Chica leyendo

Esta semana ha estado cargadita de lecturas interesantes, y vengo a traeros mis favoritas. Por lo demás, ya sabéis las novedades:

  • Ayer salió a la venta Amanecer, la novela corta de ciencia ficción de José Antonio Cotrina que os he recomendado ya unas mil veces.
  • Mañana Esta tarde saldrá un email a la lista de correo con el ganador o ganadora del sorteo de este mes. Os recuerdo que sorteo dos ebooks: Clara y la penumbra, de José Carlos Somoza y El final del duelo, de Alejandro Marcos Ortega. Si no te has apuntado todavía a mi lista de correo, igual no llegas ya a tiempo para este sorteo, pero sí para el del mes que viene.

Y ahí van los recortes. Como siempre, las traducciones son mías, y son rápidas e imperfectas, pero servirán:

Virginia Woolf habla de la constante duda del escritor, vía Brain Pickings:

Virginia Woolf

Cualquiera que conozca en lo más mínimo los rigores de la composición no necesitará que le cuente esta historia en detalle; de cómo escribió y parecía bueno; de cómo lo leyó y le pareció horrible; de cómo corrigió y rasgó el papel; recortó; insertó; estuvo en éxtasis; desesperó; tuvo sus noches buenas y sus mañanas malas; se agarró a ciertas ideas y las perdió; vio claramente su libro frente a él y este luego desapareció; interpretó a sus personajes mientras comía; reprodujo sus palabras mientras paseaba; ahora llora; ahora ríe; vaciló entre este estilo y aquel; ahora prefiere lo heroico y pomposo; luego lo claro y sencillo; ahora los valles de Tempe; luego las praderas de Kent o Cornwall; y no pudo decidir si era el genio más divino o el mayor idiota del mundo.

Poco más se puede decir de la tarea de escribir. Creo que Virginia lo resume a la perfección.

Uso del color en las descripciones de American Gods

American Gods

En una habitación de color rojo oscuro ―el color de las paredes se acerca al del hígado crudo― hay una mujer alta vestida de forma caricaturesca, con pantalones cortos de seda apretada, los senos empujados hacia arriba y hacia delante por la blusa amarilla que lleva atada bajo ellos. Su cabello negro se amontona en un nudo alto sobre su cabeza. Junto a ella hay un hombre de baja estatura, con una camiseta aceituna y vaqueros caros y azules.

No hagáis mucho caso del estilo de la traducción (American Gods ya tiene una traducción mucho mejor hecha), solo es un acercamiento rápido para que veáis el uso del color (pongo vaqueros azules, aunque blue jeans en EEUU suele referirse a vaqueros en general, para incluir esa nota cromática en el conjunto). Rojo hígado, amarillo chillón y sedoso, negro (colores fuertes, extravagantes) frente a aceituna, azul elegante (sobriedad, normalidad)…

Gaiman consigue aquí hacer una descripción clásica, tipo retrato, y sin embargo la dota de una vida especial al hacer casi fotográfica su impresión. Ninguno de esos colores está puesto por azar. Es algo que me encanta de la prosa de Gaiman en este libro: una aparente sencillez que esconde mucho más. Como dicen los expertos: conseguir que algo parezca fácil implica muchos, muchos años de práctica.

Seth Godin y por qué gratis no es una obligación de consumo

godinLos bufés (como la vida, organizaciones, proyectos, arte…) no son realmente «todo lo que puedas comer». Son «todo lo que quieras comer». Que es algo totalmente distinto. Solo porque puedas tenerlo no significa que quieras. Solo porque hemos pagado por ello no significa que debamos usarlo todo.

Aplíquese a lo que se quiera. A la sal gratis de los restaurantes de comida rápida (el ejemplo que pone Seth), a los ebooks gratuitos que nos descargamos como locos, a todos los canales de televisión disponibles… Prioridades, elección. Tenemos una elección. La libertad puede ser ilusoria, pero ejerzamos la que tenemos.

Esto también se enlaza con el problema del consumo exacerbado, y la adquisición de productos que ni siquiera llegamos a utilizar. Lo cual nos lleva a una producción ridícula para un mercado que ni siquiera compra. Y eso se ve muy bien en los libros, como explica Hoja en blanco al analizar por qué se editan tantos libros si en realidad casi nadie lee.

James Altucher y la importancia de meter la pata

Altucher

Si no estás obsesionado con tus errores, es que no amas tu campo lo suficiente como para mejorar.

Haces preguntas malas: «¿Por qué no sirvo para esto?», en vez de preguntas buenas: «¿Qué he hecho mal y cómo puedo mejorar?».

Cuando siempre te haces buenas preguntas acerca de tu trabajo, te haces mejor que las personas que se paralizan a sí mismas con preguntas malas.

Creo que esto se puede aplicar a cualquier campo, pero es fundamental en la escritura. Si en vez de lamentarnos por las cagadas nos preguntamos cómo nos pueden servir para avanzar, aprenderemos y progresaremos a un ritmo mucho más rápido. Me llevó mucho tiempo entender esto, me temo.

Benjamin Mako Hill y el deporte como puente entre clases sociales

Benjamin Mako Hill

Hace unos años, estuve en una charla que dio Michael Albert en el MIT, donde criticó a los intelectuales estadounidenses por lo que él consideraba un desprecio cultivado hacia los deportes profesionales. Albert sugirió que los deportes reflejan un tema al que siempre recurrimos para hacer conversación ligera y para construir comunicación más allá de clase y contexto. Sugirió que casi todas las personas que usaban el término lucha de la clase obrera eran incapaces de tener una charla intrascendente con miembros de la clase obrera, porque, a diferencia de la mayoría de personas de clase obrera (y la mayoría de la gente en general), las personas con estudios cultivan, de forma sistemática, su ignorancia acerca de los deportes.

Esto me ha hecho reflexionar sobre algo que lleva rondándome la mente desde hace tiempo. En España, donde hay una mayor diferenciación entre sexos en lo que se refiere al deporte (en EEUU, por ejemplo, muchas más mujeres disfrutan de la cultura del deporte, pero en España verás muchas menos mujeres que hombres en un partido), parece haber dos lenguajes que sirven de puente entre cualquier tipo de persona: el fútbol (o fórmula uno, o baloncesto, el deporte de tu preferencia, pero sobre todo fútbol) para los hombres, y la moda para las mujeres. Digo moda, y no cotilleos tipo Cuore o Sálvame, la otra opción más evidente, porque estos sí pueden incomodar a una persona de cierta clase social e intelectual. A un porcentaje altísimo de las mujeres nos interesa la moda, ya sea respecto a un bolso comprado en los chinos o a unos zapatos Loboutin. Yo misma, en situaciones sociales  con personas con las que realmente no sé qué temas tratar, sé que puedo llenar el silencio ominoso con un cumplido hacia cualquier prenda que lleve otra de las mujeres (que a su vez llenará el silencio ominoso con una explicación pormenorizada de dónde, cuándo y por qué lo compró), y conozco varios casos de hombres que han cultivado interés en el fútbol para poder mantener conversaciones con personas por las que sienten afecto pero con los que tenían pocas aficiones en común (un padre o un hermano, por ejemplo). Hay una tendencia a despreciar determinados temas de conversación por considerarse de una calidad «inferior», cuando a su vez son salvavidas que pueden unirnos, mostrarnos un punto de encuentro.

Jane Friedman sobre F. Scott Fitzgerald y escribir borracho

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«Las historias que escribo cuando estoy sobrio son estúpidas… Razonadas, no sentidas». De la misma forma en que los escritores pueden producir un trabajo mecánico por darle demasiadas vueltas al texto, también podemos llevar vidas mecánicas por pensarnos demasiado nuestras acciones.

En un artículo excelente que cierra el compendio Drinking Diaries, la escritora y ensayista Jane Friedman cita a F. Scott Fitzgerald (autor de El gran Gatsby) respecto a escribir bebido y las ventajas que puede tener para acceder de forma menos controlada a nuestro subconsciente. Podrían ser las excusas de un borracho, claro, pero sí que es cierto que escribir con un par de cervezas o un vaso de vino a mí me ha ayudado a superar bloqueos que ni sabía que tenía (el truco está en saber dónde parar. Escribir borracho no sirve de nada; lo suyo es encontrar ese límite justo donde la censura interna comienza a derrumbarse). Es interesante además el artículo de Friedman en cuanto habla del alcohol como de una herramienta de autoconocimiento, de acceso al verdadero yo, frente a las historias anteriores del compendio, de otras autoras, donde el alcohol tiende a aparecer como un demonio, una tentación terrible que conduce a la miseria.

Y que alguien me explique por qué en ese libro la diferencia de precio entre el papel y el ebook es de poco más de un dólar.

Lynda Barry y escribir sin pensar

Lynda Barry

No traduzco esto, lo que dice es lo de menos. Pongo esta imagen por su mero valor estético.

Ya sabéis lo que es la escritura automática o libre (no esa en la que te posee un fantasma, sino freewriting). Suele implicar una escritura rápida, sin pensar. La viñetista y escritora Lynda Barry hace uso de esa escritura al revés: condenadamente lento. Escribe sus manuscritos con pincel, casi dibujando cada palabra, obligándose a pensar y detenerse en todo lo que hace. No sé si el resultado le servirá (los críticos y lectores dicen que sí), pero el proceso es muy hermoso.

Hay mucho más; ha sido una semana intensa (y muy anglosajona, prometo traeros más textos en español para la próxima). Por ahora os dejo con esto, y ya sabéis que para más enlaces y contenidos no tenéis más que seguirme en Twitter o en Facebook.

¡Feliz fin de semana!


Imagen de chica leyendo de Igor Shin Moromisato, en Flickr.