempos y los monólogos más recientes, la diferencia es brutal. El ritmo rápido-lento-rápido-lento es mucho más marcado, totalmente estudiado para sacarle el máximo a su público. Si haces un chiste, dale unos segundos al público para que (con suerte) se ría. Si dices algo profundo, intenso, proporciónales unos segundos para que reflexionen.
- Ríe y sigue como si nada si te equivocas. Si metes la pata a lo grande y la gente se da cuenta, asúmelo y ríete de ti mismo. Si se te escapa cualquier tontería, simplemente pasa de largo; la mayor parte de tu público tampoco se dará cuenta. Yo soy muy de soltar palabrotas sin querer en las conferencias para público juvenil (JURO QUE NO LO HAGO A PROPÓSITO). Lo tengo asumido, así que o bien finjo que no ha ocurrido o me paro y me disculpo con cara muy atribulada y penitente y me río de mi propia brutalidad, según lo bestia que sea el taco en cuestión.
- Pásatelo bien. Dije que el punto 1 era el más importante; mentí. Lo que me enseñó el taller de teatro es que hablar en público puede ser muy divertido. Siempre te va a tocar algún público imposible, que no se ríe de tus chistes ni escucha embelesado tu sabiduría ni hace preguntas al final (o, peor, hace alguna pregunta que demuestra que no tiene ni idea de qué va tu charla). Pero compensan las veces en que te sientes el rey del mundo, cómplice con tu público, en una dinámica de participación de la que todos salen con calorcito en los corazones y un par de apuntes para casa. Eso hace que siempre merezca la pena intentarlo. Por las veces en que sale bien y te lo pasas como nunca.
Y, hablando de apuntes e ideas…
Fried y pararse a pensar cinco minutos
Igual has escuchado eso de que si estás enfadado, cuenta hasta diez antes de contestar. O espera cinco minutos antes de responder algún comentario salido de tono en Facebook.
Jason Fried propone darle cinco minutos a las ideas.
Creo que todos tenemos opiniones potentes y muchos de nosotros nos sentimos con la obligación moral de demostrarles a otros que se equivocan. Es una enfermedad contra la que estoy luchando, lo juro, y creo que cada vez lo consigo más. Ayudar mucho aplicar la regla de tres de Kawasaki (leer un comentario, responder con educación, y si responden de mala manera, NO CONTESTAR YA NUNCA). Ayuda aún más no contestar, directamente, a un comentario que sé que me meterá en una discusión interminable de la que solo voy a obtener una gran pérdida de tiempo.
Eso es imposible, lo sé:
Primero: Es muy difícil hacer que alguien cambie de opinión.
Segundo: ¿Quién te dice a ti que tu opinión sea la correcta?
Repito: lo más sencillo, lo que mejores resultados me da, es no contestar. Cualquier discusión y planteamiento de mis valores y creencias puede darse en mi cabeza, gracias, de hecho ocurre 24/7. No necesito un trol que me chupe tiempo de debate del que no dispongo.
Pero creo que este consejo de Fried puede ser muy útil para este tipo de situaciones:
Así que, ¿qué hice? Me enfrenté a él sobre la charla que había dado. Mientras él argumentaba sobre el escenario, yo hacía inventario de todas las cosas con las que no estaba de acuerdo. Y cuando tuve la oportunidad de hablar con él, me enfrenté a varias de sus ideas. Debí de parecerle un gilipollas.
Su respuesta me cambió la vida. Fue algo sencillo. Me dijo: «Tío, dale cinco minutos». Le pregunté qué quería decir con eso. Me dijo: «Está bien estar en desacuerdo, está bien que te enfrentes a ciertas ideas, es genial tener opiniones y creencias potentes, pero dale un poco de tiempo a mis ideas para que se aposenten, antes de estar seguro de que quieres debatir sobre ellas. «Cinco minutos» quería decir pensar, no reaccionar. Tenía toda la razón. Había entrado en debate buscando demostrar algo, no aprender algo.
Ese fue un gran momento para mí.
Cuando lees, cuando escuchas, ¿haces preguntas para aprender más o para enfrentarte a otros, para demostrar que sabes más que nadie?
Las ideas son frágiles. No las deseches, no las tires a la basura porque pertenecen a otros, porque no están en sincronía con las tuyas.
Rechazar una idea es fácil porque no implica trabajo. Puedes reírte de ella. Puedes ignorarla. Puedes echarle humo. Eso es fácil. Lo difícil es protegerla, pensar en ella, dejarla en adobo, explorarla, improvisar con ella y probarla. La idea correcta podría iniciar su vida como la idea incorrecta.
Así que la próxima vez que oigas algo o a alguien hablando sobre una idea, presentando una idea, sugiriendo una idea, dale cinco minutos. Piénsalo un poco antes de ponerte a la defensiva, antes de decir que es demasiado difícil o implica demasiado trabajo. Estas cosas podrían ser verdad, pero también podría haber otra verdad ahí: podría merecer la pena.
Las ideas más eficientes que he encontrado no empezaron como bombas de orgasmo cerebral. Comenzaron como ideas complicadas, que parecían difíciles, que parecían no ser las ideas más convenientes.
Las ideas difíciles, complejas, duras, que se forman poco a poco, que no son grandes revelaciones, sino complicadas estructuras de experiencia y conocimiento, suelen empezar con rechazo. De ahí pueden surgir las ideas brillantes, las que, como dice Fried, merecen la pena.
Démosle a ese pensamiento, también, una reflexión de cinco minutos.
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Cuánta razón hay en este post… Lo de los borradores, no puedo estar más de acuerdo. Antes me obsesionaba con que todo quedara perfecto a la primera (y obviamente me frustraba enseguida y no solía terminar los proyectos). Ahora simplemente me lanzo a escribir lo que salga y luego trabajo sobre ello. Pero por lo menos la materia prima está ahí, aunque sea mierda (hablando pronto y claro) es mejor que no tener nada.
Lo de hablar en público… me pasa como a ti. Odio las llamadas telefónicas, skype… etc. Pero ponme delante de una audiencia de 200 personas y no me da tanto palo. Para mí es mucho más anónimo. Qué gracia lo de soltar tacos en charlas de instituto… Creo que a mí también me ha pasado alguna vez.
Y lo de dejar reposar las ideas, ¡cuánta razón! A mí me gusta pensar que soy abierta y puedo cambiar de opinión. Aferrarme siempre a las mismas creencias me parece anquilosarme en una cáscara polvorienta. Pero claro, siempre que alguien lleva la contraria pues molesta, ¡y más en temas literarios! A ver si la próxima vez respiro hondo y dejo pasar esos benditos cinco minutos.
Gracias por alegrarme la mañana de sábado 🙂
¡Me he encantado este post, Gabriella! Me encantaría poder extenderme en cada punto pero no quiero abusar de la paciencia de Ebo 😉
– Sobre Fowler: Es curioso porque en mi tablero de corcho, situado sobre el escritorio tengo escrito en un post-it «El primer borrador es siempre una mierda». Leí esta frase en otro artículo y no recuerdo el autor, pero venía a decir algo así como que no había que sentirse mal ni frustrarse por si nuestro primer borrador necesitaba cien correcciones, que el fin del borrador es eso: ser un punto de partida, no una meta final. Y ahora me ha hecho gracia leer «Tu borrador es perfecto» y he cambiado ese post it por otro en el que dice «Tu primer borrador es siempre una mierda perfecta», que me parece que encaja más con una actitud positiva hacia lo que uno «saca» cuando escribe un borrador.
– Benditas distracciones. Estoy de acuerdo con Demopoulos. Mis musas a veces también se desvían del camino y siguen a delfines, golondrinas, sibilas que aparecen «de repente» y me regalan un texto que me sorprende porque nunca fue mi idea inicial. La mente es un laberinto maravilloso.
– Hablar en público: Yo sí soy de las que pasan apuros cuando se trata de hablar en público y admiro a quien lo hace con soltura, incluso a quien se divierte con ello.
He encontrado este blog, y la verdad es que escribes muy bien.
¡¡Enhorabuena!!
Hola Gabriella.
Otro gran post.
Varias consideraciones. Muy de acuerdo con Fowler y contigo. El primer borrador es genial, fundamentalmente porque es la idea madre, ya se pulirá lo que haya que pulir, pero es que somos muy muy críticos con nosotros mismos.
La segunda, la inspiración. Cuando estoy trabajando y m empeño y me empeño es cuando más en bucle entro, cuando más problemas tengo, cuando más difícil se me hace y cuando me pongo de más mala leche (por no decir otra palabra). Al oxigenarme salir, meterme en la ducha, darme un paseo y tomarme un café normalmente fuera de casa, todo fluye. Y es que no hay que empeñarse de esa manera.
Tres, responder y no reaccionar. me parece vital. Pensar que tenemos razón por encima de todo y sobre todo, en lugar de dar un segundo a las ideas de los demás, dejarlas reposar y extraer aquello que puede completar nuestro «flow». Es cierto que la vehemencia nos puede muchas veces, por lo menos a mi, pero desde que he aprendido a controlarme, escuchar, compartir, ser un poco más humildes todo deja un poso mucho más satisfactorio.
Última, creo que lo de los tacos, no eres la única, no me lo quito de encima ni con agua fuerte…algo heredado de las canchas o de los banquillos dónde tanto tiempo he pasado en mi vida, pero además me sale con una facilidad oye…que vaya tela.
Felicidades den nuevo por el post.
Un saludo
A menudo pierdo esos veinte minutos que no deberían perderse si no emplearse en escribir leyendo artículos de tu blog y debo decir que muy a menudo salgo satisfecha y sin pensar que he perdido el tiempo (de modo que he de pedir disculpas por no seguir su consejo de escribir a todas horas. Aunque debería, debería). Este artículo concreto me llamó la atención por el título. Al igual que Musasensutinta, había leído a autores calmando a escritores noveles sobre sus patéticos primeros borradores. Por eso he sonreído tanto mientras leía la primera parte. Ciertamente, el borrador es completamente necesario. Nunca había pensado en él como «perfecto» pero puede que a partir de ahora cambie mi opinión.
Creo que a todos nos ha pasado, por otra parte, eso de distraerse y escuchar un coro angelical cuando, de súbito y sin más, se te ocurre una idea maravillosa precisamente por estar distraído o pensando en otra cosa. Es una sensación increíble, aunque es la primera vez que veo que alguien escriba sobre ella. Sí que he leído o hablado con gente que consigue desarrollar ideas cuando no está concentrada en ellas, como limpiando los platos o mirando por la ventana del tren. Es genial saber que tenemos este tipo de salvavidas. Quizás es inmiscuirme demasiado pero, ¿tienes algún ejemplo de una idea que te haya salvado de ahogarte en una historia?
Sobre hablar en público… Vaya, admiro a la gente que se atreve. Y lo de dejar reposar cinco minutos (o más) una idea es una buena recomendación, aunque imagino que llevará práctica no dejarse llevar por la indignación y el impulso de destrozar el teclado mientras se contesta a alguien por internet.
Muchas gracias por esta clase de artículos. ¡Espero con impaciencia los próximos!
Atte. Rika.
Terror me dan a mí los primeros borradores, que tan rápido me vienen las ideas durante la redacción que luego están llenos de repeticiones, y hay que empezar con el pulido lento y meticuloso, y con esto último no quiero decir que se le introduzca a nadie el borrador por el orto.
Sí, el chiste es pésimo.
ya me estoy cansando de darte la enhorabuena por tus post :p, se hace tan evidente que a partir de ahora pienso obviarlo y entrar directamente con los highlights xD.
«O puede que en vez de perder el camino lo que hagamos sea encontrarlo… Pero el trabajo nunca está fuera de nuestra mente. A menudo solo está en la incubadora.»
cierto. pero es tan inconsciente que no hay manera de sacarle provecho, quizás ahora, tras tu entrada esté más atento a tales sutilezas ^^
«Las mejores ideas parecen venir o cuando tenemos la mente totalmente en blanco (meditando, en la ducha, nadando…) o cuando la tenemos totalmente enfocada en otra cosa.»
otra cosa a estudiar ^^
«Háblale a una persona, no a una multitud. »
yo haciendo eso me siento culpable (pobre, se va a cargar todo el discurso y va a tener que sonreirte todo el rato, teniendo más obligación que el resto que estar atento). y también es más de novel. lo óptimo es moverte por un grupo reducido, obviando al resto. bueno, supongo, yo nunca he hablado ante más de 15 personas ^^
«Si haces un chiste, dale unos segundos al público para que (con suerte) se ría. Si dices algo profundo, intenso, proporciónales unos segundos para que reflexionen.»
esto es aplicable también en la escritura.
«nos sentimos con la obligación moral de demostrarles a otros que se equivocan. Es una enfermedad contra la que estoy luchando, lo juro»
jaja, #truestory
«Rechazar una idea es fácil porque no implica trabajo.»
grande ^^
«Piénsalo un poco antes de ponerte a la defensiva, antes de decir que es demasiado difícil o implica demasiado trabajo.»
jaja, a veces podría aplicármelo en el curro.
«yo haciendo eso me siento culpable (pobre, se va a cargar todo el discurso y va a tener que sonreirte todo el rato, teniendo más obligación que el resto que estar atento). y también es más de novel. lo óptimo es moverte por un grupo reducido, obviando al resto. bueno, supongo, yo nunca he hablado ante más de 15 personas ^^»
Jajaja, ahora que lo pienso, tienes razón. Alguna vez me ha pasado que me ha tocado ser la persona en quien centraban la atención y fue bastante horrible. Yo cuando hablo en público suelo concentrarme en una persona, pero solo durante un ratito, luego paso a otra 😉
Me encanta este artículo. Para mí ha supuesto un soplo de aire fresco porque siempre oyes que «el primer borrador es una mierda» y muchas veces ni te visitan las musas porque tu mente se empeña en pensar «pero qué mierda estoy escribiendo». Así que a partir de este momento cambio el chip, mi primer borrador siempre va a ser perfecto, salga como salga, porque su función es existir para cimentar la novela y mostrar cuáles son los puntos fuertes y débiles de la trama. Gracias 😀
«Las mejores ideas parecen venir o cuando tenemos la mente totalmente en blanco (meditando, en la ducha, nadando…) o cuando la tenemos totalmente enfocada en otra cosa.»
Y anda que no joroba que aparezcan cuando estoy trabajando (porque no puedo anotarlas) o mientras estudio (porque no me dejan estudiar)
[…] hay crítico que valga. ¿Que estás escribiendo mierda? ¡No importa! Tu borrador solo tiene que servir para una cosa. Y por […]