¿Cuánto es un millón de palabras?
Un millón suena grande, peligroso. Ahora decimos «6000 euros» y no suena, ni de lejos, tan ominoso como «un millón de pesetas». Antes era mucho más fácil ser millonario.
Recuerdo que cuando leí el libro Write. Publish. Repeat, la divertida guía de Johnny B. Truant y compañía (más conocidos por libros gloriosos como Unicorn Western), los autores hablaban de millones de palabras. De haber escrito más de un millón de palabras en un año. Y eso entre tres. Este tipo lo consiguió en siete meses.
¿Podemos todos escribir un millón de palabras al año? ¡Eso son 83333,33 palabras al mes! ¡2740 palabras al día! (¡Sin contar el horror de las correcciones!).
No he estado contando todo lo que escribo desde que empecé con mi desafío diario (un reto de escritura diaria que comencé allá por diciembre de 2013, al que he sido fiel hasta la fecha), y cuando lo he hecho he contado solo lo que escribía de ficción. Si contara artículos y encargos para otros, no me parecería tan descabellado escribir 2740 palabras al día (aunque en el fin de semana necesitaría descansar un poco, con lo que la cosa se complica).
Pero no hace falta escribir el millón de palabras en un año. Es sorprendente la de palabras que se acumulan escribiendo solo 200 al día o, incluso, escribiendo 20-30 minutos, lo justo para disfrutar del café (o del té, en mi caso).
Nobbs y el poder de los cafés acumulados
Michael Nobbs es un artista multidisciplinar que sufre de síndrome de fatiga crónica. Al igual que ocurre con otros males que pueden detener de forma definitiva una vida laboral normal (ya sean de origen psicológico, como la depresión o la ansiedad, o físico, como cualquier enfermedad con dolor crónico), Nobbs se vio obligado a encontrar la manera de seguir siendo creativo y activo. Encontró su solución en su taza de café diaria.
Cada mañana, al levantarse, Nobbs se hace una taza de café y, mientras se lo toma, graba un podcast diario, que le suele llevar entre 20 minutos y una hora. El otro día celebró su podcast número 700:
Una taza diaria y un podcast
Cada mañana me hago una jarrita de té o café y, según como me encuentre, o voy a mi estudio o busco un rincón tranquilo de mi casa y grabo el podcast. A lo largo de los años el proceso ha cambiado un poco, pero básicamente procuro mantener las cosas lo más sencillas que pueda, intento grabarlo todo de una toma, editar un poco y subirlo a internet.
Imaginaos las posibilidades de un podcast diario para alguien como Michael, que poco a poco se ha ganado un seguimiento grande y fiel entre sus oyentes y los visitantes de su blog, Sustainably Creative.
Lo primero que hago yo con mi té al lado es leer artículos que tengo acumulados en Instapaper, de los que voy tomando notas para mis artículos. Pero a lo largo del día siempre encuentro unos 20-30 minutos, como poco, para escribir mis palabras diarias. Claro que con el tiempo esto he tenido que irlo modificando (dedicar más tiempo a corregir y menos a escribir para evitar el efecto embudo), pero lo que se puede acumular durante 20 minutos diarios, a lo largo de un año, es realmente espectacular.
¿A qué dedicaríais vosotros esos 20-30 minutos, ese ratito de tomar el café o el té de la mañana? ¿Qué podríais hacer a diario que, al cabo de un año, os proporcionaría algo que realmente mereciese la pena?
Y es que tiene que merecer la pena, porque entonces convertimos nuestra práctica, como dice Niall Doherty, en algo sagrado:
Doherty y la elección de lo sagrado
¿Qué es lo más importante para ti? Si realmente tienes algo que es tu prioridad, tu mayor deseo, ¿acaso no tiene sentido convertir el espacio que le dedicamos en algo intocable? Niall Doherty habla de la práctica diaria como de algo que solo es útil si la convertimos en primordial, sagrada:
«Así está bien» no es suficiente. Tienes que hacerlo sagrado. Nada de «solo esta vez» si pasas por delante de la tienda de donuts. Nada de saltarte el hacer ejercicio porque está lloviendo, o porque anoche saliste hasta tarde o porque te duele un poco la cabeza.
Levanta el culo y muévete. Pide la j****a ensalada.
Así que, una vez has elegido tu tarea diaria, tu tarea prioritaria, nada ni nadie podrá impedir que la lleves a cabo.
Si quieres escribir ese millón de palabras, si quieres practicar lo bastante como para escribir cien mil palabras que merezcan la pena, ya sabes lo que tienes que hacer. Café o té, música o cafetería, el método que prefieras. Esa media hora (u hora, o tres horas, lo que quieras) es solo tuya y de lo que estás creando.
Esa media hora es sagrada.
Plutchik y cómo darle colorido emocional a nuestros personajes
Seguramente sabéis todos cuál es la diferencia entre un personaje plano y uno redondo. El plano es tópico y poco interesante: la chica rubia de ojos azules y poco que decir que cumple el papel de princesa rescatada. El redondo es la chica rubia de ojos azules que, en vez de esperar a que vengan a rescatarla, crea un vínculo emocional con el dragón que la ha secuestrado y lo ayuda a liberar a su reino del malvado brujo que ha convertido a todos sus compañeros en ponis monísimos de colores (nada hay tan ofensivo para un dragón que tener corazones rosas en el culo).
Pero es difícil a veces acordarnos de salir de las emociones básicas que definen a los personajes tipo que llevamos reconociendo toda la vida. En algunos libros parece que lo único que hacen los protagonistas es sonreír, enfadarse o llorar.
El psicólogo y docente universitario Robert Plutchik creó una bonita rueda de color con una gran gama de emociones, que creo que es muy útil para los que escribimos, ya que tenerla a mano nos puede ayudar a analizar mejor qué emociones aquejarán a nuestros personajes en determinadas situaciones. La relación cromática no es gratuita, y nos puede ayudar a aplicar colores de manera sutil para «pintar» mejor nuestras escenas (recomiendo leer este excelente artículo respecto a la «pintura» de escenas de Victor Selles):
Svevonius y la eterna persecución del arte
Descubrí al escritor y músico Ian F Svevonius gracias al blog de Austin Kleon. Como consumidores y usuarios, utilizamos de un servicio o producto de una forma muy distinta a como consumimos lo artístico. Siempre queremos lo siguiente. Si sale un disco, queremos el siguiente. Si sale un libro, queremos tres más. Y luego nos quejamos de que la quinta parte de la saga no es tan buena, ni de lejos, como la primera.
Es algo de lo que tenemos poca escapatoria los artistas si queremos sobrevivir. Si quieres dedicar tu vida entera, a lo Juan Rulfo, a crear el libro perfecto, adelante. Pero si pretendes obtener alguna remuneración y una lectura más o menos fiel dentro de un mercado ultracompetitivo, más te vale saber qué contestar a ese What next? del que habla Svevonius:
Si uno se hace abogado, académico, mecanista, tipógrafo, científico, asistente de producción, o lo que quieras, el mundo aprobará tu decisión. Cada día, al almorzar, o de vacaciones, o a cualquier fiesta que vayas, tu elección será aplaudida, apoyada y afirmada. Y sabrás qué se espera de ti. Aunque tu trabajo sea difícil (si eres especialista en neuroquímica, un mercader de la muerte internacional o un diseñador de cohetes) tus responsabilidades serán obvias y tus objetivos serán concretos. Si los alcanzas, puede que se te recompense con un ascenso. Si fallas, puede que te echen o rebajen tu cargo, pero de todos modos (siempre que tu jefe no esté loco) el trabajo tendrá parámetros tangibles. El arte, sin embargo, es diferente. Nunca sabrás exactamente qué debes hacer, nunca será suficiente… no importa qué cambios obtengas, lo más probable es que no llegues a ver recompensa por ello. Y aun después de alcanzar la grandeza, el número diminuto de personas que se hayan dado cuenta preguntarán: ¿Y ahora qué?
Como escritores, como artistas, trabajamos con asuntos de difícil definición, con lo intocable. Tal vez por eso sea tan difícil, si a uno le preguntan qué hace, decir «soy escritor», porque con frecuencia los que nos rodean no entienden bien lo que eso implica. Esto hace que sea más complicado también intentar recibir un pago digno por nuestro trabajo y nos lleva a formar una parte indisoluble de la cultura del «todo gratis» en la que caemos, una y otra vez. Nadie se imagina a un fontanero arreglando gratis un grifo roto, pero parece ser que trabajar por un céntimo la palabra es, para muchos, aceptable e incluso normal.
A la vez, somos nuestros peores enemigos. Nos avergüenza hablar de lo que hacemos, le restamos valor y nos apuntamos a la idea de que la escritura no puede (ni debe) profesionalizarse nunca, de que el puro arte debe mantenernos y darnos vida.
Así que, con todo descaro e impunidad, voy a acabar este artículo pidiéndoos dinero.
Bueno, no exactamente.
Solo os pido que consideréis, durante un breve segundo, meterle mano a mi eBook de relatos, que el lunes ya sale a la venta (y que podéis conseguir en preventa en Amazon, para los que leáis en formato .mobi, y en Lektu, si leeis en .epub o .mobi).
También podéis descargar un avance gratuito (para ver el estilo y decidir si es el tipo de libro que podría gustaros o no) en .pdf aquí.
Si el segundo pasa y no habéis sentido nada, está claro que tengo que mejorar mi copy, mis habilidades persuasorias y mi escasa capacidad de chantaje emocional.
La culpa es del anonimato de internet. Si vierais mi carita de gatito de Shrek ahora mismo, otro gallo cantaría.
Esa rueda de emociones ha ido al Evernote de cabeza. Me va a venir de lujo 🙂
Lo de Michael Nobbs me ha recordado a un artículo que leí en el New York Times sobre Laura Hillenbrand, autora de libros como Seabiscuit e Invencible. Al igual que Nobbs, Hillenbrand sufre de síndrome de fatiga crónica, y en el artículo se describen algunas de las técnicas que usa para seguir documentándose y escribiendo a pesar de ello. Os lo dejo por si os interesa: http://www.nytimes.com/2014/12/21/magazine/the-unbreakable-laura-hillenbrand.html
¡Muchas gracias, Laia, al Instapaper que se va! 🙂
¡Bien, mañana será mío! * . * Estoy deseando hincarle el diente.
Me ha gustado mucho el recorte de esos 20 minutos al día y la acumulación que conlleva, también el del café. ¡Ah y la rueda de color de las emociones! La he guardado en mi carpeta para irla consultando, creo que muchas veces nos movemos por un espectro mínimo cuando el abanico de posibilidades es muy rico.
¡Abrazos!
A mí me toca quedarme hoy hasta tarde trabajando, pero lo bueno es que veré su lanzamiento a la venta, jaja.
Sí, yo me peleo mucho con las emociones. Últimamente intento describirlas de manera física más que general (un vuelco en el estómago en vez de decir «estaba nervioso»), pero tener esa rueda como referente ayuda mucho. Luego puedes investigar por internet las demostraciones físicas de determinadas emociones y el resultado es bastante más realista que hablar de las cuatro o cinco sensaciones básicas que vemos en todas partes 🙂
¡Hola Gabriella! ¡Muchísimas gracias por la mención! 😀
Y muy buenos recortes, como siempre. La constancia es fundamental para cualquiera que quiera conseguir algo, aunque algunos intenten disimularlo con esa imagen idílica de «escritor bendecido por las musas». En veinte minutos dedicados a escribir en serio se puede hacer más que en una sesión de tres horas malgastando el tiempo en el correo y las redes sociales.
¡Un saludo!
Un placer, Víctor. El artículo está genial y es un honor que la chispa inspiradora saliera de aquí 😉
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[…] Hablo de nuestras herramientas. Hablo de nuestras debilidades: los bolígrafos especiales con los que apuntamos ideas; los cuadernos caros que nos da pena usar porque, sí, son caros, y solo deben usarse para las notas realmente importantes; las plumas que sabemos blandir con orgullo. Todos estos utensilios llevan vínculos emocionales, recuerdos y necesidades, muy diferentes de los que nos proporcionan ordenadores y portátiles genéricos. Nos ayudan en la lucha contra la hoja en blanco, nos inspiran, le dicen a nuestro cerebro que es la hora, es la hora, es la hora de escribir. […]
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